determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

miércoles, 20 de agosto de 2014

33. Primeros contactos Roosevelt-Hitler

  La derrota aliada en Teherán no sorprende a un Roosevelt cada vez más pesimista. La confirmación de la noticia de la entrada de las tropas del mariscal List en la capital de Persia le llega el 21 de febrero de 1944 por la mañana. Ese mismo día por la tarde se reúne con el general Marshall y el secretario de la Guerra Stimson. No se puede seguir esperando más. El olfato político le dice al Presidente de los Estados Unidos que la opinión pública pronto va a reaccionar a los continuos reveses y al claro patrón que muestran los cambios en los mapas militares que se publican en los periódicos norteamericanos cada día.

                      Henry Stimson, Secretario de la Guerra de los Estados Unidos en 1944

  El Presidente de los Estados Unidos lleva semanas dándole vueltas a la salida de la guerra, especialmente después del memorándum del mes anterior redactado por el general Marshall. La hasta cierto punto esperada derrota en Teherán es el punto de no retorno. El Presidente ya tiene una idea de los pasos que tiene que dar.

  Ante todo, serán solo ellos tres, el Presidente, el jefe del Estado Mayor del Ejército y el Secretario de la Guerra (miembro del Partido Republicano), los que tomarán las decisiones. Después de tomarlas, se consultará con el resto de autoridades (incluidos los otros tres miembros de la Junta de Jefes de Estado Mayor: el general Arnold y los almirantes Leahy y King), pero es preciso que este triunvirato secreto (Roosevelt, Marshall y Stimson) se muestre activo y al nivel más riguroso de confidencialidad.

  Pronto descubren que los tres están de acuerdo en todo. Roosevelt expone su plan, y éste es aceptado de inmediato. Ahora hay que trabajar en él.

   Queda descartada la propuesta de Stalin de la “conexión ártica”, el desencadenar en la primavera de 1944 una campaña militar ruso-norteamericana para conquistar las islas del norte de Japón y mantener así una comunicación directa entre Estados Unidos, China y la Unión Soviética. Para los norteamericanos, sería una carnicería sin garantías de éxito: los japoneses aún son militarmente fuertes y los nazis avanzan demasiado deprisa hacia el Este. No se puede asumir semejante riesgo. Lo mismo en relación a la alternativa de lanzar cuanto antes la operación de conquista de Formosa para enlazar con los chinos en Fujian: más arriesgado todavía, puesto que ni siquiera se han conquistado las islas Marianas.

  Ahora bien: mientras sea posible, hay que hacer creer a los rusos que la opción "ártica" sigue abierta, ya que cada semana de esfuerzo bélico soviético que se gane es vital para los intereses de los Estados Unidos. Eso quiere decir que habrá que hacer algunos preparativos creíbles en ese sentido… aunque estos han de ser lo menos costosos posible, puesto que no son recursos lo que sobra en este momento. Roosevelt propone enviar al Vicepresidente Henry Wallace a Siberia por el Ártico en visita oficial. Wallace es partidario ferviente de la conexión ártica, y el Presidente sabe que no habrá forma alguna de convencerle de que esa estrategia es inviable. Enviándolo a Rusia hará creer a los soviéticos que Estados Unidos va a aceptar la propuesta de Stalin de atacar a los japoneses por el norte del Pacífico en cuanto llegue el buen tiempo.

   Henry Wallace no es el único hombre poderoso de los Estados Unidos que cree que una estrecha alianza entre rusos, chinos y norteamericanos aún puede hacer que los aliados ganen la guerra, y en pleno año electoral, el Presidente sabe también que no puede arriesgarse a tan graves disensiones dentro de su gabinete. Por tanto, ha de moverse rápido y con audacia a fin de poner a los probables discrepantes frente a los hechos consumados antes de que puedan reaccionar, y al mismo tiempo ha de obtener nuevos aliados políticos que le ayuden a dar los primeros y peligrosos pasos en una negociación con el enemigo. Expone esta necesidad claramente a los otros dos triunviros. No solo Wallace, sino también algunos otros de sus mejores aliados y asesores, como Harry Hopkins o Bernard Baruch, van a sentirse completamente traicionados. Necesitan una estructura alternativa de hombres fuertes y entusiastas para afrontar el nuevo periodo político.

  Stimson y Marshall dudan unos segundos y enseguida comprenden que Roosevelt piensa en Joseph Kennedy. El hijo de puta tuvo razón en 1939, eso es todo. Y ya lleva unos cuantos meses actuando más o menos por su cuenta.

  En cualquier caso, tomada la decisión de no aceptar la conexión ártica, lo que queda es alcanzar el mejor acuerdo posible con los nazis para ganar la guerra a Japón. Hay que ganar a Japón de la forma más contundente posible. La frustración de perder (“empatar”) la guerra contra Alemania debe ser compensada de alguna manera por la victoria sobre Japón. Así pues, Roosevelt también acepta la propuesta de Marshall en su memorándum del mes de enero a este respecto.

  Nadie puede esperar que Hitler acepte la rendición incondicional de Japón, pero Japón debe ser derrotado de forma inequívoca, perder todas sus posesiones coloniales, ver su Marina eliminada, su ejército reducido y forzado a pagar reparaciones. Japón tiene que pedir la paz un poco como Alemania lo hizo en 1918. Conseguir eso ya sería un gran éxito y permitiría a los Estados Unidos salvar la cara antes de que la masa de las tropas alemanas (¡y la aviación!) que aún combaten a los rusos puedan terminar con ese frente y lanzarse entonces sobre el grupo de ejércitos angloamericano en el Golfo Pérsico.

   A cambio de su resistencia, Rusia sobrevivirá, con Moscú o sin Moscú. Estados Unidos mantendrá la conexión con Siberia Oriental, sin que un neutralizado Japón pueda impedirlo, y abastecerá a los derrotados rusos con alimentos, armas y tecnología a fin de que puedan seguir representando algo en el mundo y no se vean condenados a una suerte por el estilo de la sufrida por los polacos. De esa forma, Norteamérica podrá seguir jugando un papel de importancia en el mundo, incluido el continente euroasiático.

  Stimson, que parece escéptico de que se pueda obtener tanto, sugiere que cuanto antes debe contarse con datos aproximados de cuáles van a ser las propuestas de Hitler. El espionaje informa de que rusos y alemanes ya mantienen algunos contactos en Estocolmo (y también se sabe que hasta el momento Hitler se muestra inflexible con los rusos: deben abandonar Moscú y retirarse al este del Volga). Stimson especula, vagamente, que Dublín podría ser el lugar indicado para comenzar las negociaciones. Al fin y al cabo, Kennedy ha hecho allí contactos previos a nivel privado (aunque con el tolerante consentimiento de Washington).

  Roosevelt piensa que, aparte de las victorias que se están obteniendo en el Pacífico, conquistando islas cada vez un poco más próximas a Japón, hace falta también conseguir alguna victoria militar contra Alemania que refuerce la posición negociadora. Los bombardeos aéreos de las ciudades alemanas son, de momento, lo único que se tiene… y están resultando demasiado costosos, sobre todo a medida que los franceses e italianos desarrollan sus cazas modernos que, sumados a los alemanes, cada vez interceptan más bombarderos aliados.

   Además, hace falta desplegar el poder aéreo en los frentes periféricos, donde la superioridad aérea aliada es el factor decisivo que ha permitido mantener las posiciones en el Golfo Pérsico, todo lo cual está, a su vez, debilitando la ofensiva aliada de bombardeo sobre Europa. De hecho, durante el mes de febrero no ha habido ningún bombardeo masivo contra las ciudades alemanas. El último fue un mes atrás, cuando los británicos lanzaron más de dos mil toneladas de bombas sobre Berlín en un solo día. Pero los informes alertan de que el paso del tiempo beneficia a la aviación del Eje, que está en plena campaña de relanzamiento industrial gracias a los recursos de materias primas del Mar Negro que ya están entrando en la fase de plena explotación. Los aliados saben que los del Eje cada vez producen más aviones y entrenan más pilotos. Y no se descarta que realicen algún avance temible en tecnología militar.

  Por lo tanto, no se puede alcanzar la utópica meta planteada por la aviación británica de una victoria solo gracias a los bombardeos aéreos. Si hay que obtener una victoria sobre los nazis, no será de ese tipo. El Presidente le pasa la papeleta al general Marshall. Conseguir una victoria, ¿dónde, y cuándo? El general responde que todavía no tienen una propuesta exacta, pero que se trabaja en ello.

  Marshall añade, en el contexto del frío "juego de la verdad" que desarrollan estos tres hombres maduros en la privacidad más absoluta, que algunos cálculos sugieren que Hitler no tendría por qué pedir la paz. ¿Por qué no va a continuar la guerra en 1945? El transcurso del tiempo le favorece con la potenciación de la industria europea de guerra. Si aniquila a los rusos ni siquiera el obstáculo de los océanos podría detenerle. Puede invadir Inglaterra, puede cruzar el estrecho de Bering en verano desde las antiguas posiciones soviéticas en Siberia Oriental y aparecer en Alaska...

    En otro orden de cosas, es aún demasiado pronto para mandar mensajes al pueblo norteamericano acerca de una paz negociada. De momento, el discurso debe seguir siendo el de luchar por la victoria. Dependiendo de cómo vayan las cosas, hacia el verano podría comenzarse una campaña de propaganda política más realista. Pero eso habrá que hacerlo a partir de una información más sólida, y tras pactar una red de apoyos en la sociedad civil.

  Los tres hombres se separan esa noche con gesto grave.  Habrán de volver a reunirse con regularidad, pero el primer paso ya ha sido dado.

  El día 25 de febrero, Roosevelt acuerda con Wallace que éste realice una visita a Siberia Oriental. Sin embargo, le advierte de que la decisión de establecer la “conexión ártica” aún no ha sido tomada. No debe dar a los rusos una idea errónea. La decisión se tomará en marzo y dependerá de los últimos estudios estratégicos. Para Henry Wallace, antinazi acérrimo, esto es suficiente. Lo mismo se comunicará a Churchill que, pese a su odio al comunismo, también es partidario de la conexión ártica. Roosevelt, de hecho, ya no puede confiar más en el primer ministro británico de lo que confía en su Vicepresidente. Es preciso que también en Londres se muevan algunos peones norteamericanos para hacer contactos políticos con británicos influyentes partidarios de una paz negociada. De nuevo Joseph Kennedy puede ser importante para esto por su pasada experiencia como embajador estadounidense en Londres.

            El Vicepresidente de los Estados Unidos, Henry Wallace, visita Siberia en 1944

  Dos días después de enviar a su Vicepresidente a visitar Siberia, Roosevelt lee el artículo en la prensa publicado por el general Mc Arthur: éste declara que nada aparte de la rendición incondicional de Japón sería aceptable para el pueblo norteamericano. No ha mencionado para nada a los nazis y, muy al contrario, ha insinuado que se está cometiendo un error al enviar tantos recursos a luchar contra ellos y no al frente del Pacífico. Con esto, Roosevelt ya sabe a qué atenerse: Mc Arthur, el general más prestigioso, también quiere la paz negociada con los nazis y pagará lo que sea a cambio de una derrota total japonesa. Por otra parte, Mc Arthur tiene ambiciones políticas. Es probable que pretenda enfrentársele en las elecciones de noviembre como candidato del Partido Republicano.

    Finalmente, el 29 de febrero de 1944, Roosevelt recibe de nuevo a Joseph Kennedy en secreto. El ex embajador se muestra contenido cuando descubre que ha ganado. Se pone a disposición del Presidente para hacer lo que sea, a nivel extraoficial, a fin de avanzar hacia una salida de Estados Unidos de la guerra. Pero ya ambiciona que Roosevelt haga dimitir a Wallace y lo nombre a él Vicepresidente en su lugar.

  De momento, es vital que nadie sepa que los movimientos de los agentes de Joseph Kennedy están ahora coordinados con el Presidente. Si alguien descubre algo, debe pensarse que se trata solo de la iniciativa personal del ex embajador.

  Kennedy le explica al Presidente que va a actuar en varios frentes. Por un lado, tratará de asegurarse un sólido bloque de apoyo popular entre los irlando-norteamericanos, por otro, moverá sus influencias en los medios de comunicación para la campaña pacifista (incluyendo el mundo del cine, peligrosamente dominado por judíos). Y, por supuesto, actuará en Londres, donde conoce a mucha gente y ya sabe con quiénes contactar. Kennedy está bien informado de que a Churchill no le faltan enemigos dentro del mismo Partido Conservador. Pero la tarea más urgente es abrir una vía de negociación extraoficial con el III Reich.

   Tras su decisiva entrevista secreta con el Presidente, Kennedy se dirige inmediatamente a Boston, donde le espera, entre otros, su hijo John, recién llegado del Pacífico, donde ha sobrevivido al hundimiento de la lancha armada que comandaba en las islas Salomon.

  Padre e hijo no están de acuerdo en todo, pero el joven oficial de la Marina ya está sobradamente informado de que ganar la guerra es imposible. No conoce, por cierto, la oferta de Stalin de hacer la conexión ártica, su padre no lo informa de ello. Y ninguno de los dos sabe nada del proyecto del arma atómica.

  Tras unos días esperando los movimientos de los agentes de Kennedy en Irlanda, el 12 de marzo de 1944 John sale en avión a Dublín.

  Por esos días los japoneses han desencadenado una ofensiva contra el este de la India desde Birmania, que todos interpretan relacionada con la victoria nazi en Persia. Se trata de un peligrosísimo movimiento de cerco a todo el subcontinente indio. Los británicos también han descubierto a tiempo la traición de la Liga Musulmana de la India, anteriormente del lado de los aliados, pero que tras la toma de Teherán por los nazis parece haberse pasado al Eje. Planeaban una sublevación del ejército indio para crear un estado musulmán con el apoyo de Hitler. Los británicos han reaccionado rápido y han neutralizado el golpe, pero eso solo permite ganar algo de tiempo.

   La ofensiva japonesa complica más aún la situación en la India. A eso se suman los efectos de una terrible hambruna en la zona de Bengala. Si la India estalla, primero se perderán varias divisiones de fusileros que combaten a los alemanes en el Golfo y en África, y después se perderá toda posibilidad de enviar suministros a China, lo cual favorecerá la inminente ofensiva japonesa contra los rusos. Y si los rusos sucumben en una ofensiva de verano coordinada entre los alemanes (cuyo objetivo ya solo puede ser Moscú) y los japoneses (que habrían liquidado ya los frentes indio y chino), entonces lo que quede de Rusia (gobernada por Stalin o por otro cualquiera) pondrá su ferrocarril transiberiano a disposición de Hitler… con lo cual Japón nunca podrá ser derrotado e incluso Alaska puede verse amenazada.

  El día 13 de marzo, John Kennedy se encuentra con su hermano Joseph Junior en Dublin. Joseph también ha dejado sus tareas en las fuerzas aéreas británicas para apoyar la empresa de su padre. Trae información directa de cuál es el estado de opinión en Gran Bretaña: también allí está notándose el hartazgo de la población. La buena época de los grandes bombardeos aéreos contra las ciudades alemanas y francesas parece estar acabando, dado el paulatino incremento de la efectividad de la acción antiaérea enemiga. La prensa no lo dice, pero Joseph Kennedy junior tiene sus buenas fuentes de información en la RAF. Se mantiene la superioridad aérea, pero los costes aumentan y la efectividad no mejora.

  Joseph Junior también se ha entrevistado con algunos jóvenes políticos británicos de segunda fila pero situados en puestos influyentes. El golpe contra Churchill es viable, y podrá salir del mismo Partido Conservador británico. Incluso hay gente entre los laboristas que apoyaría la paz. Lo más prometedor en este sentido es la actitud de los generales (no de los almirantes). Algunos mantienen contacto con diversos círculos de extrema derecha británicos que son directamente admiradores del nazismo.

  Los dos hermanos tienen mucho que hacer en Dublin. Lo primero es entrevistarse con el primer ministro irlandés Eamon De Valera. Lo harán discretamente el día 15 de marzo. Del frente bélico llegan ese día noticias de que algunas unidades móviles alemanas han alcanzado la frontera de Afganistán: eso contribuye a hacer pensar que la India musulmana puede rebelarse y perderse de un momento a otro. Además, hay una nueva ofensiva germano-italiana en el Mar Rojo. Todo son avances enemigos, excepto en el frente del Pacífico.

  De Valera transmite a los dos jóvenes norteamericanos de origen irlandés que está dispuesto a convertirse en el mediador de un acuerdo mundial de paz. Pero también deja ver que la república de Irlanda quiere un pago a cambio de este servicio: la reunificación del territorio nacional con la salida de los británicos del norte de la isla. No pregunta a los dos jóvenes si su misión es oficial. No hace falta, dadas las circunstancias que cualquier ciudadano del mundo puede conocer por las noticias del conflicto bélico que se publican en los periódicos, por muy censurados que estén estos. El mandatario irlandés expresa su odio a Churchill, el belicista que, según él, dio lugar a todo el desastre e incluso deja ver algo de admiración por la fuerza de voluntad de Hitler.

  Es por la mañana del día 17 de marzo cuando los hermanos Kennedy tienen un discreto encuentro con un hombre que se identifica como “Alfred”. Alfred es un alemán de la embajada en Dublín y tiene capacidad no para negociar, pero sí para comunicar la posición del III Reich con vistas a finalizar la guerra. Ese día el mundo entero conoce la noticia de la independencia de la India. En teoría, el Estado más poblado del mundo ha declarado la guerra al Eje. Pero eso no parece asustar nada a los nazis, que saben que la nación que acaba de declarar su independencia se halla amenazada por una inminente guerra civil.

  La conversación con Alfred ocupa largas horas de la mañana hasta el mediodía del día 17 de marzo.

  En las notas que toman los dos hermanos se reflejan las propuestas nazis:

  -Rusia debe replegarse al este del Volga, renunciar a todos los territorios musulmanes y ceder Siberia Oriental a Japón, de modo que todo el territorio ruso independiente que quede (a modo de gran “Reserva India”, por el estilo de la que había en el oeste norteamericano el siglo anterior) esté rodeado de un “cordón sanitario” formado en su mayoría por estados títeres musulmanes de Asia Central, fieles al Eje. Por supuesto, la nueva Rusia (la “Reserva”) que firme la paz con Alemania no será comunista y en ella no habrá judíos. Tampoco contará con ningún puerto de mar que le permita comerciar con nadie que no sea del entorno del III Reich. Sin embargo, se recuerda a los norteamericanos que el proyecto nazi inicial en el Este incluía una frontera en los Urales, de modo que el nuevo límite más a Occidente se puede considerar una generosa concesión. También se permitirá la llegada de alimentos americanos a Rusia, pero no armas ni tecnología. Puede habilitarse para ello el puerto de Arkhangelsk, siempre bajo supervisión alemana.

  -Japón aceptará la retirada del centro del Pacífico y de Filipinas (en el sur de Filipinas se creará un estado islámico). En China ha de crearse un gobierno amigo de Japón. Estados Unidos podrá mantener algunos puntos de influencia en Asia, pero todos los pueblos musulmanes de Asia estarán bajo la protección del III Reich (lo cual incluye Indonesia).

  -Gran Bretaña será despojada de todas sus colonias, excepto de algunas islas. También Irlanda del Norte debe ser cedida a la República de Irlanda. Churchill debe abandonar Europa y el rey Eduardo será repuesto. No se le exigirá a los británicos pagar reparaciones de guerra si entregan su flota a Alemania.

  -África será repartida según lo acordado en Barcelona en diciembre de 1942 entre las potencias del Eje. Las islas Canarias y las islas portuguesas deben ser devueltas a España.

  -Alemania se compromete a no inmiscuirse en los asuntos del continente americano. Pero Estados Unidos debe permitir que los ciudadanos americanos de origen ario que lo deseen emigren a Europa para participar en los proyectos de repoblación en el Este de la Gran Alemania.

  -Finalmente, Alemania estaría dispuesta a firmar la paz de inmediato. No desea que se prolonguen las hostilidades innecesariamente. Está dispuesta a perdonar los horrores de los bombardeos terroristas sobre las ciudades alemanas siempre y cuando América no importune acerca de lo que suceda en Europa en cuanto a mantenimiento del orden público. Hitler desea una buena relación con los Estados Unidos y también con Gran Bretaña… una vez que de Gran Bretaña desaparezcan Churchill y el actual rey.

  Alfred se despide con una sonrisa de los dos jóvenes estadounidenses, aunque sin estrecharles la mano. Espera una respuesta por parte de la administración Roosevelt.

  Al día siguiente, el 18 de marzo, Joseph Kennedy publica su artículo en la prensa americana acerca de la “Paz con Honor”.

                    La expresión "Paz con Honor" ya era conocida en los Estados Unidos

  Roosevelt ha recibido una copia previa del texto y da su aprobación. En su artículo, Joseph Kennedy alaba la administración de Roosevelt, la bravura de la tropa norteamericana y señala los enormes medios industriales de los Estados Unidos, medios que el enemigo jamás igualará. Enfatiza que la guerra la inició Japón y que Japón pagará por ello. Pero después pasa a subrayar la importancia de la paz, de poner fin al sufrimiento y de alcanzar un acuerdo que no menoscabe el honor de los Estados Unidos. Y que se equivoca el que piense que los norteamericanos no harán sacrificios dramáticos antes que aceptar cualquier solución negociada que no reconozca a Norteamérica su lugar en el mundo como potencia política y guía moral.

  Seis días después, el 24 de marzo de 1944, las fuerzas del Eje toman Djibouti y cierran el Mar Rojo.

  Ese mismo día, el Vicepresidente Henry Wallace está de regreso de Siberia Oriental, donde asegura que ha encontrado a los soviéticos trabajando duro y con entusiasmo para alcanzar la victoria. Todo está listo para desencadenar la invasión de las islas del norte de Japón en cuanto llegue el deshielo.

  Roosevelt entonces descubre sus cartas: en su ausencia, y de acuerdo con el consejo del Jefe del Estado Mayor George Marshall y del Secretario de la Guerra Henry Stimson, ha tomado la decisión de cancelar los preparativos para la conexión ártica por ser militarmente inviable. En cambio, ha comenzado a establecer contactos discretos con Hitler con vistas a una paz negociada. No hay otra solución posible.

  El Vicepresidente Henry Wallace queda chocado por el tono cortante y duro del Presidente Roosevelt. Comprende que no va a cambiar de opinión. Demasiado impresionado para reaccionar, escucha lo que el Presidente tiene que decirle y después se retira.

Ooo

  En la realidad, el viaje del Vicepresidente de los Estados Unidos, Henry Wallace, a Siberia Oriental tuvo lugar en mayo y no en marzo de 1944, pero también formaba parte de los intentos norteamericanos de mantener la buena relación entre dos naciones aliadas tan diferentes en lo político. Por supuesto, en la realidad, para entonces la guerra ya estaba ganada y solo quedaba el espinoso asunto de decidir cuál sería el posterior reparto del mundo.

  No hay ninguna duda de que el Vicepresidente Wallace era un decidido antinazi y un político de visión progresista, incluso mal informado por entonces acerca del verdadero carácter totalitario y sanguinario del régimen soviético. En la Convención del Partido Demócrata del verano de 1944, en la realidad, Roosevelt se deshizo de él como candidato a la vicepresidencia para las elecciones de noviembre, pese a que era mucho más popular a todos los niveles que el hombre que eligió para reemplazarlo, el futuro Presidente Harry Truman. Wallace permaneció en su gabinete, sin embargo, como Secretario de Comercio, pero acabó abandonando la administración Truman y, alentado por su popularidad, intentó conseguir la presidencia al frente de su “Partido Progresista” en las elecciones de 1948. Su posición socialmente avanzada recordaba un tanto a la del Partido Laborista británico, entonces en el poder, pero en la Norteamérica de la guerra fría su tercer partido fue fácilmente derrotado.

  En esta historia alternativa, el antagonista de Wallace es Joseph Kennedy. Kennedy, un financiero enriquecido y casi un caudillo étnico entre los norteamericanos de origen católico-irlandés, era un político muy popular, y en 1938 se barajó seriamente su nombre para la vicepresidencia. Su nombramiento entonces para el importantísimo cargo de embajador de los Estados Unidos en Gran Bretaña fue un paso arriesgado de la administración Roosevelt. Kennedy también se arriesgó al proponer una política exterior completamente opuesta a la del gobierno británico y en especial a la de Winston Churchill. Incluso después de la invasión de Polonia, Kennedy insistió a Roosevelt en que se podía llegar a un acuerdo mundial de paz con Hitler aun en contra de la opinión del gobierno británico. A su juicio, no hacerlo podría llevar a las democracias anglosajonas a una catástrofe.

  En general, los historiadores acusan a Kennedy de que la miopía política le hizo bien merecedor de su fracaso. Los hechos no parecen fundamentar esto. En realidad, Kennedy pudo haber acertado, y esto dependió en buena parte del azar. En esta historia vemos cómo pudieron haber sucedido las cosas, con completa independencia de las cuestiones políticas, todo dependiendo únicamente de las decisiones militares. Hitler pudo ganar.

  Y si Hitler pudo ganar, también Joseph Kennedy pudo acertar. Y si pudo acertar, a lo largo de 1944, tal como se muestra en esta historia, en pleno año electoral estadounidense, todo el mundo iba a acabar por darse cuenta de ello.

  Para un político astuto como Roosevelt, la mejor solución sería, por tanto, rehabilitar a Kennedy, unirlo a su administración y salir del embrollo lo más airosamente posible antes de que suceda lo peor, siendo lo peor el que las dramáticas alternativas para finalizar la guerra llegasen a dividir al pueblo norteamericano.

  Otra opción posible, opuesta a la de la paz negociada, sería confrontar al pueblo norteamericano con la situación real, con la coyuntura histórica decisiva de que la tiranía de Hitler, aunque pudiera mantenerse lejos del continente americano y de los océanos gracias al extraordinario poder aeronaval de las fuerzas armadas angloamericanas, al quedar como vencedora en la guerra desencadenara una crisis moral irreversible en todo el planeta.

   El triunfo de la violencia simple y de las absurdas, retrógradas y deshumanizadoras doctrinas raciales no podría dejar de tener consecuencias en el escenario socio-político y en la cultura de la vida cotidiana en Estados Unidos. Incluso desde un punto de vista estratégico nadie podía esperar que el III Reich se conformara con compartir el mundo durante mucho tiempo con las democracias angloamericanas. Por todo ello, una administración estadounidense enérgica podría convencer al pueblo de que es preciso que la guerra continúe hasta que el enemigo sea derrotado. Esta hubiera sido la opción de los antinazis norteamericanos, encabezados o no por Henry Wallace.

  Incluso queda una cuestión mucho más prosaica y menos loable: el riesgo de que la derrota angloamericana en el resto del mundo empujase a las naciones latinoamericanas a intentar sacudirse el tutelaje de Washington. Si los nazis se sitúan en África Occidental y dedican sus nuevos recursos industriales a rivalizar con el poder aeronaval norteamericano, no hubiera sido difícil que algunas naciones sudamericanas decidiesen rebelarse. Argentina sería la más peligrosa de todas, tanto por su poder económico como por la actitud de su gobierno de entonces. 

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