determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 26 de agosto de 2014

34. Japón ataca a Rusia


El 17 de abril de 1944, tras varios meses de cuidadosos preparativos y sin que suponga una sorpresa para nadie, la Marina y Aviación japonesas atacan las posiciones soviéticas en Siberia Oriental. Los objetivos principales son las bases aéreas y los puertos de Vladivostok y Magadan, recién liberados de los hielos por el cambio de estación. Para ejecutar estos ataques los japoneses han tenido que alterar otros planes bélicos contra sus enemigos americanos, británicos y chinos.



  Aunque los japoneses llevan casi dos años encajando derrotas en la guerra del Pacífico (su última victoria relevante habría sido la conquista de las islas Aleutianas, en el verano de 1942, islas que se perderán un año más tarde), aún conservan una fuerza naval abrumadoramente superior al relativamente pequeño contingente ruso de Extremo Oriente y una aviación también capaz de neutralizar la fuerza aérea soviética en este escenario.

  Al mismo tiempo, el general Yamashita, que ha concentrado más de medio millón de hombres en la frontera de Manchuria, emprende una ofensiva terrestre para capturar las ciudades siberianas fronterizas de Vladivostok y Khabarovsk. Contingentes de la infantería naval japonesa atacan otros pequeños enclaves costeros, aparte de los dos puertos principales.




  En este momento, el Ejército Rojo soviético mantiene un millón de hombres en estado de alerta en Siberia Oriental. No son una fuerza numéricamente superior a los atacantes y tampoco se trata de los mejores hombres ni del mejor armamento, pues éste tiene que contener al impresionante ejército alemán en la zona europea. Además, estas tropas tienen que mantenerse dispersas en un territorio enorme. Stalin no puede enviarles más fuerzas y se resigna a que se pierdan algunas posiciones en Siberia Oriental.



  Siete días antes del ataque de las tropas de Yamashita, el grupo de ejércitos alemán de Asia Central al mando del mariscal List (comprende al 1 Panzerarmee y a un ejército turco móvil), después de dos meses de preparación tras la toma de Teherán en febrero, cruza la frontera persa y penetra en el territorio del Turkestán soviético, donde se espera que la población musulmana reciba a los nazis y turcos como libertadores. No logrará conquistar la ciudad fronteriza de Ashgabat (el mariscal List no ha recibido aún suficientes medios para ello), pero contribuirá con su ataque a detraer más recursos del Ejército Rojo en el Lejano Oriente.

  En total, el Ejército Rojo mantiene en este momento, abril de 1944, doce millones de hombres (y mujeres) en armas, lo que incluye Marina, Fuerzas Aéreas y tropas del NKVD de los que tres millones están en el territorio asiático (repartidos entre los que defienden Siberia Oriental de los japoneses, los que defienden Asia Central de los alemanes y otro contingente menor repartido por las largas y remotas fronteras con Tibet, Xinjiang y Afganistán), y otros seis millones defienden el frente europeo (el resto son fuerzas de Aviación, Marina y NKVD, más tropas en adiestramiento y heridos en recuperación). El ejército soviético sigue siendo muy poderoso, sus armas son cada vez más eficaces y sus oficiales están cada vez mejor adiestrados... pero se está ya rascando el fondo del barril en lo que se refiere a efectivos humanos: adolescentes, mujeres, mutilados, ancianos están vistiendo ahora el uniforme de infantería, y en la moral también influye el hecho de la escasez de alimentos. Hasta la caída de Murmansk y Teherán aún llegaban suministros norteamericanos. Con el deshielo, se esperaba reanudar la ruta de Vladivostok. Ahora el cerco es total. El hambre se extiende y hasta el fin del verano no habrá nueva cosecha... Además, se ha perdido el petróleo del Cáucaso.
 
  La ofensiva turco-alemana en Asia Central supone una catástrofe para los aliados desde el punto de vista político, pues implica extender la guerra promusulmana del Eje al centro y sur de Asia. En marzo, el gobierno afgano se ha declarado “no beligerante” y la Liga Musulmana de la India ha realizado su primer intento de rebelión contra los británicos, si bien éste ha sido desarticulado por un rápido despliegue represivo de las fuerzas del Imperio.

  Puesto que poco después de la declaración afgana los japoneses también han atacado la India desde Birmania en su ofensiva en la zona de Imphal, el ataque japonés contra los soviéticos implica una presión adicional casi insoportable sobre las posiciones aliadas en el continente asiático. Y se teme (así lo hacen pensar los datos de Inteligencia que poseen los aliados) que la flota japonesa rehúya el combate ante los cada vez más poderosos americanos en el Pacífico y vuelva a actuar en el Índico, como en abril de 1942, con el fin de contribuir a la derrota aliada en la India, ahora que la rebelión musulmana al oeste coincide con la ofensiva japonesa al este...

   Estas dos ofensivas japonesas han llevado a que el alto mando de Tokio suspenda otra ofensiva posible dentro de China con el fin de desplazar los aeródromos americanos situados en el sur de este país y asegurar la costa sur de China. El mando japonés considera que tal ataque se ha vuelto en parte innecesario, pues con la caída de la India China quedaría completamente aislada, lo que puede forzar al gobierno de Jiang Kai-shek en Chungking a pedir la paz. Se ha considerado, por tanto, que Japón puede dedicar entre medio millón y un millón de hombres (japoneses y de otros pueblos asiáticos) a su ofensiva contra Rusia. Se espera que en junio Hitler ataque Moscú, con lo cual la guerra quedará prácticamente liquidada.

  En el frente africano también siguen dándose éxitos del Eje. El 24 de marzo se cerró el Mar Rojo con la toma de Djibouti, y el 5 de abril el grupo de ejércitos de Marruecos del Eje, que durante diez meses ha mantenido una posición defensiva en los montes Atlas, ha contraatacado contra un enemigo debilitado por la urgente necesidad de los aliados de reforzar la defensa del Golfo Pérsico.

  Las fuerzas del Eje avanzan, pues, en todos los frentes. Y lo hacen porque cada día disponen de más armas, más tropas y más medios de transporte. Para la primavera de 1944 las conquistas económicas del verano de 1942 (el petróleo, el carbón y el trigo del Mar Negro) están comenzando a rendir, por mucho que la administración nazi deje mucho que desear. También ahora la industria militar nazi dispone de mano de obra inagotable del más variopinto origen (esclavos rusos, técnicos italianos o franceses, peones árabes…) y un sistema alimentario suficiente basado en el racionamiento... y en la tolerancia de la opinión pública debido a las claras expectativas de mejora a medida que la victoria definitiva se hace cada vez más próxima.

  Las victorias militares han permitido asimismo liberar gran número de tropas alemanas de funciones de ocupación o de cobertura. Cada vez más los soldados alemanes se convierten en tropa especializada (pilotos, artilleros, tanquistas) mientras los cada vez mejor adiestrados infantes árabes, turcos o españoles los suplen con eficacia en funciones subsidiarias. Incluso en los campos de Ucrania y Bielorrusia son milicianos eslavos colaboracionistas los que se encargan de las sanguinarias tareas de seguridad (lucha antipartisana). Y ahora, por primera vez, Hitler autoriza el despliegue de un ejército de infantería rusa pro-Eje en el frente del Este (dos cuerpos al mando del general renegado Vlasov: uno cosaco y otro de rusos y ucranianos). Esto es consecuencia de que durante la gran batalla "Zitadelle", del verano de 1943, las compañías y batallones de rusos insertados en las divisiones alemanas a la defensiva en la zona del Don demostraran ser fiables. Durante la primavera se planifica lo que será la ofensiva definitiva para el verano de 1944, cuyo objetivo es conquistar Moscú y expulsar a los soviéticos al otro lado del Volga. Para esta operación se hará un último esfuerzo y se reunirá dos millones y medio de soldados alemanes en el frente del Este de Europa, más una cantidad equivalente de soldados no alemanes. Esto exigirá que los aliados de Alemania refuercen a sus contingentes: España y Bulgaria empeñarán sendos pequeños ejércitos de, al menos, cien mil hombres cada uno; casi medio millón de renegados ex soviéticos (en el ejército al mando de Vlasov, más batallones y "legiones" independientes, más los auxiliares), un ejército turco completo, más los rumanos, húngaros, italianos y finlandeses. A Hitler le interesa, desde el punto de vista político, movilizar algunas unidades de voluntarios de entre los prisioneros británicos que hizo Rommel en 1942; cuenta ya, seguro, con un batallón de sudafricanos.

  Los planificadores económicos del Eje, liderados por Albert Speer, juzgan que con la cosecha de 1944 la situación alimentaria mejorará apreciablemente, ya que los campos de Ucrania están cada vez mejor explotados, e incluso hay capacidad económica para producir más fertilizantes y más tractores.

  Todo el poder económico europeo depende de Alemania, de forma que no ha lugar a que las inevitables disputas entre las naciones del Eje resulten en conflictos graves. En cualquier momento Hitler puede cortar el suministro de carbón o petróleo a Francia, Bulgaria o Turquía de modo que el margen de maniobra de los líderes políticos de estas naciones se ve muy limitado por tal circunstancia. De hecho, Hitler hace poco caso de las frecuentes quejas de unos u otros. Sabe que cuenta con partidarios dentro de todas las naciones, que todos lo siguen a él, al victorioso, al conquistador mundial invencible.

  Japón, por ejemplo, es consciente de que vale la pena distraer su flota y su aviación durante unas semanas del frente del Pacífico, donde no hay posibilidades realistas de victoria dada la enormidad del poder aeronaval americano, y dedicar algunos esfuerzos al nuevo enemigo ruso. Japón asume que su salvación no puede ser otra que el vasallaje a Hitler, lo cual implica prestar atención a los intereses estratégicos de Alemania en Asia (ataque a los rusos, apoyo a los musulmanes de la India). Al menos, los japoneses pueden esperanzarse en que geográficamente se encuentran muy lejos de Alemania... Si se convierten en vasallos, la lejanía hará que ese vasallaje resulte poco visible. El honor no quedará muy dañado...

    Los japoneses han calculado que una vez liquidada la defensa soviética en Siberia Oriental, la tropa de Yamashita (japoneses y algunos coreanos y manchúes) emprenderá la conquista de estos territorios, mientras que China dejará muy pronto de ser problema una vez estalle la India, acosada desde el oeste (nazis y musulmanes), desde el este (ofensiva japonesa desde Birmania) y desde el interior (rebelión antibritánica y guerra civil entre las diferentes etnias y facciones). Para contribuir a la caída de la India, los japoneses deciden concentrar lo mejor de su flota en la gran base de Singapur, desde donde podrá interceptar las rutas de abastecimiento aliadas al golfo de Bengala. Este cambio exigirá desguarnecer el Pacífico central, pero los almirantes japoneses saben que rehuir el enfrentamiento con la cada vez más poderosa flota norteamericana del Pacífico les permitirá ganar tiempo. Los americanos todavía están muy lejos de Japón y el límite de tiempo para ellos lo fijan las elecciones presidenciales de noviembre.

  Así que, para Japón, en sus circunstancias de grave peligro por el poder ofensivo americano en el Pacífico, nada interesa más que demostrar a Hitler que pueden ser los mejores colaboradores en la fase final de destrucción del poder soviético. Destruida la URSS y bajo control japonés India y China, los angloamericanos no podrán seguir luchando.

  Durante esta primavera, Hitler tiene que atender a tantos frentes que con frecuencia delega en sus ayudantes la toma de las últimas decisiones. En África Occidental está el mariscal Kesselring  que coordina a los dóciles españoles y marroquíes. En África Oriental se mantiene el buen entendimiento con Mussolini. En el Golfo Pérsico, el mariscal Rommel cumple con la misión de forzar a los angloamericanos a concentrar sus mejores recursos en la defensa, y en Asia Central, el mariscal List, con tropas alemanas y turcas, dispone ya de miles de camiones y abundante combustible para penetrar en las inmensidades del territorio soviético donde se dice que veinte millones de musulmanes están ansiosos por rebelarse contra los rusos. Lo hará ya avanzado el verano, sincronizándose con la esperada ofensiva final nazi en Moscú.

  La guerra puede acabar con la ofensiva de verano contra Moscú cuando lo permitan las condiciones meteorológicas y cuando el ejército del Eje se haya armado lo suficiente. Las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre pesan como espada de Damocles política sobre los enemigos de Hitler. Los nazis saben que Roosevelt (o quien vaya a sustituirle como candidato de su partido a la presidencia) no puede ir a las elecciones prometiendo “sangre, sudor y lágrimas”. Es la debilidad de las democracias.

   En abril, Hitler se reúne en varias ocasiones con su estratega supremo en el Ostfront, el mariscal Manstein. Pero le sorprende la precaución de éste en cuanto al plazo para una finalización victoriosa de la guerra.



  Manstein, el planificador de la conquista de Francia, del Mar Negro y de la victoria en las duras batallas de Stalingrado y de "Zitadelle", explica que, al fin y al cabo, la proliferación de frentes periféricos también perjudica al ejército alemán. Pone como ejemplo de esto el que desde 1943 se han creado siete nuevas divisiones Panzer del Heer (sin contar las de la Waffen-SS) y, de éstas, cinco han ido a África; de las otras dos, la 32 PzD se envió al frente persa y solo una, la 30 PzD, se incorporó al frente ruso para la liquidación de Leningrado. El goteo de divisiones móviles alemanas con destino a los logísticamente complejos frentes periféricos no se ha compensado en el ámbito ofensivo con la desmovilización de las tropas que ocupaban Francia (que ahora se defiende a sí misma) ya que estas divisiones de cobertura son más útiles en el frente estático de la Rusia europea y, sobre todo, debido a que el poder aéreo del Eje sigue siendo deficitario.

  Manstein sostiene que necesita una nueva flota aérea que solo estará efectivamente disponible en julio de 1944, una vez acabe el entrenamiento de los nuevos pilotos que comenzaron a formarse en agosto de 1943 en el Mediterráneo, después de la catástrofe de Hamburgo. Coincidirá con que la industria militar del conjunto de naciones del Eje alcance por entonces la capacidad productiva de siete mil aviones mensuales (cuatro mil alemanes y más de dos mil italianos y franceses, más unos cuantos cientos fabricados en España, Rumanía y Hungría).


                                                   El mariscal von Manstein


  En resumidas cuentas, el mariscal Manstein solicita aplazar la gran ofensiva contra Moscú: los rusos están dispuestos a hacer su último gran sacrificio para salvar la capital, y en tres años los rusos han aprendido mucho en cuanto a producir armamento y adiestrar tropas. Han creado tremendas fortificaciones terrestres en toda la zona del centro de Rusia y lucharán denodadamente. Aún no están vencidos, su ejército sigue siendo tan o más numeroso que el del Eje, y hay que asegurarse de que el golpe de la cuarta ofensiva de verano será el definitivo. Si logran sumar cinco millones -la mitad no alemanes- desde Astrakhan a Arkhangelsk ni aun así tendrán superioridad numérica. Eran tres millones  de alemanes cuando la ofensiva del verano anterior, pero ahora los ejércitos 17 y 1 Panzerarmee tienen otros destinos; el primero, frente a los americanos en el Golfo Pérsico, y el segundo se prepara para la gran ofensiva de Asia Central... allí se enfrentará también a los soviéticos, pero Manstein sabe que estos no presentarán allí tanta resistencia como ante Moscú. La última batalla de Rusia tampoco va a ser fácil.

  Hitler considera que Stalin está dispuesto a rendirse desde que perdió el petróleo del Cáucaso y desde que perdió la ciudad de Leningrado... pero insiste en conservar Moscú, el puerto de Arkhangelsk y Siberia Oriental. Hitler no piensa ceder, pues sin Moscú no podrá proclamar al mundo que ha derrotado a los rusos para siempre. Y quiere que Rusia quede completamente rodeada por un “cinturón sanitario de territorios enemigos para hacer del país eslavo una especie de gran reserva de nativos -siempre según la comparación con el antiguo Far West norteamericano- que una generación siguiente de alemanes nazis sin duda podrá destruir y colonizar. Hitler piensa en el avance inexorable de los angloamericanos hacia el Oeste, primero hasta el Missisipi (el Volga) y después hasta las Rocosas (los Urales).

  Por otra parte, ¿le interesa a Hitler acabar la guerra tan pronto? La opinión pública alemana está, sin duda, muy satisfecha de tantas victorias y se apercibe de una mejora económica (así como de alguna disminución de los bombardeos terroristas angloamericanos sobre sus ciudades), y, si bien el conteo de bajas y el hartazgo del racionamiento hacen mella, aún se pueden aceptar unas cuantas victorias más mientras Hitler lleva a cabo sus últimos planes políticos. Es cierto que las reservas de hombres alemanes movilizables se están acabando (a pesar de la movilización extrema de casi un millón de hombres que se llevó a cabo en el otoño de 1943) pero, por otra parte ¿cuándo va Alemania a tener una oportunidad mejor de implantar su poder en el mundo?

  El Führer tiene previsto nazificar Alemania por completo cuando acabe la guerra. Y eso requiere ciertos preparativos. Piensa mandar al retiro, cargados de medallas, a la mitad de sus generales (Rommel incluido) y que las Waffen-SS se apoderen de las posiciones clave en las fuerzas armadas. Piensa anexionar después las naciones germánicas ocupadas, desde Flandes a Finlandia, así como a unos pocos millones de eslavos colaboracionistas, de modo que el III Reich cuente con ciento veinte millones de habitantes de la raza superior (eran setenta cuando tomó el poder en 1933). Piensa aniquilar el poder de la Iglesia -sobre todo la Católica- y de los industriales. Piensa aniquilar a los judíos en las últimas naciones europeas donde todavía se refugian, como Suiza o Hungría.

    Así que no le vendrían mal unos meses más de guerra para preparar la ejecución de todos estos ajustes. La demora será aceptable, por supuesto, siempre y cuando no falten las victorias periódicas. Ahora bien ¿el Führer querrá fatigarse enfrentando la previsible resistencia a ello por parte de la mayoría de sus asesores, militares y políticos?

  Por lo demás, la ofensiva de Kesselring en Marruecos es una buena noticia. En quince días, el grupo de ejércitos que incluye al 6 Panzerarmee, al ejército español y al marroquí, ha empujado a los angloamericanos del general Clark hasta el desierto frente a las islas Canarias. No ha sido difícil porque el 7 ejército americano y el 1 ejército británico ya fueron despojados de sus mejores divisiones para fortalecer el Golfo Pérsico y porque esta región tiene escaso valor estratégico. 

   Franco le insiste a Hitler en que quiere recuperar las islas Canarias, y los españoles llevan casi un año entrenando tres divisiones de infantería de Marina y una brigada paracaidista para conseguirlo. La recuperación de los aeródromos africanos frente a las islas es el primer paso para esta operación que exige el orgullo español. Tras las zozobras de finales de 1942, con la pérdida de las Canarias, las victorias del Eje a lo largo de 1943 han consolidado el régimen de Franco: han desaparecido las guerrillas, se ha logrado el apoyo activo de un sector del fascismo portugués al nuevo Estado español unificado (el "nacional-sindicalista" portugués Rolao Preto es ahora ministro del gobierno en Madrid), han mejorado las cosechas y la producción industrial en colaboración con Alemania, y, finalmente, las Fuerzas Armadas españolas han alcanzado ya el máximo de su potencial. 

   Una incertidumbre para Franco es la restauración de la monarquía en Francia el 23 de abril que el Caudillo interpreta como un ataque personal: los franceses, que lo odian, desean desestabilizar su régimen alentando a los monárquicos españoles e incluso alemanes. En sintonía con Hitler, y a diferencia del anciano Petain, que ha anunciado que al final de la guerra se retirará de su cargo de Gran Mariscal de Francia (valido todopoderoso del recién entronizado Enrique VI de Francia), Franco no piensa ceder el poder político al joven e inexperto pretendiente a la corona española, y convertirse en un mero valido, primer ministro o jefe del ejército. Por eso necesita que Hitler le respalde y que anteponga la reivindicación española de recuperar las Canarias a conquistar Moscú o Londres.




  Un gran ataque aeronaval del Eje es arriesgado, puesto que es el arma aeronaval la gran baza de los angloamericanos, pero precisamente por eso a Hitler le interesa amedrentar a sus enemigos al mostrarles que pronto podrá también desafiarlos en ese escenario (también sería entonces capaz de invadir Inglaterra). Ya ha cerrado todos los mares cuyas características geográficas lo permitían, desde el Báltico al Mar Rojo: queda comenzar a actuar en los océanos abiertos.

  Eso sí, para asaltar las Canarias, tanto como para conquistar Moscú, hace falta aumentar el poder aéreo. No sería posible hacer nada efectivo hasta el mes de julio.

  Además, Hitler quiere impresionar al enemigo con sus armas secretas, que también estarán disponibles para el verano de 1944.

  En estas condiciones, lo que se le propone ahora de aplazar la gran ofensiva contra Moscú parece aceptable. Desde luego, sería mejor conquistar la capital rusa en julio o en agosto, pero no se pierde mucho tampoco esperando un par de meses más. Si el mariscal Manstein está tan seguro de que necesita más tiempo para reunir más armas, Hitler no le va a meter prisa. Manstein también asegura que la creciente penuria de alimentos en Rusia hace que el tiempo juegue a favor del Eje. Con la toma de Vladivostok por los japoneses se ha cerrado la última ruta por la que los rusos estaban recibiendo miles de toneladas de carne enlatada norteamericana.

  El 27 de abril de 1944, la infantería de marina japonesa conquista Magadan, el puerto de la región penitenciaria del Kolymá. La inevitable rebelión de los prisioneros y desterrados del Gulag soviético le da de inmediato a los japoneses no solo el control territorial, sino la capacidad de formar unidades de infantería rusa colaboracionista; en el momento en que una brigada de infantería de Marina japonesa conquista toda la región penitenciaria (apenas defendida por los hombres del NKVD y débiles milicias) hay, entre presos y desterrados, unos cien mil antisoviéticos que ahora acceden a una libertad relativa: de ellos los japoneses calculan que pueden obtener un par de divisiones de infantería a medio plazo. No olvidan tampoco restaurar el "hogar cosaco" en la región del Amur; para ello cuentan con la asistencia de cosacos anteriormente refugiados en China, liderados por Grigory Semyonov, el sucesor del almirante Kolchak y líder de los cosacos siberianos. Semyonov, un feroz antisemita pero con ascendencia asiática, tratará de negociar a la vez con nazis y japoneses para crear un estado independiente en Siberia Oriental.



  Una semana antes del ataque japonés, Roosevelt, en una alocución por radio, ha insinuado que no descarta una paz negociada, de modo que Hitler sabe que los angloamericanos solo necesitan un empujoncito para ceder en todo, incluso sin necesidad de que Manstein tome Moscú. Hermann Goering y el almirante Raeder le aseguran a Hitler que la nueva fuerza aeronaval del Eje será capaz de tomar las islas Canarias. En consecuencia, se autoriza a la Marina alemana para que emprenda la ya de por sí atrevida acción de trasladar los dos mayores buques capitales de la Kriegsmarine, el acorazado “Tirpitz” y el recientemente puesto en servicio portaaviones “Graf Zeppelin”, desde el Mar del Norte al Mediterráneo. No se olvida Hitler de lo sucedido con el “Bismarck” tres años atrás, y no se olvida Hitler de que la flota británica es, tres años más tarde. todavía más poderosa de lo que lo era entonces, pero el almirante Raeder le asegura que la operación está perfectamente calculada, sobre todo en lo que se refiere al uso del radar.

  Ciertamente, después de la conquista de Murmansk, la flota alemana en el Mar del Norte no tiene apenas nada que hacer allí. Si los dos buques capitales nazis, junto con una escolta de navíos de guerra menores, logra unirse al resto de la variopinta flota combinada del Eje que se agolpa en la salida occidental del Mediterráneo (y que incluye dos acorazados modernos alemanes, tres italianos y dos franceses), podrá amedrentar definitivamente a las potencias angloamericanas “oceánicas”, demostrándoles que ni siquiera en el Atlántico pueden sentirse seguros.

  Un nuevo éxito germano-japonés es el enlace aéreo efectivo entre Berlín y Tokio. Tras el ataque japonés a Siberia, el primer grupo de aviones de transporte alemanes cubre la larguísima y difícil ruta aérea. Como resultado de una complicada planificación, el 20 de mayo despegan de Berlín, aterrizando en Kiev el día 21. El 25 están en Teherán, desde donde vuelan a Kabul, adonde llegan el día 27 de mayo, mientras en la India ha estallado la rebelión musulmana. El 29, aviones alemanes Ju-290 logran aterrizar en el recientemente construido aeródromo de Lhasa, la capital del Tibet, a 3500 metros de altura. El 2 de junio de 1944, escoltados por cazas japoneses, aterrizan en Beijing dos de los aviones. El 4 de junio lo harán en Tokio para alborozo general de la población japonesa. Aparte de regalos protocolarios, llevan a bordo personal diplomático y técnico. Estos vuelos ya no cesarán hasta el fin de la guerra, pero una vez finalice la lucha en la India y los nazis conquisten posiciones en el Asia Central ex-soviética podrán hacerlo mediante rutas más seguras (por Asia Central y por Birmania). En realidad, habían comenzado antes, ya en marzo, pues la distancia de Kabul a Beijing (poco más de 4.000 kilómetros) es salvable, pero trayectos tan prolongados permitían transportar poca carga útil y estaban muy expuestos a la intercepción de la aviación soviética. Repostando en Lhasa, ahora cuentan con una auténtica ruta comercial, aunque todavía difícil y limitada.

  La del Tibet no ha sido la primera gran travesía de la aviación del Eje para conectar Europa y Extremo Oriente. Los primeros fueron los italianos en julio de 1942, en su gran vuelo desde Ucrania hasta Mongolia sobre territorio enemigo soviético, una gran proeza técnica pero que no permitió establecer una ruta viable para posteriores vuelos. Los alemanes, por su parte, tras la toma de Murmansk en octubre de 1943 comienzan a planear algo más práctico con vuelos por la zona polar. El resultado de la gran batalla del Golfo Pérsico da prioridad a la operación. Alemania ha decidido poner en marcha su fuerza aeronaval y requiere instructores de aviación japoneses para los nuevos portaaviones del Eje. Dos Ju-290 despegarán de Murmansk el 6 de enero de 1944 y el día siguiente aterrizarán en Harbin (Manchuria) tras un arriesgado viaje de 5500 kilómetros atravesando la Siberia soviética. En el vuelo de regreso, logran dejar en Europa el 16 de enero a Mitsuo Fuchida y otros siete militares y técnicos japoneses. Fuchida fue el comandante del grupo aéreo del ataque a Pearl Harbour. Su llegada a Berlin unos días después -21 de enero- es objeto de un gran despliegue propagandístico, aunque se pretende hacer creer que ha llegado por vía marítima: la ruta sobrevolando la Siberia soviética es demasiado peligrosa y excepcional para que se hable de ella. Muy diferente será el tratamiento que se dará a los vuelos a través del Tibet. En abril también se volará desde Kabul a Singapur sobrevolando la India. Estos vuelos permitirán que alemanes e italianos obtengan el asesoramiento necesario por parte de Japón para sus nuevas empresas aeronavales contra los aliados, así como otros intercambios de tipo estratégico.

Ooo

  En la realidad, el 17 de abril de 1944 los japoneses, en lugar de atacar Siberia Oriental, lo que hicieron fue desencadenar la ofensiva "Ichi-go" contra el sudeste de China. El objetivo de esta ofensiva era desalojar a los norteamericanos de unos aeródromos desde los que era posible atacar Japón y conectar los territorios chinos ocupados por los japoneses al norte con el dominio japonés en Indochina. El ejército nacionalista chino apenas pudo oponer resistencia y el medio millón de soldados japoneses implicados en la ofensiva obtuvo una victoria. Una victoria que, por supuesto, en nada cambió el curso de la guerra, pues ésta la decidía el poder aeronaval, donde los norteamericanos, con una industria militar diez veces más poderosa que la japonesa, siempre tendrían ventaja. Por otra parte, los aliados mantuvieron, desde la India, la conexión aérea con la China nacionalista, de modo que, aunque derrotados por la ofensiva japonesa en las regiones atacadas, las fuerzas chinas no quedaron aisladas y mantuvieron la moral.

  En esta historia, como se ha explicado, China ya no es una grave preocupación para los japoneses: consideran que los chinos no pueden resistir sin suministros aliados, y que estos suministros solo pueden llegar desde la India, que ha estallado en guerra civil, pero si bien Formosa se encontraba en poder de los japoneses y en ella había grandes instalaciones militares, el enorme poder aeronaval norteamericano hacía perfectamente viable su ocupación en un futuro próximo, lo que cambiaría por completo la situación para China: con los aliados en Formosa, el gobierno de Chiang contaría con una vía de suministros mucho mejor que la de la India, de modo que los chinos, en el mismo momento que ven que se les cierra la puerta de la India, aún conservan la esperanza de que los avances norteamericanos por el Pacífico Central permitirán que se abra la de Formosa. 

  Porque lo que estaría claro para los dirigentes políticos de esta historia alternativa sería que, con los alemanes asomando ya por la frontera oeste de la India (toma de Teherán en febrero) y los japoneses desencadenando su ofensiva en la frontera este (comienzo de la batalla de Imphal, en marzo de 1944, tanto en la realidad como en esta historia), la India británica tendría los días contados. Con la experiencia de la deserción del 80 % de los prisioneros indios tomados por los japoneses en Singapur, nadie en Inglaterra puede hacerse ilusiones con respecto a la lealtad del ejército indio a su Rey Emperador británico.

  Sabemos que Japón había propuesto a Alemania una ofensiva conjunta contra los soviéticos en la primavera de 1941 (según el punto de vista del ministro de Exteriores japonés Matsuoka, que tuvo que dimitir al ver rechazada su iniciativa), pero en lugar de eso acabaron firmando un tratado de cooperación con los soviéticos y decidieron atacar a los angloamericanos. ¿Hubiera sido derrotada la URSS de haber atacado juntos alemanes y japoneses en 1941? Es difícil de decir, pero, en cualquier caso, los japoneses pensaban que Hitler, de todas maneras, ganaría su guerra rusa solo, y mientras tanto ellos aprovecharían para hacerse con el dominio de Asia Oriental y del Pacífico.

  Mientras duró la terrible guerra ruso-alemana, los japoneses se cuidaron mucho de no irritar a los soviéticos. Es sorprendente que los buques mercantes norteamericanos (aunque vendidos a los soviéticos) cargados de suministros (no bélicos, pero de altísimo valor económico) pasaran ante las costas de Japón camino de los puertos siberianos sin que la Marina japonesa los molestara.

  En la realidad, para abril de 1944, la guerra ya estaba perdida para los alemanes… y también para los japoneses, aunque resultase muy difícil que las máximas autoridades del Japón lo reconociesen incluso en privado. La mejor salida para los japoneses -–la única- era llegar a un acuerdo con los soviéticos para que mediasen en una paz negociada. La bomba atómica hizo imposible esa mínima oportunidad.

  En esta historia, para abril de 1944 no solo los rusos ya están prácticamente derrotados y queda claro que los angloamericanos no pueden ganar a los nazis, sino que los alemanes están penetrando en el enorme continente asiático, siempre contando con el entusiasmo de los nacionalistas musulmanes, en Arabia, en Persia, en Asia Central o en la misma India. Para Japón, por tanto, es vital acabar la guerra cuanto antes con la ayuda de los alemanes. El poder aeronaval norteamericano se hace cada vez más opresivo y el avance alemán hacia el Este por sus propios medios puede hacer incluso que para Hitler la cooperación japonesa acabe siendo irrelevante.

  El Ejército Rojo contaba en abril de 1944 con más de seis millones de hombres (y mujeres) para enfrentarse a los nazis en Europa. Siendo, como siempre, conservadores, en esta historia mantenemos esa cantidad puesto que los soviéticos podrían beneficiarse de la movilización final de todas sus reservas. Podría haber sido mucho menos de seis millones, sobre todo si tenemos en cuenta que en la realidad, a lo largo de 1943 y 1944 los rusos enrolaron a cientos de miles de hombres en los territorios occidentales de su país a medida que estos iban siendo liberados en sus grandes contraofensivas (340.000 solo entre marzo y mayo de 1944). Ahora, por el contrario, el territorio donde podrían reclutar soldados y obreros se reduce gradualmente y, además, los soviéticos se encontrarían con el problema de que con el porcentaje de varones en condiciones para la guerra de entre el total de los veinte millones de musulmanes de Asia Central ya no se iba a poder contar para casi nada. Aunque, en teoría, la capacidad de reclutamiento soviética en 1944 cuadriplicaba a la de los alemanes (hacia 1926 se había producido un notable incremento de la natalidad en la Unión Soviética, lo que dio lugar a que 2.200.000 jóvenes varones rusos cumpliesen 18 años en 1944) la pérdida de territorio y la cada vez menor fiabilidad de los musulmanes acabaría con las reservas soviéticas. Y, de hecho, sin una considerable suma de recursos femeninos les habría sido imposible afrontar la última batalla ante Moscú. Sabemos que a finales de 1942 llegaron a formarse regimientos completos de infantería femenina que no parece que llegaran a entrar en combate. En esta historia no hubiesen tenido más remedio que hacerlo. Otra medida previsible que habrían tomado los estrategas de la Stavka hubiera sido el mantener una posición defensiva durante el invierno 1943-44, ahorrándose así bajas, ya que la proporción habitual de cuatro bajas propias por cada una del enemigo (o cinco, según algunos) les habría llevado al agotamiento. Por otra parte, el factor moral no se podrá obviar por estas fechas.

 Los alemanes, por su parte, casi igualarían en número a la tropa soviética sin necesidad de superar los dos millones y medio de hombres (en la realidad eran unos dos millones en 1944). Los otros dos millones y medio serían tropas del Eje no alemanas (en la realidad, estas tropas no llegaban a un millón en 1944).

  También ha de tenerse en cuenta la cuestión alimentaria. Algunas cifras hablan de que un 25 % de los alimentos consumidos en Rusia durante la guerra procedían de los suministros del "Lend and Lease" norteamericano.

   Sin embargo, no hemos de infravalorar nunca el ánimo de resistencia ruso. Por encima de todo, los rusos no pueden hacerse ilusiones acerca de su destino si se rinden. Y Hitler nunca iba a renunciar a Moscú, aunque tal vez sí a los Urales, que algunos textos consideran una meta nazi de conquista hacia Oriente.

  Un millón de hombres, por los datos que poseemos, es el máximo que los rusos podían mantener en Siberia Oriental para hacer frente a la amenaza japonesa. Y serían siempre peores soldados que los del frente occidental, y peor equipados. Más la amenaza de que se rebelasen en cualquier momento los cientos de miles de esclavos del Gulag (sobre todo en la zona de Kolymá, totalmente aislada excepto por el puerto de Magadán... que hubiera caído fácilmente en poder de los japoneses). Con todo, el armamento pesado soviético era mucho mejor que el japonés, lo que permitiría una resistencia rusa más eficaz cuando menos en el medio terrestre.

  El general Yamashita, el conquistador de Singapur, después de su hazaña pareció caer en desgracia y fue destinado a un frente sin actividad, como era el de Manchuria. En la realidad, en 1944 fue enviado a defender las Filipinas, pero en esta historia se encuentra aún en Manchuria cuando se pone en marcha la ofensiva contra los rusos. Una ofensiva que, recordemos, se hace con buena parte de los recursos que en la realidad se utilizaron para la ofensiva Ichigo en el sudeste de China.

miércoles, 20 de agosto de 2014

33. Primeros contactos Roosevelt-Hitler

  La derrota aliada en Teherán no sorprende a un Roosevelt cada vez más pesimista. La confirmación de la noticia de la entrada de las tropas del mariscal List en la capital de Persia le llega el 21 de febrero de 1944 por la mañana. Ese mismo día por la tarde se reúne con el general Marshall y el secretario de la Guerra Stimson. No se puede seguir esperando más. El olfato político le dice al Presidente de los Estados Unidos que la opinión pública pronto va a reaccionar a los continuos reveses y al claro patrón que muestran los cambios en los mapas militares que se publican en los periódicos norteamericanos cada día.

                      Henry Stimson, Secretario de la Guerra de los Estados Unidos en 1944

  El Presidente de los Estados Unidos lleva semanas dándole vueltas a la salida de la guerra, especialmente después del memorándum del mes anterior redactado por el general Marshall. La hasta cierto punto esperada derrota en Teherán es el punto de no retorno. El Presidente ya tiene una idea de los pasos que tiene que dar.

  Ante todo, serán solo ellos tres, el Presidente, el jefe del Estado Mayor del Ejército y el Secretario de la Guerra (miembro del Partido Republicano), los que tomarán las decisiones. Después de tomarlas, se consultará con el resto de autoridades (incluidos los otros tres miembros de la Junta de Jefes de Estado Mayor: el general Arnold y los almirantes Leahy y King), pero es preciso que este triunvirato secreto (Roosevelt, Marshall y Stimson) se muestre activo y al nivel más riguroso de confidencialidad.

  Pronto descubren que los tres están de acuerdo en todo. Roosevelt expone su plan, y éste es aceptado de inmediato. Ahora hay que trabajar en él.

   Queda descartada la propuesta de Stalin de la “conexión ártica”, el desencadenar en la primavera de 1944 una campaña militar ruso-norteamericana para conquistar las islas del norte de Japón y mantener así una comunicación directa entre Estados Unidos, China y la Unión Soviética. Para los norteamericanos, sería una carnicería sin garantías de éxito: los japoneses aún son militarmente fuertes y los nazis avanzan demasiado deprisa hacia el Este. No se puede asumir semejante riesgo. Lo mismo en relación a la alternativa de lanzar cuanto antes la operación de conquista de Formosa para enlazar con los chinos en Fujian: más arriesgado todavía, puesto que ni siquiera se han conquistado las islas Marianas.

  Ahora bien: mientras sea posible, hay que hacer creer a los rusos que la opción "ártica" sigue abierta, ya que cada semana de esfuerzo bélico soviético que se gane es vital para los intereses de los Estados Unidos. Eso quiere decir que habrá que hacer algunos preparativos creíbles en ese sentido… aunque estos han de ser lo menos costosos posible, puesto que no son recursos lo que sobra en este momento. Roosevelt propone enviar al Vicepresidente Henry Wallace a Siberia por el Ártico en visita oficial. Wallace es partidario ferviente de la conexión ártica, y el Presidente sabe que no habrá forma alguna de convencerle de que esa estrategia es inviable. Enviándolo a Rusia hará creer a los soviéticos que Estados Unidos va a aceptar la propuesta de Stalin de atacar a los japoneses por el norte del Pacífico en cuanto llegue el buen tiempo.

   Henry Wallace no es el único hombre poderoso de los Estados Unidos que cree que una estrecha alianza entre rusos, chinos y norteamericanos aún puede hacer que los aliados ganen la guerra, y en pleno año electoral, el Presidente sabe también que no puede arriesgarse a tan graves disensiones dentro de su gabinete. Por tanto, ha de moverse rápido y con audacia a fin de poner a los probables discrepantes frente a los hechos consumados antes de que puedan reaccionar, y al mismo tiempo ha de obtener nuevos aliados políticos que le ayuden a dar los primeros y peligrosos pasos en una negociación con el enemigo. Expone esta necesidad claramente a los otros dos triunviros. No solo Wallace, sino también algunos otros de sus mejores aliados y asesores, como Harry Hopkins o Bernard Baruch, van a sentirse completamente traicionados. Necesitan una estructura alternativa de hombres fuertes y entusiastas para afrontar el nuevo periodo político.

  Stimson y Marshall dudan unos segundos y enseguida comprenden que Roosevelt piensa en Joseph Kennedy. El hijo de puta tuvo razón en 1939, eso es todo. Y ya lleva unos cuantos meses actuando más o menos por su cuenta.

  En cualquier caso, tomada la decisión de no aceptar la conexión ártica, lo que queda es alcanzar el mejor acuerdo posible con los nazis para ganar la guerra a Japón. Hay que ganar a Japón de la forma más contundente posible. La frustración de perder (“empatar”) la guerra contra Alemania debe ser compensada de alguna manera por la victoria sobre Japón. Así pues, Roosevelt también acepta la propuesta de Marshall en su memorándum del mes de enero a este respecto.

  Nadie puede esperar que Hitler acepte la rendición incondicional de Japón, pero Japón debe ser derrotado de forma inequívoca, perder todas sus posesiones coloniales, ver su Marina eliminada, su ejército reducido y forzado a pagar reparaciones. Japón tiene que pedir la paz un poco como Alemania lo hizo en 1918. Conseguir eso ya sería un gran éxito y permitiría a los Estados Unidos salvar la cara antes de que la masa de las tropas alemanas (¡y la aviación!) que aún combaten a los rusos puedan terminar con ese frente y lanzarse entonces sobre el grupo de ejércitos angloamericano en el Golfo Pérsico.

   A cambio de su resistencia, Rusia sobrevivirá, con Moscú o sin Moscú. Estados Unidos mantendrá la conexión con Siberia Oriental, sin que un neutralizado Japón pueda impedirlo, y abastecerá a los derrotados rusos con alimentos, armas y tecnología a fin de que puedan seguir representando algo en el mundo y no se vean condenados a una suerte por el estilo de la sufrida por los polacos. De esa forma, Norteamérica podrá seguir jugando un papel de importancia en el mundo, incluido el continente euroasiático.

  Stimson, que parece escéptico de que se pueda obtener tanto, sugiere que cuanto antes debe contarse con datos aproximados de cuáles van a ser las propuestas de Hitler. El espionaje informa de que rusos y alemanes ya mantienen algunos contactos en Estocolmo (y también se sabe que hasta el momento Hitler se muestra inflexible con los rusos: deben abandonar Moscú y retirarse al este del Volga). Stimson especula, vagamente, que Dublín podría ser el lugar indicado para comenzar las negociaciones. Al fin y al cabo, Kennedy ha hecho allí contactos previos a nivel privado (aunque con el tolerante consentimiento de Washington).

  Roosevelt piensa que, aparte de las victorias que se están obteniendo en el Pacífico, conquistando islas cada vez un poco más próximas a Japón, hace falta también conseguir alguna victoria militar contra Alemania que refuerce la posición negociadora. Los bombardeos aéreos de las ciudades alemanas son, de momento, lo único que se tiene… y están resultando demasiado costosos, sobre todo a medida que los franceses e italianos desarrollan sus cazas modernos que, sumados a los alemanes, cada vez interceptan más bombarderos aliados.

   Además, hace falta desplegar el poder aéreo en los frentes periféricos, donde la superioridad aérea aliada es el factor decisivo que ha permitido mantener las posiciones en el Golfo Pérsico, todo lo cual está, a su vez, debilitando la ofensiva aliada de bombardeo sobre Europa. De hecho, durante el mes de febrero no ha habido ningún bombardeo masivo contra las ciudades alemanas. El último fue un mes atrás, cuando los británicos lanzaron más de dos mil toneladas de bombas sobre Berlín en un solo día. Pero los informes alertan de que el paso del tiempo beneficia a la aviación del Eje, que está en plena campaña de relanzamiento industrial gracias a los recursos de materias primas del Mar Negro que ya están entrando en la fase de plena explotación. Los aliados saben que los del Eje cada vez producen más aviones y entrenan más pilotos. Y no se descarta que realicen algún avance temible en tecnología militar.

  Por lo tanto, no se puede alcanzar la utópica meta planteada por la aviación británica de una victoria solo gracias a los bombardeos aéreos. Si hay que obtener una victoria sobre los nazis, no será de ese tipo. El Presidente le pasa la papeleta al general Marshall. Conseguir una victoria, ¿dónde, y cuándo? El general responde que todavía no tienen una propuesta exacta, pero que se trabaja en ello.

  Marshall añade, en el contexto del frío "juego de la verdad" que desarrollan estos tres hombres maduros en la privacidad más absoluta, que algunos cálculos sugieren que Hitler no tendría por qué pedir la paz. ¿Por qué no va a continuar la guerra en 1945? El transcurso del tiempo le favorece con la potenciación de la industria europea de guerra. Si aniquila a los rusos ni siquiera el obstáculo de los océanos podría detenerle. Puede invadir Inglaterra, puede cruzar el estrecho de Bering en verano desde las antiguas posiciones soviéticas en Siberia Oriental y aparecer en Alaska...

    En otro orden de cosas, es aún demasiado pronto para mandar mensajes al pueblo norteamericano acerca de una paz negociada. De momento, el discurso debe seguir siendo el de luchar por la victoria. Dependiendo de cómo vayan las cosas, hacia el verano podría comenzarse una campaña de propaganda política más realista. Pero eso habrá que hacerlo a partir de una información más sólida, y tras pactar una red de apoyos en la sociedad civil.

  Los tres hombres se separan esa noche con gesto grave.  Habrán de volver a reunirse con regularidad, pero el primer paso ya ha sido dado.

  El día 25 de febrero, Roosevelt acuerda con Wallace que éste realice una visita a Siberia Oriental. Sin embargo, le advierte de que la decisión de establecer la “conexión ártica” aún no ha sido tomada. No debe dar a los rusos una idea errónea. La decisión se tomará en marzo y dependerá de los últimos estudios estratégicos. Para Henry Wallace, antinazi acérrimo, esto es suficiente. Lo mismo se comunicará a Churchill que, pese a su odio al comunismo, también es partidario de la conexión ártica. Roosevelt, de hecho, ya no puede confiar más en el primer ministro británico de lo que confía en su Vicepresidente. Es preciso que también en Londres se muevan algunos peones norteamericanos para hacer contactos políticos con británicos influyentes partidarios de una paz negociada. De nuevo Joseph Kennedy puede ser importante para esto por su pasada experiencia como embajador estadounidense en Londres.

            El Vicepresidente de los Estados Unidos, Henry Wallace, visita Siberia en 1944

  Dos días después de enviar a su Vicepresidente a visitar Siberia, Roosevelt lee el artículo en la prensa publicado por el general Mc Arthur: éste declara que nada aparte de la rendición incondicional de Japón sería aceptable para el pueblo norteamericano. No ha mencionado para nada a los nazis y, muy al contrario, ha insinuado que se está cometiendo un error al enviar tantos recursos a luchar contra ellos y no al frente del Pacífico. Con esto, Roosevelt ya sabe a qué atenerse: Mc Arthur, el general más prestigioso, también quiere la paz negociada con los nazis y pagará lo que sea a cambio de una derrota total japonesa. Por otra parte, Mc Arthur tiene ambiciones políticas. Es probable que pretenda enfrentársele en las elecciones de noviembre como candidato del Partido Republicano.

    Finalmente, el 29 de febrero de 1944, Roosevelt recibe de nuevo a Joseph Kennedy en secreto. El ex embajador se muestra contenido cuando descubre que ha ganado. Se pone a disposición del Presidente para hacer lo que sea, a nivel extraoficial, a fin de avanzar hacia una salida de Estados Unidos de la guerra. Pero ya ambiciona que Roosevelt haga dimitir a Wallace y lo nombre a él Vicepresidente en su lugar.

  De momento, es vital que nadie sepa que los movimientos de los agentes de Joseph Kennedy están ahora coordinados con el Presidente. Si alguien descubre algo, debe pensarse que se trata solo de la iniciativa personal del ex embajador.

  Kennedy le explica al Presidente que va a actuar en varios frentes. Por un lado, tratará de asegurarse un sólido bloque de apoyo popular entre los irlando-norteamericanos, por otro, moverá sus influencias en los medios de comunicación para la campaña pacifista (incluyendo el mundo del cine, peligrosamente dominado por judíos). Y, por supuesto, actuará en Londres, donde conoce a mucha gente y ya sabe con quiénes contactar. Kennedy está bien informado de que a Churchill no le faltan enemigos dentro del mismo Partido Conservador. Pero la tarea más urgente es abrir una vía de negociación extraoficial con el III Reich.

   Tras su decisiva entrevista secreta con el Presidente, Kennedy se dirige inmediatamente a Boston, donde le espera, entre otros, su hijo John, recién llegado del Pacífico, donde ha sobrevivido al hundimiento de la lancha armada que comandaba en las islas Salomon.

  Padre e hijo no están de acuerdo en todo, pero el joven oficial de la Marina ya está sobradamente informado de que ganar la guerra es imposible. No conoce, por cierto, la oferta de Stalin de hacer la conexión ártica, su padre no lo informa de ello. Y ninguno de los dos sabe nada del proyecto del arma atómica.

  Tras unos días esperando los movimientos de los agentes de Kennedy en Irlanda, el 12 de marzo de 1944 John sale en avión a Dublín.

  Por esos días los japoneses han desencadenado una ofensiva contra el este de la India desde Birmania, que todos interpretan relacionada con la victoria nazi en Persia. Se trata de un peligrosísimo movimiento de cerco a todo el subcontinente indio. Los británicos también han descubierto a tiempo la traición de la Liga Musulmana de la India, anteriormente del lado de los aliados, pero que tras la toma de Teherán por los nazis parece haberse pasado al Eje. Planeaban una sublevación del ejército indio para crear un estado musulmán con el apoyo de Hitler. Los británicos han reaccionado rápido y han neutralizado el golpe, pero eso solo permite ganar algo de tiempo.

   La ofensiva japonesa complica más aún la situación en la India. A eso se suman los efectos de una terrible hambruna en la zona de Bengala. Si la India estalla, primero se perderán varias divisiones de fusileros que combaten a los alemanes en el Golfo y en África, y después se perderá toda posibilidad de enviar suministros a China, lo cual favorecerá la inminente ofensiva japonesa contra los rusos. Y si los rusos sucumben en una ofensiva de verano coordinada entre los alemanes (cuyo objetivo ya solo puede ser Moscú) y los japoneses (que habrían liquidado ya los frentes indio y chino), entonces lo que quede de Rusia (gobernada por Stalin o por otro cualquiera) pondrá su ferrocarril transiberiano a disposición de Hitler… con lo cual Japón nunca podrá ser derrotado e incluso Alaska puede verse amenazada.

  El día 13 de marzo, John Kennedy se encuentra con su hermano Joseph Junior en Dublin. Joseph también ha dejado sus tareas en las fuerzas aéreas británicas para apoyar la empresa de su padre. Trae información directa de cuál es el estado de opinión en Gran Bretaña: también allí está notándose el hartazgo de la población. La buena época de los grandes bombardeos aéreos contra las ciudades alemanas y francesas parece estar acabando, dado el paulatino incremento de la efectividad de la acción antiaérea enemiga. La prensa no lo dice, pero Joseph Kennedy junior tiene sus buenas fuentes de información en la RAF. Se mantiene la superioridad aérea, pero los costes aumentan y la efectividad no mejora.

  Joseph Junior también se ha entrevistado con algunos jóvenes políticos británicos de segunda fila pero situados en puestos influyentes. El golpe contra Churchill es viable, y podrá salir del mismo Partido Conservador británico. Incluso hay gente entre los laboristas que apoyaría la paz. Lo más prometedor en este sentido es la actitud de los generales (no de los almirantes). Algunos mantienen contacto con diversos círculos de extrema derecha británicos que son directamente admiradores del nazismo.

  Los dos hermanos tienen mucho que hacer en Dublin. Lo primero es entrevistarse con el primer ministro irlandés Eamon De Valera. Lo harán discretamente el día 15 de marzo. Del frente bélico llegan ese día noticias de que algunas unidades móviles alemanas han alcanzado la frontera de Afganistán: eso contribuye a hacer pensar que la India musulmana puede rebelarse y perderse de un momento a otro. Además, hay una nueva ofensiva germano-italiana en el Mar Rojo. Todo son avances enemigos, excepto en el frente del Pacífico.

  De Valera transmite a los dos jóvenes norteamericanos de origen irlandés que está dispuesto a convertirse en el mediador de un acuerdo mundial de paz. Pero también deja ver que la república de Irlanda quiere un pago a cambio de este servicio: la reunificación del territorio nacional con la salida de los británicos del norte de la isla. No pregunta a los dos jóvenes si su misión es oficial. No hace falta, dadas las circunstancias que cualquier ciudadano del mundo puede conocer por las noticias del conflicto bélico que se publican en los periódicos, por muy censurados que estén estos. El mandatario irlandés expresa su odio a Churchill, el belicista que, según él, dio lugar a todo el desastre e incluso deja ver algo de admiración por la fuerza de voluntad de Hitler.

  Es por la mañana del día 17 de marzo cuando los hermanos Kennedy tienen un discreto encuentro con un hombre que se identifica como “Alfred”. Alfred es un alemán de la embajada en Dublín y tiene capacidad no para negociar, pero sí para comunicar la posición del III Reich con vistas a finalizar la guerra. Ese día el mundo entero conoce la noticia de la independencia de la India. En teoría, el Estado más poblado del mundo ha declarado la guerra al Eje. Pero eso no parece asustar nada a los nazis, que saben que la nación que acaba de declarar su independencia se halla amenazada por una inminente guerra civil.

  La conversación con Alfred ocupa largas horas de la mañana hasta el mediodía del día 17 de marzo.

  En las notas que toman los dos hermanos se reflejan las propuestas nazis:

  -Rusia debe replegarse al este del Volga, renunciar a todos los territorios musulmanes y ceder Siberia Oriental a Japón, de modo que todo el territorio ruso independiente que quede (a modo de gran “Reserva India”, por el estilo de la que había en el oeste norteamericano el siglo anterior) esté rodeado de un “cordón sanitario” formado en su mayoría por estados títeres musulmanes de Asia Central, fieles al Eje. Por supuesto, la nueva Rusia (la “Reserva”) que firme la paz con Alemania no será comunista y en ella no habrá judíos. Tampoco contará con ningún puerto de mar que le permita comerciar con nadie que no sea del entorno del III Reich. Sin embargo, se recuerda a los norteamericanos que el proyecto nazi inicial en el Este incluía una frontera en los Urales, de modo que el nuevo límite más a Occidente se puede considerar una generosa concesión. También se permitirá la llegada de alimentos americanos a Rusia, pero no armas ni tecnología. Puede habilitarse para ello el puerto de Arkhangelsk, siempre bajo supervisión alemana.

  -Japón aceptará la retirada del centro del Pacífico y de Filipinas (en el sur de Filipinas se creará un estado islámico). En China ha de crearse un gobierno amigo de Japón. Estados Unidos podrá mantener algunos puntos de influencia en Asia, pero todos los pueblos musulmanes de Asia estarán bajo la protección del III Reich (lo cual incluye Indonesia).

  -Gran Bretaña será despojada de todas sus colonias, excepto de algunas islas. También Irlanda del Norte debe ser cedida a la República de Irlanda. Churchill debe abandonar Europa y el rey Eduardo será repuesto. No se le exigirá a los británicos pagar reparaciones de guerra si entregan su flota a Alemania.

  -África será repartida según lo acordado en Barcelona en diciembre de 1942 entre las potencias del Eje. Las islas Canarias y las islas portuguesas deben ser devueltas a España.

  -Alemania se compromete a no inmiscuirse en los asuntos del continente americano. Pero Estados Unidos debe permitir que los ciudadanos americanos de origen ario que lo deseen emigren a Europa para participar en los proyectos de repoblación en el Este de la Gran Alemania.

  -Finalmente, Alemania estaría dispuesta a firmar la paz de inmediato. No desea que se prolonguen las hostilidades innecesariamente. Está dispuesta a perdonar los horrores de los bombardeos terroristas sobre las ciudades alemanas siempre y cuando América no importune acerca de lo que suceda en Europa en cuanto a mantenimiento del orden público. Hitler desea una buena relación con los Estados Unidos y también con Gran Bretaña… una vez que de Gran Bretaña desaparezcan Churchill y el actual rey.

  Alfred se despide con una sonrisa de los dos jóvenes estadounidenses, aunque sin estrecharles la mano. Espera una respuesta por parte de la administración Roosevelt.

  Al día siguiente, el 18 de marzo, Joseph Kennedy publica su artículo en la prensa americana acerca de la “Paz con Honor”.

                    La expresión "Paz con Honor" ya era conocida en los Estados Unidos

  Roosevelt ha recibido una copia previa del texto y da su aprobación. En su artículo, Joseph Kennedy alaba la administración de Roosevelt, la bravura de la tropa norteamericana y señala los enormes medios industriales de los Estados Unidos, medios que el enemigo jamás igualará. Enfatiza que la guerra la inició Japón y que Japón pagará por ello. Pero después pasa a subrayar la importancia de la paz, de poner fin al sufrimiento y de alcanzar un acuerdo que no menoscabe el honor de los Estados Unidos. Y que se equivoca el que piense que los norteamericanos no harán sacrificios dramáticos antes que aceptar cualquier solución negociada que no reconozca a Norteamérica su lugar en el mundo como potencia política y guía moral.

  Seis días después, el 24 de marzo de 1944, las fuerzas del Eje toman Djibouti y cierran el Mar Rojo.

  Ese mismo día, el Vicepresidente Henry Wallace está de regreso de Siberia Oriental, donde asegura que ha encontrado a los soviéticos trabajando duro y con entusiasmo para alcanzar la victoria. Todo está listo para desencadenar la invasión de las islas del norte de Japón en cuanto llegue el deshielo.

  Roosevelt entonces descubre sus cartas: en su ausencia, y de acuerdo con el consejo del Jefe del Estado Mayor George Marshall y del Secretario de la Guerra Henry Stimson, ha tomado la decisión de cancelar los preparativos para la conexión ártica por ser militarmente inviable. En cambio, ha comenzado a establecer contactos discretos con Hitler con vistas a una paz negociada. No hay otra solución posible.

  El Vicepresidente Henry Wallace queda chocado por el tono cortante y duro del Presidente Roosevelt. Comprende que no va a cambiar de opinión. Demasiado impresionado para reaccionar, escucha lo que el Presidente tiene que decirle y después se retira.

Ooo

  En la realidad, el viaje del Vicepresidente de los Estados Unidos, Henry Wallace, a Siberia Oriental tuvo lugar en mayo y no en marzo de 1944, pero también formaba parte de los intentos norteamericanos de mantener la buena relación entre dos naciones aliadas tan diferentes en lo político. Por supuesto, en la realidad, para entonces la guerra ya estaba ganada y solo quedaba el espinoso asunto de decidir cuál sería el posterior reparto del mundo.

  No hay ninguna duda de que el Vicepresidente Wallace era un decidido antinazi y un político de visión progresista, incluso mal informado por entonces acerca del verdadero carácter totalitario y sanguinario del régimen soviético. En la Convención del Partido Demócrata del verano de 1944, en la realidad, Roosevelt se deshizo de él como candidato a la vicepresidencia para las elecciones de noviembre, pese a que era mucho más popular a todos los niveles que el hombre que eligió para reemplazarlo, el futuro Presidente Harry Truman. Wallace permaneció en su gabinete, sin embargo, como Secretario de Comercio, pero acabó abandonando la administración Truman y, alentado por su popularidad, intentó conseguir la presidencia al frente de su “Partido Progresista” en las elecciones de 1948. Su posición socialmente avanzada recordaba un tanto a la del Partido Laborista británico, entonces en el poder, pero en la Norteamérica de la guerra fría su tercer partido fue fácilmente derrotado.

  En esta historia alternativa, el antagonista de Wallace es Joseph Kennedy. Kennedy, un financiero enriquecido y casi un caudillo étnico entre los norteamericanos de origen católico-irlandés, era un político muy popular, y en 1938 se barajó seriamente su nombre para la vicepresidencia. Su nombramiento entonces para el importantísimo cargo de embajador de los Estados Unidos en Gran Bretaña fue un paso arriesgado de la administración Roosevelt. Kennedy también se arriesgó al proponer una política exterior completamente opuesta a la del gobierno británico y en especial a la de Winston Churchill. Incluso después de la invasión de Polonia, Kennedy insistió a Roosevelt en que se podía llegar a un acuerdo mundial de paz con Hitler aun en contra de la opinión del gobierno británico. A su juicio, no hacerlo podría llevar a las democracias anglosajonas a una catástrofe.

  En general, los historiadores acusan a Kennedy de que la miopía política le hizo bien merecedor de su fracaso. Los hechos no parecen fundamentar esto. En realidad, Kennedy pudo haber acertado, y esto dependió en buena parte del azar. En esta historia vemos cómo pudieron haber sucedido las cosas, con completa independencia de las cuestiones políticas, todo dependiendo únicamente de las decisiones militares. Hitler pudo ganar.

  Y si Hitler pudo ganar, también Joseph Kennedy pudo acertar. Y si pudo acertar, a lo largo de 1944, tal como se muestra en esta historia, en pleno año electoral estadounidense, todo el mundo iba a acabar por darse cuenta de ello.

  Para un político astuto como Roosevelt, la mejor solución sería, por tanto, rehabilitar a Kennedy, unirlo a su administración y salir del embrollo lo más airosamente posible antes de que suceda lo peor, siendo lo peor el que las dramáticas alternativas para finalizar la guerra llegasen a dividir al pueblo norteamericano.

  Otra opción posible, opuesta a la de la paz negociada, sería confrontar al pueblo norteamericano con la situación real, con la coyuntura histórica decisiva de que la tiranía de Hitler, aunque pudiera mantenerse lejos del continente americano y de los océanos gracias al extraordinario poder aeronaval de las fuerzas armadas angloamericanas, al quedar como vencedora en la guerra desencadenara una crisis moral irreversible en todo el planeta.

   El triunfo de la violencia simple y de las absurdas, retrógradas y deshumanizadoras doctrinas raciales no podría dejar de tener consecuencias en el escenario socio-político y en la cultura de la vida cotidiana en Estados Unidos. Incluso desde un punto de vista estratégico nadie podía esperar que el III Reich se conformara con compartir el mundo durante mucho tiempo con las democracias angloamericanas. Por todo ello, una administración estadounidense enérgica podría convencer al pueblo de que es preciso que la guerra continúe hasta que el enemigo sea derrotado. Esta hubiera sido la opción de los antinazis norteamericanos, encabezados o no por Henry Wallace.

  Incluso queda una cuestión mucho más prosaica y menos loable: el riesgo de que la derrota angloamericana en el resto del mundo empujase a las naciones latinoamericanas a intentar sacudirse el tutelaje de Washington. Si los nazis se sitúan en África Occidental y dedican sus nuevos recursos industriales a rivalizar con el poder aeronaval norteamericano, no hubiera sido difícil que algunas naciones sudamericanas decidiesen rebelarse. Argentina sería la más peligrosa de todas, tanto por su poder económico como por la actitud de su gobierno de entonces. 

martes, 12 de agosto de 2014

32. Cierre del Mar Rojo



  El 12 de marzo de 1944, tres semanas después de que el mariscal List conquiste Teherán, se inicia la operación de cierre del Mar Rojo por parte también de las fuerzas del Eje. Es llevada a cabo por el grupo de Ejércitos del Mar Rojo bajo el mando del general italiano Messe, que incluye al Ejército italiano del Mar Rojo (ocho divisiones italianas al mando del general De Stefanis) y el 5 Panzerarmee, al mando del general von Kleist.

  En esta ocasión, los italianos han aceptado el cambio de frente del 5 Panzerarmee, que en la campaña de octubre de 1943 había luchado en el interior, conquistando Khartoum (ahora esta fuerza blindada ha sido sustituida en el Sudán por un nuevo Panzerkorps “Mittel-Afrika”, con una división Panzer y dos motorizadas, al mando del general Nehring).

  El volumen de la fuerza terrestre germanoitaliana que cierra el Mar Rojo al conquistar Djibouti equivale a ocho divisiones italianas y seis alemanas. Poseen, por tanto, superioridad numérica frente al grupo de ejércitos aliado, que está integrado por el I ejército norteamericano (general Hodges, cuatro divisiones americanas y una británica) y el ejército etíope del Mar Rojo (seis divisiones de infantería). Además, como sucedió en la conquista de Port Sudán, los del Eje cuentan con el factor del Cuerpo Anfibio de nuevo, con tres divisiones (las dos italianas y la alemana de siempre).



  Para colmo, la ofensiva del Mar Rojo está coordinada con la del Ejército de África Central (Sudán), que se estrena en esta campaña avanzando desde Khartoum, y que está formado por cuatro cuerpos, cada uno de una nacionalidad diferente. El mando del ejército lo tiene el general alemán von Thoma. A las órdenes de von Thoma está el ya mencionado Mittel-Afrika Panzerkorps (general Nehring) formado en torno a la nueva 32 división Panzer, más otras dos divisiones móviles alemanas, así como un cuerpo italiano, al mando del general Navarrini, con cuatro divisiones (desgajadas del gran ejército italiano que conquistó Port Sudan), un cuerpo español de tres divisiones de veteranos de Marruecos, al mando del general Barrón, y, lo más novedoso, un cuerpo francés de tres divisiones de la Legión Extranjera al mando del general Koeltz.

   Esta fuerza de infantería móvil, de catorce divisiones, tiene que enfrentarse al ejército del Sudán británico, con diez divisiones, de las cuales tres son etíopes, otras tres africanas (Imperio británico), dos británicas, una india y una norteamericana.

  El objetivo del Eje es, avanzando desde Khartoum, capturar Kassala, un cruce ferroviario próximo a Etiopía, contribuyendo a la evacuación por los aliados de Eritrea (norte de Etiopía).



    La campaña acaba el 24 de marzo, con la conquista de Djibouti y el cierre del Mar Rojo doce días después de iniciado el avance del Eje a lo largo de la costa. Los británicos conservarán su gran base de Adén, al otro lado del estrecho, para asegurar que el dominio de este mar cerrado no permita al enemigo introducir buques de guerra en el océano Índico. Pero Djibouti tiene también cierto efecto estratégico con siniestras repercusiones: es un puerto que permitirá un contacto mucho más fácil entre los socios europeos del Eje y Japón. Para las Marinas italiana y alemana esto es de cierta importancia, puesto que necesitan asesoramiento por parte de los técnicos aeronavales japoneses para sus nuevos portaaviones. Hasta entonces, algunos heroicos submarinistas japoneses habían conseguido unas pocas singladuras exitosas desde Singapur o Penang con submarinos de carga, pero estas misiones hasta la costa atlántica europea eran tremendamente arriesgadas; y no menos arriesgados son los vuelos desde el Ártico hasta Mongolia que de vez en cuando pueden transportar personal estratégico de Alemania a Japón. Con Djibouti (y poco después, con Berbera) los japoneses tienen ahora un objetivo mucho más fácil, e incluso pueden utilizar buques de superficie si estos son lo suficientemente hábiles y van bien escoltados (los británicos están en Adén y Socotora, lo cual también supone un grave peligro).

   El intercambio estratégico mejorado entre Japón y los nazis es, en cualquier caso, un éxito más del Eje; a la conquista de Djibouti y Berbera se suma la de la gran capital del oriente persa, Mashad, un mes después de tomar Teherán (Teherán el 20 de febrero, Mashad el 19 de marzo, tras atravesarse el desierto salado oriental persa utilizándose en parte las estructuras mejoradas en los años anteriores por las rutas de abastecimiento de la URSS por parte de los americanos a través de Persia). Con el aeródromo de Mashad, a mitad de camino entre Teherán y Kabul, los alemanes disponen ahora de una ruta posible para conectar Berlín con Tokio por vía aérea: de Berlín a Teherán, de Teherán a Kabul, de Kabul a Lhasa, de Lhasa a Pekín, de Pekín a Tokio... Dada la situación de extrema incertidumbre en la India, los gobernantes del remoto Tibet pueden confiar -al igual que ya han hecho los afganos- en cambiar de alianzas de forma que logren una independencia definitiva de los poderosos vecinos próximos, la India británica y China. Sin embargo, ningún avión de ninguna nacionalidad ha sido hasta el momento capaz de aterrizar en Lhasa... Los alemanes van a intentarlo con aviones de largo alcance (el Ju 290, en particular) y capaces de operar efectivamente hasta a 6.000 metros de altura. Aunque no es la única opción. El Ju 290 puede volar 6000 kilómetros, lo que, en teoría, permitiría un vuelo a través del Círculo Ártico.  Haciendo un gran esfuerzo y corriendo un grave riesgo, los aviadores alemanes han logrado ya enviar dos Ju 290 desde Murmansk (conquistado en octubre de 1943) hasta Manchuria, para traer a Europa en enero de 1944 al renombrado comandante japonés Mitsuo Fuchida y algunos otros técnicos japoneses que asesorarán a la naciente fuerza aeronaval del Eje, pero han tenido que hacerlo sobrevolando Siberia, donde pudieron ser interceptados por los soviéticos. La ruta de Afganistán y Tibet supone, por tanto, una mayor seguridad. Tampoco se puede descartar volar directamente desde Kabul a Singapur (algo más de 5.000 kilómetros) o de Kabul a Beijing (poco más de 4.000 kilómetros), pero estos vuelos tan prolongados reducen en mucho la capacidad de transporte. Existe una fuerte demanda, sobre todo, de que Japón envíe aviadores expertos en portaaviones, ya que Alemania e Italia quieren utilizar sus primeros "portaaviones de flota" en el verano de 1944. Otra opción posible es utilizar el hidroavión de carga gigante Bv222, con un alcance parecido al del Ju 290, y el poderoso Ju-390 cuando pase de la fase experimental. En cualquier caso, el primer vuelo -ida y vuelta- desde Europa a Japón en plena guerra ya lo hicieron los italianos en el verano de 1942, desde el este de Ucrania (Zaporozhe) hasta la Mongolia ocupada por los japoneses (aeródromo de Baotou). Los italianos utilizaron un avión Savoia-Marchetti 75.

  La derrota del Mar Rojo no supone una sorpresa para nadie. Nuevamente los aliados contarán con superioridad aérea, pero no hasta el punto de poder hacer imposible el transporte de suministros de las fuerzas del Eje en avance a lo largo de la costa. Lo que permite la superioridad aérea es retrasar lo inevitable, causar bajas al enemigo y reducir las propias en retirada, todo lo cual no es poca cosa. También la Royal Navy se ha empleado a fondo para impedir el transporte por la costa de los suministros del Eje, logrando bastantes hundimientos de buques enemigos, de guerra y de transporte. Todo eso estaba previsto por las fuerzas germanoitalianas que en cualquier caso han contado con una abrumadora superioridad terrestre. Las fuerzas aliadas eran escasas, inexpertas, desorganizadas, mal dirigidas e incluso pobremente suministradas, pues la prioridad absoluta de los aliados en este momento es mantener su fuerza en el Golfo Pérsico.

  Por otra parte, a finales de 1943 los norteamericanos han puesto en marcha una campaña de africanización de la guerra, que en cierto modo contesta a la campaña de islamización de los nazis. Coincidente con la renuncia definitiva a movilizar más de ciento veinte divisiones norteamericanas, los aliados han comenzado a armar y organizar tropas de África negra para defender el continente de los terribles nazis que, complacientes con los árabes, estigmatizan sin embargo a los negros como no humanos, sean o no musulmanes (los ulemas y muftis pronazis ya han declarado que la raza negra, inferior, no está capacitada para comprender el Islam y en su argumentación teológica se remiten a las opiniones del gran Avicena que ya justificaba la esclavitud de los negros). Roosevelt por eso ha decidido que la 93 división de afroamericanos, en lugar de ser enviada al Pacífico, se envíe a Nigeria (en consecuencia, la 8 de infantería es enviada al Pacífico para reemplazarla, en contra del plan inicial). La 92 afroamericana ya está dentro del I ejército de Hodges, y no lucha contra los nazis y sus aliados italianos peor de lo que lo hacen las divisiones de blancos.



  El Plan aliado es crear un ejército africano-norteamericano que incorporará también (con divisiones independientes o dentro de un grupo de ejércitos) un ejército de África occidental británica, diferente de las tres divisiones africanas británicas que ya combaten dentro del ejército del Sudán. Dada la urgencia de las circunstancias, Roosevelt quiere promover el nacionalismo africano incipiente, a fin de que los africanos de África Occidental se motiven para la lucha. Se calcula que los africanos de esta región de lengua inglesa son unos cincuenta millones (Liberia, Sierra Leona, Dahomey, Camerún, Nigeria, Costa de Oro…). Marshall espera poder movilizar al menos diez divisiones de infantería para el verano de 1944, equipados y asesorados por los norteamericanos. Por ello, el reclutamiento comienza en febrero de 1944, mientras el general Patch organiza el 9 ejército americano para la defensa de África Occidental. La primera división que integrará este ejército será, lógicamente, la 93 división afroamericana.

  Casi la mitad de toda la población de África Occidental vive en la gran colonia británica de Nigeria, de donde los británicos ya han extraído voluntarios para sus tres divisiones africanas, y el problema es que no parece fácil conseguir más voluntarios. Los africanos ya saben de los planes del Eje para África occidental, publicados en todo el mundo tras la conferencia de Barcelona, en diciembre de 1942. En el caso de Nigeria, su destino es pasar de ser colonia británica a colonia francesa. ¿Es eso motivo de alarma? Por lo que saben los nigerianos, los franceses no son peores que los británicos como amos coloniales. Solo en el caso de los territorios asignados a los alemanes e italianos puede aparecer alguna alarma. Pero según lo acordado en Barcelona, los alemanes solo quieren los territorios de Liberia y Togo, y los italianos el de Sierra Leona (ambos por motivos estratégicos más que de uso colonial). Sorprendentemente para algunos, Hitler renunció a Camerún, antigua colonia alemana perdida en 1914: no tenía importancia real y se consideraba más valioso recompensar con ella, aunque fuese virtualmente, a los españoles. Liberia sería una compensación a Alemania por esta cesión, y tiene mucha más importancia estratégica, debido a su proximidad relativa al continente sudamericano.

  



  El territorio africano de Liberia y su importante posición geoestratégica.


    En Liberia, un protectorado norteamericano, vive un millón de nativos. Los alemanes no han dicho nada acerca de cuál será su destino una vez ocupado el territorio. Si se les pregunta, los diplomáticos alemanes se refieren a los antecedentes coloniales alemanes anteriores a la guerra mundial anterior, que eran más bien buenos en comparación con los de belgas o franceses. Pero por entonces no gobernaban los nazis, y en Barcelona ni se mencionó a la población nativa, excepto en cuanto a “recursos de braceros coloniales”, de modo que no resulta difícil para los norteamericanos convencer a la mayor parte de los liberianos de que los nazis procederán a la deportación masiva de la población de Liberia o incluso a su exterminio, dado que el nazismo considera a los negros la más inferior de todas las razas inferiores (los judíos son considerados malignos, más que inferiores).

  De ese modo, el reclutamiento aliado en Liberia irá por delante del de otras regiones, pero el equipamiento y adiestramiento serán una tarea ardua para los norteamericanos que tienen que crear recursos para sus propias fuerzas, para los británicos y para el ejército de Etiopía. La única ventaja, relativa, es que, con la pérdida de Teherán en febrero, ya no queda ninguna ruta para mandar material a los rusos, luego el material que se había previsto enviar a estos puede destinarse, en parte, a África (solo resta, para enviar algo a los rusos, la precaria ruta aérea del Ártico, desde Alaska).

  El ejército nativo de West Africa comenzará a tomar forma en junio de 1944, con las tres primeras divisiones de infantería (dos liberianas, otra nigeriana), al mando de oficiales norteamericanos, con el general Simpson como comandante en jefe. En la práctica, es un cuerpo asignado al 9 ejército americano.

  En Etiopía se han logrado ciertos resultados. Para primeros de 1944 el ejército etíope ha alcanzado las veinte divisiones de infantería armadas, pero solo seis combaten en el Mar Rojo y otras tres en Kassala. Todas las demás o bien están insuficientemente equipadas y entrenadas, o bien hacen tareas de defensa costera o se enfrentan a las guerrillas tribales apoyadas por Italia que desafían al emperador.

  El problema para desarrollar estos ejércitos africanos (Etiopía o África Occidental) es que la urgencia de sostener el frente en el Golfo Pérsico priva a las tropas aliadas en África de los recursos necesarios, mientras al norte del Sahara aumenta el peligro de las fuerzas del Eje, al menos en cuatro direcciones posibles. Con el cierre del Mar Rojo, hay ya un enorme ejército del Eje dentro de Etiopía, y con la toma de Kassala, los italianos se han apoderado de facto de casi todo el Sudán del Sur para abril de 1944 (el ejército del Sudán aliado ha optado por desplazarse hacia el oeste). El ejército del Eje de Mittel-Afrika comienza a moverse lentamente hacia el lago Chad, lo cual les exige unas tareas logísticas previas: extender el ferrocarril y crear carreteras y aeródromos en la región de Darfur. Eso da tiempo para que los aliados comiencen a organizar la defensa del África central. La fuerza aliada se enfrenta a otra amenaza aparte del heterogéneo ejército de África Central, que es el ejército francés colonial. En febrero de 1944, el ferrocarril transahariano francés sigue avanzando dos kilómetros diarios en el corazón mismo del Sahara. Además, en la primavera de 1944 se materializa la amenaza del ejército de Marruecos del Eje, que pretende también alcanzar la zona del Sahara Occidental.

  Aparte de la 93 división afroamericana, que llega en febrero, hasta junio de 1944 van llegando otras seis divisiones norteamericanas que irán siendo enviadas a la zona entre el lago Chad y Khartoum para apoyar al ejército del Sudán británico, todas dentro del 9 ejército norteamericano.  Estas seis divisiones serán, en marzo, la 26 de infantería, en abril, la 44 de infantería y la 7 blindada, en mayo, la 84 de infantería, y en junio, las 66 y 70 de infantería.

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  En esta historia, el despliegue de divisiones norteamericanas alcanzaría su punto culminante en el verano de 1944, tal como sucedió en la realidad y como consecuencia de la expansión del esfuerzo industrial norteamericano.

  De las noventa divisiones norteamericanas que en la realidad se formaron durante la guerra (no mayores en número de hombres que las alemanas), la tropa fue reclutada y uniformada en casi su totalidad durante el año 1942, de modo que fue en la primavera de 1943 cuando el alto mando norteamericano tuvo que decidir si continuar o no el reclutamiento efectivo de las más de cien divisiones que quedaban por formar de entre las 213 calculadas al principio. En la realidad de la primavera de 1943 las cosas iban ya bien en la guerra (victorias de El Alamein y Stalingrado) y el problema de equipar tropas para luchar en frentes periféricos (norte de África y más adelante Italia) hizo desechar la formación de más de 90 divisiones, de modo que quedó suficiente personal para el trabajo en las fábricas. Esto, por supuesto, no lo sabían los alemanes que, gracias a un buen sistema de engaño por parte de los aliados, llegaron a creer que en el verano de 1944 el ejército norteamericano era casi el doble de grande de lo que en verdad era.

  En las circunstancias de esta historia alternativa, en la primavera de 1943 los aliados, aunque no lo ven fácil (pues Stalingrado ha terminado mal para los rusos), tienen aún esperanzas de ganar (planean la operación “Husky”, en Marruecos, para intentar reabrir el Mediterráneo), de modo que deben continuar el reclutamiento de al menos otras treinta divisiones, asumiendo que eso obligará a importar centenares de miles de obreros de Latinoamérica y a incrementar todavía más el esfuerzo industrial para equipar a tantos hombres.

   Sin embargo, hemos de tener en cuenta que las tropas que fueron reclutadas a finales de 1942 en la realidad no llegaron a estar preparadas para combatir hasta finales de 1944 y primeros de 1945, de modo que los integrantes de estas treinta divisiones norteamericanas adicionales (que no necesitamos nombrar), reclutados en la primera mitad de 1943, en modo alguno hubieran estado disponibles para combatir en 1944. Pero la continuación del reclutamiento tiene la utilidad de mantener la moral de los británicos y rusos (estos, a diferencia de los alemanes, sí están bien informados del despliegue real de las fuerzas americanas). Renunciar a su movilización hubiera supuesto enviar el mensaje de que la guerra no podía ganarse.

  En cualquier caso, tras el fracaso de “Husky” (estancamiento en la línea defensiva del Eje del Atlas, por el estilo de lo que sucedió en la realidad en Italia), no queda más remedio para los jefes aliados en esta historia que interrumpir el reclutamiento de más hombres a partir de la segunda mitad de 1943.

  En esta historia, ateniéndonos a la urgencia de la situación, no solo estamos considerando que continúa el reclutamiento de hombres en la primera mitad de 1943 (con independencia de los jóvenes que alcanzaban la edad reglamentaria, por supuesto), sino también que las tropas son equipadas, entrenadas y enviadas al frente mucho antes.

  Así, por ejemplo, la división 26 de infantería norteamericana, que en la realidad combatió en el noroeste europeo a partir de septiembre de 1944 (cuando, por cierto, aún se pensaba que era posible acabar la guerra para Navidad), en esta historia llega a África Occidental (los puertos de Nigeria, lógicamente) en marzo de 1944 para formar parte del nuevo 9 ejército norteamericano. Podemos especular con que esta división estará bien dotada de vehículos para adentrarse en las inmensidades africanas (los alemanes estarían en el Sudán y los franceses todavía estarían lejos construyendo su ferrocarril transahariano), sobre todo porque los norteamericanos no verán forma de enviarles a los rusos tantos vehículos como les enviaron por estas fechas (lo que les dejaría vehículos sobrantes), pero los jóvenes soldados, aparte de los fastidios del clima (y las enfermedades), iban a estar mucho peor entrenados que en la realidad, problemas de moral aparte (porque para entonces sabrían que los aliados siguen encajando derrotas: en Teherán y en el Mar Rojo).

   En cuanto a los africanos, en 1944 el nacionalismo africano hubiera debido ser exaltado como única forma de conseguir unas cuantas divisiones de fusileros. Esto habría supuesto un conflicto con el imperialismo británico y francés, pero dadas las circunstancias de urgencia, tanto Churchill como De Gaulle se hubieran resignado. El apoyo al nacionalismo africano también tendría repercusión en los mismos Estados Unidos, donde, en la realidad, el gradual apoyo de la administración Roosevelt-Wallace a la integración racial ya provocó recelos en muchos sectores políticos del sudeste de los Estados Unidos.

  Las menciones a las rutas aéreas de Europa a Japón en plena guerra están basadas en datos reales. La meta solo la alcanzó el vuelo italiano en el verano de 1942. Con los nuevos avances hacia el Este, tales vuelos, incluso con nuevas rutas a través de Afganistán y Tibet, serían mucho más habituales y fructíferos, sobre todo contando con la beligerancia de Japón contra la URSS y la esperada ocupación de Siberia Oriental.