determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

lunes, 20 de enero de 2014

3. La conquista de Egipto


                           El general Rommel, al mando de su ejército germano-italiano

  Gracias a un buen trabajo de la inteligencia británica, Winston Churchill es informado muy pronto de que se está enviando a los puertos italianos una ingente cantidad de vehículos, armas y otros suministros alemanes destinados a los puertos del norte de África, y que estos suministros no son meros reemplazos, sino fuerzas adicionales cuyo fin no puede ser otro que la conquista de Egipto desde la posición ocupada en aquel momento por los germanoitalianos: la línea de Gazala, a ochocientos kilómetros del Delta.



  A finales de febrero de 1942, la noticia llega a Inglaterra al mismo tiempo que los primeros mercantes del Eje comienzan a descargar estos nuevos efectivos en el puerto de Bengasi, reconquistado por los alemanes dos semanas atrás.

  La información es alarmante para los británicos: acaban de vivir el desastre de la toma de Singapur por los japoneses (ochenta mil soldados de la Commoenwealth hechos prisioneros, la mayor derrota en la historia del ejército británico... hasta el momento) y es urgente enviar recursos de todo tipo al Océano Índico para evitar el hundimiento total en Asia. Si Hitler va a aprovechar esta oportunidad para conquistar Egipto puede ser una catástrofe estratégica irreversible mucho antes de que los Estados Unidos estén en condiciones de contribuir eficientemente a la causa aliada. El embajador japonés Oshima, en Berlin, está informando a Tokio -para beneficio de los aliados, que interceptan sus mensajes- de que los alemanes avanzarán hacia Oriente para contactar con el victorioso avance japonés en la dirección opuesta. En realidad, Hitler está haciendo lo que Churchill hubiera hecho de estar en su situación…

  En un rápido intercambio de telegramas de alto secreto, a primeros de marzo, Churchill rechaza la propuesta del Comandante en Jefe británico para Próximo Oriente, Auchinleck, de retirar al 8 ejército de la línea de Gazala hasta otra línea más próxima al Delta de Egipto, que sería mucho más fácil de defender. Esta retirada organizada implicaría, por supuesto, el abandono y la total destrucción del puerto de Tobruk para que los del Eje no puedan utilizarlo. Para el primer ministro británico semejante retirada sin una previa batalla es un disparate por razones políticas y, además, ¿quién garantiza que los alemanes no serán capaces, con su conocida eficiencia, de volver a poner en servicio el gran puerto natural de Tobruk, a tiempo para aprovechar las ventajas que ello supone en un avance sobre Egipto? Mientras antes se retirasen los británicos, antes los alemanes podrían completar la reparación y acondicionamiento del puerto, y el tiempo que perdieran reparándolo lo ganarían después al contar con ese medio de aprovisionamiento mucho más adelantado.

  La mejor opción, en opinión de Churchill, es preparar una defensa eficiente en la línea de Gazala que, cuando menos, sea capaz de desgastar al enemigo sin suponer una pérdida total de las fuerzas propias, y establecer al mismo tiempo una segunda línea de defensa, esta sí cerca del Delta, en el lugar sugerido por Auchinleck (en la depresión de Quattara, El Alamein), así como dejarlo todo listo en Tobruk para caso de que se produzca un segundo asedio (después del sufrido de abril a noviembre del año anterior). Mientras tanto, se hará lo posible por interceptar los suministros del Eje desde los puertos de Italia a Tripoli y Bengasi. Para ello se enviarán cazas Spitfire a Malta y se incrementará el acoso de submarinos y destructores de la Royal Navy a los buques italianos de transporte. Sin embargo, no se enviarán más buques capitales (acorazados y portaaviones) que son mucho más necesarios en el Índico para enfrentarse a la peligrosísima flota japonesa (tras la caída de Singapur, la misma India y hasta Australia se encuentran amenazadas). Además, Churchill ya perdió recientemente, en apenas dos meses (noviembre y diciembre de 1941), cuatro de estos buques en el Mediterráneo (el portaaviones Ark Royal y el acorazado Barham, hundidos por submarinos alemanes, y los acorazados Valiant y Queen Elizabeth, dejados fuera de combate por un ataque de comandos italianos en el mismo puerto de Alejandría). No quiere perder más: el poder aéreo alemán podría anular la capacidad de la Royal Navy para contribuir a interceptar los convoyes y el desastre sería mayor. Los portaaviones son más útiles en el Índico combatiendo la flota japonesa que en Malta, donde pueden acabar como el Illustrious y el Formidable, también sucesivamente dejados fuera de combate por la Luftwaffe el año anterior. Si, a pesar de todo, los nazis conquistan Egipto, cuando menos hay que evitar que los japoneses capturen Ceilán y Madagascar, con lo cual cerrarían por completo las comunicaciones en Eurasia.

    Poco después, aún en marzo, Churchill recibe una segunda mala noticia desde la zona del Mediterráneo: los alemanes e italianos están organizando una fuerza anfibia en las islas del Egeo que comienza a adiestrarse en desembarcos a larga distancia. Todo parece indicar que el objetivo será el Mediterráneo Oriental: Chipre, Siria o Palestina. Esta acción podría estar coordinada con los preparativos de Rommel para atacar Egipto a través del desierto. Todo ello exige que unidades potentes del ejército británico defiendan estas costas y que a ellas se destinen más recursos. Una dificultad más para enfrentarse a Rommel en el desierto del Norte de África.

  Mientras tanto, los alemanes también reciben buena información de las disposiciones británicas que les permiten organizar con eficiencia su proyectada ofensiva. Rommel está asimismo satisfecho con la llegada de los suministros. Aunque los submarinos británicos se apuntan algún tanto en hundir buques mercantes italianos, y pese a que a veces el mal tiempo dificulta los transportes, casi todos los buques que salen de Nápoles o Tarento logran alcanzar los puertos libios cargados de armas, vehículos, municiones, combustible, alimentos y resto de pertrechos. A primeros de abril ya ha llegado casi todo el armamento y los vehículos de las nuevas divisiones necesarias para la ofensiva contra Egipto. Rommel comienza entonces el adiestramiento de estos hombres para la guerra en el desierto, y cuatrocientos camiones descargan diariamente suministros detrás de las líneas del Eje en la zona de Gazala. Tales suministros son las reservas de las que se dispondrá para la persecución de la fuerza británica hasta Egipto, una vez derrotada ésta en la batalla que ha de darse. Y, a la espera del combate, los enemigos se observan unos a otros: durante casi cuatro meses apenas si tienen lugar algunas escaramuzas mientras que cada uno hace sus preparativos, ofensivos los unos, defensivos los otros.

  A finales de abril, comienza el relevo en la línea de Gazala de veinte mil soldados de infantería italianos por los quince mil alemanes recién llegados de la 28 división Ligera. La retirada de estos soldados italianos no supone, sin embargo, el desmantelamiento de divisiones enteras: por motivos políticos, las divisiones italianas de infantería Brescia, Sabratha y Pavía siguen existiendo en la línea, aunque están reducidas casi a nivel de batallones. En cuanto a los veinte mil italianos retirados del frente, éstos, despojados de armas pesadas, se acuartelan (o más bien acampan) en Derna, en la proximidad de la retaguardia, realizando todas las noches duras marchas a pie, a fin de prepararse para participar en las tareas de refuerzo posterior que exigirá una previsible batalla victoriosa.

  El 10 de mayo, por fin los británicos logran situar 64 nuevos cazas Spitfire en la isla de Malta gracias a una buena operación de los portaaviones procedentes de Gibraltar (otros 17 llegarán el 17 de mayo). Los Spitfire nunca hubieran podido llegar sin la colaboración de la Marina de los Estados Unidos, pues solo el portaaviones norteamericano Wasp tiene la capacidad de espacio suficiente para transportarlos; el que el Wasp haya sido enviado al Mediterráneo en un momento crítico para la defensa del Pacífico ante el ataque de Japón demuestra que también los estadounidenses son conscientes de la gravedad de la amenaza. Estos aviones de combate -quizá los mejores del mundo en el momento presente- serán capaces de restablecer el equilibrio de fuerzas en el aire frente a las fuerzas enemigas establecidas en Sicilia y contribuir así eficientemente a la intercepción de los suministros del Eje. Pero para mediados de mayo los planes de Rommel están casi listos y los más importantes transportes navales del Eje han llegado a su destino. La fuerza anfibia en el Egeo parece también a punto.

  Por otra parte, los británicos siguen temiendo un ataque japonés a la India (el mes anterior han rechazado, con graves pérdidas, un ataque aeronaval a Ceilán, y el 1 de mayo los japoneses han conquistado Mandalay, capital del norte de Birmania, cada vez más cerca de la frontera india) y siguen preocupados por el Océano Índico, donde han efectuado con éxito la invasión de la gran isla de Madagascar (colonia de la Francia de Vichy), en cuyo interior aún resisten los franceses. En el norte de África, el general Ritchie, comandante del 8 ejército británico, y su superior Auchinleck, comandante de todas las fuerzas aliadas en Próximo Oriente, mantienen sus fuerzas en alerta máxima y, al menos, acaban de recibir ciento sesenta tanques pesados americanos nuevos, los Grant, de los que se espera que sean capaces de enfrentarse con éxito a los tanques Mark III y IV de los alemanes.

  El 26 de mayo de 1942, por la noche, Rommel desencadena por fin la batalla del desierto, la “operación Venezia”. Pese a que los británicos están informados de que es la fecha indicada, la disposición de las fuerzas enemigas logra sorprenderlos. El ataque se produce en el sector del frente donde no lo esperaban.

  La mitad de las fuerzas del Eje, al mando del general Cruewell, ejecuta un ataque frontal en la zona costera. Quienes atacan son dos de las divisiones alemanas nuevas, la 23 Panzer (con ochenta buenos tanques ofensivos alemanes y sesenta de menor valor ofensivo) y la 28 Ligera (infantería motorizada), más los cuerpos de infantería italianos diez y veintiuno (en realidad, muy disminuidos, equivalentes en total a apenas una división de infantería). Esta fuerza es superior en todos los conceptos a la 1 división sudafricana y a la 50 de infantería británica -incompleta- que se le enfrentan.

  Y el golpe fatídico viene del flanco del desierto, al sur, por donde atacan los veteranos de Rommel (divisiones Panzer 15 y 21, división 90 Ligera, sumándose en total doscientos ochenta tanques Mark III y IV) más lo mejor del contingente italiano, las divisiones Trieste y Ariete. Y, por si fuera poco, se suma la nueva división Panzer 22, con sesenta tanques alemanes de gran valor ofensivo (es decir, también Mark III y IV) y un batallón añadido de tanques italianos. Toda esta fuerza la comanda Rommel en persona.

  El total del ejército germano-italiano suma un contingente de cien mil hombres (solo una cuarta parte italianos) con cuatrocientos veinte tanques alemanes de los tipos III y IV, que se enfrenta al 8 ejército británico, que tiene en línea un número aproximadamente igual de hombres, británicos (1 y 7 divisiones blindadas, 50 de infantería), indios, sudafricanos y pequeños contingentes de otras nacionalidades. Los británicos cuentan con más tanques, entre ellos los ciento sesenta Grants recién llegados, pero la superioridad táctica de los alemanes acaba muy pronto con esta aparente ventaja numérica. Aunque en el interior los británicos resisten bien en las posiciones fortificadas en pleno desierto, el avance en la costa les obliga a dividir sus fuerzas blindadas de contraataque, algunas de las cuales son rápidamente aniquiladas.

  Auchinleck ordena la retirada a fin de salvar suficientes recursos para la última línea en el lejano El Alamein. No todo ha ido mal: las tropas han luchado bien, Rommel se ha equivocado varias veces en los campos de minas y los tanques Grant lograron algunos éxitos. En la zona más alejada del desierto, tanto los franceses gaullistas de Bir Hakeim como la 150 brigada de infantería británica (50 división), posiciones que han resistido pero que pueden quedar sin abastecimiento, optan también por el escape, aunque no todos lo lograrán.

    De acuerdo con las precavidas instrucciones de Churchill, el 8 ejército británico se retira cientos de kilómetros en el mayor orden posible hacia la línea de El Alamein, dejando al enemigo cercar Tobruk otra vez. Auchinleck querría también ordenar que acudan a Egipto algunas de las buenas fuerzas aliadas (los australianos y neozelandeses, sobre todo) que, dentro del 9 ejército británico, defienden Palestina, Líbano, Chipre y Siria, pero no se atreve a hacerlo debido al temor a la fuerza anfibia que los germanoitalianos han formado en el Egeo y que parece ya a punto de intervenir. Y, de todas formas, podrían no llegar a tiempo.

  Rommel no se muestra decepcionado por la ordenada retirada enemiga. Cuenta con los medios para la persecución y, sin cambiar mucho el plan preconcebido, forma inmediatamente la fuerza que ha de conquistar Egipto: un cuerpo blindado constituido por las divisiones alemanas 15 y 21 Panzer, la infantería de la 90 división, la blindada italiana Ariete y algunas compañías de infantería italiana. Esta fuerza suma cuarenta mil hombres y cuenta con casi doscientos tanques de ataque alemanes. Ahora lo importante es que no falle la estructura logística cuidadosamente organizada en las semanas previas.

  Atrás quedan, cercando Tobruk, protegiendo la línea de avance, rodeando los últimos reductos defensivos británicos y haciéndose cargo del ingente botín de prisioneros y material, los hombres de las divisiones alemanas recién llegadas, las tropas italianas que han combatido en la batalla… y los veinte mil italianos que fueron retirados en abril que, acantonados en Derna, retornan ahora (a pie) como infantería ligera para reforzar al Panzer Armee Afrika y, sobre todo, para hacerse cargo de los más de veinte mil prisioneros británicos hechos en el campo de batalla y el material capturado.

  Los generales británicos Ritchie y Auchinleck se reúnen en El Alamein el día 3 de junio de 1942. La retirada se ha efectuado de forma ordenada, contando con la protección de la eficiente aviación británica, pero Rommel, por su parte, tampoco ha perdido el tiempo. Para consternación de los jefes británicos, el Cuerpo de persecución alemán está avanzando a cien kilómetros diarios por la via Balbia, la carretera a lo largo de la costa, abastecido por miles de camiones, aviones de transporte e incluso lanchas de desembarco que dejan los suministros en las playas recientemente conquistadas por la fuerza en avance. Rommel se les va a echar encima a los británicos de un momento a otro, sin darles tiempo a consolidar la nueva posición defensiva a las puertas del Delta. Además, la Luftwaffe está acondicionando también muy rápidamente los aeródromos abandonados por los británicos en su retirada, lo que impide que la RAF sea del todo efectiva en estorbar el avance enemigo.

              Los tanques alemanes avanzando por la via Balbia en junio de 1942

  Auchinleck se queda en El Alamein tomando el mando directo del 8 ejército y al tiempo envía mensajes pesimistas a Churchill, que le ordena que resista a todo precio, dada la importancia de salvar el canal de Suez. Auchinleck ordena que la fuerza cercada en Tobruk (la 2 división sudafricana, principalmente) intente hacer alguna salida y corte la línea de suministros de Rommel, pero los alemanes de la 23 división Panzer, que todavía cuentan con cincuenta buenos tanques y casi veinte mil hombres entre alemanes e italianos, rechazan fácilmente el único intento de los hombres de la Commoenwealth en Tobruk de contribuir a salvar Egipto.

  El día 6 de junio, tras apenas un día para organizar su fuerza, que ha recorrido seiscientos kilómetros desde el campo de batalla de Gazala en una semana, Rommel ataca la nueva línea defensiva británica en El Alamein, a apenas cien kilómetros del fértil Delta.

  La batalla dura toda la jornada, y Auchinleck se juega el todo por el todo, sacrificando sus últimos tanques Grant y sus mejores tropas blindadas supervivientes de la batalla anterior, pero a la noche, el destino de Egipto ha quedado sellado. Auchinleck ordena la retirada de las fuerzas restantes. Algunos hombres van a Alejandría, y con los demás se intentará la última defensa ante El Cairo reuniendo todo lo que esté a mano en Egipto. Además, hay que tener en cuenta la fuerza anfibia enemiga en el Egeo: éste podría ser su momento para caer sobre Palestina y encerrar todo el Delta en una pinza. Para intentar prevenir esta amenaza, las tropas del 9 ejército en Próximo Oriente permanecen en extrema alerta en la defensa de playas y puertos. Entre estas tropas hay dos divisiones muy buenas con las que Auchinleck hubiera querido contar para defender Egipto: la 9 australiana y la neozelandesa.

  Rommel dedicará el día 7 a hacerse cargo del campo de batalla de El Alamein, donde hace diez mil prisioneros británicos más: las divisiones blindadas enemigas 1 y 7, con sus brigadas de tanques, han sido aniquiladas definitivamente, y Rommel sabe que eran las mejores fuerzas británicas. También ha vuelto a capturar, como en la batalla anterior de Gazala, varios tanques Grant, más o menos dañados, que el general examina con curiosidad, pues le eran por completo desconocidos y han resultado bastante efectivos contra sus propios tanques. Debidamente reparados, en el futuro podrán luchar del lado de Alemania.

                                             El tanque Grant en el desierto
                                     
   Una fuerza de reconocimiento alemana se ha pegado a los británicos en retirada y envía mensajes entusiastas por radio: han salido del desierto y contemplan las marismas y palmerales próximos a Alejandría, ¡es el Delta!

   El día 8 de junio de 1942, perfectamente organizada de nuevo la fuerza de persecución, Rommel mismo entra en el Delta de Egipto. Ya se ha dado orden de que los camiones de suministros que hacen el largo recorrido desde los depósitos en Gazala no malgasten espacio y combustible transportando agua o comida: el Delta de Egipto proporcionará abundantemente ambos recursos. Lo que deben seguir enviando es más gasolina, más munición y más hombres y armas si es posible.

  La noche de ese día 8 de junio de 1942 la radio de Berlin anuncia la entrada de las tropas germanoitalianas en el Delta del Nilo. Esa noche, Rommel deja algunas fuerzas en las inmediaciones de Alejandría, en torno al lago Maryut, pero sin ordenar aún el asalto de la ciudad y gran base naval de complicada defensa. El objetivo primordial es El Cairo, a casi doscientos kilómetros al sur de Alejandría por tierras del Delta occidental. Puesto que el asalto del Delta ha sido planificado durante semanas hasta el último detalle, fuerzas avanzadas alemanas con el apoyo de unidades de ingenieros sortean los obstáculos previsibles, particularmente la vía fluvial del ramal de Rosetta y el canal Nubariya. En el cruce de Khatatba, a cuarenta kilómetros de El Cairo, las unidades de asalto despejan la resistencia de la reserva británica y abren paso a los batallones de tanques hacia la capital. Emplean los días 9 y 10 de junio en hacer posible el tránsito de las armas pesadas.

   Un agotado Auchinleck llega a El Cairo. Se informa primero de la inquietud de los egipcios: policía y ejército egipcios se han declarado neutrales y advierten de que no consentirán destrucciones de bienes públicos a cargo de los británicos. Una mala noticia para Auchinleck, que está recibiendo constantes órdenes de Churchill de que haga exactamente lo opuesto: que lo destruya todo y que defienda el Delta a ultranza, parapetándose en la ciudad de El Cairo si es preciso. Se le asegura a Auchinleck que hay tres divisiones británicas en camino para reforzarlo (se trata de la 44 de infantería, la 8 blindada y, más retrasada, la 51 de infantería... pero tardarán aún semanas en llegar). De la fuerza anfibia enemiga no se sabe nada, pero en la situación de alarma y confusión que se vive en la gran base naval de Alejandría, a punto de ser asaltada, la Royal Navy no podría interceptar el grueso de la flota italiana que parece estar preparándose para escoltar a las fuerzas de desembarco. Si se produce un desembarco en Palestina, Auchinleck teme que ello de lugar a un desastre por el estilo de aquel del que las fuerzas británicas se libraron a duras penas en Dunkerque.

    En Alejandría han comenzado los disturbios. La ciudad, poblada por musulmanes, cristianos coptos, judíos y otras minorías, como griegos e italianos, se divide en facciones. De momento, los soldados alemanes e italianos están tanteando las entradas de la ciudad mientras los hombres de la Royal Navy comienzan las destrucciones del vital puerto (también han logrado que escape el averiado acorazado Queen Elizabeth). Se esperan órdenes sobre qué hacer con la flota francesa que está allí desarmada desde julio de 1940. La ciudad es un caos y muchas cosas no pueden realizarse de acuerdo con las órdenes recibidas.

    En el sector occidental del Delta, la población egipcia está asombrada por la llegada de los invasores, y en general simpatiza con ellos, pues son enemigos de los odiados ocupantes británicos. Aunque están ya muy lejos, los suministros alemanes siguen llegando desde los depósitos a casi mil kilómetros de distancia, si bien algunos soldados del Eje ya utilizan armas británicas capturadas. La Luftwaffe ocupa los aeródromos abandonados por el enemigo, y más soldados italianos y alemanes se incorporan tras atravesar el desierto por cualquier medio disponible. Los británicos han causado puntualmente algunas inundaciones, pero nada que los alemanes no hubiesen previsto: cuentan con pontones desmontables e incluso pequeñas embarcaciones que han transportado durante mil kilómetros y que llevaban meses esperando en los depósitos de suministros de la línea de Gazala. No se ha dejado nada al azar.

  A la noche del día 10 de junio de 1942, Rommel, que se ha implicado directamente en las unidades de asalto e ingenieros que sortean los obstáculos fluviales y que con ellos ha recorrido cien kilómetros en dos días desde las inmediaciones de Alejandría, está ante el Cairo, en cuyas afueras Auchinleck emplaza sus últimas fuerzas operativas. Al general británico ya no le quedan tanques modernos (la 10 división blindada británica, del “Ejército de Egipto” de reserva, está mal armada y adiestrada), sus tropas veteranas están agotadas y aquellos con los que cuenta son en su mayoría inexpertos. Decenas de miles de soldados de la Commoenwealth (y también británicos) están desertando, mezclándose con la población egipcia, en sus ciudades, pueblos y aldeas. La única esperanza del general en jefe británico es que el enemigo esté aún más agotado que él después de su trepidante travesía del desierto, que ya suma mil kilómetros de recorrido en doce días (parte de ellos ya a través del Delta).

  Pero aunque Rommel ha dejado muchos hombres por el camino, sigue contando con una fuerza de ataque más que suficiente, y no piensa esperar a que el grueso de sus tropas cruce los canales. El día 11, a mediodía, los alemanes se abren paso hasta El Cairo. Los británicos no pueden luchar en una ciudad en la cual hay francotiradores que les disparan desde las azoteas: son policías y soldados egipcios que hacen lo posible por expulsar a los británicos y evitar que su capital, de casi dos millones de habitantes, se convierta en un campo de batalla. Todas las ciudades egipcias se ven inmersas en una confusión semejante y el plan de destrucción generalizada del Delta no puede llevarse a cabo... ni Auchinleck desea ejecutarlo, ya que quiere evitar que los egipcios se le echen encima: su principal objetivo es salvar el mayor número de hombres posible y mantener alguna posición en el canal.

  A la tarde del día 11 de junio de 1942, los últimos soldados británicos que pueden abandonan la ciudad hacia Suez (el Mar Rojo) o hacia el norte del Delta y el canal (Ismailía). Al menos, la fuerza de desembarco enemiga no ha hecho su aparición en la zona.

  Un exultante Rommel ocupa los edificios principales de la capital de Egipto y es recibido como un libertador por los nacionalistas egipcios. A la noche del día 11, el mundo entero sabe que Rommel ha conquistado El Cairo.



  Pero no es todavía la meta. En su nuevo cuartel general en el lujoso Shepherd´s Hotel de El Cairo, Rommel y su Estado Mayor organizan una fuerza de reconocimiento en fuerza que tiene que cruzar otros cien kilómetros de desierto desde El Cairo hasta Suez para capturar el puerto del Mar Rojo, cerrando por completo el acceso al Mediterráneo oriental.

  Esta fuerza saldrá el día siguiente por la tarde, con cinco mil hombres y veinte tanques Panzer IV en vanguardia. Llegará al anochecer del día 13 de junio de 1942 a una ciudad que carece de fortificaciones y de tropas adiestradas, y que se rinde fácilmente al siguiente día (Auchinleck no ha querido dejar una guarnición importante en un lugar tan aislado y difícil de defender, trata de mantener sus fuerzas agrupadas). El canal de Suez queda cerrado.

  Rommel apenas descansa. Los días 12 y 13 se ha reunido con las autoridades egipcias. Les transmite la alianza y amistad de las fuerzas del Eje. Antes ya se han dado órdenes a las tropas alemanas e italianas de que extremen la cortesía con los egipcios: la guerra es por la liberación del pueblo egipcio, se les dice, y Hitler ha ofrecido a los egipcios adherirse al Eje, esperando que ello arrastre al lado alemán a la gran mayoría de los nacionalistas árabes de Próximo Oriente. De hecho, el líder indiscutible de los árabes palestinos, Amin el Husseini, es un apoyo inquebrantable de Hitler y está ya de camino hacia El Cairo. En este momento, hay una crisis total en el gobierno egipcio. El primer ministro, al- Nahas, que en febrero hubo de ser nombrado por presión directa del embajador británico -ahora naturalmente huido-, ha dimitido, y el rey Farouk tiene que nombrar a un sucesor. Todos le aconsejan que designe a un militar, que evite enfrentamientos entre facciones musulmanas y que, cuanto antes, se adhiera al Eje -lo hará el día 19, cuando se haya formado el nuevo gobierno- a fin de evitar que los nuevos ocupantes establezcan un protectorado.

  El día 14, Rommel, que no ha visitado Suez, se dirige a Alejandría para ponerse al mando de las tropas germanoitalianas que asaltan la ciudad y el gran puerto del Mediterráneo. En Alejandría se combate desde hace casi una semana de guerra civil, con soldados y policías egipcios musulmanes enfrentándose a británicos y a sus simpatizantes judíos, griegos y cristianos. Al final del día 14, los alemanes imponen su propio orden.

  Por la noche, Rommel contempla los incendios en las instalaciones del puerto de Alejandría, donde se encuentra la flota francesa del almirante Godfroy, compuesta por nueve buques de guerra, desarmada e internada por los británicos desde julio de 1940 (tras algunas dudas, los británicos se han limitado a sabotear su armamento en lugar de destruirla); en los días siguientes Hitler permitirá a Godfroy partir de Alejandría y unirse al resto de la flota francesa en Toulon. En la ciudad se siguen produciendo disparos, pero también continúan llegando tropas del Eje, muchas de ellas italianas. Unos cinco mil británicos más han sido hechos prisioneros. Rommel asiente a la directiva de que los judíos de Alejandría han de ser encerrados en guetos y sus líderes detenidos. No le cabe duda de que son peligrosos para los intereses de Alemania.

  En su nuevo cuartel general provisional de Alejandría, el agotado pero radiante general alemán se encuentra con un italiano no menos radiante: Benito Mussolini acaba de llegar a Egipto y es él quien le comunica verbalmente la noticia que Rommel más esperaba: Hitler lo ha nombrado mariscal y le ha concedido al Duce el honor de hacérselo saber.

  El Duce también se ha traído, desde Italia, un magnífico caballo con el que quiere presidir, junto al nuevo mariscal, el desfile triunfal por El Cairo.

  Tras un breve sueño, al día siguiente, ambos dignatarios (y el caballo) viajan con fuerte escolta, por carretera, hasta la ciudad de El Cairo de nuevo (para Mussolini es su primera vez y casi estalla de satisfacción), mientras que los ingenieros italianos y alemanes se disponen a valorar los daños del puerto de Alejandría y la forma de repararlos. Los judíos y griegos comienzan a ser concentrados, cuando no son linchados por los nacionalistas musulmanes. También sus propiedades se ven saqueadas, lo que resulta muy conveniente para incentivar a los partidarios del nuevo régimen.

  Llegando a El Cairo a media tarde, y al descender de sus vehículos oficiales en medio del alborozo general de los entusiastas egipcios, uno de los ayudantes de Rommel le comunica a su admirado jefe una noticia todavía más espectacular en estos días de noticias espectaculares: en la mañana del día 15 de junio de 1942, tres días después de que se capturase Suez, España ha entrado en la segunda guerra mundial: el Mediterráneo está cerrado también por Occidente. Ahora es un lago germano-italiano.

  Siempre práctico, Rommel entiende que esto quiere decir que, a los casi sesenta mil prisioneros británicos que lleva ya hechos en las batallas de estos días (Gazala, El Alamein, El Cairo, Suez) habrá que sumar otros treinta mil de Tobruk (que aún no se ha rendido), otros veinte mil de Malta y quizá otros diez mil de Gibraltar: ha batido el record de prisioneros británicos del que disponía el general japonés Yamashita desde febrero pasado, con su victoria en Singapur. Piensa que bien se ha ganado el bastón de mariscal…

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  Para que la historia que aquí se presenta sea verosímil, es preciso mostrarse “conservadores”. Es decir, los aliados no deben cometer ningún error, la suerte no juega ningún papel (se reparte a partes iguales) y los alemanes no cometen menos errores de los que en realidad cometieron. Lo que cambia y determina el resultado del episodio histórico (Hitler gana) es una única decisión de tipo estratégico tomada por Adolf Hitler el 20 de enero de 1942 por la noche, en su cuartel general de Rastenburg. 

  Por eso, contamos con que, gracias al magnífico servicio de información británico (incluido el famoso sistema “Ultra”, de decodificación de los mensajes por radio del ejército alemán), Churchill se entera muy pronto (finales de febrero de 1942) de que Hitler y Mussolini están organizando la conquista de Egipto. Por supuesto, sabemos que los británicos por esta época no siempre estaban tan bien informados: es un hecho que las divisiones australiana y neozelandesa, dos de las mejores formaciones de la Commoenwealth en Próximo Oriente, fueron destinadas hasta junio de aquel año a Siria porque existía el absurdo temor de que los alemanes atacasen a través de la neutral Turquía. Pero, en cualquier caso, para ser conservadores, vamos a aceptar en esta historia que Churchill se informa muy pronto del envío de refuerzos alemanes al norte de África y de la misión que probablemente tienen encomendada, y toma las medidas correspondientes. Lo que se pretende demostrar con esto es que no había medida alguna que hubiera podido impedir la pérdida de Egipto en el mes de junio de 1942. Solo una gran suerte para los británicos (el hundimiento de dos o tres grandes convoyes italianos que transportasen suministros, por ejemplo) habría podido cambiar esta situación.

   Parece ser que, en la realidad, en febrero de 1942, después de que Rommel hubiera vuelto a vapulear al 8 ejército británico (reconquista de Bengasi), el general Auchinleck, al mando de las fuerzas aliadas en Próximo Oriente, consideró la retirada de Tobruk. Según consta en las Memorias de Churchill, esta propuesta no llegó a Londres y, de todas formas, nunca hubiera sido aceptada. En esta historia, la propuesta sí llega a Londres y es evaluada y finalmente rechazada por las razones ya mencionadas en el presente episodio: abandonar pronto Tobruk supondría dar tiempo a los alemanes a poner de nuevo en uso el puerto… y abandonarlo tarde sería inútil, puesto que por entonces el enemigo ya estaría preparado para realizar la persecución a través del desierto y no necesitaría de ese puerto avanzado para nada: las tropas y suministros adicionales que Rommel necesitara para romper las defensas en El Alamein habrían sido las mismas que se ahorrasen no haciendo la batalla de Gazala ni poniendo cerco a Tobruk.

  En la historia que presentamos, Rommel tarda seis días en alcanzar El Alamein desde el campo de batalla de Gazala. En la realidad, Rommel emprendió el avance desde el recién conquistado Tobruk (muy próximo a Gazala) el día 23 de junio y llegó a El Alamein el día 30, lo que da siete días. Pero éste también es un cálculo conservador para la historia, porque en la realidad, el día 26, a mitad de camino, los alemanes e italianos tuvieron que enfrentarse (y vencer) a una dura resistencia aliada en Matruh, donde intervino la división neozelandesa. Este obstáculo no hubiera podido darse en esta historia, porque incluso aunque los neozelandeses hubieran recibido la orden de dirigirse a Egipto desde su posición en Siria, nunca hubieran podido llegar a tiempo (en la realidad, la batalla de Gazala se prolongó cuatro semanas, lo que dio tiempo para llegar a Egipto a los neozelandeses y australianos). Además, en la realidad, el avance de Rommel desde Tobruk hasta El Alamein fue completamente improvisado debido al regalo que para los alemanes supusieron los vehículos y el combustible capturados a los británicos con los que esperaban suplir los inconvenientes logísticos de la travesía. En la historia que aquí se presenta no solo sí que existe un plan largamente madurado para conquistar Suez, sino que Rommel no depende para nada de los suministros capturados, puesto que ha creado sus reservas y recibido 2.500 camiones italianos y alemanes adicionales (sin contar los de las dos divisiones Panzer nuevas: un promedio aproximado de cien vehículos en cada buque de transporte desde Italia en los cuatro meses de preparación, que habrían sido más de un centenar, unos veinte transportes más que en la realidad).

  Finalmente, la operación “Venezia”, la batalla de Gazala, fue planeada por Rommel, tanto en la realidad como en esta historia, como una operación de envolvimiento y destrucción del enemigo que había de durar cuatro días. En la realidad, duró cuatro semanas y si Rommel ganó, pese a los errores cometidos, fue, como siempre, debido al factor inevitable de la superioridad táctica de los alemanes (y a que tampoco los italianos eran tan incompetentes como a veces se pretende). 

  En esta historia, la batalla dura, en efecto, solo cuatro días, más o menos como fue planeado, y esto se debe a que el PAA de Rommel es mucho más potente de lo que lo fue en la realidad. Cuenta con cien mil hombres, y no ochenta mil, y está formado en un 70 % por alemanes, y no en un 40 %, como lo era en la realidad. Cuenta también con 420 tanques ofensivos tipo Mark III y IV, y no solo 280. Habría sido imposible que perdiera, incluso si cometía los mismos errores que en la realidad: meterse en un campo de minas no señalizado en sus mapas, subestimar la resistencia de la brigada francesa de Bir Hakeim e ignorarlo todo acerca de los sorprendentes tanques “Grant” que los británicos acababan de recibir. (Conviene hacer mención de que, pese a que se ha doblado el número de divisiones Panzer en esta versión alternativa de la batalla, no se ha doblado el número de tanques: esto sería debido a que enviar más de 140 tanques adicionales a África hubiera supuesto un debilitamiento excesivo de la capacidad de ataque alemana para la gran ofensiva planeada para el sur de la URSS en esa misma época, verano de 1942).

  Otro factor importante es el poder aéreo. En la realidad, uno de los grandes problemas de la improvisación de Rommel en su avance hacia el Delta fue que la Luftwaffe, que había contado incluso con superioridad durante la batalla de Gazala (esto algunos lo discuten: pudo darse superioridad británica), quedó en franca inferioridad al llevarse el frente hasta El Alamein, mucho más al este. Esto se debió sobre todo a que la Luftwaffe no pudo equipar con suficiente rapidez los aeródromos abandonados por el enemigo en su retirada. Este factor importantísimo no habría sido ahora desdeñado, de modo que la Luftwaffe se habría equipado convenientemente a medida que fuese avanzando sus bases gracias a los aeródromos capturados, y hubiera contado con bastante fuerza aún en El Alamein.

  En la realidad, el Rommel que atacó el 1 de julio de 1942 la línea improvisada por Auchinleck en El Alamein apenas contaba con 50 tanques y unos pocos miles de hombres agotados tras más de un mes de batallas continuas. El bravo general británico Auchinleck, que logró controlar el pánico de sus tropas, pudo reunir todavía 150 tanques, más soldados pertrechados (incluidos los neozelandeses y australianos recién llegados desde Siria) en una muy buena posición defensiva y contar con una gran superioridad aérea. En esta historia, sin embargo, Rommel, siguiendo el plan meticulosamente trazado, llega a El Alamein con por lo menos 200 tanques de ataque y decenas de miles de enardecidos guerreros germánicos (que llevan una semana combatiendo, no cinco), y aún con un buen apoyo aéreo. Imposible que no entre en el Delta.

  Igualmente, siendo conservadores, dejamos que, en esta historia, Auchinleck todavía dé una tercera batalla ante El Cairo. Tampoco damos demasiada relevancia a la actitud de los egipcios, claramente antibritánicos, dejamos que escape el acorazado Queen Elizabeth y, en suma, permitimos que buena parte del 8 ejército británico se salve abandonando el Delta por Port Said (aunque las divisiones blindadas británicas 1 y 7 quedarán tan destruidas como en la realidad la 2 blindada fue destruida por Rommel en abril de 1941).

  En total, desde el 1 de junio (comienzo de la persecución desde Gazala) hasta el 14 de junio (conquista de Suez), Rommel recorre en esta historia unos mil kilómetros en catorce días. Como comparación, Montgomery recorrió mil doscientos en diecinueve desde El Alamein hasta Cirenaica (4 de noviembre a 23 de noviembre de 1942), pero se vio frenado no solo por su prudencia, sino también por fuertes lluvias durante algunos días.

  En esta historia, la pérdida de Egipto supone una catástrofe inevitable, pero también lo fue en la realidad la derrota británica en Grecia en abril de 1941 y no por eso Churchill dejó de aceptar el riesgo de combatir allí. Y en Dunkerque los británicos tuvieron pura suerte: una semana de tormentas en el canal lo hubiera arruinado todo al impedir el reembarque urgente de las tropas cercadas. Así pues, ateniéndonos a lo que en realidad sucedió, los británicos a veces se beneficiaban de la suerte y a veces no, rara vez perdían el ánimo y tenían algunos buenos mandos (Auchinleck, desde luego)... pero eso no les hubiese salvado de una ofensiva alemana para capturar Egipto meticulosamente planificada... algo que en la realidad nunca llegó a darse.

  
La ciudad de El Cairo durante la guerra

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