determinismo

El determinismo pretende mostrar que los sucesos históricos a gran escala no pueden salirse de un curso específico que apunta en un sentido igualmente específico: el Imperio Romano había de disolverse, la sociedad industrial había de nacer en Inglaterra, el Imperio Chino había de anquilosarse. Estos hechos obedecen a causas, e investigar estas causas necesarias podría incluso proporcionarnos enseñanzas prácticas a la hora de afrontar un futuro que se regirá igualmente por causas necesarias. Aquí no se pretende negar cierto determinismo. Muy al contrario, la doctrina nazi estaba condenada, como el comunismo soviético, a acabar siendo barrida del curso histórico (aunque recordemos que la debacle del comunismo soviético al final del siglo XX no fue prevista por nadie) y todo parece indicar que sí existe un curso de desarrollo histórico que apunta a la instauración gradual de mayores controles de la violencia social que permitan una cooperación humana más eficiente para el beneficio del mayor número posible de individuos. Evidentemente, la ideología nazi cumplía estos requisitos todavía menos que el marxismo soviético ya que, al basarse en una doctrina racial, la mayor parte de la humanidad habría debido de verse necesariamente perjudicada por el dominio de la supuesta raza superior. Pero donde el determinismo histórico sí se equivoca lastimosamente es en el tratamiento mítico dado a la Segunda Guerra Mundial con posterioridad a 1945. No solo en obras de ficción escritas o audiovisuales, sino también en libros de historia, se nos muestra el resultado final de la guerra –la dramática derrota de Hitler y sus aliados japoneses- como una especie de western, donde los buenos derrotan a los malos gracias a su habilidad con las armas. Es como si pretendiesen tranquilizarnos demostrándonos que los malvados, por serlo tanto, están incapacitados para ganar las guerras. Se nos pretende convencer de esto arguyendo complicados razonamientos sobre economía, política u organización administrativa. Esto es absurdo. Hitler pudo ganar. Pudo ganar incluso cuando ya estaba en guerra, a la vez, contra la Unión Soviética, los Estados Unidos y el Imperio Británico, y, de hecho, es sorprendente que no ganara. Una sociedad totalitaria y militarista como la de la Alemania nazi poseía los medios suficientes para alcanzar ese triunfo y, si no fue así, se debió única y exclusivamente a la pura casualidad de que un solo hombre no tomó en un determinado momento una sola y lógica decisión; esta decisión habría sido de tipo meramente militar, estratégico, en absoluto afectada por la ideología ni por las condiciones económicas y sociales. El nazismo, por supuesto, hubiera acabado fracasando, pero no tal como sucedió en realidad, al cabo de una especie de gran espectáculo bélico en el cual los justos vencieron a los malvados. El bien se impone al mal, sí, muy probablemente, pero la guerra es un terreno para el cual el mal, a veces, está mejor cualificado. Es un hecho que, de todas formas, fue la Unión Soviética, un régimen tan totalitario y casi tan maligno como el III Reich, quien acabó derrotando a la Alemania nazi (y aquí no es el lugar para discutir si hubieran podido hacerlo sin ayuda). El relato que extensamente se presenta en este espacio comienza, pues, con la toma por Hitler de una sola decisión concerniente a una determinada iniciativa estratégica de tipo militar (esencialmente, cerrar el Mediterráneo con el fin de que la flota italiana entre en el Mar Negro). Es conveniente seguir el relato desde el principio con ayuda del Índice, y para su comprensión más exacta es preciso informarse lo mejor posible acerca de los sucesos de la historia militar de la guerra. Se acompañan los episodios de una Cronología, donde se diferencia lo real de lo ficticio, y se aportan algunos links útiles (la Wikipedia es muy completa y contiene pocos errores). La historia militar abarca cuestiones sociales, políticas y económicas (incluso geográficas), así que puede resultar también instructivo en muchos otros aspectos. Cuenta, asimismo, con un componente lúdico… y este mismo componente lúdico conlleva las correspondientes implicaciones psicológicas y sociales.

martes, 26 de agosto de 2014

34. Japón ataca a Rusia


El 17 de abril de 1944, tras varios meses de cuidadosos preparativos y sin que suponga una sorpresa para nadie, la Marina y Aviación japonesas atacan las posiciones soviéticas en Siberia Oriental. Los objetivos principales son las bases aéreas y los puertos de Vladivostok y Magadan, recién liberados de los hielos por el cambio de estación. Para ejecutar estos ataques los japoneses han tenido que alterar otros planes bélicos contra sus enemigos americanos, británicos y chinos.



  Aunque los japoneses llevan casi dos años encajando derrotas en la guerra del Pacífico (su última victoria relevante habría sido la conquista de las islas Aleutianas, en el verano de 1942, islas que se perderán un año más tarde), aún conservan una fuerza naval abrumadoramente superior al relativamente pequeño contingente ruso de Extremo Oriente y una aviación también capaz de neutralizar la fuerza aérea soviética en este escenario.

  Al mismo tiempo, el general Yamashita, que ha concentrado más de medio millón de hombres en la frontera de Manchuria, emprende una ofensiva terrestre para capturar las ciudades siberianas fronterizas de Vladivostok y Khabarovsk. Contingentes de la infantería naval japonesa atacan otros pequeños enclaves costeros, aparte de los dos puertos principales.




  En este momento, el Ejército Rojo soviético mantiene un millón de hombres en estado de alerta en Siberia Oriental. No son una fuerza numéricamente superior a los atacantes y tampoco se trata de los mejores hombres ni del mejor armamento, pues éste tiene que contener al impresionante ejército alemán en la zona europea. Además, estas tropas tienen que mantenerse dispersas en un territorio enorme. Stalin no puede enviarles más fuerzas y se resigna a que se pierdan algunas posiciones en Siberia Oriental.



  Siete días antes del ataque de las tropas de Yamashita, el grupo de ejércitos alemán de Asia Central al mando del mariscal List (comprende al 1 Panzerarmee y a un ejército turco móvil), después de dos meses de preparación tras la toma de Teherán en febrero, cruza la frontera persa y penetra en el territorio del Turkestán soviético, donde se espera que la población musulmana reciba a los nazis y turcos como libertadores. No logrará conquistar la ciudad fronteriza de Ashgabat (el mariscal List no ha recibido aún suficientes medios para ello), pero contribuirá con su ataque a detraer más recursos del Ejército Rojo en el Lejano Oriente.

  En total, el Ejército Rojo mantiene en este momento, abril de 1944, doce millones de hombres (y mujeres) en armas, lo que incluye Marina, Fuerzas Aéreas y tropas del NKVD de los que tres millones están en el territorio asiático (repartidos entre los que defienden Siberia Oriental de los japoneses, los que defienden Asia Central de los alemanes y otro contingente menor repartido por las largas y remotas fronteras con Tibet, Xinjiang y Afganistán), y otros seis millones defienden el frente europeo (el resto son fuerzas de Aviación, Marina y NKVD, más tropas en adiestramiento y heridos en recuperación). El ejército soviético sigue siendo muy poderoso, sus armas son cada vez más eficaces y sus oficiales están cada vez mejor adiestrados... pero se está ya rascando el fondo del barril en lo que se refiere a efectivos humanos: adolescentes, mujeres, mutilados, ancianos están vistiendo ahora el uniforme de infantería, y en la moral también influye el hecho de la escasez de alimentos. Hasta la caída de Murmansk y Teherán aún llegaban suministros norteamericanos. Con el deshielo, se esperaba reanudar la ruta de Vladivostok. Ahora el cerco es total. El hambre se extiende y hasta el fin del verano no habrá nueva cosecha... Además, se ha perdido el petróleo del Cáucaso.
 
  La ofensiva turco-alemana en Asia Central supone una catástrofe para los aliados desde el punto de vista político, pues implica extender la guerra promusulmana del Eje al centro y sur de Asia. En marzo, el gobierno afgano se ha declarado “no beligerante” y la Liga Musulmana de la India ha realizado su primer intento de rebelión contra los británicos, si bien éste ha sido desarticulado por un rápido despliegue represivo de las fuerzas del Imperio.

  Puesto que poco después de la declaración afgana los japoneses también han atacado la India desde Birmania en su ofensiva en la zona de Imphal, el ataque japonés contra los soviéticos implica una presión adicional casi insoportable sobre las posiciones aliadas en el continente asiático. Y se teme (así lo hacen pensar los datos de Inteligencia que poseen los aliados) que la flota japonesa rehúya el combate ante los cada vez más poderosos americanos en el Pacífico y vuelva a actuar en el Índico, como en abril de 1942, con el fin de contribuir a la derrota aliada en la India, ahora que la rebelión musulmana al oeste coincide con la ofensiva japonesa al este...

   Estas dos ofensivas japonesas han llevado a que el alto mando de Tokio suspenda otra ofensiva posible dentro de China con el fin de desplazar los aeródromos americanos situados en el sur de este país y asegurar la costa sur de China. El mando japonés considera que tal ataque se ha vuelto en parte innecesario, pues con la caída de la India China quedaría completamente aislada, lo que puede forzar al gobierno de Jiang Kai-shek en Chungking a pedir la paz. Se ha considerado, por tanto, que Japón puede dedicar entre medio millón y un millón de hombres (japoneses y de otros pueblos asiáticos) a su ofensiva contra Rusia. Se espera que en junio Hitler ataque Moscú, con lo cual la guerra quedará prácticamente liquidada.

  En el frente africano también siguen dándose éxitos del Eje. El 24 de marzo se cerró el Mar Rojo con la toma de Djibouti, y el 5 de abril el grupo de ejércitos de Marruecos del Eje, que durante diez meses ha mantenido una posición defensiva en los montes Atlas, ha contraatacado contra un enemigo debilitado por la urgente necesidad de los aliados de reforzar la defensa del Golfo Pérsico.

  Las fuerzas del Eje avanzan, pues, en todos los frentes. Y lo hacen porque cada día disponen de más armas, más tropas y más medios de transporte. Para la primavera de 1944 las conquistas económicas del verano de 1942 (el petróleo, el carbón y el trigo del Mar Negro) están comenzando a rendir, por mucho que la administración nazi deje mucho que desear. También ahora la industria militar nazi dispone de mano de obra inagotable del más variopinto origen (esclavos rusos, técnicos italianos o franceses, peones árabes…) y un sistema alimentario suficiente basado en el racionamiento... y en la tolerancia de la opinión pública debido a las claras expectativas de mejora a medida que la victoria definitiva se hace cada vez más próxima.

  Las victorias militares han permitido asimismo liberar gran número de tropas alemanas de funciones de ocupación o de cobertura. Cada vez más los soldados alemanes se convierten en tropa especializada (pilotos, artilleros, tanquistas) mientras los cada vez mejor adiestrados infantes árabes, turcos o españoles los suplen con eficacia en funciones subsidiarias. Incluso en los campos de Ucrania y Bielorrusia son milicianos eslavos colaboracionistas los que se encargan de las sanguinarias tareas de seguridad (lucha antipartisana). Y ahora, por primera vez, Hitler autoriza el despliegue de un ejército de infantería rusa pro-Eje en el frente del Este (dos cuerpos al mando del general renegado Vlasov: uno cosaco y otro de rusos y ucranianos). Esto es consecuencia de que durante la gran batalla "Zitadelle", del verano de 1943, las compañías y batallones de rusos insertados en las divisiones alemanas a la defensiva en la zona del Don demostraran ser fiables. Durante la primavera se planifica lo que será la ofensiva definitiva para el verano de 1944, cuyo objetivo es conquistar Moscú y expulsar a los soviéticos al otro lado del Volga. Para esta operación se hará un último esfuerzo y se reunirá dos millones y medio de soldados alemanes en el frente del Este de Europa, más una cantidad equivalente de soldados no alemanes. Esto exigirá que los aliados de Alemania refuercen a sus contingentes: España y Bulgaria empeñarán sendos pequeños ejércitos de, al menos, cien mil hombres cada uno; casi medio millón de renegados ex soviéticos (en el ejército al mando de Vlasov, más batallones y "legiones" independientes, más los auxiliares), un ejército turco completo, más los rumanos, húngaros, italianos y finlandeses. A Hitler le interesa, desde el punto de vista político, movilizar algunas unidades de voluntarios de entre los prisioneros británicos que hizo Rommel en 1942; cuenta ya, seguro, con un batallón de sudafricanos.

  Los planificadores económicos del Eje, liderados por Albert Speer, juzgan que con la cosecha de 1944 la situación alimentaria mejorará apreciablemente, ya que los campos de Ucrania están cada vez mejor explotados, e incluso hay capacidad económica para producir más fertilizantes y más tractores.

  Todo el poder económico europeo depende de Alemania, de forma que no ha lugar a que las inevitables disputas entre las naciones del Eje resulten en conflictos graves. En cualquier momento Hitler puede cortar el suministro de carbón o petróleo a Francia, Bulgaria o Turquía de modo que el margen de maniobra de los líderes políticos de estas naciones se ve muy limitado por tal circunstancia. De hecho, Hitler hace poco caso de las frecuentes quejas de unos u otros. Sabe que cuenta con partidarios dentro de todas las naciones, que todos lo siguen a él, al victorioso, al conquistador mundial invencible.

  Japón, por ejemplo, es consciente de que vale la pena distraer su flota y su aviación durante unas semanas del frente del Pacífico, donde no hay posibilidades realistas de victoria dada la enormidad del poder aeronaval americano, y dedicar algunos esfuerzos al nuevo enemigo ruso. Japón asume que su salvación no puede ser otra que el vasallaje a Hitler, lo cual implica prestar atención a los intereses estratégicos de Alemania en Asia (ataque a los rusos, apoyo a los musulmanes de la India). Al menos, los japoneses pueden esperanzarse en que geográficamente se encuentran muy lejos de Alemania... Si se convierten en vasallos, la lejanía hará que ese vasallaje resulte poco visible. El honor no quedará muy dañado...

    Los japoneses han calculado que una vez liquidada la defensa soviética en Siberia Oriental, la tropa de Yamashita (japoneses y algunos coreanos y manchúes) emprenderá la conquista de estos territorios, mientras que China dejará muy pronto de ser problema una vez estalle la India, acosada desde el oeste (nazis y musulmanes), desde el este (ofensiva japonesa desde Birmania) y desde el interior (rebelión antibritánica y guerra civil entre las diferentes etnias y facciones). Para contribuir a la caída de la India, los japoneses deciden concentrar lo mejor de su flota en la gran base de Singapur, desde donde podrá interceptar las rutas de abastecimiento aliadas al golfo de Bengala. Este cambio exigirá desguarnecer el Pacífico central, pero los almirantes japoneses saben que rehuir el enfrentamiento con la cada vez más poderosa flota norteamericana del Pacífico les permitirá ganar tiempo. Los americanos todavía están muy lejos de Japón y el límite de tiempo para ellos lo fijan las elecciones presidenciales de noviembre.

  Así que, para Japón, en sus circunstancias de grave peligro por el poder ofensivo americano en el Pacífico, nada interesa más que demostrar a Hitler que pueden ser los mejores colaboradores en la fase final de destrucción del poder soviético. Destruida la URSS y bajo control japonés India y China, los angloamericanos no podrán seguir luchando.

  Durante esta primavera, Hitler tiene que atender a tantos frentes que con frecuencia delega en sus ayudantes la toma de las últimas decisiones. En África Occidental está el mariscal Kesselring  que coordina a los dóciles españoles y marroquíes. En África Oriental se mantiene el buen entendimiento con Mussolini. En el Golfo Pérsico, el mariscal Rommel cumple con la misión de forzar a los angloamericanos a concentrar sus mejores recursos en la defensa, y en Asia Central, el mariscal List, con tropas alemanas y turcas, dispone ya de miles de camiones y abundante combustible para penetrar en las inmensidades del territorio soviético donde se dice que veinte millones de musulmanes están ansiosos por rebelarse contra los rusos. Lo hará ya avanzado el verano, sincronizándose con la esperada ofensiva final nazi en Moscú.

  La guerra puede acabar con la ofensiva de verano contra Moscú cuando lo permitan las condiciones meteorológicas y cuando el ejército del Eje se haya armado lo suficiente. Las elecciones presidenciales norteamericanas de noviembre pesan como espada de Damocles política sobre los enemigos de Hitler. Los nazis saben que Roosevelt (o quien vaya a sustituirle como candidato de su partido a la presidencia) no puede ir a las elecciones prometiendo “sangre, sudor y lágrimas”. Es la debilidad de las democracias.

   En abril, Hitler se reúne en varias ocasiones con su estratega supremo en el Ostfront, el mariscal Manstein. Pero le sorprende la precaución de éste en cuanto al plazo para una finalización victoriosa de la guerra.



  Manstein, el planificador de la conquista de Francia, del Mar Negro y de la victoria en las duras batallas de Stalingrado y de "Zitadelle", explica que, al fin y al cabo, la proliferación de frentes periféricos también perjudica al ejército alemán. Pone como ejemplo de esto el que desde 1943 se han creado siete nuevas divisiones Panzer del Heer (sin contar las de la Waffen-SS) y, de éstas, cinco han ido a África; de las otras dos, la 32 PzD se envió al frente persa y solo una, la 30 PzD, se incorporó al frente ruso para la liquidación de Leningrado. El goteo de divisiones móviles alemanas con destino a los logísticamente complejos frentes periféricos no se ha compensado en el ámbito ofensivo con la desmovilización de las tropas que ocupaban Francia (que ahora se defiende a sí misma) ya que estas divisiones de cobertura son más útiles en el frente estático de la Rusia europea y, sobre todo, debido a que el poder aéreo del Eje sigue siendo deficitario.

  Manstein sostiene que necesita una nueva flota aérea que solo estará efectivamente disponible en julio de 1944, una vez acabe el entrenamiento de los nuevos pilotos que comenzaron a formarse en agosto de 1943 en el Mediterráneo, después de la catástrofe de Hamburgo. Coincidirá con que la industria militar del conjunto de naciones del Eje alcance por entonces la capacidad productiva de siete mil aviones mensuales (cuatro mil alemanes y más de dos mil italianos y franceses, más unos cuantos cientos fabricados en España, Rumanía y Hungría).


                                                   El mariscal von Manstein


  En resumidas cuentas, el mariscal Manstein solicita aplazar la gran ofensiva contra Moscú: los rusos están dispuestos a hacer su último gran sacrificio para salvar la capital, y en tres años los rusos han aprendido mucho en cuanto a producir armamento y adiestrar tropas. Han creado tremendas fortificaciones terrestres en toda la zona del centro de Rusia y lucharán denodadamente. Aún no están vencidos, su ejército sigue siendo tan o más numeroso que el del Eje, y hay que asegurarse de que el golpe de la cuarta ofensiva de verano será el definitivo. Si logran sumar cinco millones -la mitad no alemanes- desde Astrakhan a Arkhangelsk ni aun así tendrán superioridad numérica. Eran tres millones  de alemanes cuando la ofensiva del verano anterior, pero ahora los ejércitos 17 y 1 Panzerarmee tienen otros destinos; el primero, frente a los americanos en el Golfo Pérsico, y el segundo se prepara para la gran ofensiva de Asia Central... allí se enfrentará también a los soviéticos, pero Manstein sabe que estos no presentarán allí tanta resistencia como ante Moscú. La última batalla de Rusia tampoco va a ser fácil.

  Hitler considera que Stalin está dispuesto a rendirse desde que perdió el petróleo del Cáucaso y desde que perdió la ciudad de Leningrado... pero insiste en conservar Moscú, el puerto de Arkhangelsk y Siberia Oriental. Hitler no piensa ceder, pues sin Moscú no podrá proclamar al mundo que ha derrotado a los rusos para siempre. Y quiere que Rusia quede completamente rodeada por un “cinturón sanitario de territorios enemigos para hacer del país eslavo una especie de gran reserva de nativos -siempre según la comparación con el antiguo Far West norteamericano- que una generación siguiente de alemanes nazis sin duda podrá destruir y colonizar. Hitler piensa en el avance inexorable de los angloamericanos hacia el Oeste, primero hasta el Missisipi (el Volga) y después hasta las Rocosas (los Urales).

  Por otra parte, ¿le interesa a Hitler acabar la guerra tan pronto? La opinión pública alemana está, sin duda, muy satisfecha de tantas victorias y se apercibe de una mejora económica (así como de alguna disminución de los bombardeos terroristas angloamericanos sobre sus ciudades), y, si bien el conteo de bajas y el hartazgo del racionamiento hacen mella, aún se pueden aceptar unas cuantas victorias más mientras Hitler lleva a cabo sus últimos planes políticos. Es cierto que las reservas de hombres alemanes movilizables se están acabando (a pesar de la movilización extrema de casi un millón de hombres que se llevó a cabo en el otoño de 1943) pero, por otra parte ¿cuándo va Alemania a tener una oportunidad mejor de implantar su poder en el mundo?

  El Führer tiene previsto nazificar Alemania por completo cuando acabe la guerra. Y eso requiere ciertos preparativos. Piensa mandar al retiro, cargados de medallas, a la mitad de sus generales (Rommel incluido) y que las Waffen-SS se apoderen de las posiciones clave en las fuerzas armadas. Piensa anexionar después las naciones germánicas ocupadas, desde Flandes a Finlandia, así como a unos pocos millones de eslavos colaboracionistas, de modo que el III Reich cuente con ciento veinte millones de habitantes de la raza superior (eran setenta cuando tomó el poder en 1933). Piensa aniquilar el poder de la Iglesia -sobre todo la Católica- y de los industriales. Piensa aniquilar a los judíos en las últimas naciones europeas donde todavía se refugian, como Suiza o Hungría.

    Así que no le vendrían mal unos meses más de guerra para preparar la ejecución de todos estos ajustes. La demora será aceptable, por supuesto, siempre y cuando no falten las victorias periódicas. Ahora bien ¿el Führer querrá fatigarse enfrentando la previsible resistencia a ello por parte de la mayoría de sus asesores, militares y políticos?

  Por lo demás, la ofensiva de Kesselring en Marruecos es una buena noticia. En quince días, el grupo de ejércitos que incluye al 6 Panzerarmee, al ejército español y al marroquí, ha empujado a los angloamericanos del general Clark hasta el desierto frente a las islas Canarias. No ha sido difícil porque el 7 ejército americano y el 1 ejército británico ya fueron despojados de sus mejores divisiones para fortalecer el Golfo Pérsico y porque esta región tiene escaso valor estratégico. 

   Franco le insiste a Hitler en que quiere recuperar las islas Canarias, y los españoles llevan casi un año entrenando tres divisiones de infantería de Marina y una brigada paracaidista para conseguirlo. La recuperación de los aeródromos africanos frente a las islas es el primer paso para esta operación que exige el orgullo español. Tras las zozobras de finales de 1942, con la pérdida de las Canarias, las victorias del Eje a lo largo de 1943 han consolidado el régimen de Franco: han desaparecido las guerrillas, se ha logrado el apoyo activo de un sector del fascismo portugués al nuevo Estado español unificado (el "nacional-sindicalista" portugués Rolao Preto es ahora ministro del gobierno en Madrid), han mejorado las cosechas y la producción industrial en colaboración con Alemania, y, finalmente, las Fuerzas Armadas españolas han alcanzado ya el máximo de su potencial. 

   Una incertidumbre para Franco es la restauración de la monarquía en Francia el 23 de abril que el Caudillo interpreta como un ataque personal: los franceses, que lo odian, desean desestabilizar su régimen alentando a los monárquicos españoles e incluso alemanes. En sintonía con Hitler, y a diferencia del anciano Petain, que ha anunciado que al final de la guerra se retirará de su cargo de Gran Mariscal de Francia (valido todopoderoso del recién entronizado Enrique VI de Francia), Franco no piensa ceder el poder político al joven e inexperto pretendiente a la corona española, y convertirse en un mero valido, primer ministro o jefe del ejército. Por eso necesita que Hitler le respalde y que anteponga la reivindicación española de recuperar las Canarias a conquistar Moscú o Londres.




  Un gran ataque aeronaval del Eje es arriesgado, puesto que es el arma aeronaval la gran baza de los angloamericanos, pero precisamente por eso a Hitler le interesa amedrentar a sus enemigos al mostrarles que pronto podrá también desafiarlos en ese escenario (también sería entonces capaz de invadir Inglaterra). Ya ha cerrado todos los mares cuyas características geográficas lo permitían, desde el Báltico al Mar Rojo: queda comenzar a actuar en los océanos abiertos.

  Eso sí, para asaltar las Canarias, tanto como para conquistar Moscú, hace falta aumentar el poder aéreo. No sería posible hacer nada efectivo hasta el mes de julio.

  Además, Hitler quiere impresionar al enemigo con sus armas secretas, que también estarán disponibles para el verano de 1944.

  En estas condiciones, lo que se le propone ahora de aplazar la gran ofensiva contra Moscú parece aceptable. Desde luego, sería mejor conquistar la capital rusa en julio o en agosto, pero no se pierde mucho tampoco esperando un par de meses más. Si el mariscal Manstein está tan seguro de que necesita más tiempo para reunir más armas, Hitler no le va a meter prisa. Manstein también asegura que la creciente penuria de alimentos en Rusia hace que el tiempo juegue a favor del Eje. Con la toma de Vladivostok por los japoneses se ha cerrado la última ruta por la que los rusos estaban recibiendo miles de toneladas de carne enlatada norteamericana.

  El 27 de abril de 1944, la infantería de marina japonesa conquista Magadan, el puerto de la región penitenciaria del Kolymá. La inevitable rebelión de los prisioneros y desterrados del Gulag soviético le da de inmediato a los japoneses no solo el control territorial, sino la capacidad de formar unidades de infantería rusa colaboracionista; en el momento en que una brigada de infantería de Marina japonesa conquista toda la región penitenciaria (apenas defendida por los hombres del NKVD y débiles milicias) hay, entre presos y desterrados, unos cien mil antisoviéticos que ahora acceden a una libertad relativa: de ellos los japoneses calculan que pueden obtener un par de divisiones de infantería a medio plazo. No olvidan tampoco restaurar el "hogar cosaco" en la región del Amur; para ello cuentan con la asistencia de cosacos anteriormente refugiados en China, liderados por Grigory Semyonov, el sucesor del almirante Kolchak y líder de los cosacos siberianos. Semyonov, un feroz antisemita pero con ascendencia asiática, tratará de negociar a la vez con nazis y japoneses para crear un estado independiente en Siberia Oriental.



  Una semana antes del ataque japonés, Roosevelt, en una alocución por radio, ha insinuado que no descarta una paz negociada, de modo que Hitler sabe que los angloamericanos solo necesitan un empujoncito para ceder en todo, incluso sin necesidad de que Manstein tome Moscú. Hermann Goering y el almirante Raeder le aseguran a Hitler que la nueva fuerza aeronaval del Eje será capaz de tomar las islas Canarias. En consecuencia, se autoriza a la Marina alemana para que emprenda la ya de por sí atrevida acción de trasladar los dos mayores buques capitales de la Kriegsmarine, el acorazado “Tirpitz” y el recientemente puesto en servicio portaaviones “Graf Zeppelin”, desde el Mar del Norte al Mediterráneo. No se olvida Hitler de lo sucedido con el “Bismarck” tres años atrás, y no se olvida Hitler de que la flota británica es, tres años más tarde. todavía más poderosa de lo que lo era entonces, pero el almirante Raeder le asegura que la operación está perfectamente calculada, sobre todo en lo que se refiere al uso del radar.

  Ciertamente, después de la conquista de Murmansk, la flota alemana en el Mar del Norte no tiene apenas nada que hacer allí. Si los dos buques capitales nazis, junto con una escolta de navíos de guerra menores, logra unirse al resto de la variopinta flota combinada del Eje que se agolpa en la salida occidental del Mediterráneo (y que incluye dos acorazados modernos alemanes, tres italianos y dos franceses), podrá amedrentar definitivamente a las potencias angloamericanas “oceánicas”, demostrándoles que ni siquiera en el Atlántico pueden sentirse seguros.

  Un nuevo éxito germano-japonés es el enlace aéreo efectivo entre Berlín y Tokio. Tras el ataque japonés a Siberia, el primer grupo de aviones de transporte alemanes cubre la larguísima y difícil ruta aérea. Como resultado de una complicada planificación, el 20 de mayo despegan de Berlín, aterrizando en Kiev el día 21. El 25 están en Teherán, desde donde vuelan a Kabul, adonde llegan el día 27 de mayo, mientras en la India ha estallado la rebelión musulmana. El 29, aviones alemanes Ju-290 logran aterrizar en el recientemente construido aeródromo de Lhasa, la capital del Tibet, a 3500 metros de altura. El 2 de junio de 1944, escoltados por cazas japoneses, aterrizan en Beijing dos de los aviones. El 4 de junio lo harán en Tokio para alborozo general de la población japonesa. Aparte de regalos protocolarios, llevan a bordo personal diplomático y técnico. Estos vuelos ya no cesarán hasta el fin de la guerra, pero una vez finalice la lucha en la India y los nazis conquisten posiciones en el Asia Central ex-soviética podrán hacerlo mediante rutas más seguras (por Asia Central y por Birmania). En realidad, habían comenzado antes, ya en marzo, pues la distancia de Kabul a Beijing (poco más de 4.000 kilómetros) es salvable, pero trayectos tan prolongados permitían transportar poca carga útil y estaban muy expuestos a la intercepción de la aviación soviética. Repostando en Lhasa, ahora cuentan con una auténtica ruta comercial, aunque todavía difícil y limitada.

  La del Tibet no ha sido la primera gran travesía de la aviación del Eje para conectar Europa y Extremo Oriente. Los primeros fueron los italianos en julio de 1942, en su gran vuelo desde Ucrania hasta Mongolia sobre territorio enemigo soviético, una gran proeza técnica pero que no permitió establecer una ruta viable para posteriores vuelos. Los alemanes, por su parte, tras la toma de Murmansk en octubre de 1943 comienzan a planear algo más práctico con vuelos por la zona polar. El resultado de la gran batalla del Golfo Pérsico da prioridad a la operación. Alemania ha decidido poner en marcha su fuerza aeronaval y requiere instructores de aviación japoneses para los nuevos portaaviones del Eje. Dos Ju-290 despegarán de Murmansk el 6 de enero de 1944 y el día siguiente aterrizarán en Harbin (Manchuria) tras un arriesgado viaje de 5500 kilómetros atravesando la Siberia soviética. En el vuelo de regreso, logran dejar en Europa el 16 de enero a Mitsuo Fuchida y otros siete militares y técnicos japoneses. Fuchida fue el comandante del grupo aéreo del ataque a Pearl Harbour. Su llegada a Berlin unos días después -21 de enero- es objeto de un gran despliegue propagandístico, aunque se pretende hacer creer que ha llegado por vía marítima: la ruta sobrevolando la Siberia soviética es demasiado peligrosa y excepcional para que se hable de ella. Muy diferente será el tratamiento que se dará a los vuelos a través del Tibet. En abril también se volará desde Kabul a Singapur sobrevolando la India. Estos vuelos permitirán que alemanes e italianos obtengan el asesoramiento necesario por parte de Japón para sus nuevas empresas aeronavales contra los aliados, así como otros intercambios de tipo estratégico.

Ooo

  En la realidad, el 17 de abril de 1944 los japoneses, en lugar de atacar Siberia Oriental, lo que hicieron fue desencadenar la ofensiva "Ichi-go" contra el sudeste de China. El objetivo de esta ofensiva era desalojar a los norteamericanos de unos aeródromos desde los que era posible atacar Japón y conectar los territorios chinos ocupados por los japoneses al norte con el dominio japonés en Indochina. El ejército nacionalista chino apenas pudo oponer resistencia y el medio millón de soldados japoneses implicados en la ofensiva obtuvo una victoria. Una victoria que, por supuesto, en nada cambió el curso de la guerra, pues ésta la decidía el poder aeronaval, donde los norteamericanos, con una industria militar diez veces más poderosa que la japonesa, siempre tendrían ventaja. Por otra parte, los aliados mantuvieron, desde la India, la conexión aérea con la China nacionalista, de modo que, aunque derrotados por la ofensiva japonesa en las regiones atacadas, las fuerzas chinas no quedaron aisladas y mantuvieron la moral.

  En esta historia, como se ha explicado, China ya no es una grave preocupación para los japoneses: consideran que los chinos no pueden resistir sin suministros aliados, y que estos suministros solo pueden llegar desde la India, que ha estallado en guerra civil, pero si bien Formosa se encontraba en poder de los japoneses y en ella había grandes instalaciones militares, el enorme poder aeronaval norteamericano hacía perfectamente viable su ocupación en un futuro próximo, lo que cambiaría por completo la situación para China: con los aliados en Formosa, el gobierno de Chiang contaría con una vía de suministros mucho mejor que la de la India, de modo que los chinos, en el mismo momento que ven que se les cierra la puerta de la India, aún conservan la esperanza de que los avances norteamericanos por el Pacífico Central permitirán que se abra la de Formosa. 

  Porque lo que estaría claro para los dirigentes políticos de esta historia alternativa sería que, con los alemanes asomando ya por la frontera oeste de la India (toma de Teherán en febrero) y los japoneses desencadenando su ofensiva en la frontera este (comienzo de la batalla de Imphal, en marzo de 1944, tanto en la realidad como en esta historia), la India británica tendría los días contados. Con la experiencia de la deserción del 80 % de los prisioneros indios tomados por los japoneses en Singapur, nadie en Inglaterra puede hacerse ilusiones con respecto a la lealtad del ejército indio a su Rey Emperador británico.

  Sabemos que Japón había propuesto a Alemania una ofensiva conjunta contra los soviéticos en la primavera de 1941 (según el punto de vista del ministro de Exteriores japonés Matsuoka, que tuvo que dimitir al ver rechazada su iniciativa), pero en lugar de eso acabaron firmando un tratado de cooperación con los soviéticos y decidieron atacar a los angloamericanos. ¿Hubiera sido derrotada la URSS de haber atacado juntos alemanes y japoneses en 1941? Es difícil de decir, pero, en cualquier caso, los japoneses pensaban que Hitler, de todas maneras, ganaría su guerra rusa solo, y mientras tanto ellos aprovecharían para hacerse con el dominio de Asia Oriental y del Pacífico.

  Mientras duró la terrible guerra ruso-alemana, los japoneses se cuidaron mucho de no irritar a los soviéticos. Es sorprendente que los buques mercantes norteamericanos (aunque vendidos a los soviéticos) cargados de suministros (no bélicos, pero de altísimo valor económico) pasaran ante las costas de Japón camino de los puertos siberianos sin que la Marina japonesa los molestara.

  En la realidad, para abril de 1944, la guerra ya estaba perdida para los alemanes… y también para los japoneses, aunque resultase muy difícil que las máximas autoridades del Japón lo reconociesen incluso en privado. La mejor salida para los japoneses -–la única- era llegar a un acuerdo con los soviéticos para que mediasen en una paz negociada. La bomba atómica hizo imposible esa mínima oportunidad.

  En esta historia, para abril de 1944 no solo los rusos ya están prácticamente derrotados y queda claro que los angloamericanos no pueden ganar a los nazis, sino que los alemanes están penetrando en el enorme continente asiático, siempre contando con el entusiasmo de los nacionalistas musulmanes, en Arabia, en Persia, en Asia Central o en la misma India. Para Japón, por tanto, es vital acabar la guerra cuanto antes con la ayuda de los alemanes. El poder aeronaval norteamericano se hace cada vez más opresivo y el avance alemán hacia el Este por sus propios medios puede hacer incluso que para Hitler la cooperación japonesa acabe siendo irrelevante.

  El Ejército Rojo contaba en abril de 1944 con más de seis millones de hombres (y mujeres) para enfrentarse a los nazis en Europa. Siendo, como siempre, conservadores, en esta historia mantenemos esa cantidad puesto que los soviéticos podrían beneficiarse de la movilización final de todas sus reservas. Podría haber sido mucho menos de seis millones, sobre todo si tenemos en cuenta que en la realidad, a lo largo de 1943 y 1944 los rusos enrolaron a cientos de miles de hombres en los territorios occidentales de su país a medida que estos iban siendo liberados en sus grandes contraofensivas (340.000 solo entre marzo y mayo de 1944). Ahora, por el contrario, el territorio donde podrían reclutar soldados y obreros se reduce gradualmente y, además, los soviéticos se encontrarían con el problema de que con el porcentaje de varones en condiciones para la guerra de entre el total de los veinte millones de musulmanes de Asia Central ya no se iba a poder contar para casi nada. Aunque, en teoría, la capacidad de reclutamiento soviética en 1944 cuadriplicaba a la de los alemanes (hacia 1926 se había producido un notable incremento de la natalidad en la Unión Soviética, lo que dio lugar a que 2.200.000 jóvenes varones rusos cumpliesen 18 años en 1944) la pérdida de territorio y la cada vez menor fiabilidad de los musulmanes acabaría con las reservas soviéticas. Y, de hecho, sin una considerable suma de recursos femeninos les habría sido imposible afrontar la última batalla ante Moscú. Sabemos que a finales de 1942 llegaron a formarse regimientos completos de infantería femenina que no parece que llegaran a entrar en combate. En esta historia no hubiesen tenido más remedio que hacerlo. Otra medida previsible que habrían tomado los estrategas de la Stavka hubiera sido el mantener una posición defensiva durante el invierno 1943-44, ahorrándose así bajas, ya que la proporción habitual de cuatro bajas propias por cada una del enemigo (o cinco, según algunos) les habría llevado al agotamiento. Por otra parte, el factor moral no se podrá obviar por estas fechas.

 Los alemanes, por su parte, casi igualarían en número a la tropa soviética sin necesidad de superar los dos millones y medio de hombres (en la realidad eran unos dos millones en 1944). Los otros dos millones y medio serían tropas del Eje no alemanas (en la realidad, estas tropas no llegaban a un millón en 1944).

  También ha de tenerse en cuenta la cuestión alimentaria. Algunas cifras hablan de que un 25 % de los alimentos consumidos en Rusia durante la guerra procedían de los suministros del "Lend and Lease" norteamericano.

   Sin embargo, no hemos de infravalorar nunca el ánimo de resistencia ruso. Por encima de todo, los rusos no pueden hacerse ilusiones acerca de su destino si se rinden. Y Hitler nunca iba a renunciar a Moscú, aunque tal vez sí a los Urales, que algunos textos consideran una meta nazi de conquista hacia Oriente.

  Un millón de hombres, por los datos que poseemos, es el máximo que los rusos podían mantener en Siberia Oriental para hacer frente a la amenaza japonesa. Y serían siempre peores soldados que los del frente occidental, y peor equipados. Más la amenaza de que se rebelasen en cualquier momento los cientos de miles de esclavos del Gulag (sobre todo en la zona de Kolymá, totalmente aislada excepto por el puerto de Magadán... que hubiera caído fácilmente en poder de los japoneses). Con todo, el armamento pesado soviético era mucho mejor que el japonés, lo que permitiría una resistencia rusa más eficaz cuando menos en el medio terrestre.

  El general Yamashita, el conquistador de Singapur, después de su hazaña pareció caer en desgracia y fue destinado a un frente sin actividad, como era el de Manchuria. En la realidad, en 1944 fue enviado a defender las Filipinas, pero en esta historia se encuentra aún en Manchuria cuando se pone en marcha la ofensiva contra los rusos. Una ofensiva que, recordemos, se hace con buena parte de los recursos que en la realidad se utilizaron para la ofensiva Ichigo en el sudeste de China.

1 comentario:

  1. En la "Página principal" (Índice sinóptico) hay un largo comentario de Viriatox sobre diversos aspectos de esta historia. Un apartado se refiere a la intervención de Japón contra Rusia.

    "La [objeción] es que Japón no aprovechase la victoria alemana en Stalingrado para atacar a la Unión Soviética en la primavera de 1943. Si no me equivoco, el aparente destierro del Tigre de Malasia, el general Yamashita, a Manchukuo en julio de 1942 parece que fue debido a que el primer ministro Tojo se sentia amenazado por su relevancia en el ejército, pero algunos insinuan que fue trasladado allí para atacar a los soviéticos en caso de que los alemanes venciesen en Stalingrado y se aprovechase la probable retirada de tropas soviéticas en Siberia para sostener el frente europeo."

    Cualquier información de por qué el victorioso Yamashita fue trasladado a un destino con tan poca relevancia tras su gran victoria en Singapur me interesa mucho, ya que no sé mucho sobre ello.

    Por lo demás, en mi historia retraso el ataque japonés contra Rusia a abril de 1944. Lo hago porque creo que hasta finales de 1943, los estrategas japoneses no vieron con claridad que no podían ganar en el Pacífico y que les convenía más apoyar a Alemania para que después estos les sacaran del apuro. Era lógico que quisieran ganar su "guerra particular" sin complicarse con los intereses de Alemania, por su cuenta. Por otra parte, no creo que la victoria nazi en Stalingrado que se relata en esta historia -febrero 1943- resultara tan relevante en su momento. Para muchos observadores, guardaría bastante paralelismo con lo sucedido el invierno anterior: los soviéticos contraatacan en invierno y paran a los alemanes. Con el tiempo, se vería como algo decisivo, pero no en ese momento, y menos para los japoneses que no estaban muy bien informados de lo que sucedía en el frente ruso.

    En todo caso, hay que recordar que el ejército japonés no era tan poderoso comparado con la enormidad del Ejército Rojo soviético. Los soviéticos no solo podían tener tantos soldados en Siberia Oriental como los japoneses, sino que además tenían mejores armas y táctica en la lucha terrestre. Los japoneses lo sabían y por eso no tenían ninguna prisa en buscarse problemas con ellos.

    ResponderEliminar