determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 18 de noviembre de 2014

46. El Tratado de Paz

  El 15 de diciembre de 1944, de nuevo en Dublín, y de nuevo ante el primer ministro irlandés Eamon de Valera, Hermann Goering y Joseph Kennedy vuelven a firmar juntos un documento oficial. Pero ahora no se trata de un mero armisticio, sino de la paz definitiva que marca el fin de la Segunda Guerra Mundial.

  El documento no es demasiado extenso para la gran trascendencia que supone. De acuerdo con lo firmado, los Estados Unidos de América y el III Reich alemán se convierten en garantes de la paz y seguridad mundiales, así como del progreso de los pueblos del mundo, en el marco de los términos aceptados en el Tratado.

  Se determina que los continentes de Europa y África, así como todas las tierras ribereñas del mar Mediterráneo y el antiguo territorio de la Unión Soviética, forman parte de la esfera de seguridad del III Reich. Se determina que el continente americano y las extensiones oceánicas (con la excepción del archipiélago de Canarias y las islas de Irlanda y Madagascar) forman parte de la esfera de seguridad de los Estados Unidos de América. Se determina que los pueblos musulmanes quedan bajo la protección del III Reich (se sobreentiende que los pueblos negros no están incluidos). Se determina que los territorios históricos de China y la India permanecerán fuera de cualquier área de influencia. Y se determina que el Imperio del Japón es culpable de agresión a los Estados Unidos, que debe ser despojado de sus posesiones oceánicas y que debe indemnizar a los Estados Unidos así como también dar garantías de que no volverá a entrar en la zona oceánica de influencia de los Estados Unidos. También se establece la exigencia de que el Reino Unido repare los daños causados por tácticas de guerra inadmisibles en su anterior lucha contra Alemania.

  Para el seguimiento de este Tratado, se instituirá en Dublín una Organización Mundial de Seguridad bilateral para que las dos potencias gestionen las garantías de respeto del Tratado y dentro de la cual se hará un seguimiento de la política exterior de las demás naciones en sus respectivas áreas de influencia en lo que pueda ser relevante para el mantenimiento de la paz mundial.

  Por iniciativa de los norteamericanos, se incluye el mandato de crear una organización internacional que fomente el comercio y el avance tecnológico para el bien común: está claro que a los norteamericanos les interesa expandir el libre mercado; y Hitler admite que, si bien Alemania ha alcanzado sus objetivos de autosuficiencia en materias primas gracias a su éxito militar (petróleo, carbón, resto de minerales valiosos, mano de obra abundante y en poco tiempo también autosuficiencia en alimentos), no hay que descartar la importancia que podría tener el comercio internacional interoceánico; el tema merece un estudio minucioso a la hora de fijar las reglas al respecto.

  Las naciones (antiguas potencias) perdedoras de la guerra, Gran Bretaña, Rusia y Japón, habrán de aceptar el Tratado de Dublín y manifestar públicamente su adhesión a éste. En base a estos tratados de adhesión particulares, cada una de las naciones perdedoras aceptará el pago de reparaciones según lo que se haya determinado previamente. En Dublín se han presentado los documentos que son provisionalmente firmados por los representantes japonés (el embajador Oshima, procedente de Berlín) y británico (Lord Halifax, secretario de Exteriores); es en Estocolmo donde un representante ruso (la embajadora Alexandra Kollontai) acepta el documento que le presentan los alemanes.

     
                                                                               
















  Lord Halifax, secretario británico de Asuntos Exteriores, y el general Oshima, embajador del Imperio japonés en la Alemania nazi


   En los días siguientes se ratificará el Tratado por cada una de las grandes potencias (en Estados Unidos, en el Congreso y el Senado; en el III Reich el fundamento último de la legalidad es exclusivamente la voluntad del Führer). Los perdedores no tienen muchas opciones: la menor excusa sería suficiente para que Estados Unidos se decida a arrasar Japón, los rusos están en manos de los ejércitos del Eje que los rodean por todas partes y, después del éxito enemigo en las islas Canarias, los británicos saben que su insularidad ya no los protege de la misma forma en que lo hizo en 1940.

  Para Joseph Kennedy es una gran victoria política el que los Estados Unidos, que no se han apuntado ninguna victoria militar importante frente al III Reich, queden como un igual ante el terrible imperio de Hitler. También es una victoria para los nazis el que los otros miembros del Eje se hallan visto humillados al ser excluidos de la firma del Tratado (el disgusto de Mussolini es tremendo, aunque Hitler trata de compensarlo yendo a visitarlo personalmente a Roma y organizando allí una solemne celebración con discursos y desfiles). Incluso se puede considerar una victoria la destrucción de la Unión Soviética, cuya consecuencia es la desaparición del comunismo en el mundo. Lo que no puede ser una victoria para los Estados Unidos es que los japoneses han escapado de la destrucción total, lo que podría haber supuesto, para las expectativas de buena parte del pueblo norteamericano, el premio de consolación por no haber logrado ganar la guerra en el mundo entero.

  Las calles de Dublín están abarrotadas de gente entusiasta que saluda al Vicepresidente electo norteamericano cuando, al día siguiente de la firma del tratado, este recorre en automóvil la ciudad saludando a la multitud junto al exultante De Valera. Si Kennedy está contento, mucho más lo está el primer ministro irlandés, ya que ese mismo día la policía irlandesa entrará tranquilamente en los seis condados del Norte de Irlanda, donde se está arriando la bandera británica como parte del Tratado particular de Paz aceptado por Gran Bretaña (Hitler ha concedido esta recompensa a los irlandeses por su valiosa neutralidad en el conflicto y su posterior mediación en la paz negociada; por supuesto, la República de Irlanda se ha desvinculado de inmediato de las instituciones británicas, ya que según la Constitución de 1937 Irlanda seguía siendo una monarquía). El mismo ejército británico ha tenido que desarmar a las milicias unionistas que pretendían resistir a la invasión policial de la República del sur. Al cabo de pocas horas, la isla de Irlanda está unida de nuevo y hasta el último soldado británico está listo para viajar hacia Gran Bretaña (salvo que sea irlandés y desee quedarse, en cuyo caso llega la desmovilización inmediata). Con ellos se marchan miles de protestantes que no quieren vivir en la nueva República católica unificada. Joseph Kennedy también se ha ganado con esto la devoción total y absoluta de los norteamericanos de origen irlandés.


                     El sueño nacionalista de una Irlanda unida, con todos sus condados



  Es el día siguiente, el 16 de diciembre, cuando el primer ministro británico Anthony Eden anuncia el abandono de Irlanda del Norte y con ello su adhesión al Tratado de Paz tras la ratificación en el Parlamento. Para la mayoría de los británicos, esto es parte del precio de la derrota, pero no es el único. Las reparaciones de guerra, por ejemplo, incluyen fuertes pagos en divisas y el envío de trabajadores británicos a Alemania donde serán empleados en la reconstrucción de las ciudades destruidas por los ataques aéreos de la RAF.  En base a las condiciones del Tratado, los británicos también tienen que aceptar la entrega de seis buques capitales de la Royal Navy en perfecto estado: tres grandes portaaviones y tres grandes acorazados. Los tres primeros serán el "Indefatigable", el "Indomitable" y el "Victorious", y los acorazados son el "Duke of York", el "Anson" y el "King George V" que llegarán al día siguiente de la ratificación del Tratado a puertos del norte de Alemania. Los alemanes consideran que se trata de una modesta compensación por lo que fue el cruel destino de la flota alemana tras rendirse en 1918.




  Dos de los buques capitales de la Marina Real británica en la segunda guerra mundial: portaaviones "Victorious" y acorazado "Duke of York"

  La humillación británica no acaba ahí. Se presenta la demanda para que el ex primer ministro Winston Churchill comparezca ante un tribunal internacional de crímenes de guerra que se constituirá en París. Se exige que sea juzgado (junto con otros jefes militares directamente implicados) por la muerte de mil marineros franceses en Mers-el-Kebir, en julio de 1940, y por la campaña de bombardeos aéreos terroristas contra las ciudades de Alemania y Francia, pero antes de que se haga pública esta exigencia franco-alemana, el día 17 de diciembre, Winston Churchill y la mayoría de los militares señalados abandonan Europa hacia Canadá y otras naciones americanas. Hitler se muestra satisfecho con esto, ya que, al fin y al cabo, aunque también se levantaron acusaciones contra Alemania al término de la guerra anterior por supuestos crímenes cometidos -en Bélgica sobre todo-, al final tampoco nadie fue condenado por ello.

  Ese mismo día, el gobierno ruso, instalado ahora en Yekaterinburg, en los Urales, acepta las condiciones de paz que ofrece Hitler tal como se presentó en Estocolmo dos días antes. Para este día, 17 de diciembre, las tropas rusas ya se han retirado hasta el Volga sin verse hostigadas por la Luftwaffe.




   Al este de la línea Arkhangelsk-Astrakhan (meridiano 40 y río Volga) queda la masa continental euroasiática asignada en esta historia por Hitler a los pueblos eslavos (Federación Rusa); al oeste de la línea, el III Reich domina Europa

  Las condiciones de paz que ofrece Hitler a los vencidos rusos son básicamente las siguientes: retirada a la línea Arkhangelsk-Astrakhan (entendida en el sentido de toda la orilla oriental del Volga a partir de Yaroslavl, ciudad a 250 kilómetros al nordeste de Moscú, en el meridiano 40 Este, al oeste del cual también se ceden todos los territorios del norte de Rusia), entrega a Alemania de todos los ciudadanos de origen alemán que se encuentran en el territorio ruso, limitación del ejército ruso a cien mil hombres (tal como se forzó a Alemania en Versalles, en 1919), entrega a Alemania de toda la aviación rusa y de todos los tanques rusos modernos, puesta bajo custodia alemana de hasta cien altos oficiales del antiguo Ejército Rojo incluidos en una lista redactada por la inteligencia alemana, designación por Alemania de los mandos y parte de los contingentes de los nuevos ejército y policía rusos, derecho para hacer uso por parte de Alemania de todas las vías de comunicación e instalaciones militares de la nueva Federación Rusa, reconocimiento del autogobierno -bajo protectorado alemán- de entre diez y quince pequeñas naciones no rusas dentro de su territorio, reconocimiento de una República Siberiana Independiente desde el Pacífico hasta el río Lena (la zona en parte ya ocupada por Japón desde su ataque de abril de 1944, liderada nominalmente por el líder cosaco Semyonov), coordinación con Alemania en el plan de deportación general de población eslava al oeste del Volga hacia los territorios del Este, abandono de la ideología comunista y por tanto, coordinación también con la seguridad alemana para la erradicación del judaísmo en territorio ruso. Hay también varias cláusulas secretas acerca de la colaboración militar, económica y estratégica futura entre los antiguos adversarios. En esta colaboración se incluye el acceso a la red de espionaje ruso en Estados Unidos. También, gracias a la intercesión de Estados Unidos, se establece un plan de ayuda económica -sobre todo alimentaria- para facilitar los enormes traslados de población eslava que los nazis exigen en su nuevo "espacio vital".




  La Federación Rusa o "reserva eslava euroasiática", entre el Lena y el Volga, de acuerdo con el Tratado de Paz de diciembre de 1944, según esta historia. Su única salida a mares navegables es por Arkhangelsk y está rodeada de un "cordón sanitario" de estados enemigos. Dentro de sus límites existirían también territorios autónomos no rusos bajo protección alemana.


  Hitler invita (o más bien ordena) a Stalin que lo visite en Berlín para solemnizar el acuerdo y celebrar la nueva relación entre el III Reich y la Federación Rusa. Desde el punto de vista personal, Hitler siente una gran curiosidad por conocer a su más temible enemigo. No olvida las angustias vividas durante la contraofensiva soviética ante Moscú, en diciembre de 1941, y el sorprendente cerco al 6 Armee en Stalingrado en noviembre y diciembre de 1942. Los rusos fueron el auténtico enemigo militar, algo que los nazis siempre respetan (mientras que por los angloamericanos sienten cierto desprecio, aunque se reconoce que su industria militar, su gran poder aeronaval y su tecnología atómica podrían dar problemas en el futuro). 

  Es consecuencia de este reconocimiento al poder militar ruso que se incauten todos los tanques y aviones soviéticos -al menos, aquellos que pueden localizar- y que la inteligencia militar nazi presente la lista de los cien oficiales del Ejército Rojo que deben quedar en custodia. Entre ellos están Zhukov, Rokosovsky y Timoshenko. Los generales se entregan a los alemanes sin demasiada aprensión. Por una parte, saben que, de quedarse en el nuevo Estado ruso es probable que Stalin los haga ejecutar y, por otra, saben que Hitler no va a maltratarlos y, por el contrario, puede utilizarlos para tomar el poder en Rusia más adelante. Aunque en teoría van a ser interrogados sobre supuestos crímenes cometidos contra los prisioneros de guerra alemanes, en la práctica los generales alemanes extraen de ellos valiosos conocimientos de sus tácticas. 
 
   Por lo demás, otra de las imposiciones nazis implica que Stalin nombre a su archienemigo el general Vlasov (que renegó de los soviéticos en 1942) como su ministro de Defensa en la nueva Federación Rusa. Con él, los demás oficiales traidores coparán el mando de las nuevas fuerzas armadas rusas. De los cien mil hombres del nuevo ejército, la mitad estará formada por los anteriores desertores (parte de los renegados que Hitler considera adecuado recompensar generosamente por haber luchado con Alemania contra sus compatriotas). Algo parecido sucederá con la policía política, que sin embargo seguirá al mando del ministro Beria, aunque en buena medida bajo control de antiguos traidores ex soviéticos.

  Hitler también se considera generoso al permitir que, bajo supervisión alemana, los rusos puedan usar el puerto de Arkhangelsk (que se hiela en invierno y está ligeramente más allá del meridiano 40 Este) para el comercio interoceánico, lo que incluye la ayuda alimentaria americana que se espera. Mientras tanto, los ingenieros alemanes comienzan las tareas para la destrucción total de Moscú mediante la voladura de canales y presas, lo que significa que la antigua capital, ya medio destruida por los bombardeos, se convertirá en un lago. Dos millones de rusos abandonan las ruinas de la antigua capital hacia el Volga. Varios millones más de eslavos abandonan otros territorios occidentales, aunque los alemanes, de momento, no expulsan a toda la población (la expulsión parcial de los eslavos se hará por zonas, en un plazo de dos años, y con asistencia económica de Estados Unidos). Este invierno el hambre será terrible en la nueva Federación Rusa, de alrededor de cien millones de habitantes de la antigua URSS, aunque entre estos más de diez millones se encuentran dentro de las repúblicas autónomas no rusas, que ahora son protectorados e importantes enclaves pronazis también al este del Volga. A medida que se vaya recibiendo ayuda alimentaria -de origen norteamericano- se irán implementando los planes para trasladar la población eslava del oeste del Volga y por lo tanto, la población del nuevo Estado ruso también aumentará.

  En total, según las estimaciones de los alemanes, en los territorios anexionados por Alemania al oeste del Volga y al oeste del meridiano 40 aún hay alrededor de sesenta millones de eslavos y otros pueblos considerados "de raza inferior" (no solo rusos y ucranianos, los nazis también cuentan a los checos y polacos). Hay diez millones de bálticos, cosacos y caucasianos a los que se administra bajo un régimen  diferente relativamente privilegiado (autogobierno en protectorados). Otros veinte millones son musulmanes de Asia Central en sus nuevas repúblicas adheridas al Eje, y quizás se localiza a unos dos millones de habitantes en la Siberia Oriental ocupada por japoneses, cosacos y antiguos deportados del Gulag (población que también previsiblemente se incrementará). Los técnicos consideran que tras tres años de guerra han desaparecido unos treinta millones de eslavos y otros pueblos de raza inferior. Por lo menos diez millones han muerto en combate y todos los demás por hambre, enfermedad y otras consecuencias letales del conflicto (lo que incluye la aniquilación directa de casi diez millones por su condición de judíos, comunistas o por las represalias motivadas por la actividad partisana). Hitler, que ha renunciado a conquistar los Urales, considera que tiene pleno derecho a hacer "tabla rasa" de las tierras habitadas por eslavos al oeste del Volga.

   Su plan implica, por tanto, deportar a grandes cantidades de población según la nueva versión revisada del "Plan General para el Este" que los nazis han ido diseñando desde 1941. El plan final, elaborado desde una posición de gran superioridad de fuerza, implica la desaparición de toda la población eslava urbana, la "germanización" de un máximo de diez millones de antiguos ciudadanos de naciones eslavas, la permanencia como mano de obra agrícola de otros veinte millones y la deportación al este del Volga y del meridiano 40 de los treinta a cuarenta millones restantes (toda la población urbana "no germanizada" y buena parte de la rural).

    Los que han colaborado con Alemania serán recompensados. Casi todos los cuatrocientos mil hombres eslavos que han luchado del lado nazi y que lo deseen, junto con sus familias, serán convertidos en ciudadanos del Reich tras pasar un supuesto control antropológico. En total, Hitler fija finalmente el máximo de población "ex-eslava" germanizada en diez millones para el conjunto de todos los territorios del Este (checos, polacos, lituanos, bielorrusos, ucranianos y rusos). Su situación no será en absoluto la de los veinte millones de eslavos "tolerados" al oeste del Volga, los cuales, todos campesinos, vivirán sin derecho a la posesión de la tierra y bajo constante amenaza de deportación. La excepción es la reconstituida "república cosaca del Don" surgida ya en el año 1918 -de unos cien mil kilómetros cuadrados, con capital en Novocherkassk y presidida por el veterano Piotr Krasnov- y que ahora es una unidad administrativa autónoma (como lo son, aunque de formas diferentes, Georgia, Azerbaiyan, el protectorado de los tártaros de Crimea, los protectorados de los cosacos de los ríos Terek y Kuban, y la confederación musulmana del Norte del Cáucaso). A otros colaboracionistas se les facilitará la emigración o se obligará a Stalin a que los incorpore, en condiciones de privilegio, a su Ejército y Policía al Este del Volga. Queden ellos satisfechos o no con el pago, todos recibirán, en opinión de Hitler, la recompensa merecida. Puede resultar chocante que Hitler mantenga en el poder a Stalin y a la mayoría de sus ministros (Molotov, Beria, Voroshilov... aunque no Kaganovich ni ningún otro judío, ni tampoco el armenio Mikoyan, a petición del gobierno turco) y además con la condición de incorporar al general Andrei Vlasov al gobierno ruso como jefe del Ejército, pero, aparte de su exhibición de "caballerosidad nazi" con el enemigo vencido, el Führer considera que solo Stalin está capacitado para gobernar con mano de hierro a sus salvajes súbditos. A Hitler le atrae que el mundo vea que ha domado al oso ruso y que ahora puede poner al mismo Stalin a su servicio.

   Rusia recibirá ayuda alimentaria para ayudar a mantener la enorme cantidad de población que será desplazada a lo largo de dos años; esta ayuda será en parte pagada con concesiones mineras a Estados Unidos, siempre bajo supervisión nazi. En conjunto, aparte de los protectorados cosacos y caucásicos, todos los territorios conquistados al oeste del Volga tendrán que quedar en buena medida despoblados, con lo que probablemente la población de la Federación Rusa entre el Volga y el Lena acabará ascendiendo a unos ciento veinte millones (es de prever que no toda la población desplazada sobrevivirá a los rigores de la deportación hasta unas regiones tan inhóspitas como las de Siberia). 

La república del Don de los cosacos, proclamada independiente en mayo de 1918, con capital en Novocherkask


  
   El general Marshall ha sido quien más ha insistido ante Roosevelt en cuanto a enviar ayuda alimentaria a los rusos: sin la resistencia de los soviéticos, los alemanes hubieran podido transferir recursos militares invencibles a la guerra contra los ejércitos angloamericanos en el Golfo Pérsico, de modo que los Estados Unidos están en deuda con el pueblo ruso. La ayuda americana permitirá consolidar el gobierno ruso de Yekaterinburg (a Hitler no le disgusta, por cierto, que Stalin tenga su nueva capital en la ciudad donde se dio muerte a la decadente familia Romanov). 

   A partir de enero de 1945 comienzan a circular los trenes a través de Persia y, a medida que la meteorología lo permite, los buques "Liberty Ships" cargados de harina, leche en polvo y carne enlatada llegan hasta el puerto de Arkhangelsk. Stalin puede así alimentar a su pueblo. Una diferencia entre estos envíos de alimentos y los que llegaban en 1943 (hasta que el enemigo cerró todas las rutas de acceso) es que ahora nadie oculta que se trata de envíos de los Estados Unidos, algo que, por razones políticas, se intentaba hacer cuando la URSS combatía al lado de Estados Unidos contra Hitler. A esta sucesión de envíos asistenciales a la inmensa y empobrecida "reserva eslava euroasiática" (otro nombre que se atribuye extraoficialmente al nuevo Estado de Stalin) se llamará "el plan Marshall" (Kennedy, ya como Presidente, nombrará a Marshall Secretario de Estado). La asistencia americana también sirve para que Hitler pueda utilizar la "Federación Rusa" a modo de vertedero de los pueblos desplazados de Europa Central, como checos y polacos. Por su parte, Estados Unidos admitirá algunos inmigrantes cualificados.

   Pese a los compromisos públicos, está claro también que Stalin y sus generales han logrado ocultar miles de tanques, aviones, otras armas y munición en la inmensidad de Siberia, y el general Vlasov, aunque debe su nueva fortuna a los nazis, no deja también de ser un nacionalista ruso que tiene más en común con sus compatriotas ex comunistas que con los alemanes; de forma que Hitler ha de mantener la vigilancia militar.  Entre las medidas de seguridad que toma el III Reich está el despoblamiento inmediato, con deportaciones masivas, de todas las tierras hasta cien kilómetros al oeste del Volga (serán repoblados por granjeros-terratenientes alemanes con preferencia, haciendo uso de mano de obra agrícola extranjera no eslava), la creación de ejércitos aliados en los territorios del cordón sanitario que bordea Rusia, la construcción de un ferrocarril alternativo al transiberiano sobre la antigua ruta de la seda (que conecta el antiguo ferrocarril soviético de Asia Central con el norte de China a través de los desérticos parajes de Xinkiang y Quinghai, bordeando Mongolia por el sur) y el establecimiento, dentro de la Federación rusa al este del Volga, de algunos enclaves no rusos que suman algo más de diez millones de habitantes en total: seis de estos gobiernos autónomos estarán en el Volga, que son Tartaristán (Kazan), Bashkortostán (Ufá), Udmurtia (Izhevsk), Cheremia, Chuvasia y Mordovia, una en el norte, que es Komi, las repúblicas cosacas de Orenburg y del río Ural (ésta en Kazakhstan) y otras cinco en Siberia, que son Altai, Buriatia, Yakutia, Jakasia y la república cosaca del Amur (algunas de estas, situadas en territorio bajo teórico control japonés). Las más importantes son las seis repúblicas del Volga, que forman una especie de confederación, de una extensión de más de 300.000 kilómetros cuadrados (como Italia), pobladas por más de cinco millones de habitantes, muchos de ellos musulmanes, y donde los nazis mantienen un contingente militar aparte de milicias antirrusas fuertemente armadas. En total, descontada la población no rusa de las repúblicas, a Stalin le quedan ochenta millones de súbditos comparados con los ciento noventa que tenía en 1941. Esta población, sin embargo, se incrementará en los dos años que faltan con las enormes masas de desplazados que se espera. Al este del río Lena, ya fuera de la Federación presidida por Stalin, queda la República de Lejano Oriente (o Siberia Oriental) presidida por el líder cosaco Grigory Semyonov, bajo relativa tutela japonesa (y que ha devastado el asentamiento judío de Birobidzhan); este nuevo país, de incierto futuro, ofrece también posibilidades de reasentamiento para los eslavos europeos desplazados; se trata de un territorio extenso y difícil donde van a coexistir ocupantes alemanes y japoneses, cosacos siberianos (que contarían con una relativa preeminencia), ex prisioneros del Gulag, nativos como los buryatos y los yakutos, y, en los meses venideros, eslavos desplazados desde el Oeste.

   Al occidente del Volga, solo quedarán los protectorados cosacos del Don, Kuban y Terek -donde, de momento, no se plantea colonización alemana y de los cuales, solo el del Don es de un tamaño apreciable-, y el de los tártaros de Crimea -donde sí se permitirá alguna colonización-. Todo el resto del inmenso territorio -más de dos millones de kilómetros cuadrados, incluyendo Polonia, Ucrania, Bielorrusia y la región del Ártico ruso al oeste del meridiano 40- quedará con una población exclusivamente rural reducida al cabo de dos años, con sus cientos de ciudades fantasma (Moscú, Petersburgo, Kursk, Voronezh, Kiev, Penza, Nizhni-Novgorod, Tula, Tambov...), millones de hectáreas de cultivo, bosques y pantanos. Puede que la desertización sea mayor, porque Hitler no piensa tolerar guerrillas: allí donde se asesine a un alemán -soldado, civil o "germanizado"- la represalia será la consecuente deportación de toda la población eslava en veinte kilómetros a la redonda: no habrá guerrillas eslavas antialemanas porque no quedará ningún eslavo en caso de resistencia. Los líderes nazis agrícolas y expertos en el Este -hombres como Rosenberg, Koch, Darré, Backe- serán los organizadores de todo este territorio en base a las prioridades marcadas por Hitler: primero, seguridad para Alemania, después, explotación de recursos, finalmente, colonización y germanización. El resultado, se especula, será algo así como un "Canadá" europeo, con poca población, pero muy seleccionada, y contando con una gran producción agropecuaria.

  El día18 de diciembre se pone la última pieza del rompecabezas: Tokio acepta las condiciones de paz que ofrece Alemania tras pactarlas con Estados Unidos. El embajador Oshima firma el día 15 -de nuevo en Dublín- y el Emperador ratifica lo firmado. El general Tojo dimite y comete suicidio ritual por el deshonor de la derrota de la que ha sido artífice. El Emperador nombra para el cargo de primer ministro al antiguo ministro de Exteriores Matsuoka, que antes de Pearl Harbor había insistido en una alianza más estrecha con Alemania y quería declarar la guerra a los rusos en 1941. Al igual que en el caso de Joseph Kennedy en Estados Unidos, se recompensa ahora al profeta en su momento incomprendido.



   El Ministro de Exteriores japonés Yosuke Matsuoka, partidario de que Japón atacase a Rusia en alianza con Alemania

  El día 16 de diciembre ha desembarcado una gran flota aliada en Formosa, donde no se produce resistencia. El día 18 cesan los combates en Leyte y dos días más tarde el mariscal Terauchi se rinde a Mac Arthur, que ha desembarcado en Manila sin oposición, para alivio de los soldados estadounidenses.

  Los alemanes ya están en las islas japonesas. El 24 de noviembre de 1944 la Luftwaffe se estrenó defendiendo el suelo japonés del primer ataque de los bombarderos norteamericanos B-29 sobre Tokio. En los días siguientes llegan más unidades de la Luftwaffe, asesores técnicos y diplomáticos alemanes por vía aérea. Tras la rendición rusa, los alemanes podrán usar los ferrocarriles y aeródromos de sus antiguos enemigos, sin perjuicio de que, por si acaso, desarrollen su propia ruta por Asia Central.

   Los japoneses aceptan las condiciones de Hitler, que incluyen la retirada del Pacífico y de China. Solo conservan los territorios esenciales para ayudar a que se mantenga la amenaza nazi a los Estados Unidos. Ése es el caso de la República de Siberia que preside el general cosaco Semyonov, con el apoyo de los ex presos del Gulag y que parece preferir más una tutela nazi que la de los japoneses (pero Semyonov no es de fiar: también podría pasarse al bando norteamericano si le conviniese, de modo que nazis y japoneses nunca dejarán de vigilarlo). Corea es más tradicionalmente una posesión japonesa. La república independiente de Tuva y la de Mongolia, anteriormente en la órbita soviética, quedan bajo control efectivo alemán (Mongolia exterior se fusiona ahora con el territorio de Mengjian, cuyo gobernante mongol apoyado por Japón, Demchugdongrub, preside ahora el nuevo estado).  De China se desgajan los nuevos estados independientes de Manchuria (donde gobierna el último emperador chino, Pu Yi), Xinjiang (del señor de la guerra Sheng Shicai), Quinghai (del señor de la guerra Ma Bufang) y Shaanxi (del señor de la guerra Mao Zedong, que ha ampliado sus dominios en Ya´nan). Todos estos territorios semiindependientes completan el "cordón sanitario" que aísla por completo al territorio ruso del resto del mundo.

  En realidad, lo que queda del imperio japonés no es poco, sobre todo si se tiene en cuenta la derrota militar de Japón frente a Estados Unidos, pero entre los altos dirigentes civiles y militares japoneses los suicidios rituales tampoco escasean: nadie puede negar el fracaso, y si Japón sobrevive ahora es solo como un satélite de los alemanes. Muchos de los territorios donde aún se iza la bandera japonesa (Mongolia, Manchuria o Siberia Oriental) están cada día que pasa bajo un mayor control estratégico alemán.

   La retirada japonesa de toda China es inmediata, excepto en Manchuria, donde el gobierno del antiguo emperador Pu Yi ahora gana mayor autonomía de sus protectores japoneses: los alemanes también se instalan allí, en bases militares conjuntas. Lo mismo sucede en Mongolia, ahora unificada (antiguas Mongolias exterior e interior). En Quinghai y Xinjiang no hay presencia japonesa en absoluto. Los nazis también mantienen el control sobre el territorio del líder nacionalista popular Mao (ya no comunista) en Shaanxi, cuyo ejército disciplinado, ahora mejor armado y asesorado, puede suponer una amenaza constante contra el gobierno del Kuomintang en el resto de China, aliada de los Estados Unidos. El líder cosaco siberiano Semyonov prefiere asimismo -de momento- los alemanes a los japoneses. Los nazis incluso se establecen en el exótico Tíbet, de forma que el territorio chino se reduce al que está limitado por la vieja muralla (sin duda, el territorio más importante, la auténtica China milenaria).

   Jiang regresa triunfalmente a Pekín antes de que acabe el año. También recupera Formosa, mientras que Indochina, con poco valor estratégico, en teoría, desmilitarizada y entregada a sus propios dirigentes locales, queda, en la práctica, bajo control norteamericano (lo que supone una gran pérdida económica y de prestigio para Francia).

  Es posible que en esta parte del mundo se mantengan ciertas tensiones. Según el Tratado, China e India están fuera de las áreas de influencia, pero no se determina específicamente la política de alianzas. Está claro que tanto el gobierno de Nehru (que abarca la mitad del subcontinente indio) como el gobierno chino de Jiang son aliados de los Estados Unidos. En cuanto a la amenaza nazi contra Norteamérica desde Siberia Oriental, dado el rigor del invierno siberiano, en diciembre de 1944 es poco lo que se puede hacer al respecto, pero Hitler tiene programado que para la primavera de 1945 se establezcan bases aéreas y navales alemanas hasta el estrecho de Bering, de forma que el mismo continente norteamericano quedará al alcance de una hipotética ofensiva del Eje. Esto puede generar conflictos, y lo mismo puede pasar en Indochina, donde gobiernan los regímenes anticolonialistas que en su momento fueron aliados de Japón.

  Allí donde hay musulmanes, por supuesto, como en Indonesia, Malasia y el sur de Filipinas, las nuevas élites nativas son aliadas de Hitler, pero no en otros territorios. Si bien Hitler favorece que los franceses (la nueva monarquía de Enrique VI) recuperen el control económico, político e incluso militar en sus antiguas colonias de Extremo Oriente, los dirigentes locales prefieren aliarse con los Estados Unidos, ya asentados en China... y a Hitler no deja de interesarle que los franceses tengan problemas en sus territorios de Ultramar.

   Con Churchill exiliado en Canadá, Irlanda del Norte perdida, y todo el país traumatizado por los cinco años de guerra y la contundente derrota, el rey Jorge VI convoca nuevas elecciones parlamentarias el día 20 de diciembre, que tendrán lugar en abril de 1945. Pero el día 24, en Navidad, el monarca anuncia su abdicación y pide que se devuelva la corona a su hermano Eduardo, considerando que cuando este abdicó, en 1936, lo hizo por presiones externas insoportables que ahora han dejado de darse. Eduardo, por su parte, se ha reunido en Washington con Roosevelt el 18 de noviembre anterior. Allí se acepta que su retorno al trono es una garantía de paz para el mundo venidero (una forma de recordar que las fuerzas aerotransportadas nazis pueden caer sobre Gran Bretaña en cualquier momento). Tras la entrevista, Eduardo se instala en Baltimore, la ciudad de su esposa, cerca de las grandes bases navales de la Marina norteamericana. El día 18 de diciembre de 1944 Eduardo embarcará secretamente hacia Gran Bretaña y tomará posesión del trono diez días más tarde, tras entrevistarse dramáticamente con su hermano, al que le ruega que permanezca en suelo británico para ayudarle en sus ingentes tareas como jefe de Estado y, quizá, para sucederle a su muerte, ya que no es previsible que deje herederos propios. Si Jorge muriera antes que Eduardo, reinaría entonces su hija mayor, Isabel.

ooo

 Al final de la segunda guerra mundial se optó por una organización internacional que no reconocía la división en dos bloques. Tanto los soviéticos como los angloamericanos reconocieron el derecho de los pueblos a decidir su futuro y se pusieron los cimientos de la descolonización, la convivencia y el progreso social. 

  En esta historia alternativa, el resultado es diferente. El mundo se divide explícitamente en dos áreas de influencia, como en los tratados de paz del siglo XVIII. Con ello pierde la concepción del mundo estadounidense, partidaria de la libertad de cada pueblo, pero a la vez gana estratégicamente la posición de los Estados Unidos, al equipararse en fuerza al Moloch nazi. Ésta es la visión de Joseph Kennedy en esta historia, muy en la línea del aislacionismo americano, de los partidarios de no inmiscuirse en la política internacional más allá del continente americano. En esta historia, a Hitler no le preocupa admitir el dominio yanqui sobre las Américas y también sobre los océanos. Considera que son concesiones de poca monta, comparado con lo que significa para los alemanes el enorme imperio que han logrado gracias a la eficiencia de sus ejércitos.

  Por otra parte, en la Segunda Guerra Mundial, los derrotados lo fueron hasta la total destrucción como entidades políticas (solo se respetó al emperador de Japón). Desde enero de 1943 los aliados defendieron el principio de la rendición incondicional, al contrario de lo que sucedió en 1918, cuando la victoria acabó siendo incompleta. En esta historia alternativa las tres potencias vencidas (Gran Bretaña, Rusia y Japón), aunque mantienen sus instituciones políticas, han de aceptar el diktat de las dos potencias vencedoras. Para Roosevelt y Churchill, en la realidad de 1943, existía una estigmatización del enemigo totalitario, al que se veía no como un adversario, sino como un criminal, por lo que era impensable la negociación y la coexistencia posterior. Pero ahora predomina la filosofía de Hitler, para el cual la única legitimidad la da el poder militar efectivo. Puesto que rusos y británicos han luchado, es justo negociar con ellos y convertirlos en vencidos bajo las condiciones del vencedor.

    Rusia no puede elegir. Perder Moscú, perder sus vías de comunicación con el resto del mundo, renunciar al comunismo y exterminar a sus judíos es el precio a pagar por los vencidos que Hitler considera  proporcional a la magnitud de la batalla que ha durado de junio de 1941 a diciembre de 1944. Con los rusos al este del Volga (el Missisipi, según la comparación con las etapas de la colonización de los estadounidenses, siempre hacia el Oeste, hasta el territorio indio), quizá la próxima generación de alemanes llegue a los Urales y otra más exterminará finalmente a los rusos metiendo a los supervivientes en pequeñas reservas. Hasta entonces, los más de cien millones de famélicos rusos (y ucranianos, polacos y checos) atrapados en las remotas tierras de Eurasia podrían ser útiles como reserva de mano de obra y consumidores de productos manufacturados, a condición de que sigan siempre bajo vigilancia. Hitler nunca contempló seriamente la ocupación completa del gran territorio soviético, sino que la misión en el Este iba a ser un proceso gigantesco de expansión que no podía resolverse en una sola guerra. Hasta la derrota definitiva, el cordón sanitario establecido al final de la guerra será muy útil para controlar a los eslavos, y dentro del territorio ruso, las repúblicas autónomas antirrusas, especialmente las musulmanas, servirán también de bases estratégicas nazis, con milicias antirrusas asociadas.

  En cuanto a Japón, su supervivencia también es una humillación para los norteamericanos. Puesto que Hitler necesita a Japón para su cordón sanitario en torno a Rusia y puesto que la conviene mantener amenazados a los americanos, los japoneses pueden salir bien librados si se le someten. Los dirigentes japoneses pueden pensar que, al menos, los alemanes están lejos y no tienen intereses particulares en Asia.

  El reparto del mundo entre Alemania y América no sería de coexistencia pacífica. Salvo que Estados Unidos degrade su ideología democrática, los norteamericanos siempre verán a los diabólicos nazis como enemigos. Algunos los admirarán morbosamente, pero también los temerán. Sin embargo, hasta el norteamericano más inculto era un ser consciente de que el régimen nazi contaba con una terrible debilidad: que dependía por completo de su todopoderoso dictador. Cuando muera Hitler, ¿qué sucederá? Los Estados Unidos siempre sobrevivirían como una sociedad de hombres libres, pero ¿qué sería del III Reich sin Hitler?

  Los británicos no contaban con mucha experiencia en desastres. Gran Bretaña tuvo guerras civiles en el siglo XVII y una derrota momentánea en la guerra de independencia norteamericana en el siglo XVIII. No hay más experiencias de derrotas, así que no hay más que especular sobre cómo les afecta la humillación de entregar su Imperio, Irlanda del Norte y parte de su flota. El retorno del rey Eduardo es una posibilidad porque la aristocracia y las clases poderosas tratarían de controlar la situación. Sin embargo, la Gran Bretaña de 1944 era un país de trabajadores con una fuerte conciencia de clase y un país muy avanzado socialmente. Durante la Depresión, la derecha más reaccionaria simpatizó con el fascismo (el rey Eduardo incluido), de modo que no sería inimaginable que, con el apoyo de los generales que retornaran de los frentes periféricos (en esta historia se señala un Montgomery como aspirante a convertirse en una especie de nuevo Hindenburg), la clase conservadora quisiera prevenir una revolución como la sufrida por los alemanes en 1918. Con Churchill fuera de combate y el marxismo soviético aniquilado, el resultado de las elecciones parlamentarias de primeros de 1945 hubiera sido imprevisible, pero es razonable pensar que los laboristas se harían con la victoria tal como sucedió en la realidad porque esta respuesta política tuvo que ver con cómo asumió la clase trabajadora los sacrificios de la guerra y las promesas de igualdad social que tuvieron lugar durante ésta por parte de los poderes públicos.

9 comentarios:

  1. "...Tanto los soviéticos como los angloamericanos reconocieron el derecho de los pueblos a decidir su futuro y se pusieron los cimientos de la descolonización, la convivencia y el progreso social..."
    ¿Es una broma o va en serio?. Imagino que lo mencionas como las palabras vacías que fueron: podemos hablar tanto de los países invadidos por la URSS como de la India, Birmania, Indonesia, la península Indochina, África casi en su totalidad... sumidas en los años siguientes en sangrientas guerras contra las potencias coloniales, básicamente Francia y Reino Unido. Sin olvidar los intereses geoestratégicos de USA, donde hasta sus multinacionales daban golpes de Estado y financiaban masacres (p.ej. Guatemala)
    Lo curioso es que tu ucronía es formidable y resiste toda crítica. Tu visión de la realidad, como que no (te lo digo afectuosamente, no te lo tomes a mal)
    Saludos

    ResponderEliminar
  2. No me tomo nada a mal. Cada cual tiene sus ideas. Creo que exageras tu escepticismo. El progreso de la civilización se da, como dijo el tipo aquel, "dos pasitos hacia delante, y uno hacia atrás". Después de la descolonización, por ejemplo, vino el neocolonialismo. Bueno, es verdad, pero ambas cosas eran diferentes e implicaban ya un cambio valioso visto en perspectiva. Evolución significa "copia con modificación". No se pasó tan rápido de los peces a los reptiles. Primero hubo anfibios...

    Precisamente los inconformistas como tú son los que permiten que esos pequeños pasos se den. Nunca dejan contentos a todos, pero así son las cosas. Nunca hay revoluciones que lo cambien todo. Es la evolución la que lo cambia todo, a veces casi imperceptiblemente.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Entendemos "evolución" como mejora. Así, el cúlmen sería nuestra inteligencia. Bueno, a los gusanos no les va nada mal, llevan en el planeta 500 veces el tiempo que llevamos nosotros, y si hay una extinción, o autoextinción nuestra, creo que ellos continuarán aquí.

      Sirva esta metáfora como base de lo que explico a continuación

      La descolonización vino con ríos de sangre. Eso de "la autodeterminación de los pueblos", bonito pero nada de nada.
      A pesar de todo, el colonialismo aportó infraestructuras, medicina, educación... en unos sitios más que en otros, y la explotación y su brutalidad varía desde el inofensivo Portugal y su gran inversión en Angola y Mozambique a los corta-miembros de bebés en el Congo si no cumplías con tu trabajo.

      Pero, en general, supuso avances en el nivel de vida de los pueblos explotados (con excepciones)

      El neocolonialismo norteamericano consiste en explotarte a distancia. Más barato que aportar algo, por supuesto. Ya se ve en su manera de hacer la guerra: hasta París se negaban que se rindiese y sólo por la presión de los soviéticos accedieron: destruye todo y luego gana dinero vendiendo cosas

      Libia fue "liberado" de un tirano y ahora hay hasta mercados de esclavos por el país. Pero claro, así se negocian contratos petroleros con el señor de la guerra local a cambio de armas

      Como siempre, desde nuestro punto de vista europeo, el que Europa invirtiera en mantequilla porque detrás tenía al primo de Zumosol con su hard power nos vino genial. Está claro que siendo romanos se está mejor que en el limes o en las umbrías de Germania.

      Pero no me trago el mundo Disney yankee, lo siento

      Saludos

      Eliminar
  3. ¿La Mongolia comunista termina absorbida por el gobierno de Mengkiang, no?

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Pues, la verdad, yo no lo he planteado así. Cada potencia creaba sus estados vasallos según su conveniencia. "Mengjian" aparece como un estado vasallo japonés que supongo que servía como oponente a "Mongolia" (Mongolia exterior solía llamarse en esta época) que era un vasallo de los rusos-comunistas.

      Con el cambio de fuerzas, los nazis supuestamente se quedarían con "Mongolia" y dejarían que los japoneses -ahora potencia menor- conservaran "Mengjian". Pero todo esto no creo que sea más importante, más allá de considerar que los estados imperialistas no quieren que se fortalezcan sus estados vasallos, antes más bien los prefieren dispersos, divididos e incluso enfrentados.

      De todas formas, yo la información sobre estos remotos territorios la he encontrado en Google. Si tú o algún otro encontráis información más precisa, estaría encantado de utilizarla.

      Gracias...

      Eliminar
  4. Hola:

    En "Página principal " (indice sinóptico) hay un extenso comentario de Viriatox que aborda diversas cuestiones de esta historia, en diferentes escenarios. Copio aquí lo que se refiere al destino de India y China:
    "China e India, (...) creo que los resultados de sus respectivas guerras civiles hubieran conllevado la victoria tardia y larga de una de las partes en China (probablemente tras el abandono japonés de seguir ensarzandose en una lucha directa en China, pues su derrota ante los useños probablemente provocaría un levantamiento en Corea, y él unico bando capaz de recuperar la integridad territorial china seria el de Mao) y la creación de un imperio unido de la India al estilo austro-hungaro (donde hindues, musulmanes, sijis y budistas tendrian sus regiones autonomas), probablemente liderado por el ex-emperador pro-nazi Eduardo VIII, que ejercería como monarca mediador.

    El destino de China hubiera sido, a mi parecer, una victoria diplomática norteamericana. Los norteamericanos apoyaban al gobierno de Jiang contra los japoneses y hubieran exigido la retirada total de Japón de China. Esto habría sido una victoria más que demostrase a la opinión pública norteamericana que los norteamericanos no eran unos perdedores.

    Creo que si los americanos son dueños de los mares, son también dueños de Formosa y con ello pueden aprovisionar a los chinos para ganar la guerra. Hapón, por otra parte, debe aceptar las condiciones que se ofrecen. En cambio, no creo que los coreanos pudieran salvarse por una razón: Corea forma parte del "cordón sanitario" en torno a los territorios rusos. Lo mismo sobre Mao: su reducto estaba en la región de Shaanxi (Yan´an), al norte, así que su única salida habría sido negociar con los nazis crear su propio estado. Los nazis hubieran podido aceptarlo en tanto que enemigo de Jiang, de esa forma, con vistas a futuros acontecimientos hubiera podido ser útil contra el valioso aliado de los norteamericanos -la China de Jiang-Kai chek. No creo que nadie se hubiera atrevido a enfrentarse al poder alemán en la zona del Noroeste. En la realidad, allí mandaban los soviéticos, pero con los soviéticos derrotados, habrían sido los medios mecanizados alemanes con el apoyo de infanteria japonesa. Ni Mao ni los otros "señores de la guerra" se hubieran atrevido a contravenir sus órdenes.

    En cuanto a la India, el apoyo nazi y japonés al bando musulmán hubieran dictado los términos de la paz. En la guerra civil real de 1948 los sikhs lucharon con los hindúes, pero en esta versión de 1944 probablemente hubiera sido al revés.

    Creo que tanto India como China eran pueblos muy débiles en lo político, económico y militar como para decidir su futuro por sí mismos. Los intereses nazis y americanos hubieran prevalecido. La posguerra hubiera sido complicada, una "guerra fría" entre las dos superpotencias, pero en el momento en que acaba esta historia, el poder nazi está consolidado y la alianza de los nazis con los musulmanes (de Marruecos a Filipinas) habría sido firme en tanto que conveniente. Más adelante, cualquiera sabe... pero de momento no voy a continuar de 1945 a 2020...

    ResponderEliminar
  5. También en Pagina Principal -"Índice sinóptico"- hay otro comentario de Viriatox al que podríamos referirnos aquí. Es éste:

    "¿Por qué Japón no se queda con Formosa (Taiwan) y las Pescadores (Penghu)? Sé que es una importante concesión para los nacionalistas chinos de Chiang, pero para los japoneses, Taiwan (para ellos como Takasago Koku) y Penghu (para ellos era Hoko) era territorio metropolitano e incluso era japonés antes que Sajalin y la propia Corea. Además, sería una mejor forma de controlar la revoltosa China, que seguramente implosionaria en otra guerra civil con tantos bandos y divisiones habidas (como ocurrió realmente entre Mao y Chiang). Además, era mucho más controlable que Corea (habia pocos aborigenes y el tratado final podría establecer que los taiwaneses de etnia han que no querían asimilarse como japoneses tenian derecho/obligación a volver a la China continental), que habia sido un país continental independiente desde hacia siglos, aunque normalmente tributario de China y Japón. Además, fue el primer territorio adquirido por Japón mediante una guerra, y los chinos nunca llegaron a hacer nada sobre la isla antes de la rendición incondicional."

    Sobre el tema de Formosa -Taiwan- temo que he de ser inflexible: en la realidad, figuró durante mucho tiempo entre los proyectos norteamericanos de invasión. Su proximidad a Japón y China convertían a esta isla en un gran nudo estratégico. Por supuesto que para los japoneses era una posesión muy valiosa, pero en esta historia tienen que ser derrotados y todo lo que ganan es por concesión de sus nuevos "protectores", los alemanes. En una negociación, Alemania no puede conceder China a Japón, ni tampoco Formosa. ¿Seguiría la guerra civil en China? Lógicamente, nazis y japoneses la promoverían, y sin duda iba a ser una fuente de inestabilidad política en los años de "guerra fría" que continuarían en este curso alternativo.

    ResponderEliminar
  6. En esta historia Japón sale extremadamente bien parado tomando en cuenta la magnitud de la derrota ante EUA, no tienen nada de que quejarse.

    ResponderEliminar
  7. Hay que tener en cuenta que, para invadir y someter a Japón, se especulaba que costaría las vidas de cientos de miles de soldados norteamericanos. En esta historia no llegan a darse ni las sangrientas batallas de Iwo Jima y Okinawa, ni está disponible la bomba atómica. De modo que EUA tendría que aceptar un acuerdo por este estilo a falta de una alternativa viable. Además, los nazis ya han derrotado a los soviéticos y pueden, por lo tanto, auxiliar a los japoneses, así que la derrota japonesa a manos de los norteamericanos nunca podría tener la dimensión que tuvo en la realidad. El que Japón tenga que renunciar a su poder naval ya sería un gran logro y una gran tranquilidad para sus enemigos.

    ResponderEliminar