determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 21 de octubre de 2014

42. La ruta de la seda

  El 25 de agosto de 1944, el mariscal List, al mando del Grupo de Ejércitos de Asia Central, comienza la invasión de las repúblicas musulmanas de la Unión Soviética comprendidas entre Persia y Mongolia, un extensísimo territorio de más de tres millones de kilómetros cuadrados. Y no se descarta que se le ordene ir aún más allá, hacia Extremo Oriente.


                                               El mariscal List

   Para emprender tan formidable invasión ha tenido que esperar seis meses desde que conquistó Teherán en febrero. En ese tiempo, mientras se mantenían algunos enfrentamientos relativamente menores, ha ido recibiendo y atesorando los elementos necesarios para formar un parque móvil de más de treinta mil vehículos, la inmensa mayoría de ellos fabricados expresamente en 1944, en el curso de los preparativos previos para la conquista de las masas continentales de Asia y África. Se trata de una consecuencia más de la planificación industrial para toda Europa ya diseñada a mediados de 1942, cuando se contaba con poner en uso los recursos de materias primas y mano de obra en el Mar Negro a conquistar en las campañas de aquel año. El mariscal List también ha tenido que esperar a la puesta en marcha de parte de las refinerías que explotan los inmensos campos petrolíferos conquistados por el Eje en el verano de 1943. Tampoco hay que olvidar la reparación y mejora de algunas líneas férreas y lo relativo al transporte aéreo. En cuanto a los hombres, una tercera parte de los soldados del 1 Panzerarmee a las órdenes de List son soldados turcomanos, antes ciudadanos soviéticos, ahora entusiastas islamistas antirrusos; tampoco faltan de estos hombres entre las tropas del ejército móvil turco que acompaña al ejército blindado nazi.

  Es una gran operación logística, pero no mucho mayor que otras expediciones guerreras del Eje en la periferia del Mediterráneo y, en todo caso, no diferente al despliegue que el mismo Ejército soviético ha ejecutado en estas vastas regiones en los años anteriores. Una vez han llegado los vehículos y el combustible, nadie va a detener a los grupos de ejércitos del Eje, tanto en Asia Central como en otros escenarios de conquista. A medida que los alemanes avancen por Asia Central también podrán utilizar el ferrocarril que ya en los tiempos de los zares se tendió para asegurar las fronteras de su imperio.


                           Asia Central y las repúblicas soviéticas musulmanas

  Un día después del inicio de la ofensiva nazi desde Persia, el mariscal Manstein emprende su propia ofensiva contra Moscú en el frente ruso europeo. Ésta es una típica ofensiva blindada alemana con miles de tanques y millones de hombres (incluyendo tres Panzerarmeen del Heer y el Panzerarmee Waffen-SS) contra un frente amplio pero muy fortificado: algo mucho más letal que la expedición de List en Asia Central y que implica cubrir distancias notablemente más cortas pero mucho mejor defendidas por el enemigo. La horrorosa concentración de metal y fuego que se desencadena en el frente de Moscú causa miles de muertos diarios.

  El avance del mariscal List es menos dramático. Tras la conquista de la ciudad soviética y fronteriza con Persia de Ashgabad, donde sí se da una fuerte pero breve lucha, el 1 Panzerarmee y el ejército turco motorizado (general Berkoz) ya no encuentran mucha resistencia. El general ruso Tyulenev sabe que su frente es el menos prioritario y, carente de los suficientes apoyos, se retira hacia el norte con el asentimiento del mando soviético que se encuentra totalmente absorbido por la auténtica batalla de supervivencia que se da ante Moscú: solo una resistencia victoriosa en la capital puede salvar a Rusia del desastre. Tyulenev, por su parte, tiene que vigilar sobre todo que las fuerzas móviles del Eje no se dirijan hacia el norte, donde pueden crear problemas a la concentración de fuerzas soviéticas en la defensa de Moscú o incluso cortar el ferrocarril transiberiano que permite sostener la lucha contra los japoneses en Extremo Oriente. De momento, los alemanes están ahora en la ruta del ferrocarril turco-siberiano, que conecta las ciudades de Asia Central con Siberia (Ashgabat-Samarkanda-Tashkent-Alma Ata). Por supuesto, Tyulenev ordena todas las destrucciones posibles al retirarse, lo cual atañe especialmente al ferrocarril. La pérdida de Asia Central también pone en peligro la supervivencia económica de Rusia, pues entre otras cosas, el 20 % de las industrias evacuadas durante 1941 del territorio occidental invadido por los nazis se trasladó a esa región. Pero ésa es una pérdida asumible más.

  El día 3 de septiembre, tras nueve días de rápido avance en los que recorre setecientos kilómetros, List obtiene su primera valiosa presa más allá de las fronteras de Persia: Samarkanda, la antigua capital de Tamerlán. El mariscal sabe que la exótica ciudad lucirá muy bien en los noticieros alemanes. El siguiente objetivo es Tashkent, a doscientos kilómetros, la principal ciudad de Uzbekistán, el territorio más poblado y más rico del Asia Central soviética.

                                          La antigua "ruta de la seda"

  En Samarkanda es preciso reorganizar de nuevo la logística, porque el avance va a seguir la ruta de la seda hasta ocupar Kazajistán, Uzbekistan, Turkestan y entrar en territorio chino. La ruta de la seda se interna por desfiladeros que llevan fuera de la Unión Soviética, hasta las soledades de Xinjiang, territorio chino en teoría, pero de población turcomana y que se encuentra bajo el control del señor de la guerra Sheng Shicai, antiguo aliado de los soviéticos y enemigo de los islamistas que ahora ha cambiado de bando y espera la llegada de sus nuevos aliados alemanes y japoneses. Más allá, hacia oriente, el territorio de Qinghai (al norte del Tibet), gobernado por otro señor de la guerra, el general musulmán Ma Bufang, en teoría, aliado de Chiang-Kai-Shek y enemigo de japoneses y comunistas. Sin embargo, tanto Sheng Shicai como Ma Bufang ya se han puesto en contacto con los japoneses, ofreciendo un cambio de alianzas: se adherirán al Eje si Hitler reconoce Xinjiang y Qinghai como sendas repúblicas independientes. A primeros de septiembre el trato está hecho no solo con los dos señores de la guerra del remoto occidente chino, sino también con el mismo Mao, que dirige la importante fuerza militar de los comunistas en Shaanxi, al este de Quinghai, y que también está dispuesto a cambiar de alianzas. El general japonés Yamashita tiene así la vía libre para recorrer casi dos mil kilómetros desde Pekín hasta Xinjiang, donde espera hacer contacto con las fuerzas de List.



  Sheng Shicai y Ma Bufang, señores de la guerra del noroeste chino


    La ruta es larga, los problemas inmensos y no debe desdeñarse el peligro de contraataques soviéticos. List cuenta, en todo caso, con una ventaja adicional: el apoyo del nacionalismo musulmán turcomano. Los turcos, tan odiados por cristianos, árabes y persas, son aquí recibidos como libertadores y se muestran como una infantería móvil muy eficaz; por otra parte, su comandante, el general Nuri Berkoz, habla ruso y conoce bien la Unión Soviética. Si se produce alguna resistencia seria del Ejército Rojo, las divisiones Panzer intervienen con su acostumbrada profesionalidad contra tropas enemigas que no son las mejor preparadas. Desde la frontera afgana llegan además bandas de guerrilleros antirrusos, integradas por desertores del Ejército Rojo, aventureros afganos y algunos mandos turcos y alemanes que tratan de organizarlos como fuerza ofensiva.

  El 8 de septiembre, turcos y alemanes conquistan Tashkent. Con la caída de Tashkent, el mariscal List sabe que ya no tiene que preocuparse del Ejército Rojo. Desde Tashkent el ferrocarril se bifurca también hacia el norte: los soviéticos tendrán entonces que protegerse de la amenaza de una ofensiva alemana contra Rusia desde el sudeste...

  Pero, de hecho, a List le sorprende enterarse de que Moscú no ha caído aún: tras dos semanas de combates muy sangrientos, todo indica que las "facilidades" que el enemigo le da al ejército móvil germano-turco en los remotos territorios de Asia Central están relacionadas con la dureza de la resistencia de la región de Moscú y toda la amplia, poblada y rica franja de territorio ruso entre el antiguo frente central del Este europeo y el Volga. Allí la guerra alcanza una ferocidad ya conocida. A lo largo de cientos de kilómetros se ven implicados, aparte de cuatro ejércitos Panzer alemanes, los ejércitos de infantería 4, 9, 6, 11, 8 y 2, en total ciento veinte divisiones alemanas que incluyen algunos contingentes no alemanes y junto a quienes combaten también algunas divisiones no alemanas.

   Desde Stalingrado hasta Astrakhan se despliega casi un millón de soldados no alemanes, todos confiados ya de estar luchando del lado del seguro ganador, que mantienen fielmente las posiciones en la orilla oeste del Bajo Volga en disposición defensiva, aunque también están disponibles para reforzar el sector central si son requeridos para ello. El área de Stalingrado está bajo control de los fieles rumanos (que disponen de dos ejércitos, uno de ellos en la zona centro de Rusia: son el mayor contingente no alemán, con más de medio millón de soldados), y el extremo sur de Astrakhan lo custodia el tercer ejército turco. 

   Al norte de los turcos, está el nuevo ejército español (seis divisiones; las dos veteranas de infantería, "Azul" y "Navarra", una blindada, "Brunete", y tres más de infantería: "Viriato", "Francisco Franco" y "Aragón"; dentro de las divisiones españolas hay además varios batallones de eslavos). 

   Al norte de los españoles y al sur de los rumanos de Stalingrado se encuentra el "Ejército del Este" de renegados ex soviéticos al mando del general Vlasov (hecho prisionero por los nazis a mediados de 1942). Hitler considera que es bueno organizar a los renegados en su propio ejército porque pueden servir como embrión de un ejército y gobierno rusos pronazis, en caso de que Stalin -a quien Hitler extrañamente sigue prefiriendo como interlocutor- no se atenga a la razón de la fuerza y quiera seguir luchando. El general Vlasov, por su parte, se ha resignado a la pérdida de la Rusia al oeste del Volga, sin Petersburg ni Moscú (para los nazis, una concesión generosa, pues los planes iniciales establecían el dominio alemán absoluto hasta los Urales o incluso hasta el meridiano 70, en Siberia occidental), y tiene a sus órdenes dos cuerpos de ejército, de infantería y caballería: el cuerpo de cosacos del general alemán Pannwitz (tres divisiones al mando de los generales Shukro, Domanov y Kononov) y otro cuerpo, al mando del medio alemán Bratislav Kaminsky, de rusos y ucranianos (tres divisiones: las de los generales Bunyachenko, Zverev y Meandrov). 

  Los de Vlasov son solo una parte de las tropas ex-soviéticas, porque hay en total casi medio millón diseminados como batallones de infantería de refuerzo -"Batallones del Este"- y "legiones" -integrados por grupos étnicos particularizados- en todo el frente ruso europeo, entre musulmanes, eslavos, no eslavos y cosacos. Hay batallones integrados tanto en divisiones alemanas como en no alemanas (una cuarta parte del contingente francés son batallones de renegados eslavos), fuerzas antipartisanas, defensa costera del Caspio y elementos rusos dispersos dentro de las compañías alemanas como asistentes -Hiwi-. Los criterios de los alemanes para reclutar soldados ex soviéticos son dar preferencia a los no eslavos y, en todo caso, a los eslavos de origen campesino (serán germanizados y convertidos en colonos), los de origen de más allá del Volga (la nueva Rusia vasalla del Reich los empleará más adelante) y los que hayan demostrado su lealtad en los años anteriores. Aunque la mayoría siguen siendo ex prisioneros de guerra (capturados sobre todo en el año 1942) cada vez hay más voluntarios civiles de las regiones ocupadas y desertores (unos cien mil desertores solo a lo largo de 1943).

   Al norte de los rumanos de Stalingrado -ahora son las ruinas de la antigua Tsarytsin- están los italianos, que han ido aprendiendo las duras lecciones del frente del Este, y al norte de los italianos, los húngaros. Entre húngaros e italianos se encuentran el pequeño ejército búlgaro de seis divisiones (cien mil hombres) y el cuerpo eslovaco de tres divisiones (cincuenta mil hombres). En casi todas las divisiones de los ejércitos de estas cuatro naciones (más de treinta divisiones) hay batallones y "Legiones" de soldados ex-soviéticos renegados, más los correspondientes soldados auxiliares -Hiwi- normalmente no combatientes. Al norte del ejército húngaro empiezan ya los ejércitos alemanes de la zona Centro (propiamente, el 2 Armee).

 Toda la costa del Caspio occidental está guarnecida por el nuevo ejército musulmán del Cáucaso al mando del general turco Nuri Killigil (del cual se han desgajado unos miles de hombres para combatir como infantería de refuerzo en diversas "Legiones", sobre todo en Asia Central, en el grupo de ejércitos de List). 

  Ante la segura victoria, los alemanes no tienen problemas en conseguir aliados entusiastas. Los franceses han formado un cuerpo de ejército de tres divisiones de voluntarios (a la división motorizada "Mariscal Petain" se suman ahora las divisiones de infantería "Henri VI" y "Scythie", esta última formada en su mayoría por ex soviéticos; estas tres divisiones combatirán con los alemanes en el frente de Moscú; con los Waffen-SS combate la división de fascistas franceses "Charlemagne"). Todavía más: Hitler queda muy satisfecho cuando un batallón de sudafricanos, hechos prisioneros por Rommel en Tobruk en 1942, se enrola en las Waffen-SS para luchar contra el comunismo ruso. Aunque en contingentes simbólicos, también habrá ex prisioneros británicos, canadienses y estadounidenses combatiendo del lado nazi.

  En total, combaten en Rusia occidental cinco millones de tropas del Eje -la mitad no alemanes- a los últimos cinco millones y medio de soldados del Ejército Rojo que defienden Moscú y las tierras de la Rusia europea (casi medio millón de la tropa rusa son mujeres). Entre japoneses, turcos y alemanes, otro millón de soldados del Eje combaten a los soviéticos en Asia.

   Y todos los frentes periféricos están activos. En Berlín, Hitler considera la guerra ganada, pero los resultados exactos de la contienda dependerán de cómo y de qué manera se gane. Ahora se trata de hacer el esfuerzo definitivo en todos los puntos donde los aliados aún estén dispuestos a enfrentársele. De hecho, la guerra podría continuar hasta la conquista final del planeta entero. Solo factores de política interna pueden detener a Hitler ahora, aunque uno de ellos es que las bajas de la tropa alemana siguen siendo demasiado elevadas: en el otoño de 1943 la necesidad de incrementar las fuerzas y cubrir las pérdidas ya obligó a rebajar el porcentaje de varones en edad laboral excluidos del servicio de armas para conseguir más reservas. Si la guerra continúa aún habría que hacer otra rebaja que debilitaría el tejido productivo de la industria alemana a pesar de las circunstancias favorables. A Alemania, por tanto, también le interesa la paz. La dura resistencia rusa en Moscú, a este respecto, no está resultando inútil.

  El 18 de agosto ataca el Ejército de Marruecos del Eje para expulsar a los aliados de sus últimas bases aéreas y navales próximas a las islas Canarias (los aliados aún mantienen las islas occidentales del archipiélago). Ésta es, por cierto, la última vez que las tropas marroquíes luchan dentro de este ejército: Hitler ha tenido que amenazar al rey Mohamed V para conseguir que los valiosos fusileros marroquíes sigan combatiendo junto a los españoles y al 6 Panzerarmee: los nacionalistas marroquíes reivindican como propias las posiciones de Ifni y Cabo Juby, e incluso el Sahara Occidental (posesiones españolas según lo acordado en 1942). Sin embargo, Hitler posee medios de sobra para presionar a los marroquíes y forzarlos a aplazar sus reclamaciones territoriales hasta después de la guerra. La salida del Ejército de Marruecos de las tropas marroquíes conlleva una desmovilización importante de este ejército (y su cambio de nombre). Muchos marroquíes son licenciados a tiempo para que trabajen como cosecheros (en su país y en Europa) y se decide el envío a Arabia de tres divisiones para fortalecer a las debilitadas fuerzas de Rommel, aunque para cuando lleguen (en septiembre), la guerra ya estará casi finalizada. Con todo, el envío se ha anunciado a mediados de agosto, lo cual tendrá algún peso en las negociaciones de paz.

  En la ofensiva de agosto en el Sáhara occidental, el grupo de ejércitos aliado en la costa africana atlántica (1 ejército británico y 7 ejército norteamericano) tiene que retroceder, apoyado por su fuerza naval y su potencia aérea, y así, el grupo de ejércitos hispanoalemán va recuperando los pequeños enclaves costeros en el desierto que los aliados habían estado mejorando en los meses anteriores. El general americano Clark, por su parte, considera que podrá crear un bastión defensivo viable en Cabo Blanco, ya en la frontera con el África Occidental francesa, y dentro del radio de acción de la poderosa fuerza aérea aliada en las islas de Cabo Verde, que ahora pasan a tener una importancia estratégica capital. Pero con este retroceso aliado hacia el sur, la defensa de las Canarias se hace aún más inviable.

  Hay más retrocesos aliados en África. Los italianos, siempre con el apoyo del Panzerkorps alemán al mando del general Harpe (cuyo núcleo duro es la nueva 36 división Panzer), han entrado en el sur del Sudán, en Etiopía y en casi toda Somalia. El I ejército americano del general Hodges crea su propio bastión en torno al puerto de Berbera, en el Océano Índico. Apenas quedan tropas etíopes combatiendo dentro de él: la gran mayoría del ejército etíope ha abandonado la beligerancia con los italianos de acuerdo con lo acordado por Haile Selassie. Los etíopes no son desarmados por los italianos, sino que se acuartelan y se limitan a esperar a que todo acabe y que los italianos cumplan después su compromiso de no utilizar su territorio como colonia de poblamiento (lo que permitiría a las élites nativas mantener su estatus).

  El sur de Sudán (cedido al Imperio italiano como colonia de poblamiento, una de las compensaciones por renunciar a la completa colonización de Etiopía) ha sido conquistado principalmente por el 5 Panzerarmee, que avanza hacia el oeste por el territorio de Darfur y entra en la zona colonial francesa, haciendo retroceder al antiguo ejército del Sudán británico. El 5 Panzerarmee (general Nehring) es la fuerza principal del Grupo de Ejércitos del Eje de África Central, al mando del mariscal von Kleist, pero también componen esta fuerza otros tres pequeños cuerpos de ejércitos del Eje (formulariamente llamados "ejércitos"): un cuerpo español al mando del general Barrón, con cuatro divisiones de infantería móvil, un cuerpo italiano con cinco divisiones al mando del general Navarrini y otro francés con tres divisiones al mando del general Koeltz.

   Por su parte, el muy inferior antiguo Ejército del Sudán británico ahora se integrará dentro del grupo de ejércitos aliado de África Central, donde se encuentra el nuevo 9 ejército americano.

  Y el temible enemigo francés se ha puesto en marcha por fin en África. Aparte del cuerpo de Koeltz en África Central que ataca desde el este, hay ahora un ejército francés completo en marcha que utiliza el ferrocarril transahariano y avanza desde el norte, desde Argelia, hasta el rio Niger. Esta fuerza cuenta con siete divisiones, una de ellas blindada, y la manda el general Juin. Avanzan desde su terminal ferroviaria provisional en pleno centro del desierto del Sahara el 23 de agosto de 1944 y hacen cien kilómetros diarios casi sin oposición, alcanzando el curso alto del rio Niger (Timbuktu) el 28 de agosto, mientras el grupo de ejércitos que manda von Kleist sale ya de los límites occidentales de Sudan en dirección al lago Chad. Kleist y los franceses de Juin convergerán, supuestamente, en algún punto del norte de Nigeria. Contando el antiguo Ejército de Marruecos (que pasará a llamarse Ejército de África Occidental), son ya tres grupos de ejércitos del Eje que profundizan hacia África Central para consumar el reparto de África entre Alemania, Italia, España y Francia.

    Las dificultades logísticas retrasan el resultado final, pero cada día se incorporan al control del Eje más miles de kilómetros cuadrados de tierras semidesérticas. El verdor de los territorios coloniales de África Occidental está también cada vez más próximo.

  El tiempo se acaba para los aliados mientras siguen llegando a los puertos del Norte de África más vehículos recién fabricados en Turín, Barcelona o Munich (otros muchos de estos vehículos terrestres, así como aviones de transporte, son enviados también a Asia Central). Tras tres años de experiencia en la guerra del desierto, los nazis solo tienen que administrar su nueva riqueza de medios. A veces hay que combatir, y la aviación aliada sigue suponiendo problemas, pero para los guerreros nazis o fascistas se trata sobre todo de una aventura gloriosa y exótica.

  Para los soldados británicos y norteamericanos se trata en cambio de un angustioso fastidio. ¿Cuánto tiempo más va a durar esto? Ya toda la prensa y la radio de los países anglosajones habla abiertamente de una paz negociada que tiene que llegar. Incluso los soldados del Pacífico se esperanzan con que, una vez hecha la paz con los alemanes, los recursos sobrantes se verterán en la lucha contra los japoneses y entonces también para ellos la guerra acabará pronto.

  El 4 de septiembre, el gobierno sudafricano que preside Daniel Malan no espera más y se declara neutral, lo que supone el fin del uso de los puertos sudafricanos y de los recursos sudafricanos por las tropas aliadas, algo muy grave para el esfuerzo bélico, pues los puertos de Sudáfrica son importantes en la ruta a Oriente, sobre todo para el abastecimiento de la India y del inmenso bastión aliado del Golfo Pérsico. Pero la India está ya definitivamente perdida desde el 24 de agosto, en que el gobierno mayoritariamente hindú de Nehru ha pactado con sus enemigos japoneses, musulmanes, sikhs y nepalíes la expulsión de todas las tropas europeas del subcontinente.

   En el Golfo Pérsico, donde hay nada menos que seis ejércitos aliados y dos millones de uniformados (cuyo sostenimiento devora una gran cantidad de recursos de todo tipo), ahora la situación se hace crítica, si bien nada indica que Rommel vaya a atacar desde Bagdad. De hecho, a Rommel se le han retirado muchos medios y él mismo está a la defensiva, pues los nazis se concentran en la arremetida final contra Moscú… más todo lo que hay que enviar a los otros frentes periféricos, en pleno avance.

  La guerra se va acabando. El 27 de agosto se presenta públicamente la candidatura del ex Vicepresidente Henry Wallace a la Presidencia de los Estados Unidos (con el alcalde de Nueva York, La Guardia, como candidato a la vicepresidencia). En su tenaz lucha porque América no pacte con los nazis, el Partido Progresista norteamericano de Wallace se alía con la izquierda, con las minorías raciales perseguidas (negros y judíos) y profetiza el fin de la democracia americana en caso de que se pacte con Alemania. Pero aunque muchos norteamericanos odian a los nazis, son más los que desean que se ponga fin a la guerra contra un enemigo invencible que avanza en todos los frentes. El día 28 de agosto se abandonan totalmente las islas Canarias (las islas occidentales), sin lucha y sin que los alemanes hayan tenido que hacer un nuevo desembarco.

  El 5 de septiembre, tras la declaración de neutralidad de Sudáfrica y con cuatro ejércitos del Eje (o grupos de ejércitos) presionando África, de Norte a Sur, Roosevelt ordena (es una orden de alto secreto) que las tropas aliadas en África Central se retiren hacia los puertos. Lo harán lentamente, pero de forma inexorable.

   Las avanzadas del 9 ejército americano, que apenas ha entrado en combate, después de hacer contacto con sus aliados del antiguo Ejército del Sudán británico rehacen el camino de vuelta hacia los puertos del golfo de Guinea, Lagos y Takoradi principalmente. También al general Eisenhower, en el Golfo, se le da instrucciones de que adopte una actitud defensiva. Lo ideal habría sido atacar, de forma que se retrasase el avance contra los rusos, pero la idea de segundos o terceros frentes ya va quedando atrás. El general Patton, comandante del ya perfectamente equipado 3 ejército americano (en la zona costera de Persia, desplegado frente al 21 Armee y tropas persas) se indigna ante esta pasividad, ¡deberían ser ellos quienes atacaran desde sus posiciones en el Golfo, puesto que a Rommel le han restado recursos!

  El día 9 de septiembre, con el cerco a punto de cerrarse sobre Moscú, impacta sobre la ciudad un nuevo tipo de cohete, el V-2. Hitler considera que este tipo de armas, cada vez mejor desarrolladas, serán capaces incluso de amenazar América. Se está avanzando en la experimentación con misiles capaces de cruzar el Atlántico desde Europa y con otros que pueden ser lanzados desde submarinos. Y es que Hitler está inquieto por las noticias acerca de las “armas secretas” norteamericanas y por ello impulsa toda investigación tecnológica en este sentido. Stalin, por su parte, cuenta con que su enemigo acabe aceptando un trato a cambio de proporcionar a los nazis toda la información que el espionaje soviético ha obtenido en los Estados Unidos sobre la bomba atómica.

   El día 10 de septiembre se ha cerrado el cerco a Moscú y todo esto recuerda a Stalingrado y la terrible batalla de desgaste que entonces tuvo lugar. Los generales soviéticos cada vez temen más que Moscú se pierda. Stalin, desde luego, y a diferencia de lo sucedido en octubre de 1941, ya ha abandonado la ciudad y está instalado en el Volga.

   Mientras tanto, el mariscal List continua su marcha a Oriente por la ruta de la seda, y los japoneses también mejoran posiciones en Siberia Oriental aprovechando que casi todo el Ejército Rojo sigue concentrado en el sector europeo para salvar Moscú. Tras haber conquistado Samarkanda y Tashkent, el siguiente objetivo de la fuerza del Eje es Alma Ata, la capital del Kazajistán: desde allí las fuerzas móviles germano-turcas entrarían en China, en la región musulmana de Xinjiang. Pero desde Tashkent a Alma Ata hay más de seiscientos kilómetros y List lleva ya recorridos otros mil desde que cruzó la frontera soviética en Ashgabat. List necesitará más de dos semanas para reorganizar sus fuerzas. Conquistará mientras tanto Fergana, el rico valle agrícola, y otras posiciones en Kirgiztan y Tazhikstan. Al mismo tiempo, List desplegará fuerzas al norte (región del lago Balkhals), para prevenir un posible ataque por el flanco a través de las estepas. Aunque cuenta con la red de carreteras que crearon los soviéticos para dominar las fronteras más remotas de su ahora agonizante imperio, tiene que recibir más suministros y vehículos, preparar más aeródromos y reclutar más milicianos musulmanes. En cualquier caso, dirigiéndose a China, el mariscal List se aleja de Rusia. Las fuerzas del Eje seguirán la misma ruta que ya utilizaron los soviéticos para invadir la región de Xinjiang en 1934, incluso con carros blindados.

  El 10 de septiembre de 1944, se inaugura en Chicago la Convención del Partido Demócrata, que se ha retrasado todo lo posible hasta apenas dos meses antes de la fecha de las elecciones. Roosevelt va a ser elegido candidato de nuevo, y su elección traerá sin duda la paz. Aún no se sabe quién será el nuevo candidato a la Vicepresidencia, aunque suenan los nombres de Harry Truman y James Byrnes, el primero miembro del Gabinete del Presidente, y el segundo uno de los principales responsables del enorme crecimiento de la industria bélica de los Estados Unidos.

  Pero los compromisarios están más pendientes de las noticias que llegan del campo de batalla. Se está abandonando África, por mucho que se quiera ocultar. Rommel ni ataca ni es atacado. Moscú está rodeado, la guerra en la India ha terminado (desastrosamente para los aliados), Sudáfrica se ha declarado neutral. Se vote lo que se vote, la paz parece inevitable.

Ooo

  Las operaciones militares terrestres que emprende el Eje en esta fase de la historia alternativa (verano de 1944) habrían exigido la fabricación de un gran número de vehículos y su correspondiente aprovisionamiento de combustible. Los del Eje hubieran tenido que invadir toda Asia Central y cruzar buena parte del continente africano, desde el ferrocarril del Sudán hacia el oeste, desde Marruecos hacia el sur, desde el centro del Sahara (el ferrocarril transahariano proyectado por los franceses) hasta el Niger. Nada de esto era imposible, pues los soviéticos ya lograban trasladar sus ejércitos de una parte a otra de su inmenso país con sus propios recursos, y los aliados hicieron recorridos parecidos incluso antes de disfrutar de los enormes medios de la industria norteamericana movilizada al fin de la guerra.

   ¿Podía la Europa nazi fabricar tantos vehículos y disponer del combustible suficiente? La orden para hacerlo habría tenido que darse a primeros de 1944, una vez que queda claro que la guerra va a durar todavía, por lo menos, hasta las elecciones norteamericanas de noviembre. En esta época en toda Europa abundarían las materias primas, la mano de obra y se contaría con transportes marítimos para llevar todo eso de un lado a otro del Mediterráneo. El norte de España y el norte de Italia hubieran podido ampliar sus fábricas de vehículos todo lo que hubieran querido. Esto sería el resultado de la planificación ya organizada a mediados de 1942. No parece imposible considerando la capacidad industrial de estas naciones (Alemania, Francia, Italia, España… y otros). Pensemos que la Italia "alternativa" de primeros de 1944 mantendría tan solo treinta o cuarenta divisiones movilizadas (en Rusia, como ejército de cobertura, no ofensivo, las divisiones de su campaña imperial africana y muy poco ya en los Balcanes, donde la acción partisana estaría prácticamente liquidada debido a la nula expectativa de victoria de los resistentes). Eso hace posible movilizar la industria italiana, que era buena a la hora de producir vehículos y que puede beneficiarse además de la lejanía de sus fábricas con respecto al alcance de los bombardeos aéreos aliados. También España puede desarrollar mucho su capacidad de fabricar vehículos y recibir fábricas alemanas de las que comenzaron a trasladarse a mediados de 1943 debido a la ofensiva de bombardeo aéreo sobre los centros industriales del Ruhr. En cuanto a Francia, el gobierno petainista haría lo posible por sacar provecho de su gran capacidad industrial porque mientras el único recurso de la España de Franco para ganar una posición dentro de la Europa de Hitler es el sacrificio de sus soldados, el de los franceses es su capacidad económica. 

  Con todo, Alemania no podía seguir sacando obreros de sus fábricas y minas. Ya a primeros de 1943, en la realidad (en esta historia sería en otoño), se procedió a una movilización de las reservas -mejor dicho: se crearon nuevas reservas de tropa- reduciendo el porcentaje de varones exentos del servicio militar. Los alemanes fueron a la guerra en Rusia con un 45% de varones exentos (y casi sin reservas de tropa). Los soviéticos se defendieron con una movilización total que solo dejó un 26% de exentos. Cada rebaja del número de exentos en un 5% podía permitirle a los alemanes conseguir 900.000 hombres más como reserva. Las bajas alemanas en 1942 y 1943 fueron, tanto en la realidad como en esta historia (sin los desastres de Stalingrado y Túnez, naturalmente), de aproximadamente esa cifra contando muertos, desaparecidos e inválidos; el reclutamiento de jóvenes al año era medio millón de hombres. En suma, aunque victoriosos, los nazis también necesitaban la paz, cuando menos para reponer sus reservas humanas y mantener el nivel de aumento de su industria militar. En cualquier caso, los soviéticos ya no podían movilizar a nadie más y al perder los suministros americanos y la lealtad de los musulmanes su situación habría sido desesperada. Los americanos se encontraban totalmente condicionados por las elecciones de noviembre de 1944. Los británicos no podían hacer nada sin los americanos...

  Queda aún, para las potencias del Eje, el problema del poder aéreo y la alimentación de los trabajadores, soldados y población civil. Ambos estarían en vías de solución por las mismas razones: la mejora de los abastecimientos industriales y la estabilidad política permitirían que la cosecha de 1944, con toda Europa bajo control y Ucrania en explotación, experimentase una mejora con respecto a años pasados y con ello se mejoraría también el racionamiento. Los obreros egipcios, turcos y ucranianos pueden contar con suficientes alimentos a fin de que produzcan lo suficiente.

 La fabricación de 7.000 aviones mensuales por el Eje a principios del verano de 1944 (4.000 alemanes, 1.500 franceses y 1.000 italianos; en la realidad eran 3.000 alemanes en las condiciones desastrosas de por entonces) pasaría, como mínimo, a 8.000 al fin del verano, más 3.000 japoneses. Suficiente para seguir manteniendo ofensivas puesto que los aliados fabricaban 15.000 aviones mensuales. Y una vez Rusia sucumbiera llegaría la igualdad en el poder aéreo y con ello la imposibilidad absoluta de que los aliados ganasen la guerra.

  Un aparte merece la explotación económica por los nazis de los territorios arrebatados a los soviéticos. En la realidad, una eficiente estrategia soviética de "tierra quemada" privó a los nazis de obtener rentabilidad de sus conquistas a corto e incluso a medio plazo. Pero en esta historia, los alemanes tienen la posibilidad de aprovechar sus inversiones a largo plazo. Por ejemplo, para el verano de 1943, los alemanes obtenían unas 400.000 toneladas mensuales de carbón de las explotaciones del este de Ucrania, lo cual no parece mucho si tenemos en cuenta que la URSS obtenía antes de la guerra unos 6 millones de esos mismos yacimientos, pero Italia necesitaba poco más de un millón mensual para mantenerse. En esta historia, sin duda hubieran conseguido más para esas fechas, y para el verano de 1944 se hubiera podido abastecer a todo el territorio ocupado y cubrir las necesidades -no muy grandes- de España, Italia y Francia. Si para el verano de 1943 los nazis hubieran podido obtener más de 400.000 toneladas mensuales gracias a las ventajas con las que contaran en esta historia (transporte marítimo, más victorias militares, menos partisanos, más colaboracionismo, más apoyo técnico de otras naciones europeas...), para el verano de 1944 sería creíble que se alcanzasen cifras de dos o tres millones de toneladas de carbón mensuales. Lo mismo se puede aplicar al petróleo: un cálculo realista de los alemanes consideraba que se podían alcanzar unas 50.000 toneladas mensuales del yacimiento de Maikop a finales de 1943 (una cuarta parte de lo que rendían antes de la guerra... pero eso ya cubre, por ejemplo, todas las necesidades de la España de entonces). Contando con el transporte marítimo, el puerto de Tuapse (a cien kilómetros) y los demás factores favorables, para el verano de 1944 este yacimiento ya estaría a plena producción y comenzaría a contarse con rendimientos estimables de los demás yacimientos capturados en 1943 de acuerdo con esta historia. Finalmente, el trigo de Ucrania los nazis sí llegaron a explotarlo, permitió mantener al ejército de ocupación e incluso lograron saquear casi 200.000 toneladas de cereal de la cosecha de 1942 para el Reich (la tercera parte de lo que en esta historia hubiera necesitado España ese año). Pero para la cosecha de 1944 es de esperar que esas cifras habrían aumentado mucho. Y todo ello, por supuesto, siempre beneficiándose de la ventaja del transporte marítimo.

  En el lado soviético, el aislamiento total al cortarse las vías de comunicación por las que llegaban los suministros norteamericanos (fue sobre todo a partir de 1943 cuando estos tuvieron un peso decisivo en la economía rusa) afectaría a la industria armamentística, a la combatividad de la tropa (peor alimentada) y, por supuesto, a la moral. Aunque la pérdida del petróleo del Cáucaso no habría supuesto dejar sin combustible al Ejército Rojo (había yacimientos sustitutivos), si no llegan, por ejemplo, las locomotoras y el elaborado combustible de aviación norteamericano, Rusia tendrá que producirlos con obreros rusos... detrayendo reservistas movilizables para el Ejército. También faltaban en Rusia, pese a su gran extensión territorial, algunas materias primas estratégicas, como el cinc, el estaño y el cobre.

  Por otra parte, los Estados Unidos de esta época contaban con unos 140 millones de habitantes, Gran Bretaña y sus aliados del Imperio (Australia, Canadá, Nueva Zelanda, sobre todo) sumaban la mitad de eso. Una impresionante fuerza humana y económica, pero la Europa de Hitler en esta historia habría sumado los 80 millones de alemanes más otros 80 millones de italianos y franceses y otros 80 millones más de Europa Occidental, incluyendo a los pronazis españoles, a los resignados holandeses y a los neutrales pero económicamente cooperativos suecos y suizos. Más la Europa del Este: países del Eje con cierta capacidad industrial, como Hungría y Rumanía, los ocupados checos, y la gran masa de pueblos más pobres, como polacos o serbios, que también podían aportar mano de obra y cosechas. Habría que contar también las tierras invadidas de la agonizante URSS.

   Para 1944, con la victoria alemana a punto de consumarse, los partisanos antinazis estarían ya poco activos, y el trigo de Ucrania y el ganado de Bielorrusia rendirían más que en 1942, cuando el resultado de la guerra era incierto. Más de cincuenta millones de rusos y ucranianos estarían resignados a la esclavitud (al igual que los polacos y checos) y de entre ellos se podrán obtener renegados que sirvan de capataces y vigilantes (la realidad demuestra que esto no fue difícil). 

  Después, el Mediterráneo: Egipto y Turquía sumaban cuarenta millones de habitantes, las demás naciones árabes ofrecerían también su parte de soldados y obreros, y algunos recursos adicionales interesantes, como los fertilizantes naturales.

  Recursos económicos decisivos, y siempre apoyados por la implacable eficiencia militar del ejército alemán. En sociedades democráticas como la anglosajona sería imposible que la propaganda enmascarara esta realidad.

miércoles, 15 de octubre de 2014

41. Churchill es depuesto




  Al igual que en Estados Unidos, la opinión pública británica va resignándose gradualmente a que la única salida viable de la guerra es llegar a una paz negociada con Hitler: es difícil para los articulistas y editorialistas de la prensa de Londres mostrarse esperanzados ante las noticias que vienen del frente. La censura podría volverse más implacable para reprimir los comentarios en buena parte derrotistas, pero eso iría en detrimento de la credibilidad de los poderes públicos: si Gran Bretaña está luchando es precisamente para preservar su forma de vida basada en un régimen de libertades, como no dejan de proclamar quienes defienden un fin de la guerra que no sea demasiado oneroso. Y a diferencia de los norteamericanos, ni los británicos tienen el plazo inamovible de las elecciones presidenciales ni tampoco cuentan con el recurso de desahogar su frustración de no poder vencer a Alemania alcanzando una victoria aplastante sobre los japoneses.

  En diciembre de 1943, la destrucción del noveno ejército británico, y en marzo de 1944 la independencia (y posterior guerra civil) de la India, dejan bien a las claras que la victoria frente a los imparables ejércitos alemanes no es posible. El abandono de las tropas de Sudáfrica, Australia y Canadá en la lucha contra los nazis también tiene un fuerte impacto. Poco a poco van llegando noticias de que los Estados Unidos buscan una negociación. Primero, la campaña de propaganda de Joseph Kennedy y sus partidarios, cada vez menos sutil y más descarada, y finalmente, el discurso de Roosevelt en el mes de abril de 1944 que abre la posibilidad de una paz negociada, una cuestión que entra inmediatamente en el debate público.

  Para la primavera ya se han puesto en marcha en Londres varias conspiraciones para deponer a Churchill. En algunas toman parte antiguos simpatizantes del fascismo británico (y también los hay nuevos; entre ellos no faltan incluso generales, como Montgomery, que no oculta su admiración por Hitler). El deseo de hallar una paz negociada alcanza a la clase trabajadora británica, la más antinazi pero también la más afectada por la movilización, el racionamiento y las restricciones.

   La conspiración más importante es la que se desarrolla dentro del mismo gabinete de Churchill, en el partido conservador. Anthony Eden, sin ningún entusiasmo, se propone como recambio. No simpatiza en absoluto con el autoritarismo pero cree estar capacitado para la dura tarea de abrir unas negociaciones de paz. Siempre, eso sí, que sea en coordinación con los norteamericanos.

               Anthony Eden, secretario de Exteriores y más tarde primer ministro británico

  A través de ciertos intermediarios, Eden se informa de las negociaciones (o más bien tanteos) que se están produciendo en Dublín por mediación del muy antibritánico primer ministro irlandés De Valera. En mayo de 1944, Eden está dispuesto a plantear a Churchill la necesidad de aceptar una paz justa que deje a Hitler el control de Europa, pero es en ese momento cuando le llega una desastrosa noticia: los alemanes exigen la unidad de Irlanda y la entrega de la flota británica a Alemania. Y, por supuesto, que Gran Bretaña abandone todas sus posesiones imperiales en los tres continentes en torno al Mediterráneo. Son condiciones inaceptables (de momento...).

  Ignorantes de todo esto, el malestar entre la tropa crece, sobre todo en los incómodos acuartelamientos del Golfo Pérsico, y se detecta un auge incluso de movimientos secesionistas en Escocia y Gales ("no debimos dejar que nos metieran en una guerra que responde solo a los intereses imperialistas de Inglaterra"). En cualquier caso, no se produce aún un movimiento visible contra Churchill. Pero todo el mundo acepta el que, si los norteamericanos abandonan, Gran Bretaña ya no puede seguir en la guerra sola.

    Lo que lo cambia todo definitivamente es la caída de las bombas volantes sobre suelo inglés a mediados de junio de 1944. Aunque los muertos no son muchos, el efecto psicológico es devastador debido a que la opinión pública creía que, al menos, los aliados mantenían la supremacía aérea, y eran los alemanes (y franceses) los que sufrían un duro castigo desde el aire, viéndose incapaces de responder. El que ahora esté dejando de ser así se interpreta como que las malas noticias anuncian un empeoramiento por venir.

La bomba volante V-1. El bombardeo de Londres con esta nueva arma comenzó a mediados de junio de 1944

   Además, esta hazaña tecnológica del enemigo desinfla cualquier expectativa que hubieran podido hacer surgir las noticias procedentes de Rusia y Estados Unidos acerca de un "arma secreta" aliada de un poder inimaginable que podría dar la victoria frente a Hitler a corto -o medio- plazo. ¿Quién garantiza que los nazis no sean capaces de desarrollar un arma similar o de poder mayor, antes o al mismo tiempo que los aliados?

  A finales de junio la prensa británica ya comienza a dejar pasar opiniones explícitas acerca de la necesidad de negociar la paz. La reacción de Churchill, que cuenta con el apoyo del rey, es acusar a quienes defienden la negociación de ser unos traidores. Churchill da el paso siguiente de anunciar que, en cualquier caso, Hitler ha planteado condiciones inaceptables. Pero los norteamericanos ya están negociando y hablan de ello abiertamente en sus medios de comunicación.

  Es entonces cuando llega, por vía diplomática (irlandesa, por supuesto), la propuesta alemana de cesar en el envío de bombas volantes si la RAF cesa sus bombardeos contra las ciudades alemanas y francesas. Ofrecen no dar publicidad al acuerdo. Churchill se niega también a eso, junto con los laboristas, pero en el Partido Conservador, el mismo Churchill está ahora en minoría. Nadie olvida que desde febrero los norteamericanos se niegan a bombardear las ciudades fuera de las zonas industriales (los alemanes, por su parte, proclaman que ya no hay fábricas de armamento en las ciudades). Para Churchill, de lo que se trata es de admitir o no el fracaso de la estrategia de que se contribuiría a la derrota del enemigo mediante la desmoralización causada por los ataques aéreos contra objetivos civiles...

  La dimisión de los ministros laboristas el día 8 de julio de 1944 no es otra cosa que admitir la derrota: saben que va a aprobarse el cese de bombardeos, sobre todo por presión de los militares mismos. La estrategia laborista en este momento pasa por aguantar dentro de la guerra hasta las elecciones norteamericanas, pues ya están informados de que el Vicepresidente Henry Wallace va a presentar su propia candidatura antinazi, partidaria de seguir la guerra hasta el final, si, como parece, Roosevelt se decide a anunciar públicamente sus intenciones de alcanzar una paz negociada. Además, los laboristas, al dimitir, exigen también elecciones parlamentarias en Gran Bretaña. Éstas se llevarían a cabo en septiembre u octubre, antes de las presidenciales norteamericanas (un éxito laborista podría ayudar a Wallace). Las últimas elecciones parlamentarias fueron en 1935, y en el parlamento quedó entonces una mayoría de dos tercios entre conservadores y liberales. Mientras tanto, se produce un número de huelgas cada vez mayor, en ocasiones en las mismas fábricas de armamento.

  A pesar del apoyo del rey al primer ministro, Eden plantea a Churchill que debe dimitir.  Hitler lo exige para negociar la paz (incluso promete algunas mejoras en las condiciones ya anunciadas), y sería un mensaje claro al pueblo de la necesidad de salir de una situación que a nadie se le oculta que es casi insoluble. Churchill se niega: tendrán que destituirle. De hecho, el conservador aristócrata imperialista se apoya ahora en la izquierda, y si hay elecciones parlamentarias está dispuesto a presentar su propia candidatura independiente.

  También tiene, como Wallace y como Mc Arthur, su propio plan estratégico. En su momento, Churchill apoyó la conexión ártica (Alaska-Aleutianas-Siberia), pero ahora propone su propia versión de esta estrategia, sugiriendo que se recupere la “Operación Júpiter”, uno de los planes que se barajaron en 1942 para crear un segundo frente. Esta “Operación Júpiter” consistiría en un desembarco en Noruega. Churchill considera que el ejército alemán en Noruega es ahora muy débil, y no sería difícil poner pie en esa otra zona ártica, reabriendo el puerto de Murmansk para abastecer a los rusos y facilitando el uso del de Arkhangelsk, que los rusos aún dominan, pero que está bajo constante amenaza del enemigo.

    Al fracasar el intento de que los americanos apoyen la propuesta de Stalin de una conexión directa ruso-norteamericana en la guerra contra Japón, Stalin hace suya enseguida esta otra propuesta británica, incluso acompañándola de una promesa de acomodarse a ciertas pretensiones políticas occidentales (el respeto a las fronteras de Polonia en 1939, por ejemplo). Pero el caso es que, en el verano de 1944, los rusos están lanzando propuestas tanto a americanos como a británicos, alemanes y japoneses, pues la situación en Rusia, a la espera de la definitiva ofensiva de verano contra Moscú, es prácticamente desesperada. Stalin también ha previsto lo que tendrá que hacer si cae Moscú. Y también él preferiría esperar al resultado de las elecciones norteamericanas.

  A lo largo del mes de julio, el pueblo de Inglaterra comprende que el cese de la caída de las terribles bombas alemanas (Churchill ha cedido en esto para ganar tiempo y esta cesión fue el detonante de la dimisión de los ministros laboristas) tiene que ver con la moción de censura para deponer al primer ministro en el Parlamento. Simultáneamente llegan las noticias de la victoria alemana en las islas Canarias (el 14 de julio los aliados abandonan la isla de Fuerteventura). Aunque los aliados mantienen de momento las cinco islas más occidentales del archipiélago (los alemanes y españoles franquistas han tomado las dos más orientales), es solo cuestión de tiempo que los nazis finalicen victoriosamente su demostración de fuerza en el frente aeronaval. Los británicos han comprendido que si el enemigo puede tomar las Canarias en el verano de 1944, también puede desembarcar en Inglaterra al año siguiente... sobre todo si los americanos abandonan la guerra; lo cual, por otra parte, hace poco conveniente la concentración de fuerza aeronaval aliada en las cinco islas canarias occidentales, puesto que es Gran Bretaña ahora la que está en peligro y requiere de todos los recursos militares posible. La victoria de la Royal Navy sobre la flota japonesa en el Índico el 11 de julio supone un escaso alivio, pues, de todos modos, el 24 de agosto finalizará la guerra civil india con la derrota de los aliados (sin la victoria naval, la derrota de los indios aliados se hubiera producido quizá un mes antes, pues el 22 de junio ya habían sido derrotados los británicos por los japoneses en la plaza fronteriza de Kohima y el 15 de julio Peshawar cae definitivamente en manos de los "pakistaníes", los partidarios de la India musulmana).

  Y en Estados Unidos parece que solo se preocupan ya por la derrota de Japón. La propaganda oficial no hace más que mencionar las nuevas victorias en el Pacífico (victoria ahora en Saipan), pero el 18 de julio, mientras la prensa británica debate acaloradamente el comienzo del proceso político de censura parlamentaria a Churchill que está a punto de iniciarse, Roosevelt ha cambiado su gabinete y anuncia públicamente la apertura de negociaciones con el enemigo para poner fin a la guerra. El ahora exVicepresidente Henry Wallace va a formar un nuevo partido para presentarse a las elecciones de noviembre, y va a contar con el alcalde de Nueva York, Fiorello La Guardia, como su candidato a la vicepresidencia.

  El 24 de julio de 1944, Churchill hace su último discurso en la cámara de los comunes, previo a que, al día siguiente, una mayoría de parlamentarios (la mayoría conservadores, pero también algún laborista disidente) le cese, aduciendo, para mayor humillación, incapacidad física. Se nombra a Anthony Eden como nuevo primer ministro. De los seiscientos parlamentarios, solo apoyan a Churchill ciento doce laboristas (otros se han abstenido o incluso votado en contra), setenta conservadores y veinte de otros partidos. El resultado, con todo, deja cierto margen para la esperanza: unas nuevas elecciones podrían dar el poder a los laboristas.

    A disgusto, el rey acepta el nombramiento de Eden. Por otra parte, el rey sabe que su hermano, el Duque de Windsor, quiere recuperar el trono al que renunció en 1936. Y sabe que Hitler amenaza con promover la secesión de Escocia y Gales, aparte de la anexión de Irlanda del Norte a la república de Dublín, que ahora ya parece inevitable.

   Inglaterra respira aliviada por el fin del período Churchill. La prensa ignora enseguida al cesado primer ministro. Se dice incluso que va a abandonar Gran Bretaña. Otros dicen que está físicamente acabado y morirá pronto. Los laboristas le piden que deje una especie de testamento político y que antes de desaparecer funde un partido político antinazi conservador, pero Churchill considera que no hay nadie capaz de liderarlo que no sea él. Está dispuesto a apoyar al laborista Attlee como primer ministro, renunciando al imperialismo y aceptando cierto cambio en las estructuras económicas del país, y se ve capaz de hacerse cargo de las fuerzas armadas caso de que triunfen las izquierdas en unas elecciones. También es cierto que ya le quedan pocos partidarios entre los conservadores y liberales.

   Los laboristas mientras tanto se están aliando con los sindicatos porque incluso se sospecha que los militares podrían imponer un régimen autoritario en Gran Bretaña. A pesar de la inminente derrota de los soviéticos, el movimiento obrero británico se está alimentando del resentimiento por el fracaso en la guerra. Se incrementan las huelgas a partir de un sentimiento ambivalente: por un lado, los obreros quieren que la guerra acabe pero, por el otro, odian a los nazis y quisieran su derrota. Todos coinciden en que los apaciguadores de 1938 pueden retornar (políticos como Halifax y Hoare) convirtiéndose en seudofascistas. El general Montgomery no es el único admirador de Hitler. Los partidarios de Mosley están preparándose para la nueva etapa política, así como los secesionistas escoceses y galeses.

            La bandera de la Unión Británica de Fascistas (BUF), liderada por Oswald Mosley

   En esta circunstancia, Churchill pertenece al pasado. Eden y sus partidarios (incluido el general Alan Brooke, el principal estratega del ejército) consideran, quizá engañados por el caso francés, que, dentro del régimen nazi, hombres como Goering y Speer podrían tender puentes de entendimiento con la alianza anglosajona. La mayor preocupación de los nuevos dirigentes del Reino Unido es que el triunfo nazi en Europa afecte irremediablemente a la convivencia democrática dentro de la sociedad británica. Esperan tiempos difíciles y Gran Bretaña necesitará toda la ayuda posible por parte de los diversos factores sociales.
 
    Anthony Eden se niega en redondo a convocar elecciones parlamentarias de resultado incierto en plena guerra, y a lo largo del mes de agosto las noticias que llegan hacen tan evidente la entrada en negociaciones y es tan visible el alivio del pueblo al respecto que los mismos laboristas renuncian a su proyecto de elecciones británicas previas a las americanas. En las urnas, es preciso esperar a ver lo que consiguen Henry Wallace y su “Partido Progresista” de los Estados Unidos en noviembre. Por lo demás, los británicos están psicológicamente agotados. Es una Inglaterra diferente a la de 1939. El Imperio ha desaparecido, sus ejércitos han sido humillados, los americanos les han abandonado e incluso la flota se encuentra amenazada.

   Para Eden y sus hombres, se trata de recuperar la armonía social, la productividad económica, la brillantez intelectual para una salida viable de la posguerra que viene. Eden no es ningún autoritario y no quiere saber nada de un retorno del rey Eduardo y la reaparición de un fascismo inglés (que todavía se muestra prudente: Mosley sigue en vigilancia domiciliaria), pero se pregunta cuál es su margen de maniobra. Las noticias que llegan de América no son buenas. Mientras los marines conquistan Saipan y Guam, y mientras la fuerza aérea norteamericana comienza a bombardear Tokio imitando a la RAF sobre Alemania en los buenos tiempos, para los americanos los británicos se convierten en una especie de fastidio. Entraron en la guerra para apoyarlos, se hizo todo lo posible por ellos, pero ya va llegando la hora de que acepten los hechos.

  El 19 de agosto, la convención del Partido Republicano de los Estados Unidos elige el ticket Mc Arthur/ Vanderberg como candidatura a la presidencia. El general en jefe del Pacífico, desplazado urgentemente a América para dar su discurso de aceptación ante la Convención, asegura que la victoria sobre Japón es inevitable, pero no menciona para nada Europa. Muchos creen que Mc Arthur ganará las elecciones.

  El 24 de agosto, el gobierno de Eden autoriza la retirada definitiva de los británicos de la India (aún se encuentran tropas británicas en ciudades costeras como Calcuta o Bombay). En el tratado de Imphal (mismo día 24 de agosto), el partido del Congreso de Nehru acepta las desastrosas condiciones impuestas por el Eje: casi la mitad de la India pasa al Pakistán musulmán, e incluso se crea un estado sikh en el Punjab. Podía haber sido peor, porque era posible que el Eje apoyase la creación de nuevos estados en el sur de la India. Tras la firma de este tratado, las tropas británicas en la India reembarcan. Su destino temporal es reforzar el Golfo Pérsico, donde nadie espera que Rommel vuelva a atacar. En realidad, ese millón de soldados angloamericanos en las costas árabes y persas solo está esperando que acabe la guerra.

  China también se encuentra en mala situación, pero el gobierno de Chungking aún mantiene la esperanza de que Mc Arthur, tras conquistar Filipinas y Formosa (algo que se espera para dentro de un par de meses), desembarque en el sur de China. Entonces todos los ejércitos americanos de África y el Golfo pasarían a China para derrotar definitivamente a Japón también en el continente. Hasta entonces, el gobierno chino nacionalista ha quedado aislado, sin suministros. El ejército japonés que ha vencido en la India (sin ir más allá dentro del subcontinente que de la periferia de Bengala) podría ahora unirse al resto de contingentes japoneses que combaten en China. Sin embargo, los japoneses están concentrándose en la lucha contra los rusos en Siberia Oriental y en preparar la defensa de las Filipinas. Eso da a los chinos tiempo para resistir, a la expectativa de que los norteamericanos se aproximen más.

   Tras la retirada británica definitiva de la India, Hitler ataca de nuevo. El 25 de agosto, tras casi medio año de preparación y algunos combates fronterizos, el mariscal List, el conquistador de los Balcanes, el Cáucaso y Teherán, invade Asia Central soviética con una gran cantidad de vehículos para transportar a su ejército Panzer alemán y al ejército móvil turco hasta la misma frontera china.

   Al día siguiente, el mariscal Manstein lanza, por fin, la esperada ofensiva final contra Moscú. Para sorpresa de muchos, esta ofensiva se ha retrasado. Lo ha hecho porque Manstein le ha insistido a Hitler de que tomar Moscú no va a ser tan fácil y necesitará para ello, entre otras cosas, de la mayor cantidad de poder aéreo posible. Con el fin de la campaña de las Canarias y la disminución -que no cese- de la lucha aérea sobre Europa central ahora se dan las mejores condiciones. Además, el fin de los suministros americanos habrá debilitado la capacidad de resistencia soviética. Pero los generales alemanes se llevarán una sorpresa porque Stalin ha ordenado concentrar toda su fuerza restante, nada pequeña, en la defensa de Moscú y el resto de las tierras rusas al oeste del Volga. Al no haber contraatacado en invierno ha podido cubrir las bajas, y la defensa de Asia Central y Siberia no se ha llevado recursos vitales. En el momento de iniciarse la batalla final, de nuevo los soviéticos cuentan con superioridad numérica: 5.5 millones de soldados soviéticos desde Astrakhan a Arkhangelsk para enfrentarse a una fuerza enemiga de casi 5 millones, de los cuales solo la mitad son alemanes; los otros, casi dos millones y medio, son aliados de Alemania, a la espera de repartirse los frutos de la victoria definitiva. Aparte de una cierta superioridad numérica, los rusos cuentan con fortificaciones bien afianzadas y oficiales cada vez mejor adiestrados. Sin embargo, no disponen de superioridad aérea y en tanques y cañones tampoco son ya tan fuertes como en la batalla "Zitadelle" del verano anterior.

   Muy lejos de este infierno, Roosevelt da su visto bueno para las negociaciones finales del armisticio que llevan ya un mes desarrollándose en Dublín. Anthony Eden todavía intenta conseguir mejores condiciones. Regatea cuántos buques de la flota británica deben entregarse a Alemania…

ooo

   Para algunos resultará poco realista que Gran Bretaña negocie las condiciones de su derrota. Ciertamente, los británicos tenían poca experiencia en derrotas, pero el que en la segunda guerra mundial aceptaran un muy menor sacrificio en vidas que en la primera ya demuestra que había ciertos límites a su belicismo. 

  Gran Bretaña, instigada por Churchill, aceptó a primeros de junio de 1940 continuar en la guerra a pesar de la derrota de Francia. Algunos de los argumentos que utilizó Churchill para convencer a los otros miembros del gabinete de guerra resultan hoy tan emocionantes como absurdos. Entre otras cosas, Churchill se negó a escuchar siquiera las proposiciones de paz de los alemanes, aduciendo que serían intolerables (en realidad, temía que fueran tentadoramente aceptables), aseguró que, si  los británicos seguían luchando, siempre podrían conseguir mejores condiciones de paz más adelante (la experiencia de la segunda guerra mundial va más bien en sentido contrario a eso) y llegó a decir (y esto es quizá uno de los más grandes momentos de la historia política del siglo XX) que no sería mala cosa que Gran Bretaña fuese derrotada luchando por la libertad. Pero, por encima de todo, lo que hizo que los británicos siguieran a Churchill fue, aparte de la apenas soportable perspectiva de verse como perdedores, la seguridad de que los Estados Unidos no iban a abandonarlos.

  Por lo tanto, en esta historia alternativa, el idealismo de Churchill tiene pocas opciones. La única, esperar que la candidatura antinazi del ex Vicepresidente de los Estados Unidos gane las elecciones presidenciales de noviembre.

martes, 7 de octubre de 2014

40. Ofensiva aeronaval nazi



   A finales de junio de 1944 ha quedado desplegada en las islas Canarias la división norteamericana de infantería número 95. Es el refuerzo definitivo, y el comandante en jefe aliado del sector, el general norteamericano Mark Clark, decide dispersar esta división novata en las seis islas que se supone que corren menos peligro de invasión, es decir, en todas menos en Gran Canaria, que había sido el principal objetivo tanto en el intento fracasado de invasión británica en julio de 1942 como en la exitosa operación “Torch” de noviembre del mismo año. De las dos islas mayores y más pobladas, Gran Canaria es la que dispone del mayor puerto y cuyo aeródromo se encuentra al alcance de la artillería naval de los buques que podrían tomar parte en el asalto.

  Para defender Gran Canaria, Clark dispone de una fuerza de más de ochenta mil hombres. En total, se trata de las divisiones norteamericanas de infantería 29 y 94, la 3 división de infantería británica y un contingente de tropas españolas antifranquistas que casi iguala en número al contingente norteamericano. En las últimas semanas se han traído unidades de las otras islas, a medida que han ido llegando, para reemplazarlas por los diversos elementos que componen la 95 división. Pero la defensa de la isla no puede calcularse solo en soldados, también se ha reforzado la artillería, se despliegan más de doscientos tanques, se fortifican los puntos estratégicos y, por encima de todo, en la región se sitúa hasta cuatro mil aviones aliados para la defensa, algunos en Gran Canaria, pero otros en las demás islas, no solo en Canarias, sino también en Madeira, en las posiciones del grupo de ejércitos aliado al sur de Marruecos y en los portaaviones de la Royal Navy.

  Otras dos divisiones norteamericanas defienden las demás islas del Atlántico: una división defiende Madeira y la otra las Azores.

  En Washington hay dudas acerca de si Hitler realmente se va a atrever a atacar el archipiélago. ¿Por qué correr el riesgo de un desastre si la toma de Moscú puede resolverlo todo para el Eje de todas formas? Pero Roosevelt piensa que Hitler es un loco arrogante y que está ansioso por demostrar que también dispone de una fuerza aeronaval. Quiere amedrentar a las “potencias oceánicas” (especialmente a los británicos) y quizá también le influya la constante presión de los españoles que exigen la recuperación de las Canarias que, por lo demás, tampoco dejan de ser de un gran valor estratégico para la seguridad de África Occidental y el tránsito por el Atlántico.

  También se puede considerar que con la amenaza a las islas se ayuda a Japón, que ha vuelto a invadir el Océano Índico para forzar la rendición del gobierno unionista indio, que se ha adherido a los aliados. La Royal Navy ha tenido que dividir sus mejores unidades entre ambos sectores marítimos, de modo que los japoneses correrán menos riesgo en su incursión fuera del Pacífico. De momento, el 22 de junio se sabe -los japoneses mismos lo han anunciado- que la flota japonesa (que incluye los grandes portaaviones "Hiyo", "Taiho", "Shokaku" y "Zuikaku") ha llegado a Singapur. De la misma forma que la incursión en el Índico de abril de 1942 facilitó la derrota británica en Birmania, esta nueva expedición naval a gran escala pretende facilitar la victoria del Eje en la guerra civil india que se ha iniciado el 15 de mayo de 1944. Para impedirlo, los británicos han tenido que enviar una poderosa flota de refuerzo, que incluye algunos de sus mejores portaaviones (en concreto, el "Formidable", el "Illustrious" y el "Indefatigable"). De todas formas, los almirantes británicos no consideran que esto suponga una merma irreparable para la defensa de las Canarias, puesto que cuentan con sobradas bases aéreas en los archipiélagos de Canarias y Madeira para enfrentarse a un asalto aeronaval enemigo (y otros tres grandes portaaviones: el "Victorious", el "Furious" y el "Indomitable").

  El general Clark calcula (de acuerdo con sus fuentes de inteligencia, que siguen siendo buenas) que la invasión tendrá lugar a primeros de julio. Así lo indica, sobre todo, la concentración de la Luftwaffe en los aeródromos africanos próximos, los que el Eje ha reconquistado en su ofensiva de abril.

  El 5 de julio se detecta a la flota francesa saliendo por el estrecho de Gibraltar. Tras ellos salen los italianos y los alemanes, mientras los buques de transporte esperan en los puertos marroquíes del Atlántico, sobre todo en el de Casablanca. La invasión está en marcha.

  Hace ya un par de semanas el almirante Raeder se ha trasladado a Casablanca -como invitado del rey Mohamed V de Marruecos- a fin de dirigir desde allí la inmensa flota del Eje. Es su gran oportunidad después de que, tras el desastre del “Bismarck”, tres años atrás, la Marina alemana de superficie se haya mantenido a la defensiva. Y ha sido difícil, tanto táctica como políticamente, coordinarse con las flotas francesa e italiana para una operación tan grande contra la temible Royal Navy, que ahora es, por supuesto, todavía más fuerte de lo que ya lo era en 1941. Los navíos americanos no preocupan tanto, ya que están casi todos volcados en su guerra naval del Pacífico contra los japoneses, los mismos japoneses que han llevado su flota al Índico y que los británicos lograrán derrotar decisivamente el día 11 de julio.

  Pero el comandante en jefe de la invasión no es Raeder sino el mariscal Kesselring y éste, independientemente de su condición de aviador, sabe que el éxito dependerá, aparte del desempeño de la flota y del arrojo de los infantes de Marina alemanes y españoles, de la capacidad de mantener un cierto dominio en el aire. Para eso han tenido que trasladar hacia África hasta cuatro mil aviones. Con ello han logrado una cierta igualdad numérica no solo despojando otros sectores, sino también haciendo uso, por fin, de la gran hornada de nuevos pilotos que había comenzado a formarse en agosto del año anterior, tras el desastre del bombardeo de Hamburgo. La producción de aviones del Eje en Europa ha alcanzado ya el máximo hasta la fecha previsto de siete mil aviones mensuales, cuatro mil de ellos alemanes. Sumados estos siete mil a la producción japonesa, es todavía poco más de la mitad del número de aviones fabricados al mes de los que dispone el enemigo, pero se espera que sea suficiente para una ofensiva audaz si se concentran y despliegan con una estrategia eficiente, y si se acepta un elevado número de bajas propias, según suele suceder en una operación ofensiva de alto riesgo. Se ha vuelto, más o menos, a la proporción del verano de 1942... aunque ahora las cifras absolutas son mayores para ambos bandos, casi tres veces mayores.

  El plan de Raeder es que, en un principio, la flota francesa fingirá un ataque a Madeira y luego se volverá a tiempo. Mientras tanto, el ataque real lo llevará a cabo la flota alemana, cubriendo a los navíos italianos que, ya expertos en operaciones anfibias, serán los que ejecuten el desembarco. Y el objetivo no es, como supone el general Clark, la isla de Gran Canaria, sino la mucho menos importante de Fuerteventura, por un motivo fundamental: se halla a apenas cien kilómetros de los aeródromos de la Luftwaffe en Cabo Juby (bastante menos que la distancia de Calais a Londres, para comparar con la situación en la batalla de Inglaterra de 1940). Fuerteventura, una vez conquistada, será habilitada como base de ataque a Gran Canaria (al doble de distancia de Cabo Juby que Fuerteventura). El elemento del apoyo aéreo es esencial y no conviene correr riesgos. Las siete islas serán conquistadas una a una: no hay prisa, pues de lo que se trata es de hacer una demostración de fuerza que convenza a los isleños británicos de que, bajo las nuevas condiciones, ellos tampoco son invulnerables a una invasión alemana.



  La proximidad de Fuerteventura a África la hace vulnerable a ataques aéreos masivos desde la costa continental.
 

  El almirante francés Laborde comanda la flor y nata de la Marina francesa, con cuatro acorazados modernos. Se ha intentado hacer creer que Hitler le ha ofrecido Madeira a los franceses, y la flota incluye falsos buques de transporte de tropas (y un falso portaaviones). Los aliados no han creído semejante cosa porque cuentan con buena información y, de todas formas, Laborde se acerca a Madeira menos de lo acordado y retrocede cuanto antes sin apenas sufrir ataque alguno. Con todo, algunos cientos de aviones aliados se han mantenido a la expectativa en la zona alejada de las Canarias, lo cual ha supuesto una ayuda a las fuerzas de la invasión real.

  A la tarde del día 6 de julio, la flota alemana ya está en el mar, procedente de los puertos de Marruecos y sur de España, y es atacada por la aviación aliada. Desde África contraatacan elementos de la Luftwaffe, y los aparatos de los portaaviones “Graf Zeppelin” (alemán) y “Aquila” y "Sparviero" (italianos) se ponen a prueba. Del otro lado, tres portaaviones británicos "de flota"  ("Furious", "Indomitable" y "Victorious"), más varios pequeños y lentos "de escolta", y el anticuado norteamericano "Ranger". Se producen graves daños, pero ningún buque capital es hundido. Llega la noche.

                                El portaaviones de la Alemania nazi, Graf Zeppelin

  Durante la noche, la flota italiana que escolta los más de cuatrocientas naves de transporte (pequeñas, medianas y grandes) para el desembarco avanza a toda velocidad hacia el objetivo. Los buques de guerra alemanes han logrado atraer sobre ellos la mayor parte del fuego enemigo salvaguardando en lo posible la fuerza de asalto anfibio. Hasta el anochecer, los aliados no descubren que el objetivo no es Gran Canaria, sino Fuerteventura, una de las dos grandes islas desérticas más próximas a África.

  A la mañana del 7 de julio de 1944, los acorazados italianos bombardean las posiciones costeras del norte de la isla de Fuerteventura y son a su vez cañoneados por las potentes piezas artilleras de costa angloamericanas. Bajo un intenso fuego, las doscientas primeras lanchas de desembarco, en su mayoría italianas (algunas, veteranas de los desembarcos del Mar Negro) se dirigen a sus objetivos en unas condiciones de peligrosidad que los marines norteamericanos del Pacífico jamás hubieran aceptado. Varias lanchas son destrozadas en alta mar por fuego artillero sin que ningún ocupante sobreviva. Franco ha prometido a Hitler que ningún infante español de la "división de Lepanto" -la primera de las tres divisiones de infantería de Marina españolas en entrar en combate- temerá la muerte, pues todos son fervorosos patriotas católicos. Los infantes de Marina nazis de la división “Seelöwe” tampoco van a ser menos.

  En total, la primera oleada la componen diez mil hombres y unos cincuenta tanques. Un millar de aviones y planeadores procedentes del sur de Marruecos lanzan también otros diez mil paracaidistas, en su mayoría alemanes, pero también españoles, a lo largo de dos días. La segunda oleada de infantes de Marina la componen otros diez mil hombres alemanes y españoles, y al mismo tiempo, salen de Casablanca y Agadir otros veinte mil infantes españoles para reforzar las cabezas de playa en los dos días siguientes. En el momento culminante, cincuenta mil soldados del Eje, supuestamente de élite, pues llevan medio año entrenándose para esta operación, se concentran en la isla con las mejores armas disponibles para destruir o expulsar al enemigo. Hitler no olvida el sacrificio de la tropa alemana para conquistar Creta en mayo de 1941. Las bajas fueron horrendas, pero ésa es la única forma de conseguir la victoria en circunstancias parecidas. Los oficiales ya han advertido a la tropa de que no habrá retirada posible.

  Al mediodía del primer día del desembarco, 7 de julio, las playas de arena volcánica del occidente de la isla muestran un espectáculo aterrador que recuerda Tarawa, unos meses antes. Pero los soldados del Eje permanecen en la playa con la protección de algunos tanques desembarcados, los acorazados italianos siguen apoyándoles con el fuego y los paracaidistas han sembrado el caos en el interior de la isla.

  En el aire, la Luftwaffe también logra prevalecer.

  Mark Clark no está en la isla, sino en Madeira, desde donde considera que puede dirigir mejor los movimientos aeronavales. Es el general británico Dempsey el que comanda el sector de las islas Canarias, ya que la principal fuerza para defender Gran Canaria se supone que es la 3 división británica de infantería, pero en Fuerteventura quien lidera la resistencia es el general norteamericano Ryder, al que se le ha dado el mando conjunto de las dos islas occidentales, guarnecidas por elementos sobre todo norteamericanos, de las divisiones 29 y 95, y algunas tropas españolas antifranquistas (los británicos están casi todos concentrados en Gran Canaria). A la noche del 7 de julio, Ryder asegura que las fuerzas enemigas que han logrado desembarcar están al borde de la rendición y que la mayoría de los paracaidistas han muerto. No es raro que el general americano se equivoque, dado el tremendo número de bajas sufrido por los atacantes. En Gran Canaria, Dempsey duda de si el ataque a Fuerteventura es una distracción y el resto de la fuerza de desembarco va a atacar la isla principal. Por si acaso, prepara el envío de refuerzos.

  Durante el periodo de preparación y entrenamiento, Franco no escatimó medios para forzar a sus hombres al sacrificio, dado que en esta batalla se juega el demostrar que solo los soldados españoles pueden compararse en valor a los alemanes (en Europa... porque del valor japonés nadie duda). Es lo único con que cuenta la España de Franco, que se proclama "imperial": sin la potencia industrial de Francia, ni unas fuerzas armadas del tamaño de las italianas, los españoles solo pueden presumir de la supuesta bravura de sus soldados.

  Tras comprobarse que Rommel no había logrado terminar la guerra victoriosamente con su ofensiva sobre Bagdad, Franco ha insistido en que se prepare la reconquista de las islas Canarias. Al fin y al cabo, a finales de 1943 la situación en España está muy estabilizada comparada con la que era un año antes: no quedan tropas extranjeras en España, bastan quince divisiones para mantener Marruecos y el Estrecho, la guerrilla antifranquista (española y portuguesa) está muy disminuida y la defensa costera no requiere más de veinte divisiones (aparte de la zona del Estrecho). Y puesto que la guerra va a continuar, Franco quiere que los soldados españoles tengan más oportunidades de demostrar su valía ante los patrones alemanes. A partir de Navidad, comienzan a prepararse varias divisiones de infantería especiales para, aparte de reconquistar las Canarias (lo que implica crear un cuerpo de infantería de Marina de tres divisiones), poder aportar también un pequeño ejército español a la campaña final en Rusia que se espera para el siguiente verano. En este ejército se incluirá una división blindada -la "Brunete"- un poco siguiendo el ejemplo de la "Mariscal Petain" francesa para instruir a los oficiales en las tácticas modernas-; y se sumarán tres nuevas divisiones de infantería a las dos ya veteranas -"Azul", originalmente de voluntarios que se sumaron a la lucha contra el comunismo siendo España aún una nación "no beligerante", y la "Navarra" de montaña-: las tres nuevas divisiones de infantería serán la "Viriato" -que incluirá voluntarios portugueses-, la "Francisco Franco" y la "Aragón".

   En conjunto, Franco ha logrado tomar el control de la situación siguiendo prudentemente las indicaciones del mariscal Kesselring. España ha dado pasos para consolidar la unidad peninsular con la anexión de Portugal, donde, con el desarrollo de los hechos de armas ahora favorables al Eje, se ha logrado la cooperación de ciertos sectores de la clase política portuguesa -especialmente el movimiento fascista "nacional-sindicalista" liderado por Francisco Rolao Preto-, se ha mejorado la agricultura, desarrollado la industria como subsidiaria de la alemana y modernizado las Fuerzas Armadas. Hitler atribuye el mérito de estos moderados logros al buen trabajo de Kesselring y otros agentes alemanes. Todo ello ha sumado hasta lograr que el Führer acepte correr el riesgo de invadir las Canarias, en el océano Atlántico. La decisión la ha tomado el Führer en enero de 1944, momento en el cual el mando español emprende la reorganización de tres divisiones para convertirlas en fuerza de infantería de Marina, más una brigada paracaidista, todo con el fin de llevar a cabo la invasión. A partir del mes de abril estas unidades comenzarán a entrenarse con los veteranos alemanes. Aquí Franco sabe que se juega el prestigio del esfuerzo bélico español.

  El general Muñoz-Grandes comanda la fuerza y a la mañana del día 8 de julio de 1944 logra salir de la playa gracias a la segunda oleada de infantes y paracaidistas alemanes y españoles, capturando la aldea de Puerto Cabras, la capital de la isla. Al anochecer del segundo día, la batalla se libra ya en el interior de la isla, donde el objetivo fundamental es capturar el aeródromo de Tefía. Los americanos están en general bien equipados y entrenados pero no tienen experiencia de combate. Por otra parte, no todo el personal militar de primer orden de los aliados está disponible para defender las Canarias, dada la importancia del frente del Golfo Pérsico. A partir del día 9, Dempsey y Clark ya han ordenado que tropas británicas de Gran Canaria refuercen a los americanos que en Fuerteventura comienzan a verse desbordados por la continua llegada de tropas enemigas a sus playas occidentales. Fuerteventura puede convertirse en un nuevo Guadalcanal, con los nazis desembarcando en las playas de oriente y los aliados en las de occidente.

  En total, la batalla dura una semana. Y durante ésta los del Eje logran hacer desembarcar en la isla la división anfibia alemana -"Seelöwe"-, la "división de Lepanto" española y las otras dos divisiones de infantería de Marina especialmente preparadas para la operación (divisiones "Álvaro de Bazán" y "Miguel de Cervantes"), más constantes envíos de paracaidistas y tropa aerotransportada, a los que se suman refuerzos procedentes del ejército español en Marruecos que comanda el general Yagüe. Combatirán, del lado del Eje, un total de cincuenta mil hombres, de los cuales cinco mil mueren y veinte mil quedan heridos, un porcentaje de bajas del cincuenta por ciento. En el mar, los británicos no pueden vencer a la flota alemana. Dejan fuera de servicio varios grandes buques (entre ellos el “Graf Zeppelin”, alcanzado por los aviones enemigos), pero solo hunden buques pequeños, bastantes submarinos y algunas lanchas de desembarco que se van a pique con centenares de soldados a bordo. En conjunto, las pérdidas del Eje en el mar superan a las aliadas, pero a pesar de ello logran cumplir sus objetivos de asentarse firmemente en la isla invadida.

  El almirante Tovey, comandante naval británico, concluye que la demostración de fuerza, habilidad y determinación alemanas ha sido suficiente: si pueden volver a hacer lo que han hecho en las Canarias, Inglaterra misma ya no está a salvo al otro lado del Canal.

  En plena batalla, y cuando el resultado es aún incierto, los británicos se llevan la sorpresa de conocer, en la noche del día 8 de julio, que en Londres han dimitido los ministros laboristas del Gobierno de coalición. El día 9 al mediodía -mientras parece confirmarse que la posición de las tropas del Eje se consolida en Fuerteventura- los ex ministros Attlee y Greenwood leen una declaración pública en la que, sin mencionar la auténtica causa inmediata de su drástica decisión -el acuerdo secreto con los nazis para que cesen de lanzarse sobre Londres las bombas volantes V1-, aseguran que han abandonado el gobierno porque, tanto en el Reino Unido como en Estados Unidos, están operando fuerzas contrarias a continuar la lucha contra el nazismo hasta la victoria. Seguirán apoyando al Gobierno, pero en los días por venir no podrían mostrar la debida actitud crítica si siguiesen formando parte de él. No admiten preguntas de la prensa. Saben que dentro de una semana cesarán los bombardeos sobre Londres. Y saben que también pronto dimitirá el Vicepresidente de los Estados Unidos. Es una situación muy difícil para los antinazis británicos, pues son conscientes de que la mayoría de la población está harta de la guerra. 

  El día 12 de julio de 1944 se conoce que la Royal Navy ha obtenido una gran victoria en el Océano Índico al derrotar a la flota japonesa que intentaba bloquear la India. Para Churchill, es el momento indicado para evacuar Fuerteventura, donde la batalla ya está produciendo más bajas en el bando aliado que en el del Eje, pasados los primeros días sangrientos (tal como sucedió en Creta, pero a mayor escala). Los aliados ordenan también la evacuación de Lanzarote, que sería muy difícil de defender una vez perdida Fuerteventura (entre otras cosas porque en los últimos días se ha enviado a Fuerteventura buena parte de los mejores efectivos disponibles en Lanzarote).

   El día 14 de julio de 1944, los soldados aliados americanos, británicos y españoles antifranquistas han abandonado ambas islas occidentales del archipiélago.

  En teoría, la guerra sigue en Canarias, pues los aliados controlan las otras cinco islas principales y pueden seguir atacando desde aeródromos más alejados, en Madeira o en África, pero, en la práctica, la batalla puede darse por acabada, pues las islas bajo dominio aliado se hallan ahora tan expuestas a nuevos ataques enemigos que su valor estratégico ha quedado muy disminuido y los aliados para mantenerlas tendrían que dedicarles unos recursos que serían más necesarios en otra parte (por ejemplo, para defender Gran Bretaña de otra invasión aeronaval). A un alto precio, los alemanes han demostrado que son capaces de atacar también a través del mar (siempre y cuando cuenten con aeródromos próximos en tierra). Los españoles, por su parte, han demostrado que son soldados valientes y suficientemente hábiles, de modo que los aliados han experimentado un número de bajas mayor que el enemigo, aunque no mucho mayor. En Fuerteventura han caído prisioneros unos dos mil norteamericanos en diversas bolsas de resistencia en el interior de la isla. En tanto que a estos prisioneros hay que contabilizarlos como "bajas irrecuperables", inclinan la balanza del resultado final de la lucha a favor de sus enemigos.

  Al mismo tiempo, los italianos han logrado ocupar la capital de Etiopía, Addis Abeba. Para ello les ha sido útil el que los aliados concentraran su aviación en las Canarias. Presionado por el ministro Ciano, Mussolini ha accedido a llegar a un acuerdo con el emperador etíope. Con el trato, Haile Selassie se convierte en vasallo del emperador italiano y su país en un Protectorado. Ciano ha convencido a Mussolini de que esto no supone un gran sacrificio. Limitará que Etiopía se convierta en una colonia de poblamiento, pero eso es indiferente porque ahora Italia dispone –o está a punto de disponer- de otros inmensos territorios africanos aún mejores que se pueden destinar a ese fin. El día 12 de julio el general italiano Messe entra en Addis Abeba sin lucha, mientras el Panzerkorps alemán empuja hasta el desierto de Somalia al muy desmoralizado y pequeño Primer ejército americano. La campaña de África Oriental está perdida para los aliados.



 Para Roosevelt, la guerra también está perdida. La proeza sangrienta de los alemanes en Canarias le muestra que se enfrenta a un enemigo con una moral imbatible y una seguridad tal que asume los más terribles sacrificios con entrega wagneriana. El fanatismo nazi es una fuerza tan temible como la habilidad táctica de los oficiales de la Wehrmacht... más la peligrosísima recuperación de la Aviación y Marina alemanas, que es consecuencia de la explotación de los recursos económicos capturados por el Eje en el mar Negro, en el verano de 1942 (petróleo, carbón, hierro, mano de obra, trigo, vías de transporte...).

  El día 14 de julio, Roosevelt se reúne con Marshall y Stimson para programar la crisis política final. Tras ella, anunciará oficialmente que se han iniciado negociaciones con el enemigo. Y que Japón será derrotado. Las noticias del Pacífico siguen siendo buenas: captura de Saipán y primer bombardeo aéreo de Tokio (a pequeña escala) desde los nuevos aeródromos en las islas Marianas.

    En el Índico, la flota japonesa también ha sido derrotada por los británicos (portaaviones "Formidable", "Illustrious" e "Indefatigable"), aunque no destruida del todo (sí se han perdido los grandes portaaviones japoneses "Hiyo", "Taiho" y "Shokaku"). De todas formas, esta victoria no evita -aunque sí retrasa, y esto tendrá su importancia- la derrota de la India aliada: los musulmanes están conquistando rápidamente todo el valle del Indo y la mayor parte de Bengala. En cuanto los indios unionistas se resignen a firmar la paz y quedarse con el territorio que sus enemigos tengan a bien concederles, es probable que también Chiang-kai-Shek, como Haile Selassie, rinda vasallaje a los conquistadores. Pero esto último los aliados han de evitarlo: ha de convencerse a Chiang de que, capturadas las Marianas, el siguiente objetivo es Formosa, desde donde los Estados Unidos podrán abastecer a las fuerzas chinas y reforzarlas con sus propias tropas (lo que implica la paz con los nazis y la retirada del Golfo Pérsico, retirada que permitirá obtener a los chinos las tropas y el material que necesitan).



  Y aún falta que se desate la ofensiva final nazi sobre Moscú…

  El día 16 de julio comienza a entrar en vigor el pacto secreto de no bombardear ciudades. Ya no caen bombas volantes sobre Londres. Al día siguiente el mundo entero lo sabe, aunque nadie hace declaraciones oficiales sobre tan extraño fenómeno. Los bombarderos aliados siguen atacando suelo alemán y francés… pero ya no las ciudades.

  Ese día, Roosevelt recibe a su Vicepresidente. Es el momento. Henry Wallace lleva también esperando este encuentro varias semanas. Ya ha organizado su nuevo partido político antinazi, el Partido Progresista. Solo queda escenificar la ruptura. Puesto que ambos son hombres fríos, son también capaces de percibir que, en el fondo, siguen siendo aliados, aunque se hace preciso el reparto de papeles.

  Al mediodía del 18 de julio de 1944, la Casa Blanca anuncia la dimisión conjunta del Vicepresidente de los Estados Unidos y otros cuatro miembros del Gabinete del Presidente: el secretario de Interior Harold Ickes, el secretario del Tesoro Henry Morgenthau, la secretaria de Trabajo Frances Perkins y el fiscal general Francis Biddel. Inmediatamente se anuncia que el puesto de Vicepresidente queda vacante, así como la secretaría de Trabajo. En la secretaría del Interior el nuevo titular es el senador Harry Truman, el nuevo fiscal general es Tom Clark (uno de los principales colaboradores de Biddel) y el nuevo secretario del Tesoro es… Joseph Kennedy.

  A la tarde, habla Roosevelt por la radio, y anuncia que se han entablado contactos con el enemigo para conseguir una “Paz con Honor” con Alemania mientras continúan las victorias para conseguir la derrota del enemigo japonés. No se dice que esa segura derrota del enemigo japonés implique la rendición incondicional.

Ooo

  En la realidad, en abril de 1940 (en Noruega), en mayo de 1941 (en Creta) y en noviembre de 1943 (en el Dodecaneso) los alemanes emprendieron muy arriesgadas operaciones aeronavales enfrentándose a la superioridad aliada, sobre todo a la de la Royal Navy. En estas tres operaciones los alemanes ganaron a pesar de los grandes sacrificios en vidas y material. En ninguna fueron derrotados, ni siquiera en la del Dodecaneso, que tuvo lugar en un momento en el que la guerra ya estaba perdida para Alemania. Por el contrario, los aliados se vieron derrotados en incursiones de asalto como Dieppe (agosto 1942) y Arnhem (octubre 1944), a pesar de que contaban con superioridad en medios (dominio del mar y del aire). ¿Por qué? La única explicación posible es (aparte de un poco de suerte) una combinación de superioridad táctica (a pesar de los errores de la planificación) y empuje (o fanatismo) por parte de las tropas alemanas. Los alemanes se exponían a sufrir pérdidas que los aliados nunca hubieran aceptado, y los soldados alemanes continuaban luchando por la victoria incluso a pesar de sufrir un terrible castigo. Todo ello parece consecuencia de la preparación psicológica espartana propia de un régimen totalitario.

 Por eso, en esta historia, la victoria nazi en Canarias habría sido casi segura. Un poco de recuperación del poder aeronaval del Eje a la altura de julio de 1944 con respecto a la situación de clara desigualdad de 1943, más una moral muy alta, les hubiera permitido lanzarse a la aventura de enfrentarse, con muchas posibilidades de éxito, al poder aeronaval británico en una isla no demasiado alejada de la costa.

  En la realidad, la producción de aviones aliados (contando los rusos) era de unos quince mil mensuales en el verano de 1944 (la mayoría, norteamericanos), mientras que alemanes y japoneses no llegaban a cinco mil. Y de peor calidad, de modo que en el verano de 1944 la desigualdad de aviones disponibles entre aliados y alemanes en Europa era mucho mayor que la desigualdad que podía deducirse del nivel de producción (sin duda debido al gran número de bajas que sufría la Luftwaffe, lo que exigía lanzar nuevos pilotos a la lucha sin suficiente entrenamiento). Podemos especular que en esta historia alternativa la producción angloamericana seguiría siendo la misma, aunque la rusa disminuye un poco, mientras que la del Eje se duplica. Con una producción mensual de casi el doble con respecto a la realidad, mayor capacitación de aparatos y pilotos, y otros elementos favorables al Eje (por ejemplo, más artillería antiaérea al haber más producción industrial en todos los órdenes) la proporción de fuerzas efectiva resulta parecida a la del verano de 1942, cuando los alemanes podían emprender victoriosamente ofensivas simultáneas, como la de Manstein en el este de Crimea, el contragolpe en Ucrania y la batalla de Gazala en Libia. Y no estaban faltos de ocasional superioridad aérea.

  En esta historia alternativa, la de las Canarias se convierte en la última batalla de los angloamericanos, y convence definitivamente a Roosevelt de que solo es posible una paz negociada. El primer paso para alcanzar ésta sería la crisis política que hiciera salir del gobierno a sus elementos más antinazis y después la promesa de paz para la Navidad de 1944. Para una opinión pública cada vez más angustiada, la oferta resultará irresistible.

  En cuanto a las unidades militares mencionadas en este episodio, la división 95 norteamericana entró en combate en el noroeste europeo en octubre de 1944, por lo que en julio (cuando se le envía a las islas en esta historia) habría de encontrarse en peor forma que en la realidad (por no hablar de la moral). Más expertas serían las divisiones 2 y 29 de infantería norteamericanas y la 3 de infantería británica (en la realidad, las tres entraron en combate en junio de 1944).

  Tanto los infantes de Marina como los paracaidistas alemanes debemos considerar que se hubieran comportado como tropas de élite, con una eficiencia y determinación equiparable a la demostrada en los episodios aeronavales mencionados al principio de este comentario. La proximidad de los aeródromos de Cabo Juby, a cien kilómetros de Fuerteventura, habría resultado decisiva.   

  De las unidades aeronavales mencionadas, a mediados de 1944 la mayor parte de los portaaviones británicos -no los de escolta, sino los rápidos y grandes capaces de participar en batallas navales a gran escala, "portaaviones de flota"- se encontraban en el Índico y el Pacífico, a fin de evitar que los japoneses obstaculizaran los suministros a la India, tal como sucedió en abril de 1942 (caída de Birmania). La situación sería diferente ahora, dada la amenaza de la renovada, aunque muy heterogénea, flota del Eje en el Atlántico Central.