determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 25 de noviembre de 2014

47. La victoria del vencedor

  En las navidades de 1944, el mundo respira, aliviado. El Tratado de Paz bilateral entre Estados Unidos y el III Reich ha hecho cesar casi todos los combates, excepto algunas vagas trifulcas asiáticas. Los soldados de las grandes potencias vuelven a casa, a las fábricas, a los campos, a la vida familiar. El futuro es un tanto incierto, pero predomina el agradecer a la Providencia que la matanza ha cesado.



  En el mundo entero, las ideas de justicia, progreso y libertad han quedado en cierto modo eclipsadas por un poderoso sentimiento atávico: la victoria. La victoria que unos tienen o la victoria ajena a la que otros asisten, pero que a nadie deja indiferente. Para los eruditos irracionalistas como el entusiasta catedrático alemán de filosofía Martin Heidegger o el jurista Carl Schmitt, la victoria de Hitler consagra la fuerza de la voluntad, el deseo ardiente de ser, la justificación subjetiva última de toda certeza social e intelectual. En suma, asumiendo la irracionalidad de la muerte de Dios propia de la revolución secular, el triunfo de la irracionalidad de Hitler supone el triunfo del ser humano sobre un mundo en el cual Dios (el orden trascendente) ha desaparecido. Por supuesto, ésta es la visión filosófica. Las masas alemanas, traumatizadas por la guerra y sometidas por la propaganda propia de los estados totalitarios, viven emociones contradictorias pero poderosas: el alivio del fin de la guerra y la sensación de que algo importante ha pasado, algo en lo que todos pueden participar y obtener fruto de ello.

   Los alemanes no son los únicos. En la escéptica Francia, ahora de nuevo una monarquía, que ha sobrevivido a la guerra conservando un Imperio y un poderío económico respetables, y sin comprometerse ideológicamente con los nazis ni sufrir tantas víctimas como ellos, son numerosos los pensadores y autores influyentes que también consideran que se ha producido una “muerte de la razón”. Se diría que la ciencia ha confundido al hombre, o que el hombre cristiano y liberal ha sido traicionado por las esperanzas puestas en ella.

  Nada puede competir con las emociones exaltadas de los soldados victoriosos que regresan del frente. En Alemania ha nacido el superhombre, y no son pocos los granjeros de origen nórdico que solicitan visados desde América (del norte o del sur) para hacerse cargo de las nuevas tierras conquistadas en el Este de Europa. No es tanto la codicia de tierras, sino el deseo de participar en la grandeza, de ser amos.



    Los soldados alemanes han visto caer a muchos de los suyos. Solo la guerra en Rusia ha costado más de un millón de vidas alemanas y un número algo menor (un tercio de ellas civiles, víctimas de los bombardeos aéreos sobre las ciudades) ha costado la victoria alemana en los demás frentes. Son cifras parecidas a las de la primera guerra mundial (y muy superiores a las sufridas por los vencidos británicos, franceses y norteamericanos). Para Hitler son poco significativas, ya que Alemania está en camino de aumentar su población hasta los 120 millones al comenzar a ponerse en marcha el plan de anexión de estados como Holanda y Suecia en la nueva entidad racial-nacional en que va a transformarse el III Reich. Y las mujeres alemanas van a parir sin tregua ahora, contando con el precioso semen de los soldados victoriosos, pues un darwinismo ferviente sirve de justificación ideológica para la lujuria heroica de los guerreros retornados.

  En sus conversaciones privadas, religiosamente registradas por los taquígrafos, Hitler reconoce que, de haber sido derrotado en la guerra (y considera que ese riesgo existió, sobre todo si él no hubiera tenido la idea de cerrar el Mediterráneo para apoderarse del Mar Negro), el nacional socialismo hubiera sido arrojado al basurero de la historia. Igual que en la vida del individuo, solo el triunfo justifica la existencia. Un nacional socialismo victorioso en la guerra lo es todo, pero de haber sido derrotado hubiera sido nada. Ésta es, repite, la auténtica significación de la existencia.

  Hitler admite que hay duelo en los hogares, pero ¿no puede también la gloria terrena vencer a la muerte? Desde su punto de vista, un joven de dieciocho años muerto en la batalla victoriosa es una vida que se ha salvado, no que se haya perdido. Vidas perdidas fueron las de los caídos en la guerra anterior en la que al final la traición del judaísmo marxista arruinó el esfuerzo y el sacrificio del pueblo alemán. Los caídos ahora son héroes de su patria y la fuerza de la propaganda es tan tremenda que muchos padres y esposas se avergüenzan de exteriorizar su dolor. También, en cierto modo, la victoria actual justifica la derrota de 1918...

  Hay muchas ceremonias por los caídos, pero son ceremonias de exaltación, en las que las familias son recompensadas con solemnidad. Se urge a las viudas a que vuelvan a contraer matrimonio. Se protege a las madres solteras siempre que puedan demostrar la pureza racial de su concepción. La fuerza de la raza, de la sangre, de la nación, embriaga cada acto de la vida cotidiana.



  Un alemán pobre, un bracero, un peón, de pura raza, es promovido, como mínimo, a capataz de esclavos orientales. Ningún alemán va a trabajar en funciones subordinadas. Hitler aprueba que se vayan eliminando funciones laborales serviles, como camarero o lacayo. Ni siquiera las sirvientas: si son jóvenes, deben ser madres, si son maduras, deben ser gobernantas. Es una raza de jefes, de héroes, de triunfadores. Para los empleos serviles llegará de fuera del Reich el personal necesario.

  En Francia y en Inglaterra hay muchos que envidian esta nueva forma de vida y que proyectan emularla.

  En Estados Unidos, muchos de los partidarios del altivo y ambicioso general Mac Arthur (el general americano victorioso...… guardando las proporciones) recuerdan que los alemanes lucharon lealmente (hay una equívoca adoración a la figura de Rommel) y que su doctrina se basa en la pureza racial, lo que alienta a los “americanistas” que exigen medidas raciales también en los Estados Unidos.

  Pero estas minorías, aunque poderosas sobre todo en los estados del sudeste de Norteamérica, no pueden eliminar el profundo sentimiento democrático del resto del país. Al fin y al cabo, han luchado contra la tiranía de acuerdo con las creencias sagradas de los padres fundadores de la nación. Los antinazis se movilizan sobre todo en los medios intelectuales. En la misma Francia, el autoritarismo y el racismo tienen muchos más apoyos que en Norteamérica.

  Además, los crímenes nazis en el Este de Europa van dándose a conocer. La suerte sufrida por los habitantes de Leningrado y Moscú no puede ser olvidada. Para algunos neopaganos hay cierta grandeza en haber dado a estas ciudades el destino que en la Antigüedad tuvieron Troya y Cartago, pero para los cristianos estadounidenses semejante brutalidad despierta repugnancia. Y, a este respecto, lo peor está por llegar.

   Las noticias sobre el genocidio judío, ya divulgadas entre el verano y el invierno de 1942, comenzaron a difundirse masivamente durante la campaña electoral del otoño de 1944 por los seguidores de la candidatura presidencial antinazi de Henry Wallace y Fiorello La Guardia, y para finales de ese año las pruebas son ya tan abrumadoras y detalladas que muy pocos las niegan. La misma administración Roosevelt-Kennedy apoya ahora esta propaganda (evitaron el tema durante las elecciones, pues el objetivo era alcanzar la paz, pese a todo) y se llega al punto de que el Vicepresidente electo anuncia, a primeros de enero de 1945, que se va a establecer una comisión de investigación sobre el asunto. Joseph Kennedy quiere evitar que se le considere un antisemita o un amigo de los nazis. Su defensa de la "“Paz con Honor"” no tenía otro objeto, argumenta, que poner fin a una guerra imposible de ganar, pero quiere a toda costa que se despeje cualquier sospecha de simpatías con el racismo. Al fin y al cabo, él mismo es un católico, y la Iglesia Católica, más renuente que la luterana a someterse a los mandatos de Hitler en Alemania, se encuentra ahora en el punto de mira de los fieros neopaganos.



  De esa forma, para cuando el 20 de enero de 1945, un agotado y decrépito Roosevelt jura por cuarta vez su cargo de Presidente, y Joseph Kennedy jura el suyo como su Vicepresidente y probable sucesor, la tensión diplomática con el Tercer Reich está incrementándose día a día. En un intento de conciliar los diferentes puntos de vista, Hitler ha enviado a Estados Unidos como refugiados a algunos cientos de judíos (en su mayoría ancianos) que eran mantenidos con vida en el campo especial de Theresienstadt, todos reclamados por parientes en los Estados Unidos. Sin embargo, la maniobra será fallida, porque los supervivientes, pese a que se intentó mantenerlos aislados mientras permanecieron en Europa, traen con ellos bastante información adicional sobre lo sucedido con los ausentes. La cifra de “seis millones” de judíos asesinados comienza a aparecer constantemente en la prensa. Se ha asesinado a seis millones de seres humanos como quien mata ganado. Y eso sin contar las atrocidades de la guerra contra los rusos. También se ha procedido a algunas rápidas campañas de terror para ahuyentar a los nativos de los territorios de África negra ocupados por los nazis (esto se sabe porque llegan centenares de miles de fugitivos a las colonias próximas de los colonialistas “"clásicos"” franceses, italianos o españoles, desatando violencias y hambrunas).

  Nuevos horrores están sucediendo en Rusia durante el invierno, sobre todo con el desplazamiento forzado de millones de personas hacia el Este, donde ya de por sí escasean los alimentos (Estados Unidos se ha comprometido a enviar víveres para paliar esta situación). Por otra parte, la nueva “Federación” al Este del Volga, presidida por el mismo Stalin y que ahora es vasalla de sus antiguos enemigos, da todas las facilidades a los oficiales alemanes que ya recorren los helados paisajes de Siberia utilizando los antiguos ferrocarriles soviéticos. En cuanto la climatología lo permita, los alemanes establecerán bases militares hasta el estrecho de Bering para amenazar Norteamérica, pero mientras tanto millones de rusos están muriendo de hambre este invierno y la totalidad de la población judía está siendo también allí exterminada. Es la última gran purga de Stalin, planificada en cooperación con los especialistas de las SS. Las noticias de todos estos espantosos sucesos llegan a veces a través de China, donde se han desplegado varias divisiones norteamericanas (Mac Arthur sigue en Asia, convertido en el “guardián” de la seguridad norteamericana en esa parte del mundo).

  Joseph P. Kennedy sabe que es preciso combatir el poder que tiene la victoria a ojos del hombre ingenuo. Los nazis son los vencedores, los nazis son ricos, los nazis son amos, ¿por qué los americanos no somos como ellos? Por eso hace falta mostrar al mundo que se trata, en efecto, de bárbaros asesinos con alta tecnología, unos supervillanos que ponen en peligro el mundo entero. Es preciso demostrar que la victoria brutal no puede prevalecer sobre la razón y la humanidad. Se trata de un discurso que en el fondo el Vicepresidente toma de sus antiguos rivales del “Partido Progresista” de Henry Wallace… pero ¡las circunstancias ahora son otras!

  Roosevelt teme que esta propaganda atemorice más al pueblo. Y teme lo que los alemanes todavía pueden hacer contra los Estados Unidos en su propia zona de influencia: para el antiimperialismo latinoamericano, los nazis, que libertaron a los musulmanes (excepto a los de raza negra, naturalmente), podrían también libertar Sudamérica. Los aviones nazis cruzan ya el Atlántico desde el territorio que dominan en África Occidental, Hitleria (la antigua “Liberia”), y son capaces de alcanzar la costa este de Brasil más próxima a África, de modo que incluso podrían desembarcar allí. También cuentan con simpatizantes (más bien pro-italianos) en el país más rico de América latina, Argentina. Incluso la victoria española al lado del Eje anima a muchos dictadores militares locales que admiran asimismo el éxito del poco carismático general Franco.

  Joseph Kennedy comprende estos temores y piensa que es mejor ir a la guerra en Sudamérica, aprovechando la ventaja que supone el volumen del ejército norteamericano que ha quedado tras el fin del conflicto mundial, a transigir con las demandas de los nazis de que “se moderen las provocaciones de la propaganda aliada”.

  Aparte de promover el rearme de los chinos y planear una guerra sudamericana, la política exterior de Roosevelt y Kennedy espera contar también con otro recurso para incrementar el poder estadounidense y combatir el miedo al todopoderoso Hitler y su imperio: el proyecto del arma atómica. Con la guerra acabada, ahora hay más medios para acelerar los trabajos de ingeniería y las investigaciones científicas. El primero que tenga la bomba atemorizará al contrario y gozará de una enorme ventaja política. El secreto fue desvelado también, imprudentemente, durante la campaña electoral a la presidencia, y los científicos atómicos alemanes trabajan ahora contra reloj para intentar alcanzar los avances del equipo internacional de científicos del gran laboratorio de Los Álamos. Estos hombres de América son en buena parte refugiados de la Europa de Hitler, muchos, judíos, y odian a muerte a los nazis. En Europa, los premios Nobel alemanes y nazis Hahn y Heisenberg nunca podrán recuperar el tiempo perdido y acortar la ventaja que ya han tomado los científicos que trabajan en Estados Unidos.

  Como alternativa a la invasión directa de Argentina, gobernada por una dictadura militar populista, al estilo de las de Franco o Antonescu, los norteamericanos prueban promover una democracia más pluralista, garantista y con contenido social. Regímenes menos corruptos, parlamentos más activos, más justicia, igualdad, libertad y educación, como en Estados Unidos. Ciertamente, eso es difícil de lograr mediante la mera influencia política indirecta, pero, si no se obtienen resultados significativos, la única opción viable será la ocupación militar. El populismo argentino pretende emular a Mussolini, ¿contará con apoyo de las masas suficiente para sostener una guerra? El régimen brasileño, pronorteamericano, experimenta ciertas mejoras y tal vez parezca suficiente si se reconduce hacia fórmulas democráticas y con medidas de política social activa. Tal vez, si cunde el ejemplo, al pueblo argentino (o chileno o colombiano) no le valga la pena una guerra.

  El 24 de marzo de 1945, muere Roosevelt, exhausto. Kennedy es ahora Presidente y nombra a Harry Truman su Vicepresidente (Joe Kennedy sabe que la opinión pública le considera demasiado pequeño en comparación con el gran Roosevelt como para ser Presidente en solitario). La muerte del carismático Presidente se siente como una nueva derrota puesto que los nazis la toman también como una victoria: a nadie se le escapa que el viejo enemigo había sido herido anímicamente por el revés militar. Aunque diplomáticamente envía sus condolencias, en privado Hitler se solaza de que, de sus tres enemigos, a uno lo ha humillado convirtiéndolo en su vasallo (Stalin), a otro lo han desterrado (Churchill) y el tercero acaba de morir...

  Durante el mes de abril, las divisiones norteamericanas van desembarcando en Brasil, desde donde se prepara una guerra contra Argentina. Y durante ese mes de abril, el servicio secreto norteamericano (ahora se llama CIA) le da a Kennedy una buena noticia que en parte compensa el revés que ha supuesto el fallecimiento de Roosevelt: se sabe ahora que Adolf Hitler padece la enfermedad de Parkinson… y no parece haber entre sus secuaces un sucesor claro, pues Hermann Goering se encuentra en un lamentable estado de apatía, Albert Speer -actualmente en exilio interno- carece de la ferocidad exigida por los nazis y Himmler es considerado un fanático por el estilo de los antiguos comunistas. Tal vez los generales alemanes (Rommel, Manstein, List, Kluge...) intenten restaurar un régimen autoritario de corte clásico, e incluso pueden restaurar la monarquía (el hijo del último Kaiser vive discretamente en Alemania, no ha renunciado al trono y tiene sesenta y dos años). Más probablemente los aspirantes a caudillo acabarán matándose entre sí…. Demasiada victoria para una colección tan ruin de ambiciosos.

  De momento, sin embargo, los nazis van haciendo preparativos para una posible invasión de Inglaterra. Como los franceses se niegan a prestar sus costas y aeródromos para semejante empresa, los nazis utilizan las costas belgas y holandesas. Puede ir en serio o no, pero la amenaza planea sobre el sur de Inglaterra, algo que los nazis consideran que les será siempre ventajoso. El pretexto es el arma atómica: se han presentado peticiones a Estados Unidos de crear un organismo internacional que garantice la prohibición de armas de un poder destructivo tal que pudiese extinguir la vida en todo el planeta. Los alemanes ya han hecho ver que, para caso de que no se atiendan a sus razones, exigirán bases militares que cubran todo el Atlántico (lo que incluye Gran Bretaña) para garantizar la seguridad de Europa y el mundo. Y, mientras tanto, con la primavera ya han forzado a Suecia a permitir la instalación de bases militares alemanas en su suelo. En cuestión de meses urdirán cambios políticos internos en el país que acabará llevándolo a una anexión gradual al Reich. Poco les importa a los nazis que en un 90% los suecos detesten su ideología totalitaria: el pueblo sueco pertenece, desde el punto de vista nazi, al patrimonio racial ario irrenunciable. En Suiza es posible que opten por una invasión aerotransportada repentina en cuanto llegue el verano.

  Este conflicto de rumores, cálculos estratégicos y veladas amenazas permanece en suspenso a la espera de las elecciones parlamentarias británicas, que finalmente tienen lugar en abril de 1945, las primeras desde 1935. Sorprendentemente, y a pesar de los visibles preparativos nazis para una invasión, los laboristas han ganado. Ellos, que apostaron por los perdedores soviéticos durante la guerra, han recibido el apoyo del pueblo. La propaganda antinazi ha calado en las tradiciones democráticas y humanistas británicas. Los conservadores, los que aceptaron el trato del cese de los bombardeos aéreos a cambio del cese de las bombas volantes, los que expulsaron a Churchill del país, han sido derrotados. Clement Attlee será el nuevo primer ministro, para consternación del rey Eduardo y de la minoría británica pronazi (un 10 % del voto, pero sin representación en el parlamento).

  Hay rumores de que algunos generales, con Bernard Montgomery al frente, podrían actuar con el apoyo del rey Eduardo, pero no hay forma de hacer comparable un golpe militar de estilo balcánico en Gran Bretaña a la vieja figura de Cromwell. Y Kennedy apoya ahora a los laboristas. Los fascistas británicos entonces esparcen el rumor de que será mejor que intervenga el ejército británico a que Hitler desembarque en las playas. Este interesado derrotismo es contestado por el pronunciamiento público de miles de oficiales veteranos de la guerra: Hitler nunca podrá cruzar el canal y, si lo intenta, será derrotado. Se recuerda que Rommel no pudo tomar Basora. Comienza una campaña de prensa para obligar a Montgomery a dimitir de sus altas responsabilidades dentro del Ejército. Al otro lado del Atlántico, el gobierno Kennedy asegura que mantendrá sus fuerzas en suelo británico y que el gran poder aeronaval norteamericano no dejará de apoyar a Gran Bretaña. Apenas si se menciona la amenaza de los nazis de violar el Tratado de Dublin, ¿alguien puede tomar en serio los compromisos públicos de Hitler a nivel internacional?

  El hecho es que, si Inglaterra es invadida en el verano de 1945, el siguiente objetivo nazi puede ser, para el verano de 1946, la invasión de Norteamérica desde las posiciones del Eje en Siberia Oriental...

  A finales de abril, los nazis dan un ultimátum: o se firma un nuevo Tratado que excluya las armas nucleares o invadirán Inglaterra. Ahora los preparativos de invasión van en serio e incluso el gobierno francés recibe fuertes presiones para que no los obstaculice. Se cree que el desembarco alemán puede producirse a primeros de junio.

  Por fin, el 16 de mayo de 1945, un Kennedy nervioso, que lleva levantado desde la madrugada, recibe una llamada desde Nuevo México que estaba esperando desde hacía meses. Toma el teléfono su hijo John, convertido en uno de sus ayudantes. Se lo pasa a su padre. El que habla es el general de ingenieros Grooves.

  La prueba del arma atómica ha sido un éxito. Pueden destruir Berlin de un solo golpe si es necesario.

  Joseph Kennedy respira: ahora no va a desaprovechar la ocasión. La prensa informará inmediatamente del poder del arma atómica. No hará falta una guerra en Sudamérica, ni ha de temerse un desembarco alemán en las playas inglesas, porque ni Rommel, ni Manstein, ni List, ni ningún otro de los generales de Hitler podrá enfrentarse a un rival semejante.



  Sin embargo, los preparativos de la invasión están listos y las primeras dos bombas atómicas que se han construido para ser lanzadas desde aviones B-29 siguen en Nuevo México. El día 18 de mayo se ha hecho pública la prueba. La inteligencia aliada sabe ahora que el día previsto para el desembarco nazi en las costas inglesas será el 6 de junio. Aún suponiendo que las bombas pudieran hacerse llegar a algún aeródromo norteamericano en Inglaterra, ¿habría opción para que fuesen utilizadas? Los alemanes cuentan con misiles que pueden ser lanzados desde submarinos. ¿Qué tipo de represalias podrían llevar a cabo contra las ciudades norteamericanas de la costa este?, ¿armas químicas, bacteriológicas?

Ooo

  La primera prueba de una bomba atómica tuvo lugar el 16 de julio de 1945, en el desierto de Nuevo México. En esta historia la prueba se adelanta dos meses, de la misma forma que es lógico que la urgencia de la situación bélica habría hecho que muchas divisiones norteamericanas llegasen al frente con varios meses de anticipación con respecto a cuando lo hicieron en la realidad. Aparte de la urgencia, ha de tenerse en cuenta que, al haber cesado las operaciones bélicas en diciembre, el esfuerzo económico norteamericano puede concentrarse más en el proyecto “Manhattan”, lo que permitiría algún adelanto en los trabajos.

  Aunque en esta historia la guerra ha terminado unos días antes de la Navidad de 1944, se hace necesario un “epílogo” que enlace con uno de los hechos tecnológicos más decisivos de la historia universal, como fue la invención del arma atómica. No es concebible que el curso de la historia a partir de julio de 1945, en la realidad, hubiese sido el mismo de no haberse fabricado este arma. Lo mismo habría sucedido en esta historia alternativa. 

  En la realidad, y gracias, entre otras cosas, a su eficiente servicio de espionaje, los rusos lograron su propia arma atómica en 1949, solo cuatro años más tarde que los americanos (y los norteamericanos desaprovecharon esos cuatro años en que pudieron haber ejercido la supremacía efectiva en el planeta). En esta historia alternativa, considerando que Hitler y su vasallo Stalin hubieran reunido sus recursos para el mismo proceso industrial, así como la valiosa aportación de los espías soviéticos (más tarde ex-soviéticos) que estaban dentro del mismo "Proyecto Manhattan" y considerando la brillantez de los científicos alemanes y los medios económicos de los que hubieran dispuesto, se podría especular con que los nazis obtuvieran la bomba atómica quizá todavía antes, quizá en 1947, pero, en cualquier caso, el factor esencial es que los americanos siempre la habrían obtenido primero (existiría, eso sí, la posibilidad de que, debido a que la construcción del arma atómica hubiera sido desvelada durante la campaña electoral norteamericana de 1944, los nazis intentaran forzar a que se erradicase ese tipo de armamento de forma parecida a como se evitó el uso de las armas químicas...).

  Algunos han especulado con que una victoria nazi hubiera alentado los peores instintos de los plutócratas del capitalismo anglosajón. Sin duda esas tendencias hubieran sido apreciables. En esta historia, vuelve el reaccionario y emocionalmente inestable rey Eduardo al trono británico, y el general Mac Arthur refuerza sus tendencias cesaristas, pero la especulación contrafactual no es la ciencia-ficción, y todo hace pensar que el humanismo liberal de las democracias anglosajonas tiene profundas raíces, y por eso Joseph Kennedy no se comporta como un malvado (pese a que sabemos que su biografía tiene bastantes puntos oscuros) y en Gran Bretaña los laboristas ganan igualmente las elecciones.

  Será una “Guerra fría” sin comunismo, es decir, sin contenido social. La cuestión que agita los conflictos políticos no se daría en torno al reparto de la riqueza, sino en lo que se refiere al mismo concepto de relaciones humanas a nivel político. Los nazis habrían logrado construir una imagen aterradora de la supremacía racial. A diferencia del comunismo soviético en la realidad, no hubieran tenido nada que ofrecer a los pueblos de la esfera de influencia estadounidense. A lo más, hubiera inspirado a algunos caudillos, pero no a las masas de desfavorecidos, como en la realidad sí logró el comunismo.

  Es posible que, en estas circunstancias, los norteamericanos hubieran reforzado su misionerismo democrático. En la realidad, la Guerra Fría buscaba reprimir el comunismo, y no tanto promover la democracia. Para reprimir el comunismo, los Estados Unidos apoyaron dictadores corruptos y sin escrúpulos en Indochina o en Sudamérica. En esta historia, para reprimir el caudillismo antinorteamericano inspirado en Hitler, Mussolini o Franco, los norteamericanos promoverían la democracia, porque el caudillismo no tiene mucha ideología que pueda competir contra las promesas capitalistas.

  Explicándolo de otra manera: en la realidad, el comunismo prometía a las masas empobrecidas un inmediato reparto de recursos económicos asociado a una profunda emoción de desquite –dignidad- contra los opresores; contra esto, el capitalismo liberal no podía ofrecer mucho: las reformas necesarias que permitieran el avance social llegaría, en el mejor de los casos (Corea del Sur, por ejemplo), en décadas. Es mucho más difícil demostrar que una política honesta de créditos puede ayudar al desarrollo de los míseros granjeros que el que la promesa de un rápido reparto de tierras a cargo del partido comunista que acaba de tomar el poder muestre sus atractivos. 

  Pero en esta historia alternativa, los caudillos antinorteamericanos inspirados por Hitler no iban a hacer repartos de tierras. Simplemente les prometerían un gobierno fuerte, un orden eficiente y mucho orgullo nacional. Recuérdese el fracaso en España del mensaje social de Falange, que no tuvo eco alguno entre las masas obreras. Cierto que Hitler y Mussolini sí lograron algún apoyo popular, pero no vino tampoco de los sectores obreros, sino de la pequeña burguesía, y estuvo apoyado por los intereses de los poderosos. Y en esta historia alternativa, quizá la pequeña burguesía apoyase a los caudillos, pero esta pequeña burguesía era escasa y débil en Vietnam o en Brasil, mientras que los poderosos preferirían siempre hacer negocios con Estados Unidos que con el Eje, y las masas, desde luego, no iban a verse muy entusiasmadas por lo que unos caudillos de tipo fascista les pudieran ofrecer.

  El caso de Francia sería el más difícil ¿triunfa el fascismo francés o los franceses mantienen sus tendencias republicanas y sus simpatías por los Estados Unidos? ¿Triunfa una alianza tecnocrática entre el ministro alemán Speer y el ministro francés Bichelonne (incluso aunque ellos personalmente caigan en desgracia)? ¿La restauración de la monarquía en Francia y la compatibilidad en Italia de fascismo y monarquía, acaban llevando a la restauración monárquica también en Alemania (y en España)?

  Queda el asunto de la salud de Hitler. Aunque nunca se podrá saber con certeza, Hitler padecía Parkinson y, por tanto, es probable que hubiese muerto -o hubiese quedado incapacitado- antes de 1950. Sin Hitler, el III Reich se descompondría. Entraría dentro de lo posible que se desencadenase una guerra civil entre el sector conservador tradicional (aderezado por la tecnocracia y tal vez por el monarquismo) y el fanatismo racial de las SS. Nadie iba a olvidar la forma en que en 1934 Hitler se deshizo de la organización de masas de la SA: si se da la oposición, posponer el enfrentamiento perjudicaría sobre todo a quienes se enfrenten al poder.

  En cualquier caso, el horror del Holocausto no puede pasar desapercibido. La propaganda angloamericana acabaría llegando hasta el último rincón de la Gran Alemania. Hitler, probablemente, lo reconocerá con su arrogancia y cinismo habituales, y cuando pase la borrachera de la victoria, Europa iba a ser consciente de lo que se había hecho. En la realidad, el comunismo soviético se derrumbó en 1989. Quizá la criminalidad nazi se revelase antes. Quizá, incluso, la democracia norteamericana se hubiera perfeccionado antes.

martes, 18 de noviembre de 2014

46. El Tratado de Paz

  El 15 de diciembre de 1944, de nuevo en Dublín, y de nuevo ante el primer ministro irlandés Eamon de Valera, Hermann Goering y Joseph Kennedy vuelven a firmar juntos un documento oficial. Pero ahora no se trata de un mero armisticio, sino de la paz definitiva que marca el fin de la Segunda Guerra Mundial.

  El documento no es demasiado extenso para la gran trascendencia que supone. De acuerdo con lo firmado, los Estados Unidos de América y el III Reich alemán se convierten en garantes de la paz y seguridad mundiales, así como del progreso de los pueblos del mundo, en el marco de los términos aceptados en el Tratado.

  Se determina que los continentes de Europa y África, así como todas las tierras ribereñas del mar Mediterráneo y el antiguo territorio de la Unión Soviética, forman parte de la esfera de seguridad del III Reich. Se determina que el continente americano y las extensiones oceánicas (con la excepción del archipiélago de Canarias y las islas de Irlanda y Madagascar) forman parte de la esfera de seguridad de los Estados Unidos de América. Se determina que los pueblos musulmanes quedan bajo la protección del III Reich (se sobreentiende que los pueblos negros no están incluidos). Se determina que los territorios históricos de China y la India permanecerán fuera de cualquier área de influencia. Y se determina que el Imperio del Japón es culpable de agresión a los Estados Unidos, que debe ser despojado de sus posesiones oceánicas y que debe indemnizar a los Estados Unidos así como también dar garantías de que no volverá a entrar en la zona oceánica de influencia de los Estados Unidos. También se establece la exigencia de que el Reino Unido repare los daños causados por tácticas de guerra inadmisibles en su anterior lucha contra Alemania.

  Para el seguimiento de este Tratado, se instituirá en Dublín una Organización Mundial de Seguridad bilateral para que las dos potencias gestionen las garantías de respeto del Tratado y dentro de la cual se hará un seguimiento de la política exterior de las demás naciones en sus respectivas áreas de influencia en lo que pueda ser relevante para el mantenimiento de la paz mundial.

  Por iniciativa de los norteamericanos, se incluye el mandato de crear una organización internacional que fomente el comercio y el avance tecnológico para el bien común: está claro que a los norteamericanos les interesa expandir el libre mercado; y Hitler admite que, si bien Alemania ha alcanzado sus objetivos de autosuficiencia en materias primas gracias a su éxito militar (petróleo, carbón, resto de minerales valiosos, mano de obra abundante y en poco tiempo también autosuficiencia en alimentos), no hay que descartar la importancia que podría tener el comercio internacional interoceánico; el tema merece un estudio minucioso a la hora de fijar las reglas al respecto.

  Las naciones (antiguas potencias) perdedoras de la guerra, Gran Bretaña, Rusia y Japón, habrán de aceptar el Tratado de Dublín y manifestar públicamente su adhesión a éste. En base a estos tratados de adhesión particulares, cada una de las naciones perdedoras aceptará el pago de reparaciones según lo que se haya determinado previamente. En Dublín se han presentado los documentos que son provisionalmente firmados por los representantes japonés (el embajador Oshima, procedente de Berlín) y británico (Lord Halifax, secretario de Exteriores); es en Estocolmo donde un representante ruso (la embajadora Alexandra Kollontai) acepta el documento que le presentan los alemanes.

     
                                                                               
















  Lord Halifax, secretario británico de Asuntos Exteriores, y el general Oshima, embajador del Imperio japonés en la Alemania nazi


   En los días siguientes se ratificará el Tratado por cada una de las grandes potencias (en Estados Unidos, en el Congreso y el Senado; en el III Reich el fundamento último de la legalidad es exclusivamente la voluntad del Führer). Los perdedores no tienen muchas opciones: la menor excusa sería suficiente para que Estados Unidos se decida a arrasar Japón, los rusos están en manos de los ejércitos del Eje que los rodean por todas partes y, después del éxito enemigo en las islas Canarias, los británicos saben que su insularidad ya no los protege de la misma forma en que lo hizo en 1940.

  Para Joseph Kennedy es una gran victoria política el que los Estados Unidos, que no se han apuntado ninguna victoria militar importante frente al III Reich, queden como un igual ante el terrible imperio de Hitler. También es una victoria para los nazis el que los otros miembros del Eje se hallan visto humillados al ser excluidos de la firma del Tratado (el disgusto de Mussolini es tremendo, aunque Hitler trata de compensarlo yendo a visitarlo personalmente a Roma y organizando allí una solemne celebración con discursos y desfiles). Incluso se puede considerar una victoria la destrucción de la Unión Soviética, cuya consecuencia es la desaparición del comunismo en el mundo. Lo que no puede ser una victoria para los Estados Unidos es que los japoneses han escapado de la destrucción total, lo que podría haber supuesto, para las expectativas de buena parte del pueblo norteamericano, el premio de consolación por no haber logrado ganar la guerra en el mundo entero.

  Las calles de Dublín están abarrotadas de gente entusiasta que saluda al Vicepresidente electo norteamericano cuando, al día siguiente de la firma del tratado, este recorre en automóvil la ciudad saludando a la multitud junto al exultante De Valera. Si Kennedy está contento, mucho más lo está el primer ministro irlandés, ya que ese mismo día la policía irlandesa entrará tranquilamente en los seis condados del Norte de Irlanda, donde se está arriando la bandera británica como parte del Tratado particular de Paz aceptado por Gran Bretaña (Hitler ha concedido esta recompensa a los irlandeses por su valiosa neutralidad en el conflicto y su posterior mediación en la paz negociada; por supuesto, la República de Irlanda se ha desvinculado de inmediato de las instituciones británicas, ya que según la Constitución de 1937 Irlanda seguía siendo una monarquía). El mismo ejército británico ha tenido que desarmar a las milicias unionistas que pretendían resistir a la invasión policial de la República del sur. Al cabo de pocas horas, la isla de Irlanda está unida de nuevo y hasta el último soldado británico está listo para viajar hacia Gran Bretaña (salvo que sea irlandés y desee quedarse, en cuyo caso llega la desmovilización inmediata). Con ellos se marchan miles de protestantes que no quieren vivir en la nueva República católica unificada. Joseph Kennedy también se ha ganado con esto la devoción total y absoluta de los norteamericanos de origen irlandés.


                     El sueño nacionalista de una Irlanda unida, con todos sus condados



  Es el día siguiente, el 16 de diciembre, cuando el primer ministro británico Anthony Eden anuncia el abandono de Irlanda del Norte y con ello su adhesión al Tratado de Paz tras la ratificación en el Parlamento. Para la mayoría de los británicos, esto es parte del precio de la derrota, pero no es el único. Las reparaciones de guerra, por ejemplo, incluyen fuertes pagos en divisas y el envío de trabajadores británicos a Alemania donde serán empleados en la reconstrucción de las ciudades destruidas por los ataques aéreos de la RAF.  En base a las condiciones del Tratado, los británicos también tienen que aceptar la entrega de seis buques capitales de la Royal Navy en perfecto estado: tres grandes portaaviones y tres grandes acorazados. Los tres primeros serán el "Indefatigable", el "Indomitable" y el "Victorious", y los acorazados son el "Duke of York", el "Anson" y el "King George V" que llegarán al día siguiente de la ratificación del Tratado a puertos del norte de Alemania. Los alemanes consideran que se trata de una modesta compensación por lo que fue el cruel destino de la flota alemana tras rendirse en 1918.




  Dos de los buques capitales de la Marina Real británica en la segunda guerra mundial: portaaviones "Victorious" y acorazado "Duke of York"

  La humillación británica no acaba ahí. Se presenta la demanda para que el ex primer ministro Winston Churchill comparezca ante un tribunal internacional de crímenes de guerra que se constituirá en París. Se exige que sea juzgado (junto con otros jefes militares directamente implicados) por la muerte de mil marineros franceses en Mers-el-Kebir, en julio de 1940, y por la campaña de bombardeos aéreos terroristas contra las ciudades de Alemania y Francia, pero antes de que se haga pública esta exigencia franco-alemana, el día 17 de diciembre, Winston Churchill y la mayoría de los militares señalados abandonan Europa hacia Canadá y otras naciones americanas. Hitler se muestra satisfecho con esto, ya que, al fin y al cabo, aunque también se levantaron acusaciones contra Alemania al término de la guerra anterior por supuestos crímenes cometidos -en Bélgica sobre todo-, al final tampoco nadie fue condenado por ello.

  Ese mismo día, el gobierno ruso, instalado ahora en Yekaterinburg, en los Urales, acepta las condiciones de paz que ofrece Hitler tal como se presentó en Estocolmo dos días antes. Para este día, 17 de diciembre, las tropas rusas ya se han retirado hasta el Volga sin verse hostigadas por la Luftwaffe.




   Al este de la línea Arkhangelsk-Astrakhan (meridiano 40 y río Volga) queda la masa continental euroasiática asignada en esta historia por Hitler a los pueblos eslavos (Federación Rusa); al oeste de la línea, el III Reich domina Europa

  Las condiciones de paz que ofrece Hitler a los vencidos rusos son básicamente las siguientes: retirada a la línea Arkhangelsk-Astrakhan (entendida en el sentido de toda la orilla oriental del Volga a partir de Yaroslavl, ciudad a 250 kilómetros al nordeste de Moscú, en el meridiano 40 Este, al oeste del cual también se ceden todos los territorios del norte de Rusia), entrega a Alemania de todos los ciudadanos de origen alemán que se encuentran en el territorio ruso, limitación del ejército ruso a cien mil hombres (tal como se forzó a Alemania en Versalles, en 1919), entrega a Alemania de toda la aviación rusa y de todos los tanques rusos modernos, puesta bajo custodia alemana de hasta cien altos oficiales del antiguo Ejército Rojo incluidos en una lista redactada por la inteligencia alemana, designación por Alemania de los mandos y parte de los contingentes de los nuevos ejército y policía rusos, derecho para hacer uso por parte de Alemania de todas las vías de comunicación e instalaciones militares de la nueva Federación Rusa, reconocimiento del autogobierno -bajo protectorado alemán- de entre diez y quince pequeñas naciones no rusas dentro de su territorio, reconocimiento de una República Siberiana Independiente desde el Pacífico hasta el río Lena (la zona en parte ya ocupada por Japón desde su ataque de abril de 1944, liderada nominalmente por el líder cosaco Semyonov), coordinación con Alemania en el plan de deportación general de población eslava al oeste del Volga hacia los territorios del Este, abandono de la ideología comunista y por tanto, coordinación también con la seguridad alemana para la erradicación del judaísmo en territorio ruso. Hay también varias cláusulas secretas acerca de la colaboración militar, económica y estratégica futura entre los antiguos adversarios. En esta colaboración se incluye el acceso a la red de espionaje ruso en Estados Unidos. También, gracias a la intercesión de Estados Unidos, se establece un plan de ayuda económica -sobre todo alimentaria- para facilitar los enormes traslados de población eslava que los nazis exigen en su nuevo "espacio vital".




  La Federación Rusa o "reserva eslava euroasiática", entre el Lena y el Volga, de acuerdo con el Tratado de Paz de diciembre de 1944, según esta historia. Su única salida a mares navegables es por Arkhangelsk y está rodeada de un "cordón sanitario" de estados enemigos. Dentro de sus límites existirían también territorios autónomos no rusos bajo protección alemana.


  Hitler invita (o más bien ordena) a Stalin que lo visite en Berlín para solemnizar el acuerdo y celebrar la nueva relación entre el III Reich y la Federación Rusa. Desde el punto de vista personal, Hitler siente una gran curiosidad por conocer a su más temible enemigo. No olvida las angustias vividas durante la contraofensiva soviética ante Moscú, en diciembre de 1941, y el sorprendente cerco al 6 Armee en Stalingrado en noviembre y diciembre de 1942. Los rusos fueron el auténtico enemigo militar, algo que los nazis siempre respetan (mientras que por los angloamericanos sienten cierto desprecio, aunque se reconoce que su industria militar, su gran poder aeronaval y su tecnología atómica podrían dar problemas en el futuro). 

  Es consecuencia de este reconocimiento al poder militar ruso que se incauten todos los tanques y aviones soviéticos -al menos, aquellos que pueden localizar- y que la inteligencia militar nazi presente la lista de los cien oficiales del Ejército Rojo que deben quedar en custodia. Entre ellos están Zhukov, Rokosovsky y Timoshenko. Los generales se entregan a los alemanes sin demasiada aprensión. Por una parte, saben que, de quedarse en el nuevo Estado ruso es probable que Stalin los haga ejecutar y, por otra, saben que Hitler no va a maltratarlos y, por el contrario, puede utilizarlos para tomar el poder en Rusia más adelante. Aunque en teoría van a ser interrogados sobre supuestos crímenes cometidos contra los prisioneros de guerra alemanes, en la práctica los generales alemanes extraen de ellos valiosos conocimientos de sus tácticas. 
 
   Por lo demás, otra de las imposiciones nazis implica que Stalin nombre a su archienemigo el general Vlasov (que renegó de los soviéticos en 1942) como su ministro de Defensa en la nueva Federación Rusa. Con él, los demás oficiales traidores coparán el mando de las nuevas fuerzas armadas rusas. De los cien mil hombres del nuevo ejército, la mitad estará formada por los anteriores desertores (parte de los renegados que Hitler considera adecuado recompensar generosamente por haber luchado con Alemania contra sus compatriotas). Algo parecido sucederá con la policía política, que sin embargo seguirá al mando del ministro Beria, aunque en buena medida bajo control de antiguos traidores ex soviéticos.

  Hitler también se considera generoso al permitir que, bajo supervisión alemana, los rusos puedan usar el puerto de Arkhangelsk (que se hiela en invierno y está ligeramente más allá del meridiano 40 Este) para el comercio interoceánico, lo que incluye la ayuda alimentaria americana que se espera. Mientras tanto, los ingenieros alemanes comienzan las tareas para la destrucción total de Moscú mediante la voladura de canales y presas, lo que significa que la antigua capital, ya medio destruida por los bombardeos, se convertirá en un lago. Dos millones de rusos abandonan las ruinas de la antigua capital hacia el Volga. Varios millones más de eslavos abandonan otros territorios occidentales, aunque los alemanes, de momento, no expulsan a toda la población (la expulsión parcial de los eslavos se hará por zonas, en un plazo de dos años, y con asistencia económica de Estados Unidos). Este invierno el hambre será terrible en la nueva Federación Rusa, de alrededor de cien millones de habitantes de la antigua URSS, aunque entre estos más de diez millones se encuentran dentro de las repúblicas autónomas no rusas, que ahora son protectorados e importantes enclaves pronazis también al este del Volga. A medida que se vaya recibiendo ayuda alimentaria -de origen norteamericano- se irán implementando los planes para trasladar la población eslava del oeste del Volga y por lo tanto, la población del nuevo Estado ruso también aumentará.

  En total, según las estimaciones de los alemanes, en los territorios anexionados por Alemania al oeste del Volga y al oeste del meridiano 40 aún hay alrededor de sesenta millones de eslavos y otros pueblos considerados "de raza inferior" (no solo rusos y ucranianos, los nazis también cuentan a los checos y polacos). Hay diez millones de bálticos, cosacos y caucasianos a los que se administra bajo un régimen  diferente relativamente privilegiado (autogobierno en protectorados). Otros veinte millones son musulmanes de Asia Central en sus nuevas repúblicas adheridas al Eje, y quizás se localiza a unos dos millones de habitantes en la Siberia Oriental ocupada por japoneses, cosacos y antiguos deportados del Gulag (población que también previsiblemente se incrementará). Los técnicos consideran que tras tres años de guerra han desaparecido unos treinta millones de eslavos y otros pueblos de raza inferior. Por lo menos diez millones han muerto en combate y todos los demás por hambre, enfermedad y otras consecuencias letales del conflicto (lo que incluye la aniquilación directa de casi diez millones por su condición de judíos, comunistas o por las represalias motivadas por la actividad partisana). Hitler, que ha renunciado a conquistar los Urales, considera que tiene pleno derecho a hacer "tabla rasa" de las tierras habitadas por eslavos al oeste del Volga.

   Su plan implica, por tanto, deportar a grandes cantidades de población según la nueva versión revisada del "Plan General para el Este" que los nazis han ido diseñando desde 1941. El plan final, elaborado desde una posición de gran superioridad de fuerza, implica la desaparición de toda la población eslava urbana, la "germanización" de un máximo de diez millones de antiguos ciudadanos de naciones eslavas, la permanencia como mano de obra agrícola de otros veinte millones y la deportación al este del Volga y del meridiano 40 de los treinta a cuarenta millones restantes (toda la población urbana "no germanizada" y buena parte de la rural).

    Los que han colaborado con Alemania serán recompensados. Casi todos los cuatrocientos mil hombres eslavos que han luchado del lado nazi y que lo deseen, junto con sus familias, serán convertidos en ciudadanos del Reich tras pasar un supuesto control antropológico. En total, Hitler fija finalmente el máximo de población "ex-eslava" germanizada en diez millones para el conjunto de todos los territorios del Este (checos, polacos, lituanos, bielorrusos, ucranianos y rusos). Su situación no será en absoluto la de los veinte millones de eslavos "tolerados" al oeste del Volga, los cuales, todos campesinos, vivirán sin derecho a la posesión de la tierra y bajo constante amenaza de deportación. La excepción es la reconstituida "república cosaca del Don" surgida ya en el año 1918 -de unos cien mil kilómetros cuadrados, con capital en Novocherkassk y presidida por el veterano Piotr Krasnov- y que ahora es una unidad administrativa autónoma (como lo son, aunque de formas diferentes, Georgia, Azerbaiyan, el protectorado de los tártaros de Crimea, los protectorados de los cosacos de los ríos Terek y Kuban, y la confederación musulmana del Norte del Cáucaso). A otros colaboracionistas se les facilitará la emigración o se obligará a Stalin a que los incorpore, en condiciones de privilegio, a su Ejército y Policía al Este del Volga. Queden ellos satisfechos o no con el pago, todos recibirán, en opinión de Hitler, la recompensa merecida. Puede resultar chocante que Hitler mantenga en el poder a Stalin y a la mayoría de sus ministros (Molotov, Beria, Voroshilov... aunque no Kaganovich ni ningún otro judío, ni tampoco el armenio Mikoyan, a petición del gobierno turco) y además con la condición de incorporar al general Andrei Vlasov al gobierno ruso como jefe del Ejército, pero, aparte de su exhibición de "caballerosidad nazi" con el enemigo vencido, el Führer considera que solo Stalin está capacitado para gobernar con mano de hierro a sus salvajes súbditos. A Hitler le atrae que el mundo vea que ha domado al oso ruso y que ahora puede poner al mismo Stalin a su servicio.

   Rusia recibirá ayuda alimentaria para ayudar a mantener la enorme cantidad de población que será desplazada a lo largo de dos años; esta ayuda será en parte pagada con concesiones mineras a Estados Unidos, siempre bajo supervisión nazi. En conjunto, aparte de los protectorados cosacos y caucásicos, todos los territorios conquistados al oeste del Volga tendrán que quedar en buena medida despoblados, con lo que probablemente la población de la Federación Rusa entre el Volga y el Lena acabará ascendiendo a unos ciento veinte millones (es de prever que no toda la población desplazada sobrevivirá a los rigores de la deportación hasta unas regiones tan inhóspitas como las de Siberia). 

La república del Don de los cosacos, proclamada independiente en mayo de 1918, con capital en Novocherkask


  
   El general Marshall ha sido quien más ha insistido ante Roosevelt en cuanto a enviar ayuda alimentaria a los rusos: sin la resistencia de los soviéticos, los alemanes hubieran podido transferir recursos militares invencibles a la guerra contra los ejércitos angloamericanos en el Golfo Pérsico, de modo que los Estados Unidos están en deuda con el pueblo ruso. La ayuda americana permitirá consolidar el gobierno ruso de Yekaterinburg (a Hitler no le disgusta, por cierto, que Stalin tenga su nueva capital en la ciudad donde se dio muerte a la decadente familia Romanov). 

   A partir de enero de 1945 comienzan a circular los trenes a través de Persia y, a medida que la meteorología lo permite, los buques "Liberty Ships" cargados de harina, leche en polvo y carne enlatada llegan hasta el puerto de Arkhangelsk. Stalin puede así alimentar a su pueblo. Una diferencia entre estos envíos de alimentos y los que llegaban en 1943 (hasta que el enemigo cerró todas las rutas de acceso) es que ahora nadie oculta que se trata de envíos de los Estados Unidos, algo que, por razones políticas, se intentaba hacer cuando la URSS combatía al lado de Estados Unidos contra Hitler. A esta sucesión de envíos asistenciales a la inmensa y empobrecida "reserva eslava euroasiática" (otro nombre que se atribuye extraoficialmente al nuevo Estado de Stalin) se llamará "el plan Marshall" (Kennedy, ya como Presidente, nombrará a Marshall Secretario de Estado). La asistencia americana también sirve para que Hitler pueda utilizar la "Federación Rusa" a modo de vertedero de los pueblos desplazados de Europa Central, como checos y polacos. Por su parte, Estados Unidos admitirá algunos inmigrantes cualificados.

   Pese a los compromisos públicos, está claro también que Stalin y sus generales han logrado ocultar miles de tanques, aviones, otras armas y munición en la inmensidad de Siberia, y el general Vlasov, aunque debe su nueva fortuna a los nazis, no deja también de ser un nacionalista ruso que tiene más en común con sus compatriotas ex comunistas que con los alemanes; de forma que Hitler ha de mantener la vigilancia militar.  Entre las medidas de seguridad que toma el III Reich está el despoblamiento inmediato, con deportaciones masivas, de todas las tierras hasta cien kilómetros al oeste del Volga (serán repoblados por granjeros-terratenientes alemanes con preferencia, haciendo uso de mano de obra agrícola extranjera no eslava), la creación de ejércitos aliados en los territorios del cordón sanitario que bordea Rusia, la construcción de un ferrocarril alternativo al transiberiano sobre la antigua ruta de la seda (que conecta el antiguo ferrocarril soviético de Asia Central con el norte de China a través de los desérticos parajes de Xinkiang y Quinghai, bordeando Mongolia por el sur) y el establecimiento, dentro de la Federación rusa al este del Volga, de algunos enclaves no rusos que suman algo más de diez millones de habitantes en total: seis de estos gobiernos autónomos estarán en el Volga, que son Tartaristán (Kazan), Bashkortostán (Ufá), Udmurtia (Izhevsk), Cheremia, Chuvasia y Mordovia, una en el norte, que es Komi, las repúblicas cosacas de Orenburg y del río Ural (ésta en Kazakhstan) y otras cinco en Siberia, que son Altai, Buriatia, Yakutia, Jakasia y la república cosaca del Amur (algunas de estas, situadas en territorio bajo teórico control japonés). Las más importantes son las seis repúblicas del Volga, que forman una especie de confederación, de una extensión de más de 300.000 kilómetros cuadrados (como Italia), pobladas por más de cinco millones de habitantes, muchos de ellos musulmanes, y donde los nazis mantienen un contingente militar aparte de milicias antirrusas fuertemente armadas. En total, descontada la población no rusa de las repúblicas, a Stalin le quedan ochenta millones de súbditos comparados con los ciento noventa que tenía en 1941. Esta población, sin embargo, se incrementará en los dos años que faltan con las enormes masas de desplazados que se espera. Al este del río Lena, ya fuera de la Federación presidida por Stalin, queda la República de Lejano Oriente (o Siberia Oriental) presidida por el líder cosaco Grigory Semyonov, bajo relativa tutela japonesa (y que ha devastado el asentamiento judío de Birobidzhan); este nuevo país, de incierto futuro, ofrece también posibilidades de reasentamiento para los eslavos europeos desplazados; se trata de un territorio extenso y difícil donde van a coexistir ocupantes alemanes y japoneses, cosacos siberianos (que contarían con una relativa preeminencia), ex prisioneros del Gulag, nativos como los buryatos y los yakutos, y, en los meses venideros, eslavos desplazados desde el Oeste.

   Al occidente del Volga, solo quedarán los protectorados cosacos del Don, Kuban y Terek -donde, de momento, no se plantea colonización alemana y de los cuales, solo el del Don es de un tamaño apreciable-, y el de los tártaros de Crimea -donde sí se permitirá alguna colonización-. Todo el resto del inmenso territorio -más de dos millones de kilómetros cuadrados, incluyendo Polonia, Ucrania, Bielorrusia y la región del Ártico ruso al oeste del meridiano 40- quedará con una población exclusivamente rural reducida al cabo de dos años, con sus cientos de ciudades fantasma (Moscú, Petersburgo, Kursk, Voronezh, Kiev, Penza, Nizhni-Novgorod, Tula, Tambov...), millones de hectáreas de cultivo, bosques y pantanos. Puede que la desertización sea mayor, porque Hitler no piensa tolerar guerrillas: allí donde se asesine a un alemán -soldado, civil o "germanizado"- la represalia será la consecuente deportación de toda la población eslava en veinte kilómetros a la redonda: no habrá guerrillas eslavas antialemanas porque no quedará ningún eslavo en caso de resistencia. Los líderes nazis agrícolas y expertos en el Este -hombres como Rosenberg, Koch, Darré, Backe- serán los organizadores de todo este territorio en base a las prioridades marcadas por Hitler: primero, seguridad para Alemania, después, explotación de recursos, finalmente, colonización y germanización. El resultado, se especula, será algo así como un "Canadá" europeo, con poca población, pero muy seleccionada, y contando con una gran producción agropecuaria.

  El día18 de diciembre se pone la última pieza del rompecabezas: Tokio acepta las condiciones de paz que ofrece Alemania tras pactarlas con Estados Unidos. El embajador Oshima firma el día 15 -de nuevo en Dublín- y el Emperador ratifica lo firmado. El general Tojo dimite y comete suicidio ritual por el deshonor de la derrota de la que ha sido artífice. El Emperador nombra para el cargo de primer ministro al antiguo ministro de Exteriores Matsuoka, que antes de Pearl Harbor había insistido en una alianza más estrecha con Alemania y quería declarar la guerra a los rusos en 1941. Al igual que en el caso de Joseph Kennedy en Estados Unidos, se recompensa ahora al profeta en su momento incomprendido.



   El Ministro de Exteriores japonés Yosuke Matsuoka, partidario de que Japón atacase a Rusia en alianza con Alemania

  El día 16 de diciembre ha desembarcado una gran flota aliada en Formosa, donde no se produce resistencia. El día 18 cesan los combates en Leyte y dos días más tarde el mariscal Terauchi se rinde a Mac Arthur, que ha desembarcado en Manila sin oposición, para alivio de los soldados estadounidenses.

  Los alemanes ya están en las islas japonesas. El 24 de noviembre de 1944 la Luftwaffe se estrenó defendiendo el suelo japonés del primer ataque de los bombarderos norteamericanos B-29 sobre Tokio. En los días siguientes llegan más unidades de la Luftwaffe, asesores técnicos y diplomáticos alemanes por vía aérea. Tras la rendición rusa, los alemanes podrán usar los ferrocarriles y aeródromos de sus antiguos enemigos, sin perjuicio de que, por si acaso, desarrollen su propia ruta por Asia Central.

   Los japoneses aceptan las condiciones de Hitler, que incluyen la retirada del Pacífico y de China. Solo conservan los territorios esenciales para ayudar a que se mantenga la amenaza nazi a los Estados Unidos. Ése es el caso de la República de Siberia que preside el general cosaco Semyonov, con el apoyo de los ex presos del Gulag y que parece preferir más una tutela nazi que la de los japoneses (pero Semyonov no es de fiar: también podría pasarse al bando norteamericano si le conviniese, de modo que nazis y japoneses nunca dejarán de vigilarlo). Corea es más tradicionalmente una posesión japonesa. La república independiente de Tuva y la de Mongolia, anteriormente en la órbita soviética, quedan bajo control efectivo alemán (Mongolia exterior se fusiona ahora con el territorio de Mengjian, cuyo gobernante mongol apoyado por Japón, Demchugdongrub, preside ahora el nuevo estado).  De China se desgajan los nuevos estados independientes de Manchuria (donde gobierna el último emperador chino, Pu Yi), Xinjiang (del señor de la guerra Sheng Shicai), Quinghai (del señor de la guerra Ma Bufang) y Shaanxi (del señor de la guerra Mao Zedong, que ha ampliado sus dominios en Ya´nan). Todos estos territorios semiindependientes completan el "cordón sanitario" que aísla por completo al territorio ruso del resto del mundo.

  En realidad, lo que queda del imperio japonés no es poco, sobre todo si se tiene en cuenta la derrota militar de Japón frente a Estados Unidos, pero entre los altos dirigentes civiles y militares japoneses los suicidios rituales tampoco escasean: nadie puede negar el fracaso, y si Japón sobrevive ahora es solo como un satélite de los alemanes. Muchos de los territorios donde aún se iza la bandera japonesa (Mongolia, Manchuria o Siberia Oriental) están cada día que pasa bajo un mayor control estratégico alemán.

   La retirada japonesa de toda China es inmediata, excepto en Manchuria, donde el gobierno del antiguo emperador Pu Yi ahora gana mayor autonomía de sus protectores japoneses: los alemanes también se instalan allí, en bases militares conjuntas. Lo mismo sucede en Mongolia, ahora unificada (antiguas Mongolias exterior e interior). En Quinghai y Xinjiang no hay presencia japonesa en absoluto. Los nazis también mantienen el control sobre el territorio del líder nacionalista popular Mao (ya no comunista) en Shaanxi, cuyo ejército disciplinado, ahora mejor armado y asesorado, puede suponer una amenaza constante contra el gobierno del Kuomintang en el resto de China, aliada de los Estados Unidos. El líder cosaco siberiano Semyonov prefiere asimismo -de momento- los alemanes a los japoneses. Los nazis incluso se establecen en el exótico Tíbet, de forma que el territorio chino se reduce al que está limitado por la vieja muralla (sin duda, el territorio más importante, la auténtica China milenaria).

   Jiang regresa triunfalmente a Pekín antes de que acabe el año. También recupera Formosa, mientras que Indochina, con poco valor estratégico, en teoría, desmilitarizada y entregada a sus propios dirigentes locales, queda, en la práctica, bajo control norteamericano (lo que supone una gran pérdida económica y de prestigio para Francia).

  Es posible que en esta parte del mundo se mantengan ciertas tensiones. Según el Tratado, China e India están fuera de las áreas de influencia, pero no se determina específicamente la política de alianzas. Está claro que tanto el gobierno de Nehru (que abarca la mitad del subcontinente indio) como el gobierno chino de Jiang son aliados de los Estados Unidos. En cuanto a la amenaza nazi contra Norteamérica desde Siberia Oriental, dado el rigor del invierno siberiano, en diciembre de 1944 es poco lo que se puede hacer al respecto, pero Hitler tiene programado que para la primavera de 1945 se establezcan bases aéreas y navales alemanas hasta el estrecho de Bering, de forma que el mismo continente norteamericano quedará al alcance de una hipotética ofensiva del Eje. Esto puede generar conflictos, y lo mismo puede pasar en Indochina, donde gobiernan los regímenes anticolonialistas que en su momento fueron aliados de Japón.

  Allí donde hay musulmanes, por supuesto, como en Indonesia, Malasia y el sur de Filipinas, las nuevas élites nativas son aliadas de Hitler, pero no en otros territorios. Si bien Hitler favorece que los franceses (la nueva monarquía de Enrique VI) recuperen el control económico, político e incluso militar en sus antiguas colonias de Extremo Oriente, los dirigentes locales prefieren aliarse con los Estados Unidos, ya asentados en China... y a Hitler no deja de interesarle que los franceses tengan problemas en sus territorios de Ultramar.

   Con Churchill exiliado en Canadá, Irlanda del Norte perdida, y todo el país traumatizado por los cinco años de guerra y la contundente derrota, el rey Jorge VI convoca nuevas elecciones parlamentarias el día 20 de diciembre, que tendrán lugar en abril de 1945. Pero el día 24, en Navidad, el monarca anuncia su abdicación y pide que se devuelva la corona a su hermano Eduardo, considerando que cuando este abdicó, en 1936, lo hizo por presiones externas insoportables que ahora han dejado de darse. Eduardo, por su parte, se ha reunido en Washington con Roosevelt el 18 de noviembre anterior. Allí se acepta que su retorno al trono es una garantía de paz para el mundo venidero (una forma de recordar que las fuerzas aerotransportadas nazis pueden caer sobre Gran Bretaña en cualquier momento). Tras la entrevista, Eduardo se instala en Baltimore, la ciudad de su esposa, cerca de las grandes bases navales de la Marina norteamericana. El día 18 de diciembre de 1944 Eduardo embarcará secretamente hacia Gran Bretaña y tomará posesión del trono diez días más tarde, tras entrevistarse dramáticamente con su hermano, al que le ruega que permanezca en suelo británico para ayudarle en sus ingentes tareas como jefe de Estado y, quizá, para sucederle a su muerte, ya que no es previsible que deje herederos propios. Si Jorge muriera antes que Eduardo, reinaría entonces su hija mayor, Isabel.

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 Al final de la segunda guerra mundial se optó por una organización internacional que no reconocía la división en dos bloques. Tanto los soviéticos como los angloamericanos reconocieron el derecho de los pueblos a decidir su futuro y se pusieron los cimientos de la descolonización, la convivencia y el progreso social. 

  En esta historia alternativa, el resultado es diferente. El mundo se divide explícitamente en dos áreas de influencia, como en los tratados de paz del siglo XVIII. Con ello pierde la concepción del mundo estadounidense, partidaria de la libertad de cada pueblo, pero a la vez gana estratégicamente la posición de los Estados Unidos, al equipararse en fuerza al Moloch nazi. Ésta es la visión de Joseph Kennedy en esta historia, muy en la línea del aislacionismo americano, de los partidarios de no inmiscuirse en la política internacional más allá del continente americano. En esta historia, a Hitler no le preocupa admitir el dominio yanqui sobre las Américas y también sobre los océanos. Considera que son concesiones de poca monta, comparado con lo que significa para los alemanes el enorme imperio que han logrado gracias a la eficiencia de sus ejércitos.

  Por otra parte, en la Segunda Guerra Mundial, los derrotados lo fueron hasta la total destrucción como entidades políticas (solo se respetó al emperador de Japón). Desde enero de 1943 los aliados defendieron el principio de la rendición incondicional, al contrario de lo que sucedió en 1918, cuando la victoria acabó siendo incompleta. En esta historia alternativa las tres potencias vencidas (Gran Bretaña, Rusia y Japón), aunque mantienen sus instituciones políticas, han de aceptar el diktat de las dos potencias vencedoras. Para Roosevelt y Churchill, en la realidad de 1943, existía una estigmatización del enemigo totalitario, al que se veía no como un adversario, sino como un criminal, por lo que era impensable la negociación y la coexistencia posterior. Pero ahora predomina la filosofía de Hitler, para el cual la única legitimidad la da el poder militar efectivo. Puesto que rusos y británicos han luchado, es justo negociar con ellos y convertirlos en vencidos bajo las condiciones del vencedor.

    Rusia no puede elegir. Perder Moscú, perder sus vías de comunicación con el resto del mundo, renunciar al comunismo y exterminar a sus judíos es el precio a pagar por los vencidos que Hitler considera  proporcional a la magnitud de la batalla que ha durado de junio de 1941 a diciembre de 1944. Con los rusos al este del Volga (el Missisipi, según la comparación con las etapas de la colonización de los estadounidenses, siempre hacia el Oeste, hasta el territorio indio), quizá la próxima generación de alemanes llegue a los Urales y otra más exterminará finalmente a los rusos metiendo a los supervivientes en pequeñas reservas. Hasta entonces, los más de cien millones de famélicos rusos (y ucranianos, polacos y checos) atrapados en las remotas tierras de Eurasia podrían ser útiles como reserva de mano de obra y consumidores de productos manufacturados, a condición de que sigan siempre bajo vigilancia. Hitler nunca contempló seriamente la ocupación completa del gran territorio soviético, sino que la misión en el Este iba a ser un proceso gigantesco de expansión que no podía resolverse en una sola guerra. Hasta la derrota definitiva, el cordón sanitario establecido al final de la guerra será muy útil para controlar a los eslavos, y dentro del territorio ruso, las repúblicas autónomas antirrusas, especialmente las musulmanas, servirán también de bases estratégicas nazis, con milicias antirrusas asociadas.

  En cuanto a Japón, su supervivencia también es una humillación para los norteamericanos. Puesto que Hitler necesita a Japón para su cordón sanitario en torno a Rusia y puesto que la conviene mantener amenazados a los americanos, los japoneses pueden salir bien librados si se le someten. Los dirigentes japoneses pueden pensar que, al menos, los alemanes están lejos y no tienen intereses particulares en Asia.

  El reparto del mundo entre Alemania y América no sería de coexistencia pacífica. Salvo que Estados Unidos degrade su ideología democrática, los norteamericanos siempre verán a los diabólicos nazis como enemigos. Algunos los admirarán morbosamente, pero también los temerán. Sin embargo, hasta el norteamericano más inculto era un ser consciente de que el régimen nazi contaba con una terrible debilidad: que dependía por completo de su todopoderoso dictador. Cuando muera Hitler, ¿qué sucederá? Los Estados Unidos siempre sobrevivirían como una sociedad de hombres libres, pero ¿qué sería del III Reich sin Hitler?

  Los británicos no contaban con mucha experiencia en desastres. Gran Bretaña tuvo guerras civiles en el siglo XVII y una derrota momentánea en la guerra de independencia norteamericana en el siglo XVIII. No hay más experiencias de derrotas, así que no hay más que especular sobre cómo les afecta la humillación de entregar su Imperio, Irlanda del Norte y parte de su flota. El retorno del rey Eduardo es una posibilidad porque la aristocracia y las clases poderosas tratarían de controlar la situación. Sin embargo, la Gran Bretaña de 1944 era un país de trabajadores con una fuerte conciencia de clase y un país muy avanzado socialmente. Durante la Depresión, la derecha más reaccionaria simpatizó con el fascismo (el rey Eduardo incluido), de modo que no sería inimaginable que, con el apoyo de los generales que retornaran de los frentes periféricos (en esta historia se señala un Montgomery como aspirante a convertirse en una especie de nuevo Hindenburg), la clase conservadora quisiera prevenir una revolución como la sufrida por los alemanes en 1918. Con Churchill fuera de combate y el marxismo soviético aniquilado, el resultado de las elecciones parlamentarias de primeros de 1945 hubiera sido imprevisible, pero es razonable pensar que los laboristas se harían con la victoria tal como sucedió en la realidad porque esta respuesta política tuvo que ver con cómo asumió la clase trabajadora los sacrificios de la guerra y las promesas de igualdad social que tuvieron lugar durante ésta por parte de los poderes públicos.

martes, 11 de noviembre de 2014

45. Roosevelt, cuarto mandato



  El 7 de noviembre de 1944, tras la campaña electoral más tensa de la historia de los Estados Unidos, el presidente Roosevelt es reelegido para un cuarto mandato, hecho inaudito en la institución presidencial. Y aunque poca gente lo sabe, el Presidente está exhausto y con la salud muy dañada.

  El general Mac Arthur sigue la recta final de la campaña electoral desde la pequeña ciudad de Tacloban, próxima al campo de batalla de la isla de Leyte, en Filipinas. La Marina ha derrotado el día 26 de octubre, por fin definitivamente, a los restos de la flota imperial japonesa y su triunfo solo se verá ensombrecido en los días siguientes por el fanatismo letal de los pilotos kamikaze.

   En tierra, en Leyte, la resistencia de las tropas enemigas entorpece el avance del 6 ejército americano del general Krueger, a las órdenes de Mac Arthur. El 14 ejército japonés del mariscal Terauchi ha recibido la orden de resistir todo lo posible a la espera de que los alemanes sometan a los rusos y con ello la alianza del Eje pueda fructificar en la defensa efectiva de Japón en Extremo Oriente. Los japoneses saben que Leyte es solo la plataforma para el asalto a la gran isla de Luzón y su ciudad principal, Manila, capital de las Filipinas, y consideran que mientras más resistan en Leyte, más tardarán los americanos en estar en condiciones para ese supuesto asalto final.
                           
  Con el candidato del Partido Republicano a la presidencia en plena guerra en Filipinas, su número dos, el senador Vanderberg, candidato a la vicepresidencia, ha llevado a cabo una intensa campaña centrada exclusivamente en las victorias del ejército norteamericano en Asia y el Pacífico. Lo han apostado todo a la gloria de las armas contra el odiado enemigo de raza inferior y piensan que la forzada ausencia del candidato republicano a la presidencia les favorecerá precisamente por eso. Pero al final los votantes han preferido a Roosevelt.

  Éste, después de todo, es quien les ha traído la paz con el armisticio del 11 de septiembre contra el enemigo invencible (los alemanes), y parece ser que es la paz lo que los norteamericanos desean por encima de una victoria total que, incluso aunque fuese posible, siempre resultaría insoportablemente costosa.

  Aunque Roosevelt solo ha pactado el armisticio con los alemanes, y no con los japoneses, su oferta electoral parece que acepta el hecho de que Japón, al fin y al cabo, será derrotado, pero no aniquilado, en contra de lo que promete el belicoso Mac Arthur. Los norteamericanos se van volviendo cada vez más escépticos y pocos creen que Hitler traicione a Japón, sobre todo porque necesita a los japoneses para completar su proyectado "cordón sanitario" en torno a Rusia. El público norteamericano está informado de estas cuestiones por la prensa y durante toda la campaña electoral se debaten temas estratégicos junto con otros referidos a la repercusión social que tendrán en Estados Unidos los cambios que acontecen en Europa. Temas como la raza, la justicia social y la participación democrática.

  Tras la reelección del Presidente, el candidato Mac Arthur admite la derrota electoral mientras que no puede siquiera disfrutar de la victoria militar en la isla de Leyte, adonde los japoneses siguen enviando refuerzos por mar desde Luzón.




    Y si no conquista la isla de Luzón, con su gran capital, Manila, no se puede ni soñar que Mac Arthur desembarque en Formosa, lo que permitiría a su vez desembarcar en la costa china y establecer contacto efectivo con los aliados que comanda el Generalísimo Chiang. Con todo, los planes para el desembarco en Formosa están ya avanzados, pero solo contando con las aportaciones de las tropas y recursos que esforzadamente se están desviando de los frentes periféricos abandonados (África y Golfo Pérsico). Roosevelt alienta a Mac Arthur a mantener el esfuerzo hasta el final, pues mientras más poder se demuestre ante el enemigo mejores serán para los Estados Unidos las condiciones de rendición que los japoneses se verán forzados a aceptar.
 
    En China, en su capital de Chungking, en el interior del país donde los japoneses lo tienen casi acorralado, Chiang tiene más graves problemas aparte de que los americanos no puedan capturar Formosa. El 24 de agosto la guerra ha terminado para los japoneses en la India, y todo el 15 ejército japonés en la India oriental ha quedado disponible para luchar en un nuevo frente. Aunque los inconvenientes logísticos son grandes, el general japonés Mutaguchi logra llevar a sus fuerzas desde el este de la India hasta el sur de China utilizando la carretera de Birmania hasta la ciudad china de Kumming. Mutaguchi alcanza los alrededores de Kumming (a 600 kilómetros de Chungking) a finales de octubre de 1944, pero la ciudad resiste. Por esas fechas, además, los excomunistas chinos del norte de Shaanxi (con su capital en Yan'an) y el señor de la guerra musulmán Ma Bufang en la región norteña de Quinghai, se han pasado al enemigo, con lo que la China nacionalista se halla en una situación angustiosa.

    Pero, por otra parte, el que Mac Arthur haya desembarcado en Leyte y la flota japonesa haya sido derrotada da un respiro a los chinos. Los regimientos que se espera desembarquen en China son parte de las tropas desmovilizadas del Golfo Pérsico. Desembarcar en China sin haberse tomado antes Formosa es aceptar un riesgo, pero en todo caso habría sido imposible de no haberse derrotado ya antes a casi toda la flota japonesa en la batalla naval de Leyte. 

   Así que ahora los japoneses saben que una victoria sobre China ya no es posible, ni siquiera con la ayuda del ejército que ataca desde Birmania. Además, en la frontera con Siberia, el general Yamashita no ha logrado todavía conquistar a los rusos la ciudad de Khabarovsk, en el río Amur. Los rusos también mantienen sus posiciones en Mongolia. Sencillamente: los soviéticos son demasiado fuertes y hábiles en la lucha terrestre con blindados para ser derrotados por los japoneses, muy inexpertos en la guerra moderna móvil; aunque los mejores cuerpos móviles rusos luchen aún en la defensa de Moscú, unidades de menor categoría son suficiente para detener al enemigo oriental.

  En Asia Central, el mariscal List, tras encontrarse en Urumqi (territorio de Xinjiang) con el general japonés Yamashita el 12 de octubre, sigue avanzando por la ruta de la seda a través del territorio controlado por los señores de la guerra. Aunque avanza en coordinación con los japoneses, en realidad se le ha ordenado que se detenga en el río Amarillo, en la ciudad de Lanzhou, que es el límite del poder de Ma Bufang, el señor del territorio de Quinghai (es también el límite del dominio de los excomunistas que acaudilla Mao Zedong). Se considera que, de momento, a partir de ahí se trata de la zona de influencia japonesa. A finales de mes, Ma Bufang logra hostigar la frontera siberiana y mongola, buscando distraer tropas soviéticas (ayudando con ello a alemanes y japoneses en otros frentes). Lo principal para el Eje es que el cerco a los rusos se ha completado y desde el 11 de septiembre, con el armisticio con los angloamericanos, toda la Luftwaffe se está concentrando en aniquilar Moscú y acabar con la resistencia rusa.

  El mariscal List recibe también una orden urgente: debe coordinarse con los japoneses para facilitar el envío a Japón de refuerzos de aviación y determinados elementos técnicos mediante un sistema de transporte aéreo por la ruta de la seda. Ya en junio los aviones alemanes aterrizaron en Tokio utilizando la difícil ruta del Tibet, pero, aunque la ruta estaba casi libre de intercepción enemiga, seguía siendo muy costosa debido a la altitud de las montañas. En octubre, la Luftwaffe comienza a operar en los aeródromos de Xinjiang y Quinghai bajo control japonés, y estos aeródromos son mucho más útiles para enviar ayuda efectiva a Japón. Las unidades de caza más modernas de la Luftwaffe en Tokio tardarán todavía varias semanas en poder enfrentarse allí con los bombarderos norteamericanos procedentes de sus nuevas bases en las islas Marianas.

  Ésa es la situación de la guerra para el 7 de noviembre, cuando Roosevelt es reelegido.

  La reelección no da una gran alegría a Franklyn Delano Roosevelt. En el fondo, hubiera deseado que se le relevara de la amarga misión de firmar la paz con Hitler, algo que, en cambio, entusiasma al ambicioso y recién elegido Vicepresidente de los Estados Unidos, el dinámico Joseph Kennedy. Para ganar las elecciones, Kennedy ha forzado a Roosevelt a tomar una actitud realista en cuanto a la estrategia política: no debía buscar votos en los nichos ocupados por los antinazis de Wallace y su Partido Progresista (el tercer partido en pugna en estas elecciones presidenciales de características extraordinarias), de modo que el Partido Demócrata no ha buscado ni el voto negro, ni el voto judío ni el voto polaco: se ha concentrado en el voto irlandés, el voto italiano… y, por encima de todo, en el voto de los ciudadanos que están hartos de esta guerra imposible contra el imperio espartano de Hitler y sus invictos generales. Incluso ha tenido que aliarse con los racistas de los estados del sur (los "Dixiecrats") con el fin de que se obstaculice en lo posible el acceso de los negros al voto, pues se suponía que todos iban a votar por Wallace. Los últimos y tardíos progresos en la igualdad racial han sido deshechos y ha habido que reprimir motines.

  A Wallace lo ha votado el 20 %. Nueva York es de Wallace, y el voto polaco en Chicago también ha sido para Wallace, pero Roosevelt ha logrado vencer ampliamente a los que predicaban la guerra contra los nazis hasta el final, y por estrecho margen al general de Tacloban.

  “Ya está”, murmura el agotado Presidente cuando se confirman los resultados: “ahora el pueblo tendrá paz”.

  Kennedy no es ningún cínico. Ha explotado hasta el fondo su capacidad para movilizar el voto irlandés e italiano, pero eso no le convierte en un simpatizante de los nazis. Había que ganar y se ha ganado, pero comprende que ahora es preciso mantener la unidad del país, las instituciones democráticas, la convivencia ciudadana, las libertades heredadas de los Padres Fundadores y la prosperidad de la industria que se ha movilizado durante la guerra y acabado con la Depresión…. También hay que mantener el comercio internacional, y eso exige algún tipo de relación fructífera con la Europa dominada por los nazis...  Para Kennedy es imprescindible alcanzar una paz hasta cierto punto “amistosa” con el III Reich. Los nazis no son los soviéticos: las grandes empresas alemanas y los consumidores europeos en general sí están interesados en el comercio internacional, y naciones dentro del Eje como Francia, Italia y España también pueden ser mercados para los productos americanos. Kennedy sabe que hay sectores políticos dentro del nazismo que no son partidarios de la colectivización y la autarquía. Es preciso aproximarse a ellos.

   Por otra parte, numerosas corrientes de pensamiento polémicas surgidas en Estados Unidos durante los años de la Depresión (como el populismo de Huey Long) comienzan de nuevo a ser discutidas. Nadie niega el progreso económico que ha experimentado el país al movilizar toda la mano de obra para la fabricación de bienes requeridos por la guerra, pero ¿podrá mantenerse ese crecimiento una vez llegue una paz que no será del todo victoriosa? Roosevelt y Kennedy consideran que es preciso que, a toda costa, Estados Unidos acabe la guerra como superpotencia, lo cual supone igualar el poder alemán disminuyendo el de otras naciones (también Gran Bretaña). Kennedy convence a Roosevelt de que lo apueste todo a una bilateralidad mundial: aunque Hitler se lleve la victoria y un enorme imperio, Estados Unidos aparecerá como interlocutor mundial único frente a su poder. Y ha de mantenerse el comercio mundial, hacer lo posible para que la Europa dominada por Hitler no opte por la autarquía económica; ahí está la oportunidad que ofrecen los franceses, con su restaurada monarquía tecnocrática.

    El 8 de noviembre, el grupo a tres que decidió las negociaciones de paz (Roosevelt-Stimson-Marshall) se amplía a cuatro para incluir al Vicepresidente electo. Se ordena la retirada total y definitiva de las tropas de todos los frentes periféricos. Esa retirada ya se había ordenado de forma tácita, pero ahora se hace de forma oficial. Significa, entre otras cosas, abandonar todo el continente africano a Hitler, de Tánger a Ciudad del Cabo. Los nazis llevan semanas esperando este momento y han reservado para ello una flota aérea de transportes militares.

  Para la propaganda del Eje, las noticias que vienen de África son espectaculares: el 10 de noviembre los italianos aterrizan en Nairobi para apoderarse del bello territorio de Kenya como parte del nuevo imperio italiano en África Oriental: harán uso de esta región para la colonización, será parte de la nueva Italia africana que Etiopía, ahora un protectorado, estaba inicialmente programada para ser. Ese mismo día, la Luftwaffe se establece en Monrovia, la capital de Liberia, de donde huyen espantados cientos de miles de nativos hacia los territorios vecinos, que quedarán en manos de los relativamente más benévolos colonialistas franceses e italianos (estos últimos se apoderan de Sierra Leona: la posición en el Atlántico que reclamaba Mussolini). Incluso aviones españoles (en realidad, cedidos por Alemania) toman posesión de los inmensos territorios de Angola, Mozambique y Rhodesia del Norte (ahora rebautizada como “Nueva España del Caudillo”). El 14 de noviembre los alemanes aerotransportados llegan hasta la frontera de África del Sur en el río Orange, donde son cortésmente recibidos por los militares sudafricanos del gobierno del primer ministro Daniel Malan. Los sudafricanos son ahora amigos de los nazis (los prisioneros sudafricanos capturados por Rommel en Tobruk, en junio de 1942, son puestos automáticamente en libertad y vuelven a casa... excepto el batallón de voluntarios que lucha en Rusia contra el comunismo).

  Todo el mapa del reparto de África dibujado en la cumbre de Barcelona, celebrada en diciembre de 1942, en los días turbios de la gran batalla de Stalingrado, se está completando. Muchos soldados americanos que embarcan en sus cientos de buques en Lagos o Takoradi sin haber tenido oportunidad de combatir pueden ver de reojo a los recién llegados observadores del ejército colonial francés, los antiguos enemigos, departiendo amistosamente con los oficiales del ejército aliado mientras ellos suben por las pasarelas para nunca más regresar a África.

  Joseph Kennedy vuela a Dublin de nuevo el 18 de noviembre de 1944. Ahora es ya el Vicepresidente electo, no solo el Secretario del Tesoro, como cuando firmó el armisticio en nombre del Presidente. En Dublin se encuentra con Ribbentrop y Goering, y le esperan largas semanas de negociación hasta llegar al Tratado de Paz definitivo. Mientras tanto, decenas de miles de soldados americanos y británicos prisioneros en Alemania aguardan ansiosos el retorno a casa que los sudafricanos han iniciado ya. Algunos británicos fueron capturados por Rommel en junio de 1940 en el norte de Francia. Otros lo fueron por Rommel en Mosul en diciembre de 1943.

  Por su parte, Rommel, ahora, en Bagdad, no tiene nada que hacer, excepto entregar todas sus fuerzas aéreas, buena parte de sus vehículos e incluso reemplazos de tropa, a las fuerzas alemanas que están finalizando la guerra en Rusia. Mientras tanto, cada día salen en barco miles de soldados aliados abandonando el Golfo Pérsico. Es entonces cuando Rommel le compra los camiones y otros vehículos a Eisenhower.

  El 12 de noviembre se rinden por fin, desalentados por la derrota de Henry Wallace en las elecciones norteamericanas, las últimas tropas soviéticas en Moscú. Los ejércitos rusos se retiran hacia el Volga, así que parece que también aquí todo está a punto de terminar. No es el armisticio ni la rendición rusa pero, sin Moscú, a los rusos ya no les queda mucho por lo que luchar. La gran ciudad ha sido arrasada por la aviación y los cohetes, las pérdidas de la tropa son enormes y la población civil aspira tan solo a que los alemanes les permitan huir de la ciudad con vida. Dentro de Moscú se han rendido doscientos mil soldados soviéticos y en la ciudad quedan aún dos millones de paisanos. Hitler ha decretado que la mítica capital rusa sufra el mismo destino que sufrió Leningrado a finales del año anterior: ser borrada del mapa; otra cosa podría interpretarse como que la victoria nazi no ha sido completa. Los diques del canal Moscú-Volga serán volados y la ciudad quedará convertida en un pantano.

  Mientras Kennedy está en Dublín negociando con los nazis, Roosevelt se reúne con Henry Wallace. Ha habido motines raciales, trifulcas callejeras, disturbios en los cuarteles. Es preciso que los antinazis sean realistas y acepten su derrota.

  El día 14 de noviembre de 1944, ya con las noticias de la rendición de Moscú, Henry Wallace y Fiorello La Guardia comparecen ante la prensa en Washington. Piden concordia y aceptación de los resultados electorales. En cualquier caso, la paz es siempre un bien... aunque no creen que sea posible una paz estable con los nazis y por ello consideran que el pueblo se ha equivocado al elegir el tipo de paz que ha ofrecido Roosevelt. Ellos ahora no van a cesar de advertir acerca de la naturaleza maligna de los vencedores de la guerra, y el hecho es que el Reino Unido y los Estados Unidos son las últimas naciones democráticas del planeta que han de mantener su sistema de libertades a toda costa. El Presidente electo, Roosevelt, les ha comunicado que ése es también su mayor anhelo.

  Mientras tanto, en Tacloban, el mayor anhelo de Douglas Mac Arthur es la derrota total de Japón, ¡pero ni siquiera ha conseguido terminar la conquista de la isla de Leyte! Y justo entonces, el 24 de noviembre, se produce la temida noticia: el primer ataque aéreo masivo de bombardeo norteamericano sobre Tokio con 110 aviones B-29 procedentes de la isla de Saipan (Marianas) acaba en fracaso porque dos escuadrillas de cazas alemanes ultramodernos a reacción, llegados a Japón en los días previos (a través de la ruta de la seda: aeródromos situados en Asia Central), logran derribar ocho aviones (los japoneses solo derriban uno) y frustran la misión.

  Un oscuro personaje reaparece en estos días: el Duque de Windsor, el antiguo rey Eduardo VIII, que abdicara en 1936 y que se hallaba confinado en las islas Bahamas, acaba de desembarcar públicamente en Florida el día 10 de noviembre y el día 11 ha dado una rueda de prensa ante unos periodistas escogidos. Dice que es consciente de la grave situación en la que se encuentra su país y se pone a disposición de su pueblo. Tras estas breves palabras, que pronuncia en presencia de su esposa americana, Wallis Simpson, y de unos pocos colaboradores, el ex rey toma el tren a Washington.

  Los primeros contactos del Eje con el Duque se produjeron ya antes de la batalla del Golfo Pérsico, cuando un emisario irlandés le comunica que, si apoya un golpe en Gran Bretaña para hacer la paz, su nación no solo sobrevivirá a la guerra, sino que mantendrá el Imperio (África ya había sido concedida a los aliados latinos de Hitler, pero las ricas posesiones holandesas de Insulindia pasarían al Imperio Británico... y se conservaría la India). Después, a medida que las victorias alemanas se suceden, los contactos se hacen más diversos. Dentro del mismo Partido Conservador se extiende la idea de que el rey Jorge VI se ha implicado demasiado políticamente en la guerra, y que el retorno de Eduardo puede ser una garantía de la paz. Para Kennedy, cambiar el rey debilitaría a los británicos, algo muy conveniente para que Estados Unidos se convierta en la única potencia capaz de afrontar al III Reich en la inquietante posguerra...

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    Es un hecho que el rey Eduardo VIII sentía algunas simpatías por los movimientos totalitarios anticomunistas como el nazi, al igual que sucedía con muchos otros aristócratas británicos, y sin duda debía de guardar rencor contra quienes lo habían alejado del trono. El caso de su matrimonio con una mujer plebeya y poco ejemplar también debía acercarlo a los jerarcas totalitarios, cuyas vidas conyugales eran también irregulares (Franco sería la excepción, pero no Petain). Sin duda que habría cesado su destierro encubierto en las Bahamas, y sin duda hubiera intentado recuperar el trono, a sabiendas de que la derrota en la guerra provocaría algún tipo de trastorno político en Inglaterra.
  
    En lo referente a la campaña de Filipinas, en esta historia alternativa no se ha cambiado nada con respecto a lo sucedido en la realidad. ¿Por qué hacerlo? La guerra del Pacífico era una prioridad para la opinión pública estadounidense, y para Roosevelt siempre fue difícil seguir la directiva estratégica que exigía que Alemania era el enemigo que se debía batir cuanto antes, debido a su mayor peligrosidad. Dado el sesgo que toman los acontecimientos en esta versión alternativa, con una Alemania imposible de derrotar y faltando tiempo para lograr la victoria sobre Japón, Mac Arthur recibiría no menos recursos de los que recibió en realidad. 

  Hasta enero de 1945 los americanos no lograron desembarcar en Luzón, debido a la fuerte resistencia que encontraron en Leyte. En general, se considera un error que el general Yamashita (el auténtico defensor del poder japonés en Filipinas, que en esta historia combate a los soviéticos en Siberia) reforzara tanto Leyte, cuando debía haberse concentrado en defender Luzón, pero en esta historia hubiera tenido sentido intentar retrasar el avance americano todo lo posible mientras los alemanes se fuesen aproximando físicamente al frente de Asia Oriental en su avance por la ruta de la seda.

   En esta historia, los rusos resisten en Moscú hasta que se confirma la derrota de la candidatura presidencial antinazi en Estados Unidos. A partir de ahí, y contando con que tras el armisticio los alemanes hubieran podido concentrar en pocas semanas todo su poder aéreo sobre Moscú, la derrota habría sido inevitable, y solo quedaría aceptar las condiciones de paz.

  El ataque de los B-29 sobre Tokio del 24 de noviembre de 1944 fue el primero de cierto peso, si bien no lograron hacer los daños buscados por problemas técnicos. En todo caso, los japoneses solo pudieron derribar un avión de los más de cien que atacaron. La intercepción japonesa nunca fue tan efectiva como la alemana, de modo que es previsible que apenas un par de escuadrillas de aviones de caza alemanes en Japón fuesen suficiente para desalentar a los norteamericanos en un momento políticamente tan crítico.