determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

miércoles, 1 de julio de 2015

43. El armisticio

  Es al mediodía del día 11 de septiembre de 1944, en Dublin (propiamente en el "Dublin Castle"), cuando, apenas ante algunos diplomáticos y un pequeño número de periodistas escogidos, Hermann Goering, en representación de Hitler, y Joseph Kennedy, en representación del Presidente Roosevelt (pendiente de la ratificación del Congreso), firman la declaración de armisticio que pone temporalmente fin a las hostilidades entre los Estados Unidos y el Tercer Reich. Los puntos del armisticio recogen vagamente que ambas potencias se comprometen a que sus respectivos aliados no obstaculizarán la observancia del alto el fuego. Se determina que el armisticio se firma en espera de que se alcance un Tratado de Paz definitivo que afecte por igual a la seguridad de todo el planeta y que permita el progreso de los pueblos. Se excluye del armisticio el área del Pacífico y el Extremo Oriente de Asia. La Unión Soviética queda también excluida.

  Aunque él no firma en ningún documento de la declaración del armisticio, la presencia del muy satisfecho primer ministro irlandés Eamon De Valera es notoria en las fotografías históricas que se hacen del momento. Kennedy y Goering le han dado seguridades acerca de la inminente reunificación de Irlanda en el marco de una nueva Europa.

                                    El primer ministro irlandés Eamon de Valera

   Es mediodía en Dublin, pero en Chicago está amaneciendo, y allí tiene lugar la hasta entonces muy demorada convención del Partido Demócrata en la que se designará a los candidatos a las elecciones presidenciales de noviembre.

  Tras un cauteloso apretón de manos, Goering y Kennedy se separan. El mariscal del Reich permanecerá en Dublín un par de días más como invitado de las autoridades irlandesas a la espera de su regreso a Berlín, ya que es preciso poner de nuevo en marcha el gran dispositivo secreto de seguridad que le permitió aterrizar en Irlanda y esto requiere algún tiempo. Un error, una desobediencia, cualquier alteración que acabase con su vida en el difícil trayecto de Irlanda a Alemania (via Francia) podría ser catastrófico a nivel político. Kennedy, en cambio, tiene prisa por cruzar el Atlántico de nuevo y llegar a Chicago. El gran avión Liberator está listo para despegar y a las 13 horas lo hace. Kennedy podrá estar a media tarde del 12 de septiembre en la convención del Partido Demócrata de Chicago.

  Allí, Roosevelt, al levantarse de la cama, tiene a Cordell Hull y a Henry Stimson, secretarios de Estado y de Defensa, esperándole con la noticia recién llegada desde Dublín: hay armisticio y, muy probablemente, una paz definitiva. En América nadie lo sabe aún, pero solo cuentan con algunas horas hasta que se haga público. En cualquier caso, no se trata de un Tratado de Paz, y puede ser rechazado por el Congreso y el Senado.

  Hay poca actividad bélica en “la periferia del Mediterráneo” este día 11 de septiembre de 1944. La aviación aliada no hace incursiones en el continente europeo, tampoco la aviación del Eje vuela sobre Gran Bretaña. Donde sí se combate ferozmente es en la batalla de Moscú. El día anterior se ha completado el cerco a la ciudad y ahora los rusos luchan por romperlo. Dos ejércitos Panzer han hecho contacto al este de Moscú mientras un tercero, el de las Waffen-SS, está a cargo de la embestida principal desde el oeste. Pero las posiciones defensivas rusas son sólidas.

   El mariscal Manstein, cada vez más nervioso por el vigor de los defensores, ha ordenado que se desplieguen todas las fuerzas del Eje al sur de Moscú para alcanzar el Volga en todos los puntos, a fin de hacer realidad por fin la línea Arkanghelsk-Astrakhan, que supondrá el limes definitivo del avance del III Reich hasta el Este (al menos, para la presente generación de alemanes...). Manstein piensa que si ataca en todos los frentes al oeste del Volga, los defensores de Moscú no podrán reunir la fuerza suficiente para romper la tenaza que cierra la ciudad. Mueren cientos de hombres cada hora.

    Al mediodía del 11, Roosevelt está en la Convención (tiene lugar en el Chicago Stadium), rodeado de un impresionante dispositivo de seguridad. Va a hacer públicas dos cosas: el armisticio y su propuesta de candidato a la vicepresidencia, que no es ni Hull ni Truman, como muchos han especulado.

  Ya hay rumores cuando el Presidente toma la palabra ante la expectante multitud de delegados, invitados y periodistas. La radio va a emitir en directo su discurso.

   El Presidente habla primero de la brava lucha de los americanos por la victoria, y de lo inminente que es la derrota de los agresores japoneses, responsables de la implicación de América en la guerra. Habla después de la paz. De cómo se ha preservado el honor de América en su lucha por una paz justa en el mundo que castigue a los agresores y asegure la cooperación futura de los pueblos. Y finalmente dice:

  “Tengo que anunciar en esta ocasión, que desde hace nueve horas, rige un alto el fuego general en el mundo, con exclusión de la zona de guerra del Pacífico. Este alto el fuego, pactado entre los Estados Unidos de América y el Tercer Reich alemán, ha sido firmado en Dublín por el mariscal Goering en representación del jefe del estado alemán y, en mi nombre, por el secretario del Tesoro Joseph Kennedy.”

  Y aprovechando el asombro general de la multitud, añade al final de su discurso (tras precisar que el Congreso se reunirá urgentemente para dar su aprobación a la firma… y omitir que se ha traicionado a los rusos, dejándolos fuera del armisticio):

   “El secretario Kennedy está de camino a esta convención, tanto para dar cuenta ante mí y ante el pueblo americano de la valiosa gestión realizada, como para presentarse ante esta convención como mi candidato a la vicepresidencia de los Estados Unidos en las próximas elecciones de noviembre, si esta convención del Partido Demócrata me designa para tan alta misión”.

  En un segundo, se decide el futuro. Todo depende de cómo reaccione el asombrado millar de delegados. No hay entusiasmo inicial. Algunas voces protestan, pero entonces la mayoría acalla las protestas con aplausos y vítores. Poco a poco los aplausos se hacen abrumadores y entonces sí se percibe cierto entusiasmo porque la guerra casi está finalizada. Roosevelt respira.

  Mientras recibe las aclamaciones, el Presidente se da cuenta de que hay empujones y manotazos en algunos puntos de las tribunas. La mayoría de los enfrentamientos son a causa de los delegados judíos y antinazis, los últimos que quedan y que todavía no han engrosado las filas del Partido Progresista del exvicepresidente Wallace. Son pocos, pero su amargura es tanta que es imposible que no se haga notar.

  En las calles de América es como Pearl Harbour, casi tres años antes. La radio enloquece y los periódicos sacan ediciones extra durante toda la tarde. “¡Armisticio en Europa!” Sin embargo, el público no reacciona con ira y angustia, sino con alivio y hasta euforia: lo peor ha pasado.

  Las noticias llegan pronto a los soldados que luchan y seguirán luchando en el Pacífico, entre ellos los soldados de la 1 división de marines que se preparan para el desembarco en Peleliu (islas Palau) que tiene que llevarse a cabo el día 15.

  Al mediodía del día 12 tiene lugar la votación final de la convención. Kennedy acaba de llegar desde Irlanda y es ovacionado a rabiar por buena parte de los asistentes, aunque son muchos otros los que desconfían de él. Sin embargo, nadie niega que, al fin y al cabo, él acertó en 1940 al pedir que se buscase la paz con Alemania, y que sin duda sus orígenes irlandeses han pesado para la valiosa mediación del primer ministro De Valera. Cuenta, ahora más que nunca, con el apoyo de la importante minoría de origen irlandés en Estados Unidos.

   Este día 12, América está entusiasmada con la idea de la paz. Los soldados que están en el Golfo Pérsico no se lo pueden creer. Casi enseguida, el caballeroso mariscal Rommel ofrece a su oponente Eisenhower que lo visite en Bagdad para precisar todo lo relativo al armisticio en la zona del Golfo, donde hay ya más de cuatro millones de uniformados (alemanes, británicos, americanos, persas y árabes) agolpados entre dunas y peñascos arenosos.

   Y a la mañana del 12, el primer ministro británico Anthony Eden anuncia la adhesión del Imperio Británico al armisticio y pide al pueblo británico unidad ante los duros meses que vienen. Asegura que confía en la alianza anglosajona tanto para la guerra como para la paz. A diferencia de en Estados Unidos, nadie informa de que se de entusiasmo en las calles, pero sí se percibe un visible alivio. Los editoriales de los periódicos más serios subrayan que hay que reconstruir el país y afrontar los nuevos tiempos. Algunos piden elecciones generales en el Reino Unido antes de Navidad, una vez tengan lugar las elecciones presidenciales norteamericanas. A media tarde, habla el rey por la radio, y su voz, siempre deficiente, muestra más debilidad que nunca. No se felicita del armisticio y pide unidad ante las nuevas disyuntivas que se abren para el pueblo británico. No menciona al Imperio ni al aliado americano, ni mucho menos a los rusos. Da la impresión de que, con guerra o sin ella, están ahora tan solos como en el verano de 1940.

  En los países del Eje, el armisticio se celebra como una victoria. En Moscú tarda en conocerse la noticia. Se oculta, mientras sigue la batalla. Solo el día 15 de septiembre la radio soviética informa de forma maquillada de un cese temporal de los combates (aéreos) en Europa Occidental. El día anterior, el grupo de ejércitos motorizado del mariscal List ha conquistado Ferganá, apoderándose de la zona agrícola más rica del Asia Central soviética, pero esto ha sido poco cruento, mientras que en la zona de Moscú siguen produciéndose matanzas entre atacantes y defensores.

  En Extremo Oriente, el general Yamashita, incapaz de conquistar Khabarovsk a los rusos, ha recibido a finales de julio la orden de preparar una expedición motorizada hacia el Oeste, buscando ya establecer contacto en la ruta de la seda con la fuerza móvil alemana que se dirige a China y que se esperaba que se pusiera en marcha en el mes de agosto: el mariscal List necesitaría aún algunas semanas para recibir el material de transporte necesario y los rusos era previsible que presentaran dura resistencia en la frontera persa.

  Cuando List y sus aliados turcos comenzaron a adentrarse en el Asia Central soviética era ya el 25 de agosto. Yamashita, a diferencia de List, no tiene que emprender grandes batallas para cubrir los mas de dos mil kilómetros que separan Pekin de la frontera soviética en el oeste de las remotas y desérticas tierras nominalmente bajo dominio chino.

  Para cumplir el recorrido previsto, los japoneses han llegado a un acuerdo en el territorio bajo control del ejército comunista chino en Yan'an, en la región de Shaanxi, que se encuentra al sur del estado títere de Mengjiang (en teoría, territorio mongol, aunque la mayoría de la población es china han). El ferrocarril chino del Oeste llega hasta muy cerca de esta zona (provincia de Shaanxi). El acuerdo para el tránsito de la expedición japonesa ha sido posible porque Mao ya da por perdidos a los soviéticos y sabe -como saben los japoneses- que los norteamericanos van a seguir apoyando a los chinos del Kuomintang incluso aunque se pierda la India y su ruta de abastecimientos. En agosto, las islas Marianas en el Pacífico están ya bajo control americano y la flota japonesa ha sido derrotada una vez más en el Océano Índico. Es cuestión de tiempo que los americanos se apoderen de Formosa y que desde allí apoyen al Kuomintang. Por tanto, los intereses de japoneses y comunistas chinos ahora coinciden. Tanto más como que los agentes nazis han informado a los chinos de que la alianza alemana con Japón dependerá de cómo de conveniente esta sea para los intereses alemanes: China o Japón, a Alemania le da igual, de lo que se trata es de mantener totalmente rodeado el territorio ruso por el Este. Por lo tanto, caudillos audaces como Mao podrían resultar muy útiles para Alemania si Japón decide, por ejemplo, continuar la guerra por su cuenta en contra de los designios de Hitler.

  Los japoneses, por su parte, también tienen que aliarse con otros líderes locales: el señor de la guerra de la región de Xinjiang, Sheng Shicai, y el equivalente señor de la guerra de Quinghai, el musulmán Ma Bufang (hasta hace poco, un enemigo de Japón). Es importante su alianza porque tiene que ser en Xinjiang donde alemanes y japoneses se encuentren. Solo con el apoyo de Mao, de Ma Bufang y de Sheng Shicai es posible que el general Yamashita emprenda su expedición hacia el Oeste a finales de agosto de 1944. Apenas si tiene que temer algún ataque de los soviéticos desde sus posiciones en Mongolia, pero tales ataques no se producen debido a la alarmante situación en la que se encuentran los soviéticos en todos los frentes.

  También Stalin reanuda sus contactos con los alemanes. Mientras la batalla en el cerco a Moscú está en su apogeo, se hace el último intento de salvar la ciudad, incluso desmilitarizándola,… pero al mismo tiempo se prepara una alternativa en caso de que la futura Rusia quede comprendida entre el Volga y el Lena. Incluso en ese caso, una Rusia muy reducida podría sobrevivir como vasalla de los alemanes, y esto sería mejor que nada.

                         El río Lena, que delimita Siberia Oriental y Siberia Central

  Una de las pocas bazas con que cuenta Stalin para negociar con Hitler es su red de espionaje, que ha enviado ya datos bastante exactos acerca de los planes norteamericanos para la bomba atómica, un arma que puede todavía cambiar el curso de la guerra y cuyo costosísimo proceso de fabricación estaba ya muy avanzado cuando en mayo los rusos han comenzado a darlo a conocer al mundo entero. Para los rusos, este arma puede serles útil tanto en caso de que gracias a ella Wallace logre la victoria electoral de los antinazis, como si, en caso contrario, haya que negociar la paz con los alemanes. Además, no se trataría solo de lo que Hitler pudiera ofrecer a cambio de la información (Hitler puede después desdecirse de sus promesas, como ha hecho otras veces) sino de que los alemanes podrían atemorizarse y detener su imparable carrera de conquista. En teoría, Hitler no tiene por qué detenerse. Puede conquistar Rusia hasta el estrecho de Bering, salvar a los japoneses, aniquilar a los chinos (o someterlos) y luego pasar a América, hasta Alaska. Puede conquistar el mundo entero. Es solo cuestión de meses que cuente con suficientes aviones y tanques para ello... y puede utilizar cientos de miles de mercenarios árabes, turcos y hasta rusos como tropa de infantería... Solo la amenaza de la bomba atómica puede detenerle... Porque Stalin sabe que los científicos alemanes están, de momento, muy lejos de los avances realizados por los sabios norteamericanos (que son en su mayoría, por cierto, europeos exiliados).

    Queda la guerra del Pacífico. Las batallas en las islas Carolinas y Palau consolidan la plataforma de lanzamiento norteamericana contra Filipinas. Ahora hay que evacuar a los más de dos millones de soldados aliados que se concentran inútilmente en el Golfo Pérsico para utilizarlos contra Japón. Es entonces cuando se autoriza a Eisenhower para que negocie secretamente la retirada del Golfo. Será precisa una movilización enorme de recursos para sacar de allí a los hombres y la mayor parte del material. Rommel, desde luego, no aprovechará la retirada para atacarlos. Al contrario: Rommel quiere comprar vehículos americanos, pues muchos de los recursos de movilidad de su grupo de ejércitos (Panzerarmee Asien, 17 y 21 Armeen, ejército egipcio y ejército árabe asiático más las fuerzas persas) están siendo transferidos hacia Asia Central, a fin de acelerar el avance por la ruta de la seda que comanda el mariscal List.

  El 26 de septiembre, ya con el armisticio con los angloamericanos en vigor, List conquista Alma Atá, continuando el avance de las fuerzas alemanas en Asia hacia el Este. Mientras, los japoneses están en camino hacia Urumqi, ciudad china de la región de Xinjiang (o Uighuria), al oeste de Mongolia. El avance japonés hacia el Oeste comenzó desde la terminal ferroviaria occidental de Baoji, en la provincia de Shaanxi, muy cerca del territorio controlado por los comunistas de Mao. Tienen que recorrer más de mil quinientos kilómetros, por tierra y por aire, contando con el apoyo de los señores de la guerra que dominan los despoblados territorios intermedios. Desde el Oeste, la distancia de Urumqi a Alma Atá es solo de ochocientos kilómetros. De un momento a otro, en cuanto estén equipados los nuevos aeródromos, alemanes y japoneses podrán encontrarse, al menos, por vía aérea, de forma mucho más cómoda que por la geográficamente arriesgada ruta por el Tibet que inauguraron a primeros de junio.

  A la retirada americana del Golfo Pérsico se suma la retirada en África Occidental. Por lo tanto, el armisticio se hace irreversible, pues los aliados no mantienen sus posiciones y ya no podrán retomarlas. Aprovechando que tampoco hay ataques contra los buques de transporte, se envían cientos de barcos a los puertos para evacuar a las tropas.

  El 14 de septiembre, el secretario de Estado Cordell Hull vuela desde Chicago a Brasil. Solicita al presidente brasileño, Getulio Vargas, cuyo país está en guerra contra el Eje desde mediados de 1942, que permita el establecimiento de parte de las tropas estadounidenses evacuadas de África Occidental (propiamente, los hombres del 5 ejército americano) en las zonas de mayor valor estratégico de la costa brasileña, los puertos de Recife, Natal y Pernambuco, para caso de que, una vez instalados los alemanes en Liberia, la zona más próxima al continente americano, estos amenacen Sudamérica. Getulio Vargas quisiera evitar la instalación de los soldados norteamericanos, pero comprende que, si los del Eje se quedan con Europa, con África y con media Asia (por lo menos), los norteamericanos no van a tolerar intromisiones en Sudamérica. El mundo va a dividirse en dos enormes zonas de influencia, la alemana y la norteamericana, y cada zona quiere asegurarse el control del territorio que le pertenece.

  Vargas sabe que el régimen militar de Argentina simpatiza con el Eje, así que la presencia de tropas estadounidenses en Brasil servirá también para tenerlos advertidos de las consecuencias que podría tener para ellos dar un paso en falso.

  En total, se trata de evacuar sesenta divisiones norteamericanas. Una operación tan enorme que se tardará meses en completar. Algunas divisiones americanas acababan de llegar al Golfo y ahora ya van de vuelta (el caso de la 13 blindada o la 100 de infantería). Los veteranos, por su parte, están hartos y no les importa hacinarse mil o dos mil hombres durmiendo en las cubiertas de los buques de guerra. Se les deja en Socotora, en Ceilán, en Australia Occidental… Los más afortunados regresan a Estados Unidos directamente.

  Pero también hay que trasladar el armamento, los suministros, los vehículos… Todo lo que con tanto esfuerzo ha sido transportado allí sin que ahora parezca que ese esfuerzo haya servido para mucho. El general Eisenhower asiste desolado al trabajo frenético en los muelles que tan laboriosamente se construyeron en los pequeños puertos del Golfo. Desde el verano de 1942 los aliados (incluso antes, pues Basora fue conquistado por los británicos en mayo de 1941) han creado una extraordinaria infraestructura en aquellas tierras inhóspitas, y ahora todo ha terminado.

  Los nuevos planes militares aliados no son un secreto para nadie: los soldados americanos rumorean que cuando el general Mc Arthur gane las elecciones a ellos los llevarán a China, para echar de allí a los japoneses.

  El 12 de octubre de 1944, mientras sigue la batalla en torno a Moscú  –que parece interminablemente sangrienta y a la que se suman ahora las flotas aéreas de la Luftwaffe que antes combatían a los angloamericanos-, llega la noticia de que finalmente japoneses y alemanes han establecido contacto terrestre en una de las ciudades más remotas del planeta: Urumqi.



  Esta región había sido invadida por los soviéticos ya en 1934, por lo que contaba con algunas infraestructuras de comunicaciones que los del Eje pueden aprovechar. También en la región existía un fuerte sentimiento musulmán antisoviético y antichino, que beneficia a los invasores. Sheng Shicai, el señor de la guerra local, es reconocido a nivel diplomático por el Eje, tras lo cual pone sus tropas al servicio de Hitler y el Emperador del Japón. La avanzada japonesa ha llegado el día 5 de octubre, asegurando por el camino una ruta que pasa por Quinghai y Gansu. Al norte queda el territorio "mongol" (en realidad, chino) de Mengjiang, controlado por Japón, y más al norte Mongolia Exterior, todavía bajo control soviético (pero eso no durará mucho, dado el cariz que toman los acontecimientos).


               


                                                 Los generales List y Yamashita 

    Yamashita y List se dan la mano para los fotógrafos oficiales. Ahora el enorme territorio ruso está completamente rodeado por sus no menos enormes enemigos. En Japón se celebra como una victoria, y la noticia afecta al general Mc Arthur, que está en plenos preparativos del desembarco en Filipinas. Comprende que han llegado tarde: ahora Japón no podrá ser derrotado al haber conseguido abrir una ruta directa hasta el III Reich alemán. O si puede ser derrotado, será solo si Estados Unidos se enfrenta a Alemania en el Lejano Oriente. Esta zona queda excluida del armisticio. Se trata de una situación endiablada.

  Desde Urumqi hasta los puertos de Manchuria la distancia es aún muy grande. El ferrocarril chino llega desde Pekin hasta Baoji, en la provincia de Shaanxi, al Oeste, limitando con Mongolia. La gran ciudad sobre el río Amarillo, Lanzhou, está un poco más al oeste, pero desde Lanzhou hasta Urumqi hay más de mil quinientos kilómetros a través de zonas desérticas. Hasta que se pueda extender el ferrocarril por los desiertos, alemanes y japoneses tienen que organizar, pues, una ruta aérea complementada por otra terrestre por malas carreteras, donde han de preverse también las posibles incursiones de los soviéticos que mantienen posiciones en Mongolia, al norte. En cualquier caso, la Luftwafffe hace aterrizar sus aviones en Tokio en los días siguientes, tras volar desde Asia Central a Manchuria pasando por Xinjiang, una ruta más segura que la del Tibet, hasta el punto de que pronto algunos cazas alemanes podrán enfrentarse a los primeros bombarderos norteamericanos que, desde las islas Marianas, atacan Tokio y las demás ciudades japonesas.

  Otra mala noticia llega al general Mac Arthur a finales de octubre: el dirigente comunista chino Mao ha pactado públicamente con el Eje (en realidad, hace semanas que llegó a un acuerdo con ellos, pero solo ahora lo hace público). En el pacto, los japoneses y alemanes conceden a Mao y sus hombres una especie de feudo en el territorio de Yan'an, en el norte de Shaanxi, e incluso le ofrecen suministros… siempre a condición de que continúe su lucha contra el gobierno nacionalista chino de Chungking. A cambio, Mao ofrece su renuncia formal a la ideología comunista que es sustituida por otra ideología de justicia social y exaltación nacionalista. Algo por el estilo de los movimientos nacionalistas musulmanes que apoyan los nazis en Asia y el norte de África.

  De todas formas, el 20 de octubre de 1944 el general Mc Arthur en persona desembarca en la isla filipina de Leyte. En los días siguientes la flota norteamericana logrará una victoria definitiva contra la marina imperial japonesa (el principal enfrentamiento, victorioso para los americanos, se dará el día 26). El general Mc Arthur espera que estos logros le permitan ganar las elecciones del día 6 de noviembre.

   Sin embargo, la resistencia enemiga es muy fuerte. Se producen los ataques aéreos kamikaze y, en el sur de Filipinas, la república musulmana se juzga demasiado peligrosa como para que se intente allí un desembarco norteamericano.

  En teoría, Mac Arthur espera que podrá dominar Luzón, la isla principal del archipiélago, con su capital, Manila, para Navidad. Y en enero, contando ahora con las tropas de Eisenhower, podrá conquistar Formosa. Planes de la Marina para la conquista del islote fortificado de Iwo Jima e incluso el archipiélago al sur de Japón de Okinawa son descartados: primero Formosa, y entonces desembarcar cincuenta divisiones americanas en China para dominar todo el este de Asia en colaboración con el generalísimo Chiang. Si es preciso, se enfrentarán también a los alemanes allí. Al menos, los japoneses no han podido conquistar el territorio costero frente a Formosa (provincia china de Fujian). Debido a su lucha contra los rusos en Siberia Oriental carecen de recursos suficientes para ello, por lo que sus fuerzas en Indochina e Indonesia corren peligro de verse aisladas. El caso es que en Tokio todo el mundo sabe que están abocados a la derrota. La cuestión es favorecer a los alemanes lo suficiente como para que Hitler fuerce a los norteamericanos a imponer a Japón una derrota asumible.

  Mac Arthur, tras volver a poner pie en Filipinas ha recobrado el ánimo que perdió al enterarse del encuentro de Yamashita, el conquistador de Singapur, y el mariscal List, el conquistador de los Balcanes, el Cáucaso y Persia, en un paraje perdido de Asia Central. Cree ahora que, si es elegido Presidente, todavía podrá logar la derrota total de Japón.  Mac Arthur también cuenta con el proyecto de la bomba atómica. Tiene fe en que este arma tendrá éxito y que los alemanes no podrán igualar su poder destructivo. Por ello, la campaña del Partido Republicano insiste en la viabilidad de la derrota total de Japón. Éste es el mensaje que el senador Vanderberg, el candidato a la vicepresidencia del caudillo norteamericano del Pacífico, difunde durante la campaña electoral hasta el último minuto.

Ooo

  Un armisticio es lo que firmó el gobierno francés de Petain en junio de 1940. Supone un cese el fuego y las condiciones para éste, que en el caso francés supusieron la ocupación por el enemigo de la mayor parte del territorio y duras limitaciones al resto. Pero no era un tratado de paz. En la realidad, el gobierno francés presidido por el mariscal Petain nunca llegó a firmar el tratado de paz, motivo por el cual, entre otras cosas, casi un millón de soldados franceses hechos prisioneros por los alemanes en junio de 1940 no fueron liberados hasta el final de la guerra, y durante todo este tiempo se vieron forzados a trabajar en territorio alemán.

  En esta historia alternativa, el Tratado de Paz lo firma Francia finalmente en julio de 1942, resultando en una alianza política, económica y militar que casi equivale a que Francia se sume al Eje. 

  El armisticio que firman los norteamericanos con los nazis en esta historia tiene como objeto el que sirva para que Roosevelt pueda ganar las elecciones del 6 de noviembre de 1944. Puesto que hace ya casi un año que el pueblo norteamericano está convencido de que los generales alemanes son invencibles esta resolución será recibida con alivio por todos. Salvo, quizá, por los antinazis acérrimos, que en esta historia apoyan la candidatura presidencial del ex vicepresidente Henry Wallace.

  Está claro que Roosevelt, pendiente de la reelección, solo puede firmar un armisticio. Una vez que Estados Unidos cuente con un presidente electo (sea Roosevelt, Wallace o el general Mc Arthur), éste tendrá que firmar el Tratado de Paz definitivo… o romper el armisticio y continuar la guerra.

  Roosevelt intentaría hacer la paz irreversible. Y en este sentido, la retirada de los frentes periféricos da en la práctica la victoria al enemigo. Para este momento, los angloamericanos habrían llegado a movilizar ochenta divisiones (sesenta americanas) contra los alemanes y sus aliados. En esta historia las divisiones americanas se movilizan antes, debido a la urgencia de la situación, lo que las hace aún más ineficaces. Del lado alemán hay, enfrentándose a los angloamericanos, tres ejércitos Panzer y dos de infantería: por lo menos cuarenta divisiones alemanas (casi un millón de hombres, mientras que hay casi tres millones enfrentados a los soviéticos y un total de ocho millones de alemanes de uniforme). A ellas se suman, según una contabilidad bastante lógica y hasta conservadora, veinte divisiones italianas, veinte árabes, diez españolas y las diez divisiones francesas (otro millón de hombres, por lo menos). Y cada día que pase, el Eje recuperará posiciones en el frente aéreo, el único donde, de momento, los aliados cuentan con ventaja. La guerra nunca podría ganarse y la oposición de la sociedad civil americana a la guerra no puede contrarrestarse por la propaganda y la manipulación. No en una sociedad democrática como la norteamericana.

  Y los rusos. Siendo conservadores, los rusos mantendrán aún una mínima superioridad numérica, contarán aún con mucho y muy buen armamento, y sus oficiales habrán mejorado en su capacidad táctica. En cuanto a los soldados, lucharían por salvar Moscú y las últimas tierras rusas al oeste del Volga (cientos de miles de kilómetros cuadrados). De ahí que en esta historia abandonen Asia Central para concentrarse en la última batalla frente a Moscú, y que luchen con esperanzas de salvar su capital sagrada. El que el arrogante Manstein se lleve una sorpresa ante tan inesperada resistencia de un enemigo al que se tendría por agotado parece algo bastante lógico. Aparte de la movilización total -aún más total- y aparte de que se mantenga un número no muy grande de defensores del continente asiático, los rusos podrían haber acumulado más reservas gracias a no haber realizado contraofensivas en el invierno anterior. Aún habría doce millones de soviéticos de uniforme, aunque ya no les quedaran reservas y contaran con escasez de suministros. Algo menos de seis de ellos -los más capaces y mejor armados y abastecidos- defenderían Moscú y el Volga, otros dos millones de soldados defenderían Asia, dos más estarían en la aviación y Marina -poca Marina ya- y todos los demás serían los convalecientes, adolescentes, mujeres, ancianos, tropa en adiestramiento y las muy necesarias unidades del NKVD que han de imponer la draconiana política de "ni un paso atrás" en el momento más crítico.

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